Después de la revuelta y el virus…¿dónde estará el Pueblo?

La vida entre eclipses.

Por Mario Sobarzo.

Después de la marcha por el día de la mujer del 8 de marzo, parecía que la movilización social iniciada el 18 de octubre de 2019, llevaría a un enfrentamiento de larga duración y con visos de organización emergente desde la sociedad, en oposición a un Estado que se ve como opresor. Los viernes de marzo se convirtieron en pequeñas repeticiones del estallido social y ya se esperaba un 29 de marzo, día del joven combatiente, con un alto nivel de conflictividad. Razones para esto sobraban: había nulo avance en los cambios al entramado legal no constitucional que respondiera a las demandas que más se expresaron durante el estallido: desigualdad de trato en todos los ámbitos posibles entre el grupo privilegiado y la mayoría absoluta de la sociedad; un sistema de pensiones que no empobrezca; un sistema de salud digno; un sistema educativo público gratuito, articulado a las necesidades sociales, culturales, políticas y económicas, donde prime la convivencia democrática; entre otras. Nada nuevo: todo ya emergido hace años en distintas formas de movilización. Lejos de esto, lo que estaba ocurriendo era una legislación cada vez más draconiana con quienes no son de la élite versus una manga ancha hacia este grupo. Esta percepción sólo había aumentado desde el estallido social, con los 2500 presos políticos de la revuelta y los asesinatos represivos que alcanzaron a ocurrir en febrero y marzo (Jorge Mora, Ariel Moreno y Cristián Valdebenito), entre otras violaciones a los DDHH que habían sido denunciadas (incluso) por la ONU.

Y, entonces, llegó el COVID – 19.

En la historia política y militar el azar ha sido un tema y/o problema desde muy antiguo. Ya Platón en las Leyes utilizaba la fórmula del azar para reflexionar sobre los límites de la acción política: “todos los negocios humanos no son en resumidas cuentas sino azar”. Sin embargo, el fundador de las discusiones sobre el Estado moderno y su razón, Maquiavelo, es quien hizo de esto un problema a tener en consideración como un fundamento teórico de ambos aspectos, lo político y lo militar. Pues, resulta difícil creer en la acción política (es decir, aquella que puede cambiar el curso “natural” de la estructura económica y social), si tenemos en cuenta sólo el rol que cumple la casualidad, el acontecimiento, el azar, la Fortuna. Si todo depende del azar, de la espontaneidad del conflicto, entonces no tiene sentido ninguna estrategia. Ello pues, en palabras de Clausewitz, la estrategia es el uso del combate para los fines de la guerra. Y si los fines no pueden alcanzarse con planificación, preparación y coordinación, entonces la estrategia no tiene sentido.

Por supuesto, se puede responder desde Arendt que no hay política ahí donde hay guerra, pues ésta nace del diálogo y la búsqueda del vivir común, pero, esta es otra discusión. Es el viejo debate sobre cómo la ética (teoría) debe vincularse a la política. Dejemos este tema, por ahora.

Convengamos, al menos, que en el marco de una política realista, el aspecto militar es central para el análisis de la correlación de fuerzas y la capacidad de transformar o mantener el sistema (bloque en el poder, en términos de Gramsci) y, en esa medida, se dan tres procesos fundamentales. La formación del orden militar que permite sostener el orden político, la fuerza moral de este orden militar que mantiene y se nutre de la connivencia con el resto del bloque y la semiótica, en palabras de Fernando Buen Abad que se articula entre la estrategia militar y la política, es decir, la estructura conceptual y de signos que hacen interpretable el momento y el orden. Piñera construyó la semiótica de la crisis social sobre la base de la guerra. Por ejemplo, con la instalación de la idea de un ataque extranjero y concertado en el levantamiento del 18 de octubre. Esta semiótica es central para desarrollar una estrategia represiva que lleve a la aniquilación y agotamiento del enemigo. Gracias a esta idea las violaciones a los DDHH y la represión se legitiman, se convierten en casos aislados y falla de protocolos.

