Apuntes para explicar un naufragio.
Una figura póstuma. No son pocos los analistas políticos que lo definen en esos términos. Algunos incluso ya lo tildan de ex presidente y aseguran que su gobierno, en rigor, terminó el 18 de octubre de 2019.
Jorge “Pirincho” Navarrete, convocado por El Desconcierto para analizar este último año del Presidente Sebastián Piñera, comparte el diagnóstico, aunque prefiere utilizar una analogía menos escatológica. Dice que Piñera se encontró en medio del océano y de repente se le apagó el GPS, que cualquier otro habría intentado navegar por instinto, mirando las estrellas, pero que eso a él no le funciona.
“Piñera no solo no entiende los códigos de la política, sino que los desprecia profundamente. Siempre cree que sabe más que el otro. Por eso cae una y otra vez, porque no escucha a nadie”, dice el abogado y columnista.
Aunque cada uno lo interpreta a su manera, el resultado siempre es semejante. Marco Moreno, magíster en Ciencia Política e investigador asociado de FLACSO, asegura que al perder el norte, al comienzo del estallido social, Piñera se quedó sin proyecto político. De ahí en más, dice, todo es improvisación. “Al perder el rumbo, reacciona sin claridad estratégica. Lo que tenemos, entonces, son divagaciones, respuesta reactivas, sin mucha claridad sobre lo que hace y hacia dónde se dirige”, asegura.
Con la brújula extraviada, Piñera termina por sucumbir ante una agenda que no es la suya y que la instala el movimiento social. Los analistas coinciden en que pierde el rumbo. “Si pudiera expresarlo con un solo adjetivo -dice Julieta Suárez, doctora en Ciencia Política de la Universidad de Northwestern- es que la figura presidencial comienza a desdibujarse”.
Elite versus ciudadanos
Piñera comenzó 2020 con un liderazgo muy debilitado, marcando apenas 6% de aprobación en la encuesta CEP de enero de este año, la estadística más baja desde el retorno de la democracia hasta esa fecha. No sólo eso: el rechazo al gobierno alcanzó 82%; al Congreso, 80%; y a la oposición, 72%.
La excepción a la regla fue la del respaldo mayoritario de 67% a la nueva Constitución en la encuesta, proyecto que emerge a partir del Acuerdo por la Paz Social y la Nueva Constitución, tras las primeras grandes manifestaciones de octubre y noviembre. Se trata de un intento por revisar la institucionalidad vigente, a partir de un plebiscito para definir una nueva Carta Magna. Este episodio algunos analistas lo interpretaron como un salvavidas arrojado directo al cuello del mandatario. “Fue la respuesta de la clase política para salvar al Presidente que se estaba desplomando, y que tenía miedo que arrastrara al Congreso, entonces se acordó este mecanismo”, comentó en una entrevista el ex candidato presidencial Alejandro Guillier.
“Si estamos con un gobierno que tiene esa aprobación, en uno de los momentos más difíciles de nuestra historia republicana, creo que sería injusto atribuirle a él (Piñera) la responsabilidad de todo lo que ocurrió, pero el hecho de haber contribuido para que esto se agravara, va a ser sin duda parte de su legado”, asegura Navarrete.
La crisis social terminó por desnudar las debilidades del personaje. A diferencia del periodo presidencial anterior, cuando sorteó de manera eficiente dos episodios funestos, la reconstrucción post terremoto y el rescate de los mineros de Atacama, hoy Piñera luce mucho más errático. “Alguien que dice que estamos en guerra, después pide perdón, luego cita al Consejo de Seguridad Nacional. Es la demostración patente de que no entendía absolutamente nada”, agrega el analista político.
Es un extravío que llevó a dilatar la entrega de fondos sociales, liberados a cuentagotas, primero, y luego entrando en disputa con el proyecto de retiro de fondos de las AFP y también con los escaños reservados.
A diferencia de otros mandatarios que utilizaron la pandemia para reflotar su liderazgo, como Emmanuel Macron e incluso Jair Bolsonaro, Piñera fue incapaz de capitalizar el momento. Al contrario, fue particularmente inoportuno y provocador. Episodios hay de sobra: cuando fue a comer pizza con su familia en un restorán de Vitacura, cuando se tomó una fotografía en el monumento a Baquedano, cuando en el funeral de su tío Bernardino solicitó que le abrieran el ataúd, cuando salió en plena cuarentena a comprar a una vinoteca y cuando se tomó una selfie sin mascarilla en Cachagua. “Si ya la institucionalidad estaba en crisis, Piñera termina devaluándola a niveles prácticamente inexistentes. Son un conjunto de actuaciones donde el único recuerdo que nos deja, son puras salidas de madre”, explica Navarrete.
Quizá la más emblemática de todas fue plantear reiteradamente que el país se encontraba a merced de un “enemigo poderoso e implacable”, instalando la vieja retórica del enemigo interno.
