Entrevista a Ramy Essam, músico y activista egipcio.
“Nuestro error fue dejar las calles cuando echamos a Mubarak”.
por Steven Forti (*) /ctxt.
Uno de los grandes errores de la revolución fue que no continuamos: teníamos el poder, pero dejamos las calles. Fue la cosa más estúpida que podíamos hacer. Cuando abandoné el escenario, recuerdo que mi hermano Shady y dos activistas, Salma Said y Alaa Abd El Fattah, que ahora lleva en la cárcel cinco años, no lo estaban celebrando. Nunca olvidaré que en medio de millares de personas gritando y abrazándose, Alaa estaba llorando. “Estaremos jodidos si nos marchamos”, me dijo. Muy pocas personas lo entendieron esos días. Al día siguiente, mucha gente volvió a la plaza para limpiar y mostrar que la nuestra era una revolución civilizada. Y luego se marcharon a casa.
Hace diez años empezaban las primaveras árabes. El 17 de diciembre de 2010 el vendedor ambulante tunecino Mohammed Bouazizi se quemó a lo bonzo como forma de protesta. Después de Túnez, vino Egipto. En plaza Tahrir la canción que más se cantó esos días fue Irhal, es decir Vete, dedicada a Mubarak. El autor era un joven de 23 años, Ramy Essam, que la tocó junto a miles de personas desde el improvisado escenario de la plaza de El Cairo. Ramy fue la voz de la revolución, el cantor de la libertad de un pueblo. En los años siguientes sus canciones de protesta no pararon: antes contra la junta militar que sustituyó a Mubarak, luego contra el gobierno de los Hermanos Musulmanes.
Con Al-Sisi tuvo que abandonar su país: ahora lleva más de seis años como exiliado entre Finlandia y Suecia. En sus canciones condena la represión y critica al régimen, que lo ha convertido en uno de sus principales enemigos. En Egipto es censurado y si vuelve le espera la cárcel. Tras la publicación en febrero de 2018 de Balaha, una durísima crítica al régimen egipcio, el poeta Galal El Behairy, autor de la letra, fue detenido y condenado a tres años de cárcel por haber escrito un libro de poemas, The Finest Women On Earth. El diseñador web Mustafa Gamal, que había trabajado con Ramy en 2015, fue encarcelado también: lleva más de dos años entre rejas a la espera de juicio. El joven director del videoclip, Shady Habash, de apenas 24 años, murió por negligencia médica el pasado primero de mayo en la cárcel de Tora, en El Cairo, tras más de 800 días de encarcelamiento. La última carta que Shady escribió desde la cárcel, Prison Doesn’t Kill / The Last Letter of Shady Habash, se ha convertido en una canción interpretada por el mismo Ramy Essam.
En Egipto hay más de 60.000 personas encarceladas, muchos de ellos son presos de conciencia, como Galal, Mustafa o Patrick Zaki, estudiante de máster en la universidad de Bolonia, detenido hace diez meses y acusado de terrorismo solo por criticar al régimen.
Ramy Essam ha sido recientemente galardonado en Italia por el Club Tenco de Sanremo –asociación que promueve y difunde la canción de autor– con el premio Grup Yorum, dedicado a los cantautores que luchan por la libertad en regímenes dictatoriales. El premio quiere homenajear a la histórica banda turca: tres miembros del Grup Yorum murieron esta primavera tras larguísimas huelgas de hambre como última protesta posible contra su encarcelamiento, censura y represión por parte del régimen de Erdogan. Encontramos a Ramy Essam en Roma y hablamos con él de su vida, de lo que significó la revolución de 2011 y de la represión del régimen de Al-Sisi.
Han pasado diez años de las primaveras árabes. ¿Qué te llevas de esos días?
Cuando estalló la revolución, tenía 23 años. Me había mudado hace poco a El Cairo y empezaba a hacer mis primeros conciertos. De golpe empezaron las protestas: desde que me sumé al movimiento con mi guitarra, escribía cada día canciones sobre lo que estaba pasando. Nacían directamente de las personas, de lo que estábamos viviendo. Nos sentíamos todos tan empoderados. Fue algo increíble. Recuerdo el 1 de febrero de 2011 cuando subí al escenario para cantar Irhal: nadie me conocía, tampoco era un concierto y el equipo de sonido era probablemente uno de los peores del mundo. ¡Pero fue tan potente! La imagen que vi ese día desde el escenario es la que me llevo dentro: gente de todo tipo, procedente de todos los barrios, de clases sociales diferentes, todos luchando juntos. Sus ojos llenos de sonrisas y esperanza. Muchos se quitaban los zapatos y los lanzaban al aire como un mensaje a Mubarak para que se fuera. He sido muy afortunado de vivir todo aquello.
