El 25 de julio del año 2013, se realizó una masiva marcha por el aborto libre y seguro en Santiago. Dicha marcha tuvo un hito: el ingreso de manifestantes a la Catedral de Santiago mientras el Arzobispo Ezzati oficiaba misa. Los feligreses miraron pasmados las pancartas abortista y escucharon los gritos que acusaban los abusos sexuales cometidos por religiosos, que ya en ese año comenzaban a hacerse públicos.
Advertimos, que un error importante de la publicación que compartimos con uds., fue catalogar la acción realizada ese 25 de julio, como la primera marcha por el aborto en Chile. La lucha del feminismo en Chile a favor del derecho a decidir de las mujeres, tiene ya un importante recorrido, sobre todo a partir del año 1989 cuando la dictadura militar penalizó sin excepción toda práctica abortiva. En tanto demanda histórica, se ha traducido en diversas acciones callejeras, marchas, intervenciones, foros, organizaciones y articulaciones que han permitido no solo vencer el tabú que durante mucho tiempo rodeo al aborto, sino también, ha facilitado el acceso a información y ha generado estrategias de acompañamiento para miles de mujeres en sus procesos de decisión, a contrapelo de la legalidad patriarcal (Nota Editora Natalia Pravda).
La toma de la catedral: La historia de la primera marcha por el aborto libre, seguro y gratuito en Chile,
Por Meritxell Freixas.
Tres voceras de las organizaciones que convocaron la primera Marcha por el Aborto Libre, Seguro y Gratuito en 2013 recuerdan a El Desconcierto el episodio en que centenares de feministas irrumpieron al interior del templo, durante una misa oficiada por el arzobispo Ezzati, para reclamar el derecho de las mujeres a decidir sobre sus propios cuerpos.
“Ya po’ abortistas de Chile, ¿cuándo marchamos? Por las ‘belenes’… Mira que leí una diputada traicionera eterna de la Concerta decir que no sabe si la niña está preparada para decidir… ¿pero estaría preparada para parir? ¿Estaba preparada para ser violada? ¿Para ser humillada por su madre? ¿Con quién cuenta la niña?”.
Julia Rojas escribió en su cuenta de Facebook este mensaje a raíz del caso de Belén, la niña de 11 años que en 2013 quedó embarazada tras ser violada en varias ocasiones por la pareja de su madre. Julia, que en 2013 militaba en dos colectivos feministas –Punta de la lengua y Multiversos– se indignó ante los brutales hechos, pero aún más tras escuchar los comentarios de los representantes políticos avalando que la pequeña estaba preparada para ser madre, partiendo por el propio presidente, Sebastián Piñera.
La publicación de la activista despertó muchas reacciones y llevó a la convocatoria de una primera reunión en la sede de la Marcha Mundial de Mujeres, en la calle Malaquías Concha, días después. Unas 60 personas procedentes de organizaciones muy diversas participaron del encuentro en el que se decidió poner en marcha la primera movilización por el aborto libre en Chile desde la llegada de la democracia.
Natalia Flores, miembro del Observatorio de Género y Equidad y vocera de la protesta, lo recuerda con detalle: “Semana tras semana se nos empezó a llenar el local hasta que en las últimas asambleas llegaron unas 150 personas. A la última reunión no pudimos casi ni entrar. Ahí empezamos a pensar que la quizás la marcha sería más masiva de lo que pensábamos”, explica. No se equivocaron.
El día 25 de julio de 2013, a las 19 horas, unas 8.000 personas -según Carabineros- y alrededor de 10.000 según las organizadoras llenaron las calles del centro de la ciudad para reclamar el aborto libre, seguro y gratuito. Una respuesta que sorprendió a las propias entidades convocantes, que obtuvieron una potente respuesta a un llamado procedente de fuera de las agrupaciones tradicionales del movimiento de mujeres. “En Chile se realizan abortos en clínicas privadas o viajes al extranjero, al mismo tiempo que las mujeres pobres mueren por procedimientos insalubres y precarios”, criticaron las organizaciones en un comunicado.
“¡A la Catedral!”