“La dialéctica amigo-enemigo en la política -dice Navarrete- siempre tiene que encontrar un adversario. Lo que pasa es que Piñera lo elige muy mal”, explica. “En vez de elegir un anhelo de justicia, la sensación de desamparo, de abuso, poniéndose del lado del estallido social, termina con una mirada absurda, sugiriendo que esto es fruto de una conspiración venezolana-cubana. Si ese era el diagnóstico del 18 de octubre, la verdad es que no había mucho por dónde avanzar”, agrega.
Julieta Suárez tiene una visión similar. Dice que cuando Piñera quiso asumir un liderazgo más “duro” al comienzo del estallido, no le resultó. “Tampoco parecía muy cómodo. Ahí es donde yo digo que se ve desdibujado. No sé si son falencias de su personalidad o que simplemente no era lo que necesitaba el país en este contexto de crisis, cuando la ciudadanía en las calles empezó a imponer su propia agenda al gobierno”, dice Suárez.
Para Clarisa Hardy, presidenta del Instituto Igualdad, es precisamente este último punto el que marca la gestión de Piñera: “Se instaló algo que no sólo no estaba en su gobierno, sino que se encontraba en las antípodas de lo que fue su programa. Su proyecto era bajar los impuestos, flexibilizar el empleo y aumentar la inversión. Precisamente, esa lógica es la que se cae con el estallido y se hace evidente en la pandemia. Ambas, en el fondo, lo confrontan con los límites de su propio proyecto. Y ahí termina actuando reactivamente, sin un proyecto que acompañe el fenómeno”.
El filósofo y columnista Carlos Peña, a propósito de esto mismo, le enrostró dos grandes debilidades al gobernante: que es un mal político y que no supo estar a la altura de los acontecimientos. Navarrete es un poco más indulgente. Asegura que el problema no es Piñera, sino nuestras elites. “El eje en disputa hoy no es izquierda-derecha, liberales-conservadores, gobernantes-gobernados, sino de las elites versus ciudadanos. Esa elite política, económica y social que no quiso ver lo que venía. Porque más allá de las demandas sociales, el estallido tiene que ver con una profunda demanda de legitimidad del orden político establecido”.
Para Julieta Suárez, de la Red de Politólogas, no existe mejor representación para explicar esto que el concepto de burbuja, esa concentración en barrios exclusivos donde viven las elites gobernantes y que se presentó tan nítidamente en el plebiscito con las comunas del rechazo en Santiago. Una mezcla de alienación, pero también de desconocimiento. “Eso es no entender lo que es la vida cotidiana y termina por echarle más bencina al fuego, porque muestra la convivencia en Chile de dos realidades paralelas”, sostiene.
Si hay algo que le llama la atención a esta politóloga en este proceso es, a su juicio, la derrota de la tecnocracia, los economistas e ingenieros comerciales. Dice que para explicarlo debe remontarse a la chispa que encendió el estallido: el aumento de 30 pesos en el pasaje del transporte público. “¿Cómo nadie vio que el cambio de algoritmo impactaba en las familias de clases populares?, se pregunta. “Es la idea de que la tecnocracia soluciona todo, cuando más bien lo que hace es generar más distancia entre las necesidades, las demandas y los anhelos de la ciudadanía. Tener los libros contables en orden es una visión muy tecnocrática de la política, y creo que eso es lo que entra en crisis en octubre. La solución va a ser más participación, más representación, más ciudadanía metida en política”, asegura.
“Lo que hemos visto hasta ahora es que el gobierno se quedó sin un proyecto político después del 18 de octubre y eso explica buena parte de la dificultad que ha tenido para gobernar. Lo que haga o no Piñera, entonces, es poco relevante. El gobierno perdió hace rato su rumbo”, complementa Marco Moreno.
Para Eduardo Vergara, director Ejecutivo de Chile XXI, Piñera pasará a la historia como el peor Presidente de Chile luego del retorno de la democracia. “Su promesa respecto a que a los delincuentes se les acabaría la fiesta fue un completo fracaso”, dice.
Vergara parece tener razón. Las cifras del Ministerio Público señalan un aumento de 80% en los homicidios en relación a 2019 y en el 70% de los casos se trataría de un ajuste de cuentas.
“El Presidente Piñera será recordado por ser quien empujó a Carabineros de Chile al borde de precipicio, pasará también a la historia como quien encabezó el periodo donde más se violaron los derechos humanos después de la dictadura”, agrega Vergara.
Si hay algo que asegura Jorge Navarrete -matices más, matices menos- es que Piñera no va a cambiar nunca, que es como el viejo cuento del escorpión, que esa es su naturaleza y lo importante ya no es él, sino lo que viene por delante.
“Es algo profundo y tiene que ver con algunos códigos de la política que se van a acabar, como la idea del presidencialismo extremo, de una política demasiado vertical. Creo que eso va a ser reemplazado por una cuestión mas deliberativa, transversal y equilibrada. Quizá la mejor enseñanza que nos deja Piñera es que el excesivo poder en la presidencia de la República, puede terminar exacerbando un conjunto de efectos que es mejor fragmentar o repartir, de manera tal que las características de estos personajes, sean menos decisivas en la resolución de las políticas públicas y, particularmente, en la incidencia del debate político”, concluye Navarrete.
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