A 14 años de la Revolución Pingüina: cuando los secundarios se “subieron por el chorro”.
Por Romina Reyes.
La revolución pingüina copó las portadas de diarios entre abril y mayo de 2006. Fue un movimiento nacional de estudiantes secundarios que se organizaron para pedir cambios estructurales en una educación pública que leían como herencia de la Dictadura. La PSU era parte de un petitorio a corto plazo, y se exigía su gratuidad.
Un retén móvil, dos camionetas, un auto y una veintena de Carabineros custodian el Liceo Cervantes, una de las sedes de rendición de la PSU. Las y los adolescentes que acuden al último llamado a dar la prueba son en su mayoría de la zona sur de Santiago. Comienzan a salir al mediodía, identificados por el papel blanco que acredita que rindieron la prueba. Ellos: delgados, pelos decolorados, entre infantiles y traperos. Ellas con rimmel en las pestañas y glitter alrededor de los ojos.
Isaac, de 19 años, salió de cuarto medio el 2017, y esta es la segunda vez que da la prueba. O mejor dicho, la cuarta. “Estoy más o menos molesto (con la funa), pero es lo que hay”, dice. Estudió en Puente Alto y fue reacio a participar en movilizaciones. “Mi colegio nunca se fue a paro o a toma. De la PSU se sabía que era una prueba que no medía tus capacidades, pero todo el mundo llegaba y la daba. Hace dos años empieza a ser más polémico, mi generación cuestionó la PSU diciendo oye esto no me sirve de nada”, agrega.
-¿Te acuerdas de la revolución pingüina?
-No, tenía seis años.
-Ese año se pidió que la PSU fuera gratis, por eso ahora es gratis la primera vez que la das.
-No sabía eso.
La revolución pingüina copó las portadas de diarios entre abril y mayo de 2006. Fue un movimiento nacional de estudiantes secundarios que se organizaron para pedir cambios estructurales en una educación pública que leían como herencia de la Dictadura, cifrada en la Ley Orgánica Constitucional de Enseñanza, la LOCE. Ese año, lxs escolares denunciaban que la educación pública era profundamente desigual y que replicaba las inequidades sociales y culturales que traían niños y niñas desde sus casas.
Ese 2006, la PSU era parte de un petitorio a corto plazo, y se exigía su gratuidad. Se pensaba que el pago de la prueba era otra forma en la que se expresaba la desigualdad.
“No me acuerdo nada de eso”, comenta Valentina, otra alumna de 19 años que rindió la PSU. “Luego supe más o menos… era algo parecido a esto, pero más calmado que lo de ahora”, dice.
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El movimiento secundario en Chile es un actor relevante desde los años 80, cuando se plegó a la lucha contra la dictadura. Una vez comenzada la transición a la democracia, las y los escolares quedaron sin enemigo evidente.
Pablo Toro, historiador de movimientos estudiantiles de la Universidad Alberto Hurtado, explica que, para los secundarios, la década de los 90 fue una “edad media, de un trabajo hacia adentro”. Las y los manifestantes de uniforme escolar volvieron a aparecer el 2001, dice, en lo que se conoció como el Mochilazo, una movilización que logró la desprivatización del pase escolar, que hasta entonces dependía de un consejo de empresarios del transporte. Este evento dio origen a la Asamblea de Estudiantes Secundarios, la Aces.
“El movimiento del 2006 venía articulándose desde el 2001”, dice Rodrigo Cornejo, director del Observatorio de Políticas Educativas, OPECH. “Hicieron una serie de encuentros y congresos, el más estructurado fue el 2005 en la RM, y termina con un documento muy interesante de propuestas que son totalmente vigentes. Había una crítica al sistema de acceso a las universidades, de la PSU, y sobre todo se enuncia que lo que está en crisis, lo que había que reconstruir, era la educación pública”, explica.
Pero antes de hablar de la LOCE, dos liceos fueron tomados en regiones, acusando la precariedad en la que iban a clases, un problema que apuntaba a la administración municipal de los colegios. Algo que de tan naturalizado pasaba desapercibido. Estas tomas fueron referentes para miles de estudiantes que un mes después tomarían la misma determinación.
El 13 de abril del 2006 La Nación (LN) publicó una pequeña nota sobre la toma de dos días del Liceo Politécnico de Calbuco. Los alumnos protestaban “por las malas condiciones en las que están recibiendo sus clases”. Denunciaban hacinamiento, problemas de espacios en salas y patios, deterioro en los baños.