La participación fue tan numerosa que, aunque las manifestantes no obtuvieron el permiso de la Intendencia para circular por La Alameda, Carabineros no tuvo más opción que autorizar el paso de la protesta por la vía principal. Sin embargo, el punto de cierre de la marcha no quedó definido y cuando las columnas iban llegando a La Moneda, se encontraron en Paseo Ahumada un cerco policial de Fuerzas Especiales que les bloqueó el paso. “Al ver que la marcha no se disolvía y que la gente no se movía, las mujeres que encabezaban la movilización doblaron por Paseo Ahumada y caminaron hacia Plaza de Armas”, explica Julia Rojas, quien también fue vocera de la convocatoria. “¡A la Catedral, a la Catedral!”, comenzaron a gritar los participantes.
Pero las activistas desconocían que aquella tarde en la catedral capitalina se celebraba una misa en honor a San Santiago, patrón de la ciudad, y que la ceremonia era oficiada por el arzobispo Ricardo Ezzati, el cardenal Errázuriz y las autoridades locales, lideradas por la entonces alcaldesa Carolina Tohá. “Fue todo totalmente casual y espontáneo, sin premeditación. La idea era terminar al frontis de la catedral, donde tradicionalmente acababan las marchas de las feministas más antiguas, apelando al poder de Iglesia Católica”, cuenta Angie Mendoza, la otra vocera de la convocatoria, miembro de la Marcha Mundial de Mujeres y hoy parte de la Coordinadora Feministas en Lucha.
Fueron unas 300 personas las que entraron en el templo, sumándose a 200 fieles más que participaban de la homilia. “Los manifestantes irrumpieron adentro y la catedral se desbordó porque al haber esta gran ceremonia hubieron discusiones entre los religiosos y los que exigían el derecho al aborto libre“, apunta Mendoza.
Ni Angie, ni Natalia ni Julia ingresaron al recinto. Cada una por motivos distintos permaneció afuera. Pero sí ingresó la activista feminista parte del Colectivo Universitario de Disidencia Sexual (CUDS), Lucha Venegas, quien relata que “la gente se empezó a acumular y fue tanta que la presión terminó hacia adentro, donde el movimiento social se encontró con las altas autoridades de la Iglesia”. Fue un “encuentro político, como un forcejeo discursivo, como una ópera con dos coros distintos: uno encabezado por el arzobispo Ezzati y otro coro feminista que clamaba por los derechos de las mujeres y el aborto libre”, recuerda.
Las toma de la catedral, que duró unos 20 minutos hasta que llegaron Carabineros, terminó con algunos rayazos en los muros, un confesionario caído y la iglesia cerrada durante varios días “por blasfemia”, tal y como explica Venegas. “Salvo un par de personas que se emocionaron más de la cuenta, la acción fue completamente pacífica y nunca tuvo la intención de ser violenta”, recalca Julia Rojas.
La condena pública
Justo al día siguiente, Carolina Tohá ordenó que personal de la Dirección de Aseo del municipio limpiara los muros exteriores del edificio y reprochó los hechos: “Fue un hecho agresivo, una profunda falta de respeto hacia las personas que estaban allí. […] Sentí que las personas que estaban en la iglesia estaban siendo agredidas de una forma gratuita que no es aceptable”, dijo la edil.
Además de las autoridades políticas y religiosas, la otra gran condena al movimiento llegó de parte de los medios de comunicación, que obviaron la importancia de la marcha y concentraron todos sus enfoques en la incursión al interior de la catedral, describiéndo los hechos como una acción violenta y en la que se vivieron escenas de golpes, gritos, llantos y empujones. “Era sumamente atractivo para ellos tener a un grupo de locas feministas atacando a la Iglesia Católica”, ironiza Natalia Flores sobre la cobertura que la prensa hizo durante aquellos días.
La activista argumenta que las voceras fueron a los medios para exponer “además de lo fortuito de todo esto, que el enojo y la manifestación tenían fundamento y razones porque la Iglesia Católica ha intervenido durante décadas en los cuerpos de las mujeres“. En su opinión, en ese encuentro “no había forma de que la conversación con ellos fuera tranquila o de igual a igual, porque existe una desigualdad evidente en esas relaciones”. Y espeta: “No puedes esperar una reacción diferente al nivel de violencia que tu has cometido en contra de más de la mitad de la población“.
