Wallerstein: el marxista que predijo la caída del muro y la actual crisis económica.
Por Isidro López.
Ayer falleció Immanuel Wallerstein, el representante más destacado de la teoria de los sistemas-mundo, un enfoque deudor de Karl Marx y el historiador francés Fernand Braudel, que, frente a los excesos teorizantes del marxismo estructuralista y post estructuralista francés, puso encima de la mesa el análisis del capitalismo realmente existente en términos históricos y geógraficos concretos y de larga duración. En los cuatro volúmenes de ‘El Moderno Sistema Mundial’, su obra más completa y conocida, analiza los distintos momentos de expansión política, social y territorial del capitalismo desde el siglo XVI al siglo XIX, con sus ciclos de hegemonía genovesa, holandesa, británica y finalmente, norteamericana. Wallerstein contaba con el cierre de esta monumental saga con un quinto volumen dedicado al siglo XX.
Las luchas de clases, el sistema de estados, los movimientos de liberación nacional y descolonización o la huida del capital al este de Asia tras la crisis de 1973 fueron analizados por Wallerstein desde una perspectiva que arrancaba en el siglo XVI con la extensión progresiva del capitalismo al mundo. Wallerstein comienza a escribir en un momento en que los callejones sin salida teoretizantes de un marxismo europeo que tardó décadas en recuperarse de las derrotas de los movimientos obreros en el periodo de entreguerras y al que la reconstrucción de posguerra bajo la batuta del keynesianismo y los estados de bienestar dejó la reflexión marxista confinada a las universidades y a la discusión de salón. Sin embargo, Wallerstein como sucedió con Giovanni Arrighi, otro de los grandes teóricos de los sistemas mundo, parte de la experiencia política del 68 norteamericano, con la preeminencia de la guerra de Vietnam y la expansión imperialista norteamericana, para devolver a Marx a donde pertenecía, la reflexión histórica orientada a la práctica política.
Un mundo en conflicto permanente
Su concepto flexible de las clases sociales como alianzas políticas antes que como posiciones sociales prefijadas y su visión de la necesaria soberanía limitada de los estados en un marco político transnacional funcional al desarrollo capitalista, dieron al análisis de Wallerstein una capacidad de análisis muy superior a la de los intérpretes «izquierdistas» del sistema, anclados en las peculiaridades de un determinado país o periodo histórico. Para Wallerstein, han sido los llamados movimientos antisistémicos, la contestación al capitalismo en sus distintas encarnaciones históricas, los que han llevado la iniciativa política sobre la que el capitalismo ha movilizado su capacidad para operar en la escala mundial y dejar a los movimientos antisitémicos confinados en los espacios del sistema de estados-nación. Pero en cada movimiento de huida y recomposición del capitalismo aparece un nuevo escenario de conflicto entre los capitalistas y los trabajadores, que a su vez se concreta en toda una serie de conflictos entre todas las segmentaciones sociales que componen la fuerza de trabajo ya sean de género, raza, religión u orientación sexual. Pero también conflicto de los capitalistas entre sí y con los ecosistemas.
Ahora que vivimos un repunte del discurso del repliegue sobre los estados-nación como atajo a la larguísima crisis del capitalismo que estamos viviendo, es conveniente recordar que para Immanuel Wallerstein, los estados-nación solo han servido para que las burguesías nacionales hayan encontrado nichos internos de protección frente a la competencia mundial y para contener dentro de las fronteras las explosiones de las luchas de clases. Y para que la «nación», la «patria», haya servido de cemento interclasista en situaciones de conflicto interno latente y para segmentar los mercados de trabajo entre nacionales y extranjeros en situaciones de crisis. Wallerstein, que vivió tiempo en África y fue traductor de Frantz Fanon, a quién admiraba profundamente, hacía un balance crítico de los movimientos de descolonización y de liberación nacional, precisamente por su incapacidad para operar fuera de los contextos impuestos por las fronteras inventadas por el poder europeo y norteamericano.
Frente a la quimera de la emancipación en un solo estado-nación, algo para Wallerstein imposible desde el siglo XVII en adelante y en lo que coincide más con Rosa Luxemburgo que con Lenin, Wallerstein dejó bien claro que solo la emergencia de movimientos antisistémicos que superasen las fronteras nacionales desde la comprensión de un destino común y no de la buena voluntad internacionalista, tendrían la posibilidad producir cambios profundos en el sistema-mundo, hasta llevarlo más a allá de la subordinación capitalista al mandato del beneficio económico creciente.
