La Justicia pidió la detención de Jeanine Áñez y de varios de sus ministros.
Por Resumen Latinoamericano.
La expresidenta de facto de Bolivia Jeanine Áñez informó este viernes, a través de su cuenta en Twitter, que fue emitida una orden de detención en su contra.
La medida también afecta a sus exministros Arturo Murillo, Álvaro Coimbra, Luis Fernando López y Rodrigo Guzmán.
«La persecución política ha comenzado. El MAS (Movimiento al Socialismo, partido gobernante) ha decidido volver a los estilos de la dictadura. Una pena porque Bolivia no necesita dictadores, necesita libertad y soluciones», escribió la exmandataria de facto Twitter.
Las órdenes fueron emitidas en el marco de la causa por el golpe de Estado de 2019, que derrocó al entonces mandatario constitucional Evo Morales, que dio paso al período de facto, entre noviembre de ese año y el mismo mes de 2020.
En el documento, se indica que estas personas son acusadas de «terrorismo, sedición y conspiración» . Y se estableció las órdenes de detención al existir riesgo de fuga de los involucrados, debido a sus altos movimientos migratorios, que «acredita la facilidad que tienen de abandonar el país».
Previo a informar sobre la orden de aprehensión, Áñez insistió en que no hubo golpe de Estado, sino que se trató de una «sucesión constitucional debido a un fraude electoral».
Detenciones en proceso
Coimbra, uno de los acusados, publicó en sus redes sociales que ya fue detenido Guzmán, quien ejerció de ministro de Energías durante el período de facto de Áñez.
Guzmán fue detenido en Trinida, departamento de Beni, en el centro-norte del país, y será trasladado a La Paz, reseñó El Deber.
Núñez, quien fue ministro de la Presidencia durante el período de Áñez, también se pronunció por Twitter y calificó la medida como una «cacería de exministros».
Denuncia y más órdenes
La decisión de la Fiscalía Departamental de La Paz se tomó con base en la denuncia presentada por la exdiputada Lidia Patty, quien acusó al opositor Luis Fernando Camacho, así como a exjefes militares o policiales, por los sucesos que llevaron a la renuncia de Morales, que se constituyó en un golpe de Estado.
Morales presentó su dimisión luego que el entonces jefe de las Fuerzas Armadas, Williams Kaliman, y quien era comandante general de la Policía de Bolivia, Yuri Calderón, se lo solicitaran.
Además de los exfuncionarios del período de facto de Áñez, las órdenes de aprehensión fueron giradas contra el almirante Palmiro Jarjuri, quien era comandante de la Armada; Jorge Gonzalo Terceros, excomandante de la Fuerza Aérea, y el general Gonzalo Mendieta, excomandante del Ejército.
Previo, también habían sido ordenadas las detenciones de otros miembros del Alto Mando, específicamente Kaliman y Flavio Arce, este último ya fue aprehendido.
Arce se desempeñaba como jefe del Estado Mayor del Ejército de Bolivia en noviembre de 2019. La Fiscalía señala que este debió haber detenido a Kaliman, el comandante de las Fuerzas Armadas que pidió públicamente la dimisión de Morales.
Detienen en Bolivia a exmandataria golpista Jeanine Áñez.
Por Cuba Debate.
La expresidenta de facto de Bolivia, Jeanine Áñez, fue detenida tras un fuerte operativo policial y luego trasladada a la Fiscalía de la ciudad de La Paz para la toma de declaración fiscal.
La Fiscalía emitió una orden de aprehensión contra de Áñez por los delitos de terrorismo, sedición y conspiración, investigados en el marco del caso de golpe de Estado efectuado contra el presidente Evo Morales en 2019, reportó la agencia ABI.
El intenso operativo policial ocurrió hace pocas horas en la ciudad de Trinidad, capital del Departamento del Beni, tras lo cual la exmandataria fue escoltada hasta las celdas de la Fuerza Especial de Lucha Contra el Crimen y finalmente rumbo a la Fiscalía.
Anteriormente se efectuó la captura de los extitulares de Justicia y Energía Álvaro Coímbra y Rodrigo Guzmán, respectivamente.
También la Fiscalía emitió una orden de aprehensión contra los exministros del gobierno de facto Arturo Murillo, Yerko Núñez, Álvaro Coímbra, Fernando López y Rodrigo Guzmán, por el golpe de Estado en 2019.
La orden de aprehensión establece el riesgo procesal de fuga debido a que los sindicados cuentan con un flujo migratorio activo, tal cual establece el certificado migratorio, lo que es un ‘extremo que acredita la facilidad que tienen de abandonar el país, lo que hace concurrente este riesgo procesal’.