El 26 de abril escolares marcharon en Santiago hasta el Ministerio de Educación. Exigían la entrega del pase escolar, la gratuidad de la PSU y la derogación de la JEC. El mismo día estudiantes del Liceo a-45 Carlos Cousiño de Lota despertaban en su segundo y último día de toma, medida que lxs estudiantes tomaron luego de ver sus salas inundadas por la lluvia.
Paulina Flores, escritora, tenía 17 años el año 2006, y estudiaba en la Academia de Humanidades, un colegio privado y católico de Recoleta. El año anterior había integrado el Centro de Alumnos, siendo parte de un grupo de compañeros interesados en la política, lo que en ese contexto tenía que ver con ser punk, vegano, o del electivo humanista.
“El problema de la educación era todo para mí. Había estado en un colegio municipal en Conchalí y cuando me cambié me quedó claro que la educación era injusta. Además mi mamá constantemente nos recordaba que tenía que sacarse la mugre para tenernos ahí”, dice Paulina.
Ya desde el año anterior su colegio tenía vínculos con el Valentín Letelier; y, como Centro de Alumnos, asistían a largas asambleas en el Instituto Nacional y en el Liceo de Aplicación. “De repente estábamos en una asamblea en el IN y empezamos a hablar de la constitución de Pinocho y lo ilegítima que era, y para mí fue impresionante sentir que todos pensábamos lo mismo, que el problema de la educación tenía que ver con las leyes”, recuerda.
Isis Toloza, profesora de historia, estudió en el Carmela Carvajal. El 2006 iba en cuarto medio, y fue parte del Centro de alumnas de esa institución. Como representante, comenzó a asistir a asambleas de la Aces, donde se discutía un petitorio que acumulaba las demandas sobre la gratuidad del pase y de la PSU, y que ahora debía apuntar a lo estructural. “Dentro de eso entendíamos que lo más importante era la LOCE, y poder cambiarla era difícil porque tenía un cuórum sumamente elevado”, cuenta.
“Teníamos un petitorio con demandas a corto plazo y demandas a largo plazo, una propuesta muy completa que incluía desde la derogación de la LOCE hasta educación sexual en los colegios”, añade Karina Delfino, estudiante del Liceo 1 y vocera de la ACES en 2006.
“A corto plazo queríamos la gratuidad del pase escolar, nuestra tarifa nos servía solo de lunes a viernes hasta las 9 de la noche y el sábado durante la mañana; también pedíamos la gratuidad en la PSU, mejorar la alimentación en los colegios, pedíamos que los liceos técnicos tuvieran becas cuando hacían sus prácticas; y en el largo plazo era la derogación de la LOCE y reformar la JEC, lo que entendíamos como reformas estructurales”, explica Karina.
El 4 de mayo los secundarios salieron nuevamente a la calle, con un saldo de 600 detenidos, y anunciando nuevas movilizaciones para el día 10. LUN publicó ese día una entrevista a María Jesús Sanhueza, una de las voceras más radicales de la ACES. La “Joshu” declaraba que se alisaba el pelo, le gustaba el reggaetón y defendía la necesidad de tener pasaje escolar “todos los días y a todas horas”, algo que, se decía, provocaría que los y las estudiantes salieran a carretear con tarifa rebajada. “Un estudiante que no carretea o que no tiene amigos tampoco rinde bien en el colegio”, dijo por esos años María Jesús a LUN.
La jornada de movilización terminó con 1287 detenidos en todo Chile. Martín Zilic era el ministro de Educación en el primer Gobierno de Michelle Bachelet y, hasta el momento, ofrecía incrementar el número de beneficiados de las becas PSU, para cubrir los dos primeros quintiles, pero nada sobre la LOCE.
Las marchas de los secundarios llegaban a convocar a diez mil personas. Lo que hoy sería un fracaso, entonces “era un éxito”, dice Karina. El problema era que sus marchas causaban más revuelo por el desorden que por el petitorio.“Nos costó posicionarnos como un actor relevante en la opinión pública”, recuerda. “El problema que teníamos era que cada vez que se salía a la calle y alguien tiraba una piedra o rompía un paradero, lo que mostraban los medios era eso y no nuestra demanda central”, explica.
Claudio Duarte, del núcleo de juventudes de la Facso de la Universidad de Chile, coincide. “Los secundarios irrumpen en una sociedad que era una ‘taza de leche’. Zilic les cerró la puerta. En sus colegios hubo suspensiones, sanciones, llamados a los apoderados. Los medios del duopolio los hacían pedazos, y la policía los atacó burdamente”, comenta.
Una carta al director publicada en LUN da cuenta de esto: “Hay una pésima imagen que están demostrando estos jóvenes… que piensen que con disturbios se consiguen las cosas… Si tienen dinero para comprar cigarrillos, no creo que la PSU sea gratis”.
