John le Carré (1931–2020): espía y autor de novelas de espionaje.
Nacido en 1931, David John Moore Cornwell (adoptó el nombre John le Carré como autor a principios de los años sesenta) era hijo de Ronnie Cornwell, un estafador con aires de clase alta que estaba permanentemente endeudado debido a sus negocios criminales. En general, David Cornwell tuvo una infancia miserable. El niño apenas podía admitir ante sus compañeros de clase alta que su padre era un criminal convicto. A una edad temprana, ya se sentía un intruso en las filas de la élite privilegiada del Reino Unido, con la «necesidad de forjarme una identidad», como escribe en Volar en círculos: historias de mi vida (2016).
En una de sus mejores novelas, Un espía perfecto, le Carré creó un retrato de su padre, o un personaje parecido a él, con el estafador Rick Pym. El engaño, la doble vida, la traición y el conflicto entre las relaciones políticas, sociales y personales, a pequeña y gran escala, están en el corazón de prácticamente todas las novelas de le Carré.
Descontento con el internado al que lo había enviado su padre errante, David Cornwell huyó a Europa a los 16 años y, según sus propias palabras, logró ganarse una plaza en la Universidad de Berna, Suiza, donde estudió lenguas extranjeras. Sus años en Suiza, Austria y Alemania fueron formativos para su desarrollo.
Basándose en sus experiencias en Alemania y el estudio de su historia, le Carré escribió que no se sorprendió cuando una nueva generación de alemanes reaccionó con fuerza contra sus antepasados. Rechazó los métodos de la organización terrorista Baader-Meinhof, pero compartió algunos de sus argumentos. Al igual que «grandes sectores de la clase media alemana» en los años sesenta y setenta, «a mí también me repugna la presencia de antiguos nazis de alto rango en la política, la judicatura, la policía, la industria, la banca y las iglesias» ( Volar en círculos ).
En 1949, a los 19 años, Cornwell fue identificado por la inteligencia británica como un recluta potencial y empezó a trabajar como interrogador en alemán de individuos que querían irse de los países estalinistas hacia Occidente. Sus habilidades lingüísticas y su pasado inestable lo convirtieron en un recluta ideal para los servicios secretos. Regresó a Inglaterra en 1952 para estudiar en Oxford y luego dio clases en el Colegio de Eton. Durante esta época siguió trabajando de manera encubierta para el servicio de inteligencia doméstico británico, MI5, espiando a grupos de izquierda.
Cornwell estaba descontento con la hipocresía de la dirección del MI5 y la rutina de su trabajo. Comenta: «Espiar a un decadente Partido Comunista británico de apenas veinticinco mil quinientos afiliados, que se mantenía en pie gracias a los informantes del MI5, no satisfacía mis aspiraciones». Este comentario, empero, está lejos de ser un repudio a su trabajo sucio como espía. Sus superiores no tenían motivos para temer a los estalinistas británicos, pero la élite gobernante siempre presta atención a la posibilidad de una revolución social, incluso en períodos relativamente estables. A pesar de su indudable agudeza, Cornwell-le Carré nunca comprendió totalmente el significado de su trabajo de inteligencia.
En 1960 Cornwell fue transferido al MI6, el servicio de inteligencia exterior del Reino Unido, y fue enviado a Alemania para trabajar en la embajada británica en Bonn.
Mientras estaba en servicio, le Carré escribió sus dos primeras novelas de espías, Llamada para el muerto (1961) y Asesinato de calidad (1962), en las que presentó a uno de sus personajes más notables, George Smiley, un agente del servicio secreto con gafas, calvo, con algo de sobrepeso y perseverante.
Smiley es de la «vieja escuela». En el lenguaje de «El Circo» (apodo de le Carré para las oficinas centrales del MI6, el servicio de inteligencia exterior británico, en Londres), Smiley es un «búho». Con una formación clásica en las principales instituciones de élite del Reino Unido, Smiley aprende su «oficio» dirigiendo a agentes durante la Segunda Guerra Mundial. A principios de los años sesenta su trabajo consiste en analizar la información obtenida por los agentes de campo que trabajan de manera encubierta. Smiley, que tiene conciencia, a diferencia de muchos de sus colegas, juega un papel principal en cinco de las novelas de le Carré, que arrojan mucha luz sobre los planes secretos de las agencias de inteligencia británicas.