Fuente: http://www.cubadebate.cu/noticias/2021/03/13/detienen-en-bolivia-a-exmandataria-golpista-jeanine-anez/
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https://www.lostiempos.com/actualidad/opinion/20201231/columna/mentira-del-ano
La mentira del año
Columna
RAFAEL ARCHONDO Q.
Publicado el 31/12/2020
Hoy concluye 2020. Este año quedará registrado en nuestras neuronas y retinas como aquel en el que el Movimiento al Socialismo (MAS) volvió al gobierno por la vía de las urnas. Lo hizo a pesar de Evo Morales, como queda demostrado con solo comparar los dos últimos resultados electorales (2019-2020). Arce Catacora es simplemente más aceptado que el caudillo fundador.
El MAS ha querido aprovechar su inobjetable triunfo de octubre de este año para imponer su relato de que en noviembre de 2019, Evo Morales fue derrocado por un golpe de Estado. Con ello nos quiere cobrar un impuesto intelectual alevoso y estigmatizar, de cara a los libros de texto, a un movimiento ciudadano, rebajándolo a la categoría de operación sediciosa. Les auguro toda la mala suerte del mundo en este intento de falsificación del pasado inmediato.
Volvemos a decirlo cuantas veces haga falta. La teoría política plantea que un golpe de Estado es la suma de dos operaciones sucesivas: infiltración y desplazamiento (Edward Luttwak, 1969). Ambas acciones deben realizarse estrictamente dentro del aparato estatal, y en ello, la plaza pública solo puede ostentar un rol periférico o marginal. No hay pues golpe de Estado si el motor principal de los sucesos es la gente movilizada. ¿Acaso no estudiamos hasta el cansancio la caída de Goni en 2003? Aquel tampoco fue un Golpe.
Infiltración y desplazamiento, sí. Todo Golpe transcurre del mismo modo. Primero, un área estratégica de la estructura oficial es cooptada discretamente y puesta al servicio del complot. Dicho segmento capturado debe contener en sí la fuerza física suficiente para, en el día y la hora acordados, desplazar a los demás elementos que integran el aparato estatal. Desplazar significa adueñarse de lo que queda, es decir, dar el zarpazo desde adentro.
Así, en el recuerdo clásico latinoamericano, el ejército, capturado por los golpistas, desaloja en una noche a todas las demás fracciones del conjunto (el parlamento, el poder judicial, los órganos represivos, la diplomacia, etc.) y las reemplaza por sus leales. Cualquier acción pública que no complete ambas operaciones citadas no es un golpe de Estado.
En noviembre de 2019, en vez de infiltración, hubo abandono o huida del titular en el mando. Aceptando sin conceder, que la fuga de Evo a México haya sido forzada por la sugerencia del Comandante de las Fuerzas Armadas (el candidato a infiltrado), de cualquier manera, jamás se produjo el desplazamiento esperado.
Los “derrocados” retuvieron su control pleno sobre el Congreso y gozaron de todas las capacidades no solo para aceptar la renuncia de Evo Morales, sino para elegir al nuevo Tribunal Supremo Electoral (TSE) y promulgar una serie de leyes en enfrentamiento frontal con la Presidente transitoria.
La afirmación de que en noviembre de 2019 hubo un golpe de Estado en Bolivia no es una hipótesis desaliñada. Es simple y llanamente una mentira fabricada para eludir el hecho de que Evo Morales violó la Constitución Política del Estado al postularse como candidato a un cuarto mandato en contra de la voluntad del pueblo, expresada el 21 de febrero de 2016.
Pero, si la ciencia política no fuera suficiente para respaldar lo acá afirmado, aludamos entonces a una prueba documental muy simple. El 17 de enero de 2020, el Asamblea Legislativa Plurinacional, controlada por el MAS, aprobó la Ley 2170. En ella, se aprueba la prolongación del mandato de la Presidente Jeanine Añez y de los asambleístas y autoridades electas hasta la posesión de los nuevos mandatarios designados por el voto para la gestión 2020-2025.
Mediante esa ley, firmada por Eva Copa y Sergio Choque, presidentes de ambas cámaras, las instituciones democráticas no solo estaban confirmando que no habían sido desplazadas por nadie, sino que había logrado un consenso pleno en torno a que la salida a la crisis, provocada por la movilización pitita y la fuga de Morales, era realizar unas elecciones limpias. Fuimos a votar y los desplazados fueron Añez y Murillo.
Cabe esperar que la mentira del año se desvanezca con él. Es el paso indispensable para cualquier reconciliación en serio. Si el MAS aspira a unir a la sociedad boliviana solo le queda retirar su acusación y asumir sus responsabilidades por la crisis de 2019. Un atisbo posible para el abrazo entre diferentes sería, por ejemplo, que la Asamblea Legislativa Plurinacional declare el 21 de febrero como Día de la Vigencia plena de la Constitución. ¿Mucho pedir? Feliz 2021.