Por otra parte, preguntarse por la estrategia en el marco de la movilización emergida desde el 18 – O me parece complejo, pues no había un grupo dirigiendo las movilizaciones, aunque se perfilaban algunos liderazgos sectoriales. Pero, creo, que el verdadero problema para analizar la estrategia de los y las movilizadas, es que había 2 fines distintos que se perseguían. Siguiendo nuevamente a Clausewitz, toda guerra tiene un objetivo. Esto también es válido en política. Como en los viejos tiempos, los grupos movilizados estaban divididos entre reformistas – peticionistas (es decir que esperan respuestas del aparto institucional) y revolucionarios – autonomistas (que actúan por fuera y en conflicto con el Estado y su cooptación). Los primeros tenían como objetivo la creación de un nuevo entramado legal que estuviera acorde con ideas de un tipo de Estado e institucionalidad inspirado en la tradición republicana, en palabras de Agustín Squella o Renato Cristi, quien llega a proponer restaurar la Constitución de 1925 para hacer la reforma a partir de ella (Abecedario del Momento Constitucional). Mientras, los segundos creían posible la creación de un nuevo bloque histórico capaz de canalizar la rabia, la bronca con el horror cotidiano al que nos somete el sistema de pensiones, de salud, de transporte, laboral, educativo y, por supuesto, jurídico, para hacer saltar el tablero y generar un auténtico poder constituyente originario con expresión política en transformaciones profundas a todo el sistema y no sólo el legal. Hoy, me parece que ambas estrategias aparecen desconcertadas con el impacto social del COVID – 19. La estrategia de cada una de ellas se encuentra excedida por el presente. Sin embargo, a pesar de la crisis, creo que sólo una de las dos estrategias se encuentra en peligro debido al manejo político de la crisis por parte del Gobierno, intentando construir sentido común desde el mercado y lo individual. Sin quererlo una de las 2 estrategias termina contagiada del mismo virus.

El gobierno tendría una oportunidad perfecta para reposicionarse políticamente, pues crisis sociales y económicas como la de la pandemia del COVID – 19, producen fragilidad. Ante esto, siguiendo a Byung-Chul Han (La emergencia viral y el mundo de mañana, podemos describir la actitud de los gobiernos del mundo como de dos tipos: estatistas y centralizadoras versus liberalizadoras e individualizantes. En las primeras, el Estado aparece como el garante del orden social. Esto puede ser variable, desde fórmulas invasivas de la vida privada (China o Corea) hasta regulaciones que privilegian el empleo y la seguridad social (España o Argentina). A pesar de ello, tienen en común el desarrollo de un incipiente y difuso nacionalismo que se construye sobre la capacidad de enfrentar la crisis con eficiencia en el número de víctimas fatales y pérdidas humanas. En las segundas, la apelación ha sido al individuo, sus libertades, su capacidad de decidir y su expresión en la economía capitalista. También, aquí, la respuesta ha sido variable, llegando a extremos como la defensa de una forma de eugenesia (especialmente apelando al alto costo de la gente de la 3ª edad, por ejemplo, en el Informe sobre la estabilidad financiera mundial (GFSR) del FMI, el año 2012), la burla de los periodistas y especialistas de la salud que llaman a cuarentena (Bolsonaro) o señalar que 200 mil muertos es una cifra exitosa en el manejo de la pandemia (Trump). Pero, más allá de unas u otras, está claro que nada será igual políticamente después de la pandemia. Puede ser un Ensayo general de distopía, en palabras de Luca Dobry  o la aparición del nuevo comunismo, como plantea Zizek, pero, sin dudas, implicará cambios relevantes en las formas y estructuras políticas. Desde el modo en que sigue la CEE hasta el nuevo rol que asumirá China. El ámbito de cambios posibles es incalculable.

Para las derechas neopopulistas es el momento de aplicar lo que Naomi Klein (entrevista de Marie Solís a Naomi Klein) llama capitalismo de catástrofe y doctrina del shock, es decir, el uso del miedo y la indefensión como táctica para controlar a la población e imponer políticas impopulares. En estas etapas los gobiernos tienen manos libres para desarrollar los objetivos políticos y militares que benefician a su bloque de poder. Esta es la estrategia, con pequeñas modulaciones, de las derechas neopopulistas a nivel mundial. Pocas diferencias existen entre Trump, Bolsonaro, Lenin Moreno o Piñera, a la hora de enfrentar la pandemia. Es una excelente oportunidad para hacer negocios, deshacerse de la población más cara en gasto social y controlar las movilizaciones sociales, en el caso de Chile y, menormente, Ecuador.

La mejor expresión de esto nos la dio la frase “el coronavirus es lo mejor que le pudo pasar a Chile”. Fue la manifestación descarnada de que la muerte y el sufrimiento no importa a la hora de conservar los privilegios.