Julia Rojas también considera que la prensa escuchó demasiado a las autoridades eclesiásticas. “Me dio vergüenza ajena escuchar a periodistas de los medios que se dicen progresistas como Pato Fernández de ‘The Clinic’ diciendo que se nos había pasado la mano ingresando en la catedral, y haciendo un escándalo de algo muy contigencial y reactivo”, critica.
El activista de la diversidad sexual Víctor Hugo Robles, más conocido como El Che de los Gays, se encargó de recordar ese episodio a la ex candidata presidencial y líder del Frente Amplio Beatriz Sánchez, quien también salió a condenar los hechos en nombre de la “libertad de culto”.
Incluso las feministas más tradicionales criticaron el desenlace de la marcha. “Lo que correspondía en ese momento era intentar comprender por qué ocurrió esta manifestación y por qué ocurrió de ese modo, en cambio se tergiversó todo para atacar al movimiento feminista que lideró la marcha”, lamenta Rojas.
Denunciadas
“La Intendencia espera las máximas sanciones para los responsables. Además, se incorporará la agravante dispuesta por la ley 20.609, más conocida como “Ley Zamudio”, que establece medidas contra la discriminación, recién incorporada en nuestro ordenamiento jurídico el 24 de julio del año pasado”. Así anunció el entonces intendente metropolitano, Juan Antonio Peribonio, la interposición de una querella contra los responsables de los daños al patrimonio nacional y los desórdenes causados en el edificio religioso. Según explicó la autoridad, el recurso legal fue por daños, desórdenes públicos y delitos contra la libertad y el ejercicio de los cultos permitidos. También se querelló la Conferencia Episcopal, a través del arzobispo Ezzati, hoy señalado como uno de los encubridores de los casos de pedofilia que afectan a la Iglesia chilena.
“Abrieron una investigación y presentaron una demanda en mi contra porque yo pedí el permiso para marchar, desde mi organización”, sostiene Angie Mendoza, quien incluso arriesgó una multa de 6 millones de pesos. La activista acudió a declarar en agosto de 2013 ante la PDI, junto con su compañera Natalia Flores. Según ellas, no citaron a nadie más por este caso y todo quedó ahí porque “no había grabaciones que demostraran que alguno de los manifestantes rompió el patrimonio”.
Hacia el aborto libre
Detrás de la “toma de la catedral” hubo una multitudinaria y festiva protesta para reclamar el derecho a decidir de las mujeres sobre los propios cuerpos. Una movilización que descubrió a una generación dispuesta a abrir el debate sobre el cuerpo, el derecho a decidir y la maternidad voluntaria. “Se oxigenó el movimiento feminista y de mujeres tradicional chileno y logramos traspasar [a la sociedad] nuestra demanda”, subraya Natalia Flores, quien rescata la marcha como un “gran hito” producto del trabajo del movimiento feminista.
Un acontecimiento imprescindible para llegar a aprobar en 2017 la Ley de Despenalización del Aborto en tres Causales, plenamente conscientes de que eso era sólo el principio. Hoy la demanda ya se amplió hacia las “causales infinitas” -como dicen los eslóganes-, porque las mujeres siguen y seguirán abortando con o sin causales que las protejan ante la ley.
“Es una consigna ambiciosa, pero la despenalización social es mucho más potente que hace cinco años y hay un contexto latinoamericano que lo avala”, asevera Angie Mendoza. Por eso, este miércoles, además de los originales afiches y pancartas, miles de pañuelos verdes teñirán las calles del centro de Santiago y de las principales ciudades del país. El mensaje será uno sólo: “Aborto Libre, Seguro y Gratuito”.
Fuente: https://www.eldesconcierto.cl/2018/07/25/a-5-anos-de-la-toma-de-la-catedral-la-historia-de-la-primera-marcha-por-el-aborto-libre-seguro-y-gratuito-en-chile/
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