Cuando Mubarak se marchó, estabas cantando en Plaza Tahrir…
Estaba justo en el escenario cantando Irhal, “fuck you, Mubarak!”, “fuck the sistem!”, cuando llegó la noticia de su dimisión. Todo el mundo estaba loco, cantando, saltando, abrazándose. Pensé que Irhal ya era historia, no tenía sentido cantarla más: Mubarak se había ido. Quería transformarla para que fuese actual. Así, ese mismo día escribí El-Gash Wel Omar, que significa El burro y la mula. Pero la gente me pedía Irhal y obviamente la canté. Nos pareció increíble: era la victoria de la revolución.
Nos enfrentamos de golpe a la realidad. Uno de los grandes errores de la revolución fue que no continuamos: teníamos el poder, pero dejamos las calles. Fue la cosa más estúpida que podíamos hacer. Cuando abandoné el escenario, recuerdo que mi hermano Shady y dos activistas, Salma Said y Alaa Abd El Fattah, que ahora lleva en la cárcel cinco años, no lo estaban celebrando. Nunca olvidaré que en medio de millares de personas gritando y abrazándose, Alaa estaba llorando. “Estaremos jodidos si nos marchamos”, me dijo. Muy pocas personas lo entendieron esos días. Al día siguiente, mucha gente volvió a la plaza para limpiar y mostrar que la nuestra era una revolución civilizada. Y luego se marcharon a casa. Tras la euforia, me encaré a la realidad y entendí que debíamos continuar. Dos semanas más tarde, empezó la segunda acampada, pero vinieron apenas unas 5.000 personas: ocupábamos solo la parte central de la plaza, no podíamos cortar el tráfico. Estuvimos ahí dos semanas: en esos dos años pasé la mayoría de las noches acampado en las calles, entre una protesta y otra. Esta segunda acampada acabó el 9 de marzo: detuvieron a unas 200 personas y pegaron a todo el mundo.
¿Te detuvieron también?
Sí, pero no me llevaron a la cárcel. Me retuvieron durante ocho horas. Me torturaron desde el primer hasta el último minuto. Hicieron lo que quisieron conmigo. Las torturas fueron muy extremas: me insultaron, amenazaron, saltaron encima de mi cabeza, me pegaron con palos de madera y látigos, me electrocutaron en todos sitios, incluidos los genitales… Fue muy duro. Pero me hizo entender muchas cosas. Ese momento marcó mi vida. Hay dos escenarios cuando te torturan: o estás jodido durante toda tu vida o de alguna manera tu cerebro construye los mecanismos para ayudarte y consigues sobrevivir y ser más fuerte que antes. He sido afortunado. Pero yo soy solo uno entre muchos: miles de personas fueron torturadas antes, en aquel entonces y ahora. Estuve diez días en la cama sin poder moverme. Unos días después, a finales de marzo, fui otra vez a la nueva acampada que se convocó. Y, desde ese día, ha sido una montaña rusa, con buenos y malos momentos.
Seguiste cantando contra la junta militar y el gobierno de los Hermanos Musulmanes. Luego llegó Al-Sisi. ¿Fue entonces cuando decidiste irte de Egipto?
Yo no quería irme. Pero los militares me amenazaban continuamente: me llamaban, me escribían en las redes sociales… Intenté ir a Túnez dos veces y a Inglaterra una vez, pero me bloquearon en el aeropuerto aunque tenía billete, permiso para viajar y las invitaciones a unos conciertos donde tenía que tocar. Entonces, aún no quería abandonar el país: solo quería ir a tocar y volver. “No vas a ninguna parte”, me dijeron en plan paternalista. “Te quedas aquí con nosotros”. En mayo de 2014 me detuvieron otra vez. Algunos locutores de radio fueron despedidos por pinchar mis canciones. La gente dejó de llamarme, incluidos amigos que organizaban festivales. Todos tenían miedo. Estaba a punto de cumplir los 28 años, edad en la que en Egipto tienes que hacer la mili. Mi plan fue entonces irme y volver una vez cumplidos los 30 años, cuando ya no te pueden obligar a hacer la mili. Si hubiese acabado en el ejército, no sé si habría salido vivo. Por eso entendí que debía largarme y necesité ayuda, pero no puedo contar nada más. En agosto de 2014 conseguí salir de Egipto.
