Agamben responde a las críticas: La «nuda vida» y el miedo a perderla nos ciega.

El artículo que escribió Agamben hace unas semanas atrás, llamado originalmente «Contagio» (https://cctt.cl/2020/02/27/coronavirus-la-logica-de-excepcion-y-la-politica-del-miedo-una-columna-de-giorgio-/), ha generado controversia y rechazo. Al parecer, para algunas personas mirar desde una perspectiva no médica, no biologicistas la pandemia actual, es simplemente imposible. Tras una serie de argumentos, lo que estas personas sustentan son los datos, son los discursos, son las verdades que nos muestra la epidemiología, los y las medicxs, en definitiva el objetivo discurso de las ciencias médicas. Entonces, mirar con cautela, críticamente o desde otros conocimientos, se transforma en un insulto a lo que está aconteciendo, a lo que sucede frente a nuestros ojos y que cientos de médicos y médicas ratifican: este virus es monstruoso, arrebata miles de vidas, miles sufren y tienen miedo, ergo debemos ser solidarios y quedarnos en nuestras casas, lo contrario es egoísmo e irresponsabilidad. Así, las ciencias médicas y la experiencia cotidiana frente al horror que provoca este virus monstruoso, se articulan como la única lectura posible, como la única verdad frente a la crisis de salud que vivimos. La pandemia se comprende como un problema exclusivamente sanitario, no existen o tienen menor relevancia todas las implicancias psicosociales y económicas, los famosos determinantes sociales de la salud de repente no existen en los discursos de los especialistas, y menos por supuesto los ribetes políticos que la enfermedad presenta. Se niega, por tanto, el carácter biopolítico de lo que enfrentamos.

La columna de opinión que compartimos como anexo en esta publicación, no es a la que hace referencia Giorgo Agamben en el texto que le sigue a esta nota, pero es probable que las críticas tengan similitud y por ello se ha considerado pertinente agregarla. La respuesta del filósofo italiano, breve pero profunda, nos permite mirar la pandemia y sus efectos más allá de la pura defensa de la nuda vida, nos permite mirar la fragilidad de nuestros vínculos y cómo el miedo, las políticas del miedo, nos pueden arrebatar en pocas semanas el resto de humanidad que nos queda. El riesgo no sólo corre por las vías respiratorias, por los pulmones de cientos de miles de personas, sino que también circula en una subjetividad que se queda atrapada en su pura necesidad de respirar.  (Nota editora Natalia Pravda)

Aclaraciones

Por Giorgio Agamben.

Un periodista italiano se ha propuesto, según el buen uso de su profesión, distorsionar y falsificar mis consideraciones sobre la confusión ética en la que la epidemia está arrojando al país, en el que ya no hay ni siquiera consideración por los muertos. Así como no merece ser mencionado su nombre, tampoco vale la pena rectificar las obvias manipulaciones. Quien quiera leer mi texto Contagio puede leerlo en el sitio de la editorial Quodlibet. Más bien público aquí algunas otras reflexiones, que, a pesar de su claridad, presumiblemente también serán falsificadas.

El miedo es un mal consejero, pero hace que aparezcan muchas cosas que uno pretende no ver. Lo primero que muestra claramente la ola de pánico que ha paralizado al país es que nuestra sociedad ya no cree en nada más que en la nuda vida. Es evidente que los italianos están dispuestos a sacrificar prácticamente todo, las condiciones normales de vida, las relaciones sociales, el trabajo, incluso las amistades, los afectos y las convicciones religiosas y políticas ante el peligro de caer enfermos. La nuda vida —y el miedo a perderla— no es algo que una a los hombres, sino que los ciega y los separa. Los demás seres humanos, como en la peste descrita por Manzoni, se ven ahora sólo como posibles untadores que hay que evitar a toda costa y de los que hay que guardar una distancia de al menos un metro. Los muertos —nuestros muertos— no tienen derecho a un funeral y no está claro qué pasa con los cadáveres de las personas que nos son queridas. Nuestro prójimo ha sido cancelado y es curioso que las iglesias guarden silencio al respecto. ¿Qué pasa con las relaciones humanas en un país que se acostumbra a vivir de esta manera por quién sabe cuánto tiempo? ¿Y qué es una sociedad que no tiene más valor que la supervivencia?

Lo segundo, no menos preocupante que lo primero, que la epidemia deja aparecer con claridad es que el estado de excepción, al que los gobiernos nos han acostumbrado desde hace mucho tiempo, se ha convertido realmente en la condición normal. Ha habido epidemias más graves en el pasado, pero a nadie se le había ocurrido declarar por esto un estado de emergencia como el actual, que incluso nos impide movernos. Los hombres se han acostumbrado tanto a vivir en condiciones de crisis perpetua y de perpetua emergencia que no parecen darse cuenta de que su vida se ha reducido a una condición puramente biológica y ha perdido todas las dimensiones, no sólo sociales y políticas, sino también humanas y afectivas. Una sociedad que vive en un estado de emergencia perpetua no puede ser una sociedad libre. De hecho, vivimos en una sociedad que ha sacrificado la libertad a las llamadas «razones de seguridad» y se ha condenado por esto a vivir en un perpetuo estado de miedo e inseguridad.

No es sorprendente que por el virus se hable de guerra. Las medidas de emergencia en realidad nos obligan a vivir bajo condiciones de toque de queda. Pero una guerra con un enemigo invisible que puede acechar a cualquier otro hombre es la más absurda de las guerras. Es, en verdad, una guerra civil. El enemigo no está fuera, está dentro de nosotros.

Lo que preocupa es no tanto o no sólo el presente, sino lo que sigue. Así como las guerras han legado a la paz una serie de tecnologías nefastas, desde el alambre de púas hasta las centrales nucleares, de la misma manera es muy probable que se buscará continuar, incluso después de la emergencia sanitaria, los experimentos que los gobiernos no habían conseguido realizar antes: que las universidades y las escuelas cierren y sólo den lecciones en línea, que dejemos de reunirnos y hablar por razones políticas o culturales y sólo intercambiemos mensajes digitales, que en la medida de lo posible las máquinas sustituyan todo contacto —todo contagio— entre los seres humanos.

17 de marzo, 2020

Fuente: https://artilleriainmanente.noblogs.org/?p=1364&fbclid=IwAR03xlfSN6TEnalddFSZADd2UOS1JsXUVQ-Yhs0LhD9CVu1K_p66ho1EeEQ


Anexo

El Lawfare contra el coronavirus, el nuevo perseguido político.

Por Miguel Wiñazki

El filósofo italiano Agamben trasladó el medievalismo al presente. Y erró mal. A nuestras universidades y la comunidad académica en general afrontan un reto universal.


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