La propia carrera de Le Carré en el MI6 llegó a su fin cuando descubrió su nombre en una lista de agentes entregada a la Unión Soviética por su agente doble más valioso durante la posguerra, Kim Philby. Philby, de clase alta, era miembro de los Apóstoles, un pequeño grupo de estudiantes de élite de la Universidad de Cambridge que en los años treinta y ante la amenaza del fascismo juraron lealtad a la Unión Soviética y lo que erróneamente pensaron que era socialismo.
El novelista retomó el tema de la traición en una de sus novelas más famosas, El topo (1974), en donde los esfuerzos incansables de Smiley desenmascaran a un alter ego apenas velado de Philby como un agente infiltrado en el servicio secreto. Smiley fue interpretado maravillosamente por Alec Guinness en la aceptable adaptación televisiva de ese libro hecha por la BBC.
Smiley desempeña un papel menor en la tercera novela de le Carré, El espía que surgió del frío (1963), que también está ambientada en Alemania en su mayor parte. En esta novela, le Carré describió a los servicios secretos de las potencias occidentales y de los estalinistas como agencias inescrupulosas, amorales y dispuestas a sacrificar a sus propios agentes (dos comunistas idealistas, no casualmente judíos) en interés de su conveniencia política. El libro se convirtió en el primer éxito de ventas de le Carré, lo que le permitió vivir de sus ingresos como escritor.
Más tarde, el director estadounidense Martin Ritt la convirtió en una película apasionante. Ritt había sido incluido en las listas negras en 1952, durante la caza de brujas de McCarthy, y le Carré escribió que Ritt «no me ocultó el hecho (…) de que consideraba mi novela una especie de punto de inflexión entre sus convicciones anteriores y su presente estado de impotente disgusto hacia el macartismo, la cobardía de muchos de sus colegas y camaradas en el banco de los testigos, el fracaso del comunismo y la enfermiza inutilidad de la Guerra Fría». En la película basada en esta novela, Richard Burton hizo una actuación notablemente sobria en el papel del personaje central.
Mientras revisaba las pruebas corregidas de El topo en 1974, le Carré notó un pequeño error demasiado tarde para corregirlo antes de la impresión del libro y llegó a la conclusión de que «la madurez me había vuelto gordo y perezoso, y de que seguía viviendo de unas reservas de experiencia pasada que se me estaban agotando. Había llegado el momento de explorar mundos que me resultaban poco familiares. Me sonaba en los oídos una frase de Graham Greene, algo así como que si quieres hablar del dolor humano, tienes el deber de compartirlo».
Le Carré se echó la mochila a la espalda y, «teniéndome por una especie de vagabundo en la tradición del romanticismo alemán, salí en busca de nuevas experiencias. Primero fui a Camboya y Vietnam; después, a Israel y Palestina, y a continuación a Rusia, América Central, Kenia y el este del Congo».
El deambular de le Carré durante los siguientes cuarenta años incluyó viajes a zonas de guerra, una cena con el jefe de un clan de la mafia rusa y reuniones con figuras tan diversas como el líder palestino Yasser Arafat, August Hanning, jefe del servicio de inteligencia alemán (BND), el «cazador de nazis» Simon Wiesenthal y la primera ministra británica Margaret Thatcher.
La crueldad de la agencia de inteligencia israelí en su represión de los palestinos es el tema principal de La chica del tambor (1983) , una novela que también fue llevada a la gran pantalla y con la cual hace poco se hizo una muy buena miniserie.
La falta de escrúpulos de las compañías farmacéuticas occidentales (le Carré supuestamente tenía en mente a Pfizer), dispuestas a probar sus medicinas mortales en víctimas inocentes en África, ocupa un lugar central en El jardinero fiel (2001), tanto en la novela como en su versión cinematográfica.
Las provocaciones de Estados Unidos y el Reino Unido para empezar una guerra contra Irak y sus esfuerzos por intimidar a todos los opositores son fundamentales en la trama de Amigos absolutos (2003).
En la reseña sobre la adaptación cinematográfica de El sastre de Panamá, escribimos: «Smiley y los suyos tenían los días contados con la elección como primera ministra de la hija del tendero de Grantham, Margaret Thatcher. Fue sucedida por John Major (cuyo padre trabajó en un circo durante un tiempo) y luego por Tony Blair. El último clavo en el ataúd de Smiley y la vieja escuela llegó con el colapso del estalinista bloque del Este y el fin de la Guerra Fría».
