El problema de las tres comunas: cómo evitar que las elites dominen la constituyente.
La paliza que recibieron ayer quienes querían preservar la Constitución se puede diluir –al igual que la efervescencia de la marcha del millón de personas del año pasado–, si esa fuerza no se canaliza institucionalmente, advierte el politólogo Juan Pablo Luna. “El voto de ayer era un voto ‘fácil’, porque era contra el sistema. Fue un voto destituyente”. Lo que viene es más difícil: “Transformar un movimiento destituyente en una Convención Constituyente”. Y aquí topamos con la crisis de los partidos políticos. Estima que la elite política y económica debe entender que aunque puede quedarse con los cupos de la constituyente –pues tienen lobby y recursos– “ya no le es posible gestionar el país desde y con la lógica de las tres comunas”. Y, por lo tanto, debieran optar por compartir el poder “y sentarse a negociar de igual a igual un modelo de país con representantes de la parte de Chile que desconocen y desdeñan”. (CIPER).
El resultado electoral del Apruebo y su distribución geográfica deja una lección clara: la sociedad chilena vive quebrada en partes muy desiguales. Tres comunas que concentran buena parte del PBI y del poder político, viven en una burbuja. En esa burbuja, en sus medios, en sus simposios y en sus redes sociales se discutió mucho durante estos meses. ¿Qué violencia condenamos más y más fuerte? ¿La del “estallido” o la estructural? ¿Se puede realizar un plebiscito en este contexto de violencia? ¿Estamos asistiendo a una parlamentarización de facto? ¿Cómo volvemos a la democracia de los acuerdos y superamos esta polarización que nos tiene tan complicados? ¿Avanzamos en un pacto de primarias, hacemos un pacto por omisión, o cada uno por su lado? ¿Hay forma de derrotar a la derecha sin un pacto electoral? ¿Cómo no entienden que sacar el 10% es irracional? ¿Los 2/3 generarán un texto constitucional razonable y de mínima, o una lista de supermercado que le de un gustito a cada uno? ¿Conviene concentrar la energía en discutir la parte dogmática o mejor centrarse en la parte orgánica de la nueva Constitución?
Aunque no lo confiesen públicamente, en esa misma burbuja las elites políticas ya sacaron cuentas alegres (y otras más tristes) sobre el futuro electoral de cada uno. Allí, algunos durmieron más tranquilos anoche, persuadidos que el proceso constituyente logró encauzar institucionalmente el conflicto social. Otros seguramente tuvieron pesadillas y sobresaltos pensando en “Chilezuela” o en un futuro “argentinizado”. Hoy, algunos también madrugaron planificando cómo relocalizar sus inversiones y a la familia.
En la otra mitad, infinitamente más populosa y más pobre, el resto del país siente que le dio una paliza a los “dueños de Chile”, a la “coalición del abuso”. Sin duda, la paliza electoral echa por tierra, con números y métricas propias del sistema, la auto-complacencia con el modelo y su enraizamiento en la Constitución. La causa de ese resultado parece estar en la movilización de votantes jóvenes, de mujeres, y de pobladores de sectores populares que depositaron su frustración y sus esperanzas en las urnas. Pero la paliza, como la marcha, se diluye sin canalización institucional y sin vertebración organizacional en el mediano plazo. El voto de ayer era un voto “fácil”, porque era un voto contra el sistema. Fue un voto destituyente.
Como resultado hoy tenemos por delante una oportunidad histórica de construir un país más inclusivo y algo menos quebrado. Aprovechar esa oportunidad supone, no obstante, entender y solucionar un problema fundamental y difícil: se requiere transformar un movimiento destituyente en una Convención Constituyente. Y no hay que engañarse. Lo que hemos visto en estos meses, en términos de la dinámica del sistema político no es auspicioso. Auto-felicitándose por haber canalizado electoralmente el “estallido” los liderazgos políticos irresponsablemente presidencializaron y polarizaron el debate de estos meses, infantilizando en muchos momentos a la ciudadanía. Parte importante del empresariado también se compró la tesis de la polarización y se atrincheró, amenazando y metiendo miedo a “la gallada” y a su propio sector desde sus residencias en las tres comunas.