Pero el problema no era sólo el desorden, sino la condición de sujeto político que históricamente tienen los niños, niñas y jóvenes.
Camilo Morales, experto en Infancia de la Universidad de Chile, explica el adultocentrismo tras esta concepción: “se piensa que los niños no pueden vincularse a la política, que eso sería ‘adoctrinarlos’, que deberían estar en sus casas. Y uno de los problemas de las autoridades es que no son capaces de darle lugar y escuchar esa dimensión política de la infancia y juventud”, explica Morales.
“Y eso, en gran medida tiene que ver que no hay concepción de parte de las autoridades de validar y reconocer esta dimensión política que forma parte de niños y jóvenes, que aunque no voten, ejercen su ciudadanía a través de derechos, como organizarse en espacios públicos y privados, expresarse libremente, todo lo contenido en el artículo 12 y 15 de la Convención de los Derechos del Niño, que son formas también de ejercer la ciudadanía”, dice Morales.
Isis Toloza, como parte del centro de alumnas del Carmela, tenía la responsabilidad de vigilar que ninguna compañera se perdiera durante las marchas, realizadas sin permiso de la Intendencia. “Estábamos a cargo de anotar nombres, rut, teléfonos de emergencia, teníamos que conocer el recorrido de la marcha, dónde empezaba, dónde terminaba, a veces recorríamos la marcha como cinco mil veces identificando posibles salidas para arrancar, ver si había micros, guanacos, piquetes”, recuerda.
Leonardo Quezada, hoy diseñador, entonces estudiaba en un colegio de Puente Alto que hoy califica como “flaite”. En ese tiempo era punk y tiraba piedras, pero sin capucha. Y en las marchas iba dispuesto a “tomar chela y portarse mal”.
“Le teníamos terror a los pacos, pero en base a nada. Eran miedos heredados de la dictadura, cierta mitología urbana de lo que son los pacos. Me acuerdo en una marcha que nos llevaron presos a todos y nos golpearon a todos. Nos llevaron a la comisaría, a un galpón donde tenían a cientos de escolares metidos en mini jaulas, ahí pensé qué terror, estos hueones me podrían sacar la chucha y nada me ampara”, dice.
La excesiva violencia que recibieron las y los escolares les obligó a cambiar la estrategia. “Nuestro ideal era que nuestra movilización fuera pacífica para poder posicionar lo que a nosotros nos importaba, que era la desigualdad. Entonces salimos de las calles y nos tomamos los colegios”, cuenta Delfino.
Miles de estudiantes vieron el discurso del 21 de mayo de Bachelet en sus liceos tomados. La entonces Presidenta no se refirió en particular a las demandas de los secundarios, lo que enardeció los ánimos en la misma medida que la Aces ganaba popularidad. “Ya no es solo patear piedras, sino poner en la mesa el debate sobre los pilares del actual sistema educativo”, publicaba LN. Y mientras un día el ministro Zilic declaraba que no dialogaría con estudiantes movilizados, al día siguiente LN publicaba en su portada: “Mineduc dispuesto a dialogar con alumnos en tomas y paro”.
Para Duarte, las tomas marcan el comienzo de “una legitimidad social para esos jóvenes, y el discurso que tenían. Los mismos cientistas sociales hacen el tránsito desde la crítica hacia la aceptación, y llegan a plantear que son el primer movimiento social que ponía en cuestión la herencia de la dictadura”, dice.
Para el 29 de mayo se contaban más de 200 mil escolares sin clases en 100 colegios a lo largo del país, y cada semana se convocaba a una nueva marcha. El 30 el llamado era a realizar un paro nacional, con la expectativa de movilizar a 600 mil personas, mientras la LOCE era referida como “la última ley de la dictadura”.
Dentro de su cobertura, LUN rescataba frases de lienzos que colgaban afuera de la toma del Liceo de Aplicación, centro de operaciones de la revolución pingüina: SiñoraWuaxilé k remos edukazion; Si la educación es un negocio, el cliente siempre tiene la razón; No criminalices la lucha, usa la capucha; Me violaron. Niñas y mujeres no se queden a dormir acá.