A le Carré no le gustaba Thatcher y su ataque al contrato social británico. En Volar en círculos, le Carré cuenta que recibió invitaciones de la oficina del primer ministro para cenar con Thatcher; rechazó las primeras dos y aceptó la tercera.
En el almuerzo en cuestión, Thatcher se dirigió hacia su invitado literario y le preguntó si tenía algo que decirle. El escritor aprovechó la oportunidad para defender la causa de los palestinos apátridas y oprimidos por Israel. «No me cuentes historias tristes», replicó Thatcher, enojada. El almuerzo terminó con una nota amarga y no se enviaron más invitaciones.
Le Carré rechazó un honor de la reina, pero aceptó agradecido el premio Olof Palme en 2019, un año antes de su muerte. Aprovechó su discurso en la ceremonia anual en honor al primer ministro sueco asesinado para castigar al liderazgo del Partido Conservador y a los partidarios del Brexit, declarando que «Las ratas se han apoderado del barco». También le dedicó comentarios venenosos a la prensa británica, a la que describió como «máquinas de mentir orwellianas que habrían hecho sonrojarse a Joseph Goebbels».
Durante su carrera, le Carré fue tildado (quizá medio en broma) de «espía comunista» por Denis Healey, exsecretario de Defensa del gobierno del Partido Laborista. Los colegas del servicio secreto lo acusaron en voz alta de traicionar a su país y varios jefes de los servicios de inteligencia británicos se quejaron de que sus novelas habían dificultado la contratación de agentes. Mucho más útil para el servicio secreto fue James Bond, con sus armas, sus artilugios, sus mujeres y una generosa cuenta de gastos.
En realidad, le Carré se describió a sí mismo como un conservador compasivo. Su discurso al recibir el premio Olof Palme confirmó las grandes limitaciones de su perspectiva política. En esa ocasión, le Carré acusó al líder laborista Jeremy Corbyn de «marxismo-leninismo de nivel escolar» y antisemitismo. Ambas afirmaciones son absurdas y reveladoras.
Las debilidades del enfoque de le Carré se revelan en un prólogo que escribió para una nueva edición de El espía que surgió del frío, publicada medio siglo después de la aparición de la novela. En el libro, el novelista cita a «Control» (apodo del jefe del MI6), que declara: «Uno no puede ser menos inexorable que su enemigo sencillamente porque la política de su gobierno sea más benévola que la del gobierno enemigo».
Después le Carré hace el siguiente comentario: «Hoy se puede escuchar al mismo hombre, con mejores dientes y cabello y un traje mucho más elegante, explicar la guerra ilegal y catastrófica en Irak o justificar las técnicas medievales de tortura como la mejor forma de interrogatorio en el siglo XXI, o defender el derecho inalienable de los psicópatas ocultos a portar armas semiautomáticas y el uso de aviones no tripulados como método sin riesgos para asesinar a los presuntos enemigos y a cualquiera que tenga la mala suerte de estar cerca de ellos». Y concluye: «¿Qué he aprendido en estos cincuenta años? Si me veo obligado a pensar en ello, no mucho. Salvo que la moralidad del mundo secreto no es muy diferente de la nuestra».
Sobre la afirmación final uno debe responder: ¡Hable por usted! La «moral» de la inmensa mayoría de la población mundial no tiene nada en común con la del MI6, el BND y la CIA. La tesis de la «culpa colectiva» de le Carré hace que muchos de sus lectores de clase media compartan su disgusto por los «trajes más elegantes» y los «psicópatas ocultos» y a la vez coincidan con sus conclusiones pesimistas y misantrópicas.
A pesar de sus defectos, tratando de compensar los años de engaño y malicia de su padre y su país, le Carré abordó en sus entretenidos relatos muchos de los males que afectan a la sociedad. En sus veinticinco novelas, le Carré exploró algunos dilemas y conflictos dolorosos de la posguerra, incluido el impacto debilitante, distorsionador y deformador de las mentiras del sistema político.
Esta es seguramente la razón por la que pudo ganar un público internacional tan amplio con su trabajo. Hay pocos autores contemporáneos que puedan jactarse de ese logro.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 20 de diciembre de 2020)
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