Desde un punto de vista político y militar, me parece, que el mes de marzo terminará con una suerte de tregua impuesta por las circunstancias, que beneficia objetiva y materialmente al bloque en el poder, pues le permite seguir endureciendo el aparato legal y represivo contra los sectores más radicales del estallido del 18 de octubre. Cuenta con la hegemonía política (construida en medios de comunicación, encuestas, thinks thank, entre otros) y el uso de fuerza militar para hacerlo. Sin embargo, creo, que esta iniciativa se expresará como feble y de corto plazo, pues, así como un gobierno fuerte y con un fundamento moral capaz de movilizar, sale fortalecido de las crisis, uno débil se enfrenta a fuerzas históricas que suelen reducirlo a cenizas. No es lo mismo una política de este tipo en EEUU, Brasil o Ecuador, que un país que viene de una crisis social (y política) tan extendida y extensa como Chile.

Además, al parecer, uno de los problemas del bloque en el poder chileno, en la actualidad, es su fragmentación. Aunque sus intereses aparecen claramente delimitados y articulados y que cuentan con un aparato administrativo y político dispuesto a hacer todo lo necesario para beneficiarlos e, incluso, uno de ellos se encuentra en la Moneda, expresan un grado importante de degradación moral en palabras de Clausewitz. Aunque los medios de comunicación en manos de este mismo bloque hayan silenciado e invisibilizado las violaciones a los derechos humanos que se cometieron hasta el día antes de la crisis del coronavirus, éstas no han sido borradas, pues aún se viven en las zonas populares del país. Aunque hoy estemos bajo el control de las fuerzas represivas y militares, no se logra hacer olvidar que tienen comandancias completas involucradas en corrupción. Y, a pesar, que podrían seguir la táctica desarrollada por distintos grupos empresariales en el mundo, poniéndose a disposición de los sistemas sociales en que están situados, nuestra élite empresarial ha hecho todo lo contrario.

El problema no señalado de esto es que no tiene en consideración los factores morales, los que como señala Clausewitz “forman el espíritu que penetra hasta en el último detalle de ella (la guerra) y los que primero se unen con estrecha afinidad a la voluntad, que dirige y pone en movimiento toda la masa de las fuerzas, formando, por decirlo así, unidad con ella, que, a su vez, también es factor moral”. Es esta falta de vinculación entre los factores morales que representa el bloque en el poder versus los de la movilización social lo que, considero, determinará el resultado de las movilizaciones iniciadas en octubre y que hoy enfrenta una pseudo tregua o baja en las acciones.

Si el articulante moral real y material que muestra en sus declaraciones el bloque dominante es la rapiña, la corrupción amparada en las pérdidas comunes y todo esto sustentado en el entramado emergido de la dictadura y los acuerdos de transición, entonces estos factores entran en contraposición con el propio interés que idealmente el bloque quiere representar: el beneficio individual. Pues, resulta difícil creer en un nacionalismo que no protege a la nación, en una defensa de la libertad económica sustentada en la teta del Estado (que, además, se quiere desmontar) y la expoliación constante del trabajo desde la previsión hasta la salud, mientras se es un paladín de la defensa de la vida. Una nación con miles de sus habitantes muriéndose de hambre por no recibir su sueldo, con gran parte de la generación más antigua en extinción, con negocios entre el Estado y privados para montar hospitales en la zona donde viven los más ricos y, lo que aún no vemos, las bajas por el COVID – 19 concentradas en los soldados y no en los oficiales (fórmula Antuco), serán demostraciones fehacientes de esta disonancia entre idealidad y realidad material. La historia está llena de ejemplos de esta situación.

Fue este elemento el que llevó a Maquiavelo hacia el concepto de virtù, es decir, muy semejante a lo que posteriormente Clausewitz llamará factores morales. El Florentino se da cuenta que un gobernante o gobierno cuya virtù no esté a la altura, por mucho que enfrente circunstancias históricas extraordinarias, las que le podrían aportar gloria y la inmortalidad cívica, no sólo no logrará sacar provecho de esta circunstancia histórica, sino que, será esta misma la que lo lleve a su desenlace fatal. La caída de Constantinopla se debió tanto a la artillería como al estado de descomposición en que se encontraba la sociedad bizantina y sus gobernantes. Las acciones de Nicolás II que lo llevaron a confiar en Rasputín o querer dirigir la 1ª Guerra Mundial desde el frente de batalla, basado en un sueño, son expresiones de una múltiple cantidad de acontecimientos históricos que corroboran lo señalado. Mientras el bloque se mantiene en el poder es capaz de invisibilizar y silenciar esta descomposición de su virtù, o factores morales, pero una vez que se desploma se vuelven evidentes hasta para sus antiguos defensores cuando se encuentran en desbandada luego de la derrota.