¿Quién te ayudó cuando llegaste a Escandinavia?
La persona que estaba detrás de mi plan de salvamento fue Ole Reitov, que fundó en 1999 Freemuse [la primera organización internacional que aborda la censura musical y defiende la libertad artística en todo el mundo]. Ole vino a Egipto pocos días después de mi segunda detención y estaba muy preocupado por mi situación. Ha sido la única verdadera conexión fuera de Egipto. En Suecia existe un proyecto que se llama ICORN (International Cities of Refuge Network): la ciudad de Malmö, que acogió en el pasado muchos a escritores y periodistas, quiso por aquel entonces abrir sus puertas también a los artistas y se involucró en mi caso. Me ayudaron mucho. Al mismo tiempo, recibí una invitación desde una organización finlandesa, Artist at Risk, y que me consiguió una residencia en Helsinki durante cinco semanas hasta que empezara el proyecto de acogida en Malmö. Me pusieron en contacto con artistas locales y con promotores, pero, aún así, no fue fácil. Poco a poco, lejos de tu casa, vas desapareciendo: solo pocas personas siguieron realmente en contacto conmigo. Además, a la vez que iba a publicar canciones críticas con el régimen, la gente en Egipto cortó relaciones conmigo para no tener problemas.
Galal El Behairy ha escrito la letra de muchas de tus canciones. Galal ahora lleva encarcelado más de mil días.
Nos conocimos en la revolución y nos hicimos grandes amigos. Escribimos muchas canciones juntos, como Segn Bel Alwan (Prisión en color), que denuncia las condiciones de las mujeres en prisión o Balaha, que le costó la cárcel. Galal es un gran poeta. No es posible explicar lo terrible que puede ser llevar tanto tiempo encarcelado en prisiones como las egipcias. Si hay una cosa esperanzadora sobre Galal es que continúa escribiendo. Si intentaron silenciarlo encerrándolo en una prisión, es muy importante que siga escribiendo. De hecho, mi última canción, El Amis El Karoo (La camisa de franela), la escribió él: la publiqué el milésimo día de su encarcelamiento.
¿Tú música se puede escuchar en Egipto?
En las radios es imposible: si pones una canción de Ramy Essam, estás jodido. Pero mi música se mueve a través de las redes sociales: Soundcloud, Spotify y Anghami, una plataforma similar para Oriente Medio. El problema es que la gente la puede escuchar, pero le da miedo compartirla. Después de Balaha he reflexionado mucho: en este álbum no hay canciones tan radicales como las que hacía antes. Todas son canciones políticas, pero ninguna es provocadora. Lo que quieren es justamente asustar a la gente para que no entren en contacto de ninguna manera con un artista y compartan su música. Mi esperanza es que con este disco consiga revertir esta situación.
¿Sufres censura también en otros países?
Si pones mi música en Kuwait, Bahrein, Emiratos Árabes o Arabia Saudí tienes problemas graves. Son gobiernos aliados con el de Al-Sisi. Tras el caso de Balaha, mi abogado me desaconsejó visitar estos países.
¿Quieres volver a Egipto?
Absolutamente.
¿No es demasiado arriesgado?
Antes de que cancelaran mi pasaporte, quería volver. Tenía claro que si hubiese vuelto me habrían detenido, pero esperaba no ser torturado demasiado duramente y no ser encarcelado por mucho tiempo. Lo que pasa es que el régimen egipcio es totalmente impredecible: no hay unas reglas claras a las cuales atenerse para saber lo que te puede pasar. Cuando haces lo que yo hago, si piensas que no te va a pasar nada, eres ingenuo. Después de todo lo que he vivido, soy muy consciente de cuáles son los riesgos. Lo he elegido y sigo aquí: si vuelve a pasar, pasará. No lo quiero obviamente, pero es parte del juego.
¿No tienes miedo?