La bola del mundo frente a la bola de cristal
Wallerstein ha sido uno de los pocos especialistas en ciencias sociales capaz de emitir predicciones solventes con décadas de antelación
Esta solidez en sus planteamientos analíticos ha hecho que Wallerstein ha sido uno de los pocos especialistas en ciencias sociales capaz de emitir predicciones solventes con décadas de antelación. Wallerstein anticipó en casi quince años la caída del muro de Berlín basándose en una concepción de la Unión Soviética como un estado capitalista más surgido del triunfo de un movimiento antisistémico, cosa que le confería ciertas peculiaridades internas pero lo hacía plenamente dependiente de las evoluciones del capitalismo mundial. Lo mismo podía ser dicho para sus países satélites y los movimientos del tercer mundo, en la medida en que estaban protegidos por el paraguas soviético.
Pero también predijo el ascenso de China como receptor de capital que huía de los crecientes costes salariales, ambientales y fiscales de la crisis global de rentabilidad que se inicia en 1973 y cierra en falso el auge las finanzas en los años ochenta. O de los propios Estados Unidos, a quien también desde finales de los ochenta, ve confinado en un dilema entre la decadencia de su rol como amo hegemónico del mundo capitalista y el desgarro interno de la sociedad estadounidense, a la que de forma absolutamente brillante, ve asediada en lo que entonces era «el futuro» y hoy el sangrante presente por movimientos populistas xenófobos y racistas, que intentarían restaurar por la vía ideológica la posición privilegiada del trabajador blanco americano que estaba perdiendo en la arena económica global.
También esos años, Wallerstein ya situaba en el periodo 2010-2030 una potente crisis del capitalismo, más allá de una simple recesión, en la que se dirimiría el futuro político del mundo. Tres crisis de distinta duración, como dijo en uno de sus últimos artículos de calado en la ‘New Left Review’. Una recesión profunda pero superficial vista en la perspectiva larga, como la que vivimos desde 2007. Otra crisis del ciclo hegemónico norteamericano, que se expresa en la forma en que retiene «solo» la fuerza financiera y militar pero ha perdido totalmente la posición dominante del aparato productivo global en términos propiamente capitalistas, esto es, a través de la competencia, ahora en manos de Asia, y muy especialmente China. Y todavía otra crisis de un ciclo aún más largo, de quinientos años, en los que el capital ha podido depredar los entornos no capitalistas y huir de las demandas populares y democráticas encontrando lugares con menores costes de producción, reproducción, fiscales y ambientales. Después de la última huida a Asia el capital no tiene donde fugarse, sin afrontar las crecientes demandas de redistribución que le plantean los movimientos antisistémicos heredados del 68, ya sean en su vertiente obrera, ecologista o feminista.
En su última columna periodística, Wallerstein consciente de que dejaba su última palabra, recordaba que la lucha sigue en un 50% de posibilidades de un futuro de mayor dominio y explotación, y un 50% de posibilidades de una salida de la crisis parecida a una emancipación. Desde hace años, Wallerstein defendía que ese horizonte de emancipación era el socialismo. Y ponía tres condiciones para identificar el socialismo, que ningún estado «socialista» ha cumplido aún: 1) Un sistema en que las decisiones económicas están tomadas en términos de utilidad social y no de beneficio 2) Un sistema que reduce las desigualdades y no las amplia y 3) Un sistema en que las libertades personales y colectivas están tan enraizadas material y socialmente que no dependen del capricho de los estados.
Fuente: https://www.elconfidencial.com/cultura/2019-09-02/immanuel-wallerstein-muere-capitalismo_2206099
Wallerstein sin anestesia.
Por Atilio A. Boron.
La muerte de Immanuel Wallerstein nos priva de una mente excepcional y de un refinado crítico de la sociedad capitalista. Una pérdida doblemente lamentable en un momento tan crítico como el actual, cuando el sistema internacional cruje ante las presiones combinadas de las tensiones provocadas por la declinación del imperialismo norteamericano y la crisis sistémica del capitalismo.