En un contexto de alta politización (que no es lo mismo que afiliación partidaria o ideológica), la rabia y la esperanza alcanzaron para movilizar a poco más del 50% del electorado. Y eso resultó suficiente para propinar una paliza cuya transversalidad debiera remecer la burbuja: es un grito anti-establishment, más que un triunfo de un sector político por sobre otro. Quien hoy se sienta ganador en el perímetro de las tres comunas, no está leyendo adecuadamente la realidad. La paliza ni siquiera puede leerse como una derrota de un Presidente que se ha vuelto mucho más irrelevante que inoportuno. Y es mucho decir.
Los partidos son hoy cáscaras vacías, coaliciones laxas de ambiciones y caudillismos individuales. Algunos se dividen en lotes de amigos del colegio o de la “u”. Son muy eficientes para reproducir lealtades personales en un territorio desigual, pero están carentes de proyectos colectivos y visiones programáticas amplias y medianamente coherentes. Mejor no hablar de organizaciones territoriales, más allá de las oficinas distritales de los caudillos locales. Es un signo de los tiempos a nivel global, pero en Chile ha sido un rasgo que se ha ido consolidando desde la transición a la democracia, y que hoy se expresa en una profunda ilegitimidad del sistema, sus actores, sus discursos y sus prácticas. Buena parte parece estar bajo sospecha, sea por algún escándalo de corrupción, por asociación y portación de apellido, o por haber traicionado discursos o a lotes previos. También les pesa hoy ser percibidos como parte de la elite (y de las tres comunas). ¿Cómo estructurar un debate amplio sobre el país, su organización política y su modelo de desarrollo con esa infraestructura partidaria? ¿Cómo evitar tener que elegir de entre un conjunto de personajes que compiten cotidianamente por llamarnos la atención de modos cada vez más inverosímiles y vacíos?
Aunque parezca contra-intuitivo para la cátedra hay que intentar aislar la Convención Constituyente de los partidos y de la competencia por cargos electorales que se nos viene a nivel local, regional, y nacional. Solo así, tal vez, sea posible elevar y complejizar la mirada y el debate, para negociar lo que hace falta. La dificultad radica en que la posibilidad de aislar exitosamente a la constituyente de la política electoral convencional terminará dependiendo de los propios partidos y sus liderazgos. A los de las tres comunas les pena la épica y la legitimidad que generó el plebiscito de ayer. Pero tienen el lobby, los medios, las redes, y el financiamiento electoral a su favor. Ganan por defecto, aunque carezcan de legitimidad. No tienen poder, pero por ahora, se quedan con los cargos.
Si el “estallido” no lo había logrado aún, el resultado de ayer debe hacerles ver que, aunque ganen, ya no es posible gestionar el país desde y con la lógica de las tres comunas. La brecha entre los dos Chile no solo se politizó en las calles, sino también en las urnas. Y aunque aún no encuentren candidatura ni programa, quienes ayer experimentaron por primera vez el poder y la épica de voto, seguirán al menos ejerciendo su poder destituyente. Aunque solo sea como estrategia defensiva, a todos los partidos, y a los de las tres comunas, la elección de ayer debe hacerles preferir abrir espacios, compartir el poder, y sentarse a negociar de igual a igual un modelo de país con representantes de la parte de Chile que desconocen y desdeñan. O al que solo observan, con buenas intenciones, pero a partir de métricas cuyos puntos ciegos son tan estridentes que rompen los ojos.
Una Convención Constituyente en que fundamentalmente primen los patrones de competencia y los discursos de estos últimos meses, en que se repitan las caras y en que argumenten concienzudamente los técnicos y juristas de las tres comunas arriesga frustrar expectativas. Más temprano que tarde, esa frustración terminará jugando en contra. En suma, diseñar un cortafuegos entre la Convención Constituyente y la política cotidiana, equivale a restringir la representación de quienes ayer quedaron en franca minoría encerrados en sus tres comunas, a favor de quiénes hasta ahora, a pesar de ser muchos, solo han podido articularse por la negativa. Implementar rápidamente ese cortafuegos es tan difícil como imprescindible para el proceso que hoy se abre y que indefectiblemente, para ser exitoso, debe ser sin exclusiones.
Fuente: https://www.ciperchile.cl/2020/10/26/el-problema-de-las-tres-comunas-como-evitar-que-las-elites-dominen-la-constituyente/
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