Durante la revolución he visto a mucha gente perder el miedo. Yo también lo perdí. Hasta hace un par de años tenía la esperanza de que quizás no me detuvieran. Ahora es distinto: hay una orden de arresto oficial por parte del gobierno. Seré detenido seguramente y habrá un juicio. Quiero volver a casa para ver a mi familia y mi gente y para poder hacer algo, pero ahora solo compraría un billete para la cárcel. No creo que sea una idea inteligente. Para que vuelva, debe haber algún cambio. De momento, seguiré haciendo lo que estoy haciendo desde la distancia.
¿Se mueve algo en Egipto ahora?
Es muy difícil. Todo lo que escucho es duro, oscuro y decepcionante. No hay mucha esperanza. Lo percibes. El régimen ha conseguido acallar a todo el mundo. Pero la historia es una rueda: cuando reprimes tanto, estalla una nueva revolución. ¿Cuándo? Nadie lo puede saber. No creo que ahora haya una parte activa del movimiento que tenga el poder o la influencia para movilizar nuevamente a la gente. Sin embargo, tarde o temprano la gente se rebelerá ante esta dura opresión.
¿Dónde están ahora todas las personas que estaban contigo en plaza Tahrir?
Algunos han sido asesinados, otros están en la cárcel y otros se han marchado de Egipto. Muchos. Es lo que suele pasar en todas las revoluciones cuando hay un giro autoritario. Hay muchos otros que siguen en Egipto: algunos están activos en organizaciones pro defensa de los derechos humanos, otros están más callados porque es muy peligroso o porque han perdido la esperanza. Se han sacrificado mucho, necesitan tiempo ahora para recuperarse y una nueva generación tiene que sustituirlos. No puedes pedirle a las mismas personas que sigan luchando toda su vida. Cuando era más joven, esto no lo entendía. Cada uno debe aportar lo que puede, dedicarle el tiempo que pueda a la lucha: luego seguirá su camino. Habrá un momento en que, por ejemplo, pueda y quiera acampar durante seis meses, luego hará otras cosas. Yo he decidido luchar toda mi vida, pero ese es mi problema. De todas formas, estoy completamente seguro de que hay centenares y centenares de personas que vivieron ese sueño conmigo y que no quieren dejarlo. Nadie pensaba que en enero de 2011 se iniciaría una revolución que acabara con Mubarak. Y ocurrió. ¿Por qué no puede pasar otra vez ahora o dentro de diez años? Será la continuación de la revolución de 2011.
¿Qué podemos hacer nosotros desde Europa?
No sabes lo importante que puede ser para quien está detenido en las cárceles que circulen informaciones al respecto, que se sepa lo que está pasando. Hablar de ellos puede marcar la diferencia. Si son artistas, puedes escuchar y compartir su música para que su voz siga viva. Si son poetas, puedes leer y compartir sus poemas. Si sabes que tu gobierno está vendiendo armas a una dictadura, como en el caso de Egipto o Turquía, puedes salir a la calle para presionar a tu gobierno. Es muy importante. Hace diez años todo el mundo hablaba de nuestra revolución, pero, ¿sabes qué?, en realidad no necesitábamos a nadie porque éramos muy fuertes. Cuando, en cambio, necesitábamos a otra gente, nadie hablaba de nosotros. Cuando nos estaban deteniendo, pegando, matando y reprimiendo no le interesaba a nadie. Los medios funcionan así: le interesa solo lo que es trending topic. Y esto pasa siempre, no solo en el caso de Egipto.
10/12/2020
(*) Steven Forti: Profesor asociado en Historia Contemporánea en la Universitat Autònoma de Barcelona e investigador del Instituto de Historia Contemporánea de la Universidade Nova de Lisboa.
Fuente: https://ctxt.es/es/20201201/Politica/34391/ramy-essam-primavera-arabe-egipto-mubarak-al-sisi-represion-steven-forti.htm
Traducción de la Canción Vete (Irhal).
Todos estamos unidos como uno.
Y lo que pedimos
Es solo una cosa: ¡SALGA! ¡SAL! (x3)
¡Abajo, abajo Husni Mubarak! (x4)
El pueblo demanda: ¡Derribe al régimen! (x4)
Él se va. ¡No estamos yendo a ningún lado! (x4)
Todos estamos unidos como uno
Y lo que pedimos
Es solo una cosa: ¡SALGA! ¡SAL! ¡SALGA! (X4)
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Editor CT: traducción libre del inglés.
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Dejar las calles es siempre un error, en Egipto y en cualquier lugar del planeta.
La continuidad, desarrollo y soberanía de la revolución consiste precisamente en eso, en no abandonar NUNCA las calles.