Wallerstein fue un académico de dilatada trayectoria que se extendió a lo largo de poco más de medio siglo. Comenzó con sus investigaciones sobre los países del África poscolonial para luego dar inicio a la construcción de una gran síntesis teórica acerca del capitalismo como sistema histórico, tarea a la que se abocó desde finales de la década de los ochentas y que culminó con la producción de una gran cantidad de libros, artículos para revistas especializadas y notas dirigidas a la opinión pública internacional.
Wallerstein no sólo cumplió a cabalidad con el principio ético que exige que un académico se convierta en un intelectual público para que sus ideas nutran el debate que toda sociedad debe darse sobre sí misma y su futuro sino que, además, siguió una trayectoria poco común en el medio universitario. Partió desde una postura teórica inscripta en el paradigma dominante de las ciencias sociales de su país y con el paso del tiempo se fue acercando al marxismo hasta terminar, en sus últimos años, con una coincidencia fundamental con teóricos como Samir Amin, Giovanni Arrighi, Andre Gunder Frank, Beverly Silver y Elmar Altvater entre tantos otros, acerca de la naturaleza del sistema capitalista y sus irresolubles contradicciones.
Su trayectoria es inversa a la de tantos colegas que, críticos del capitalismo en su juventud o en las etapas iniciales de su vida universitaria acabaron como publicistas de la derecha: Daniel Bell y Seymour Lipset, profetas de la reacción neoconservadora de Ronald Reagan en los años ochentas; o Max Horkheimer y Theodor Adorno que culminaron su descenso intelectual y político iniciado en la Escuela de Frankfurt absteniéndose de condenar la guerra de Vietnam. O a la de escritores o pensadores que surgidos en el campo de la izquierda -como Octavio Paz, Mario Vargas Llosa y Regis Debray- convertidos en portavoces del imperio y la reacción.
Wallerstein fue distinto a todos ellos no sólo en el plano sustantivo de la teoría social y política sino también en el de la discusión epistemológica como lo revela su magnífica obra de 1998: Impensar las ciencias sociales. En este texto convoca a realizar una crítica radical al paradigma metodológico dominante en las ciencias sociales, cuyo núcleo duro positivista condena a éstas a una incurable incapacidad para comprender la enmarañada dialéctica y la historicidad de la vida social. En línea con esta perspectiva de análisis sus previsiones sobre el curso de la dominación imperialista no podrían haber sido más acertadas. En uno de sus artículos del año 2011 advertía que “la visión de que Estados Unidos está en decadencia, en seria decadencia, es una banalidad. Todo el mundo lo dice, excepto algunos políticos estadunidenses que temen ser culpados por las malas noticias de la decadencia si la discuten.” Y agregaba que si bien “hay muchos, muchos aspectos positivos para muchos países a causa de la decadencia estadounidense, no hay certeza de que en el loco bamboleo del barco mundial, otros países puedan de hecho beneficiarse como esperan de esta nueva situación.” El curso seguido por la Administración Trump y el derrumbe irreversible del orden mundial de posguerra que tenía su eje en EEUU confirma cada una de estas palabras.
Para concluir, ¿dónde nutrirnos teóricamente para comprender y transformar al mundo actual, superando definitivamente al capitalismo y dejando atrás esa dolorosa y bárbara prehistoria de la humanidad? El mensaje que dirige a las jóvenes generaciones es cristalino: lean a Marx y no tanto a quienes escriben sobre Marx. “Uno debe leer a personas interesantes” –dice Wallerstein- “y Marx es el erudito más interesante de los siglos XIX y XX. No hay dudas al respecto. Nadie es comparable en términos de la cantidad de cosas que escribió, ni por la calidad de sus análisis. Por lo tanto, mi mensaje a la nueva generación es que vale mucho la pena descubrir a Marx, pero hay que leerle, leerle y leerle. ¡Leer a Karl Marx!” Ese fue uno de sus últimos consejos para entender la naturaleza y dinámica de un sistema, el capitalismo, al que ya en el 2009 le asignaba como máximo dos o tres décadas de sobrevida. ¡Gracias Immanuel por las luces que has aportado a lo largo de tantos años!
1 de septiembre, 2019.
Fuente: https://www.pagina12.com.ar/215854-wallerstein-sin-anestesia
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Un «marxista» que en 2009 le rogó a Obama que «minimizara «ahora» los sufrimientos del pueblo» siguiendo el ejemplo de Lula en Brasil:
https://www.thenation.com/article/follow-brazils-example/