El 31 de mayo la portada de LN contaba “más de medio millón de estudiantes” en tomas y paros indefinidos. Durante una marcha, un camarógrafo de CHV grabó a un carabinero arrastrando a una escolar por el pelo. “Es fuerte ver a un policía correteando una niñita”, declaró el hombre a LUN. La violencia excesiva provocó que Bachelet pidiera la renuncia del prefecto jefe de FFEE, Osvaldo Jara, y que José Bernales, director general de Carabineros de ese momento, tuviera que ir a dar explicaciones a La Moneda. Incluso LUN, en este punto, estaba con los estudiantes: una de sus portadas mostraba a FFEE tomando detenida a una escolar. El titular era: “Mala onda”
Al mismo tiempo, los voceros de la ACES se volvían íconos de la protesta. LUN, se refería a elles en una nota como “un grupo musical en gira”, y hablaba de César Valenzuela como el “padre de la revuelta escolar”. The Clinic, por su parte, describía a María Jesús Sanhueza como una “dirigenta política de los ’80, pero con jumper, calcetas a la canilla y un polerón con monitos”.
“Algo bonito es que pese a que había dirigentes más famosos, había mucha horizontalidad, los dirigentes eran pa la tele, pero en la asamblea todos decían lo que tenían que decir”, dice Paulina Flores.
El historiador Pablo Toro dice que la ACES trajo “una nueva ola de cultura política juvenil, que privilegia la democracia representativa, convencida de esta lógica de la asamblea, de la rotación de los liderazgos, naturalmente porque los estudiantes duran 4 años en la educación secundaria, entonces aunque la imagen histórica se concentre en la persona que conduce el proceso, siempre aparece sometida a esta idea de revocación”.
En ese contexto, era impensado eliminar la PSU, “lo que se cuestionaba era la segregación del hecho mismo de pagar por rendir la prueba”, explica Toro. “La gratuidad de la PSU era algo obvio, si tenemos que dar una prueba para entrar a la U, lógico que sea gratis”, recuerda Isis.
“Me acuerdo que era ridículamente injusto pagar por la PSU, ¿qué estoy pagando en el fondo? Me acuerdo que al final no la di ese año, no me inscribí, pensé que me podía inscribir después… mi mamá estaba defraudada, pensaba que no iba a ser nadie en la vida, imagínate lo arraigada que estaba la hueá en la sociedad, que era tu única oportunidad de existir”, piensa Leonardo.
Aunque no era el centro, la crítica a la PSU fue parte del discurso levantado por la movilización. Por ejemplo, La Nación, en su radiografía de los pingüinos, entrevistó a una escolar que declaró: “Vendo calugas en mi colegio para pagar la PSU”; y The Clinic en una de sus editoriales decía que a los escolares “les sigue retumbando en la frente el que apenas un 50% de los alumnos de liceos municipales alcanzó los 450 puntos en la PSU, mientras el 91% de los privados los superó”.
El 1 de junio Bachelet anunció en cadena nacional la creación de un Consejo Asesor Presidencial de la Educación, el envío al Congreso de un proyecto de modificación de la LOCE, pasaje escolar 24/7, aumento de becas PSU e inyección de recursos para mejorar infraestructura de colegios. Con esto se hacía cargo de la agenda corta y larga del petitorio de la ACES. Los estudiantes rechazaron la propuesta.
El 3 de junio LUN apareció con una portada lapidaria: “Cabros, no se suban por el chorro”.
Esa semana The Clinic publicó “El movimiento por dentro: revolución escolar”, un reportaje sobre las tomas en liceos de la periferia que acusaba el cansancio de los escolares. Así describían a las y los adolescentes de entonces: “Sus primeros recuerdos políticos son de cuando Pinochet cayó preso en Londres. Son pobres pero están conectados a internet y leen los diarios todos los días… Tienen miedo de que los neonazis de la comuna vayan a meterse al liceo que cuidan…”; “…hacen asambleas, discuten. Votan”; “La mayoría se siente de izquierda”; “…Ya han caído varios alumnos por falta de sueño. Desde que nos tomamos el liceo, nadie ha podido dormir. Nos mantenemos a punto de café y cigarrillos. No sé hasta cuándo podremos resistir…”.
“No sé si te diste cuenta, pero desde que Bachelet anunció las medidas y formó la comisión para reformar la LOCE, los medios cambiaron su cobertura del movimiento. Si a eso le sumas las lluvias y el comienzo del Mundial, no volveremos a tener la misma atención que antes”. La frase es de una secundaria publicada en La Nación Domingo (LND).
Para la segunda quincena de junio, la revolución, como tal, había terminado. Las últimas dos semanas de tomas fueron vistas por la prensa como un exceso de les estudiantes, y LUN sacaba todos los días entrevistas a dirigentes que no estaban de acuerdo con las vocerías de la ACES. Y aunque durante septiembre y octubre algunos colegios volvieron a tomarse, para fin de año los secundarios integraban la mesa del Consejo Asesor ofrecido por Bachelet, la que reemplazaría la LOCE con la Ley General de Educación, promulgada en 2009. En ella, el Estado se comprometía a garantizar la calidad en la educación.