La infinita cantidad de declaraciones y acciones ponen a Piñera en igualdad de condiciones con Bolsonaro, Trump o Lenin Moreno y hacen de la estrategia del gobierno una expresión constante de la disociación entre palabras y hechos. El problema en este contexto no es mentir, sino la debilidad de la mentira cuando todos saben que lo es.

Sin embargo, creo posible señalar que lo peor de todo para el bloque dominante está en la descomposición moral y la incapacidad de dirigir adecuadamente los objetivos políticos de la sociedad y de los propios intereses nacionales, leídos en clave militar. Esta descomposición le puede terminar pasando la cuenta al único fusible que aún hace funcionar el acuerdo interclasista que lo mantuvo en el poder (al bloque), después de la revuelta que comenzó el 18: el plebiscito constitucional.

Si aceptamos que las contradicciones serán cada vez más notorias, la situación se vuelve altamente conflictiva. Consideremos solamente las que ya hemos visto emerger: pérdidas millonarias en las cuentas individuales de las AFP, expresión material de la crisis educativa con motivo de la educación virtual, desprotección de los y las trabajadoras en los dictámenes de la Dirección del Trabajo dependiente del Ministerio del área, planes económicos dirigidos a la protección del capital en desmedro de los grupos más pobres a los que sólo se les prorratearán las deudas, hospitales montados sobre el lucro en sectores de la ciudad donde habitan los privilegiados. Los ejemplos sobran y de seguro las regiones del país pueden aportar una cantidad importante que son silenciadas e invisibilizadas desde Santiago. El problema es sistémico y atraviesa secciones completas del mundo social.

Por ello, creo, que la fórmula más consistente para definir este comportamiento es el de especulación. Cuando no existen respuestas posibles porque no hay virtù sólo queda confiar en el azar o Fortuna, como, por ejemplo, que el virus mute y se ponga buena persona.

Pero, el problema de esta táctica es doble. En primer lugar, muestra la explicación de los constantes errores de comunicación política cometidos. Para Maquiavelo la incapacidad de cambiar los comportamientos cuando la fortuna cambia, lleva al fracaso. En segundo lugar, la confianza en el conocimiento previo, sustentado en que como la suerte le ha sonreído en ocasiones anteriores, esta vez también lo hará. Una de las faltas es por la incapacidad de la propia acción, la otra es por la debilidad del juicio y la incapacidad de proyectar un plan.

Por ejemplo, en el caso del COVID – 19 es la oportunidad para abordar la crisis con una perspectiva distinta donde se transmita que prima la persona por sobre la economía. Esta fue una recomendación de sus analistas políticos, como diagnóstico a la falta de empatía del Gobierno previo al estallido social, ejemplificado en frases como levántense más temprano, regalen flores, la gente aglomera los consultorios para hacer vida social, entre muchas otras. Pero, la comunicación política del COVID – 19 ha mostrado lo contrario: aunque haya sucedido en ocasiones anteriores (¿las infinitas pandemias que nos han azotado en las últimas 3 décadas?), decirle a un trabajador o trabajadora que la Dirección del Trabajo está de acuerdo con una mega o gran empresa, que no le va a pagar su sueldo, es brutal. Tener 2500 personas presas mientras se las “investiga” por delitos y crímenes en una revuelta que contó con 80% de apoyo en las encuestas del mismo poder, es despiadado. Construir un hospital con los mejores insumos en un lugar que la mayoría de los habitantes del país ni siquiera sabe dónde queda, es burlesco. Prorratear deudas y construir subsidios sobre el simulacro de un despido (pago del seguro de cesantía), es sencillamente, delirante, y daría, risa, sino fuera terrible en su dimensión humana.

Los países que han tenido éxito en el manejo político de la pandemia han hecho exactamente lo contrario que el gobierno chileno: no han actuado como especuladores y han protegido a los más débiles de la sociedad. Estado y seguridad social en vez de negocios y fúsiles.

Por ello, creo que, sin quererlo el gran perjudicado con la crisis y el mal manejo del gobierno puede terminar siendo el plebiscito. Desde ahora hasta octubre quedan siete meses. En la estrategia peticionista va a ser muy difícil explicar cómo, a pesar del 18 de octubre, sigue avanzando el proceso legislativo que perjudica a los y las trabajadoras, al mismo tiempo que ser anciano y pobre se convierta en una sentencia de muerte. Las contradicciones de clase y la imposibilidad sistémica de procesar medidas para abordarlas, puede terminar siendo la demostración material de un plebiscito que cada vez tiene más mañas y letra chica. Después de todo, cuesta confiar en las promesas del poder cuando la propia institucionalidad encargada de proteger el trabajo dice que se puede dejar de pagar el salario y que esto es legal.

En un contexto así, pueden emerger posturas que boicoteen el proceso desde dentro. Por ejemplo, puede haber un llamado a votar apruebo, pero anular el voto que define quiénes van a redactar la Constitución. Si gana el nulo, ¿qué gana? ¿Cómo procesa el orden institucional un escenario como éste? ¿Dirá que es otro millón y medio de personas que marchan para apoyar las medidas del Gobierno?

Mientras, la mejor y más brutal expresión de esta desigualdad son los 2500 presos y presas políticas, al mismo tiempo que prima la impunidad en las violaciones a los Derechos Humanos.

En estos límites, la ética individual de los privilegiados y su preocupación y responsabilización por los más débiles poco sirve. “El acuartelamiento que muchos realizan hoy, conscientes de pertenecer a un grupo de privilegiados que puede trabajar a distancia, me parece uno de los actos más inspiradores y solidarios que han acontecido en los últimos meses”, señala la Dra. en Filosofía, Diana Aurenque en Matrix y pandemia: repensando la humanidad. El problema de ello, pienso, es que por muy inspirador que sea el acto, de poco sirve a la hora en que los y las pobres enfrentan su realidad material. Finalmente, aquellos y aquellas que fueron “cuidados” gracias al autocuidado de los privilegiados, debieron seguir saliendo a trabajar. En la vida material del mundo popular organizado, la acción individual queda desbordada por la acción colectiva coordinada. Es posible que en los próximos meses esta acción colectiva deba hacerse cargo de cubrir las necesidades materiales, como la alimentación y la protección de las y los ancianos en las poblaciones y campamentos y, que esto sea tanto o más duro en las regiones. Se vienen tiempos de dolor y sufrimiento para los y las más pobres. Pienso que una consigna como sólo el pueblo ayuda al pueblo es un aglutinante mucho más real y ligado materialmente al grado de organización territorial en el marco de las movilizaciones posteriores al 18 de octubre. En este ámbito, las redes virtuales muestran su límite, pues, aunque sirven para inspirar, no cambian ni una gota del conflicto material y de clase que atraviesa la política y la propia construcción de humanidad. Si bien la respuesta ética de los privilegiados puede sacar suspiros de la bien intencionada intelectualidad chilena, a la hora de la ética, la que el sujeto popular construye no es individual, sino colectiva y no se sustenta en privilegios, sino en necesidades materiales. Quizá, por eso, no es sólo ética, sino también, política… siempre.

Expresiones como el “esto no prendió” o la posibilidad que el virus se vuelva “buena persona”, son la versión contrapuesta de lo anterior. En ellas, creo que existe un vínculo profundo: el desprecio de la élite y el desconocimiento total de aquel a quien desprecia. Por ello necesita confiar en la suerte, en que la buena fortuna le sonreirá, como lo ha hecho siempre. Cuando se ha tenido éxito con un procedimiento determinado cuesta convencerse de la conveniencia de cambiarlo, como dice Maquiavelo.

Es posible que el COVID – 19 pueda terminar siendo el mejor fármaco contra el veneno autoritario – neoliberal, pero no porque haga emerger una nueva humanidad o un nuevo comunismo, como piensa Zizek, sino porque la vieja humanidad y las formas de solidaridad popular están ahí, nunca se fueron, por empolvadas que hayan quedado luego del fin de la historia.

Las treguas de invierno son útiles pues, permiten cuantificar pérdidas, analizar las posiciones, descansar, reconstruir la moral y prepararse para el regreso a la lucha. Permiten hacerse cargo de esa otra mitad de nuestro destino que no controla la Fortuna. Hoy, creo que eso pasa por salvar a los y las 2500 presos y presas políticas que el Estado busca dejar morir en sus cárceles represivas. Ésta una responsabilidad ética y política urgente y necesaria.

 

Fuente: https://www.elmostrador.cl/noticias/opinion/columnas/2020/04/01/la-vida-entre-eclipses/


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