No ha cambiado nada
Hace calor. Fuera del Liceo Cervantes cinco carabineros hacen un control de identidad a un hombre joven que se acerca a las vallas papales. Es evidente que están preparados para contener un intento de funa. Y todos somos sospechosos.
Rodrigo, mayor de edad, no recuerda las tomas del 2006, pero sí se tomó un colegio en enero para funar la prueba: “nos tomamos un colegio en Conchalí y otro en Colina, lo tomamos y fue súper cuático, porque entraron los pacos con perros”.
Iván también participó de una funa. No lo planificó. “En la sede que me tocó rompieron las rejas, y cuando salimos yo les mentí a mis papás, les dije que seguía la prueba, pero me fui a marchar con los chiquillos que funaron esa sede, y fuimos a tomar los otros liceos”, cuenta.
Juan, de 19, da por tercera vez la PSU este mes, y le da risa. Dice que fue primero chaleco amarillo, “luego me di cuenta que ser chaleco amarillo era ser chupapico y dejé de serlo”. No se acuerda del 2006, pero tampoco del mayo feminista (“¿hubo uno?”, pregunta), y la PSU no parece importarle. “Entre mis amigos decimos que es una weá súper estúpida pero aun así la tenemos que hacer porque no hay otra opción”, opina.
En sus cabezas el 2006 y el 2011 son una misma cosa, también porque muchas demandas han sido enunciadas, pero no resultas. Además, las imágenes de la prensa el 2006 no son distintas a las que ha entregado hasta ahora el estallido: miles de personas en la calle, y la represión de Carabineros marcando la pauta.
“Lo interesante de los movimientos sociales es que vuelven sistemáticamente y vuelven con memoria”, dice Rodrigo Cornejo. “El 2006 se instala el imaginario de la importancia de la educación pública, y el 2011 se instala la idea de que el lucro no tiene sentido en la educación”, agrega el director de Opech.
Para Hsiao Hsin, también de 18, nombres como Karina Delfino o María Jesús Sanhueza, no le suenan para nada. “Si recuerdo muy bien lo que era la revolución pingüina, y el movimiento, y la parafernalia que hubo el 2006, y que desde ese momento viene esta idea de querer cambiar la PSU, de querer cambiar el sistema educativo, cambiar el ingreso”, dice.
Paulina Flores dice que la revolución pingüina la marcó para siempre, y que la imagen de escolares saltando torniquetes la hizo verse a sí misma. “Cuando vi a esos adolescentes fue como ver a la Paulina adolescente invitando a la Paulina adulta a participar en esta lucha con estos cabros: este soy yo protestando, las cosas no han cambiado nada”, reflexiona.
¿La demanda por el fin de la PSU marca a las y los adolescentes? “Lo que aparece el 2019 es una continuidad generacional, la generación joven, de estudiantes secundarios tiene todo ese antecedente, y además un contexto diferente que les permite querer correr el límite mucho más allá”, comenta Claudio Duarte de la Facso U. de Chile.
Por su parte, Pablo Toro cree que la generación del 2006 fue valiente y rupturista en su contexto, aunque frente a los ojos del presente los vínculos que muchos dirigentes tuvieron con la política tradicional sea sospechosa. “Fueron muy tácticos, tuvieron la capacidad de ruptura, de apelación al pulso de la circunstancia, de negociación con la autoridad, pero naturalmente, si uno lo mira en términos de lo estructural, no logró derribar la mayor parte de las cosas contra las que luchaba. El fantasma queda instalado para los años siguientes”, dice Toro.
¿Pensaron las y los estudiantes funar la PSU el 2006? “La verdad es que no”, responde hoy Karina Delfino, pero le parece una demanda relevante. “Nosotros pedimos la gratuidad en la PSU, que se asegurara el acceso a los estudiantes y el derecho de poder darla. Nuestro énfasis era la desigualdad en la educación, y que no dependiera de la capacidad de pago de los padres al momento de recibir educación, que es algo que aún no se cumple”, concluye.
*Los titulares y notas de prensa mencionadas en este reportaje son de: La Nación, Las Últimas Noticias y The Clinic, de abril, mayo y junio de 2006; son parte de una investigación financiada por un Fondo Corfo de Desarrollo Audiovisual.
Fuente: https://www.theclinic.cl/2020/02/14/a-14-anos-de-la-revolucion-pinguina-cuando-los-secundarios-se-subieron-por-el-chorro/
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Es lamentable que algunos adolescentes de entonces, hayan sido ahora fagocitados
por el sistema, y en la práctica, abjuren de
lo que en aquel tiempo defendían…