El autor es periodista
https://www.paginasiete.bo/opinion/2020/4/16/invente-un-golpimetro-252767.html
Inventé un golpímetro
Por Rafael Archondo
jueves, 16 de abril de 2020 • 00:12
Tantos días de confinamiento tenían que dar algún fruto. En mi caso: un golpímetro. Una mañana plácida desperté medio popperiano y decidí aplicarme una buena dosis de racionalismo crítico en la cabeza. Entonces tomé una hipótesis muy apreciada entre las izquierdas latinoamericanas, sobre todo la bonaerense, y la sometí a una implacable prueba de falsación. Recordé que Karl Popper ya nos dio la receta a fines del siglo pasado.
La desafinada hipótesis es: “En noviembre de 2019, se ejecutó en Bolivia un golpe de Estado que derribó a Evo Morales”. El objetivo del racionalismo crítico es refutar, no convalidar. Sólo así avanza la ciencia, dicen. Probar la falsedad de una afirmación es mayor proeza que darle fe. ¿Cómo alcanzar tal meta? Pues repito: inventé un golpímetro.
El aparato ayuda a realizar una revisión histórica de todos los cambios de gobierno de las últimas nueve décadas en el país para filtrar aquellas en las que no hubo elecciones. En la lista incluimos, sólo a modo de prueba, la caída de Evo con el único propósito de saber si su fisonomía coincide o no con los demás derrocamientos. Si se parece a un Golpe, lo es, pero si difiere notablemente, entonces nada: hipótesis descartada.
Nuestro año de partida es 1934, porque en él se asoma el primer atisbo del regreso más reciente de los militares a la vida pública. Ellos acorralaron al presidente Daniel Salamanca en Villamontes y lo obligaron a renunciar. Asumió el mando, el vicepresidente José Luis Tejada Sorzano. A partir de ese episodio, ocurrido en plena Guerra del Chaco, el ruido de sables será incesante y a momentos, ensordecedor. Desde 1934 hasta 2019 hubo 21 cambios de gobierno en los que las elecciones estuvieron ausentes. ¿Fueron todos obra de un golpe de Estado? No siempre, veamos.
¿Qué dijo nuestro golpímetro? Dijo que siete fueron golpes clásicos, tres, golpes tácticos y siete, golpes internos o domésticos. Suman 17. Quedan como saldo cuatro momentos históricos que no encajan en ninguna de las tres categorías señaladas de golpe y, ay penita, pena, la caída de Evo está entre ellos.
Antes expliquemos con qué gavetas funciona nuestro golpímetro. Un golpe clásico es aquel por el cual las fuerzas armadas barren simplemente con todo vestigio de gobierno democrático y lo reemplazan con uno dirigido por un tirano de uniforme. No lo vas a creer, pero quienes aplicaron esta herramienta de corte pinochetista fueron en Bolivia varios militares de izquierda. Es el caso Busch, Villarroel y Ovando.
Ellos provocaron el desplome de Tejada Sorzano, Peñaranda y Siles Salinas, tres mandatorios constitucionales. Lo hicieron, sí, para aplicar políticas nacionalistas muy celebradas por los historiadores.
Esa es la primera categoría. La segunda es el golpe táctico. Son aquellos en los que los militares toman el poder para devolverlo a los civiles o para convocar a elecciones. Para no abundar mucho, que baste acá el ejemplo del general David Padilla Arancibia, quien convocó a las urnas en 1979. Le decimos táctico porque este golpe carece de una estrategia, solo aspira a ajustar un tornillo suelto dentro de la institucionalidad.
Por último está el golpe interno o doméstico. Son las acciones armadas que dirimen un pleito dentro de los marcos del autoritarismo ya establecido. Por ejemplo, Torres golpea para ocupar la silla de Ovando, que ha renunciado. Banzer es el siguiente en esta lista. Un general depone a otro y la democracia no está en la agenda de nadie.
¿Hay acaso, en nuestra historia, otro tipo de golpe de Estado que no hayamos considerado? Nuestro golpímetro es orgullosamente exhaustivo. Quedan, sin embargo, cuatro cambios de gobierno que no encajan en ninguna definición de golpe. Son las caídas de Hugo Ballivián en 1952, de Sánchez de Lozada en 2003, de Carlos Mesa en 2005 y la de Evo en 2019. ¿En qué se parecen? En que los militares son fuerza pasiva o arrinconada.
Su ausencia o pulverización (1952) hace que sean otras fuerzas no estatales, las que diriman el conflicto. Si asumimos, junto a Edward Luttwak (1969), que un golpe es “la infiltración de un segmento del aparato estatal, que luego se usa para desplazar y reemplazar al gobierno”, en ninguno de los cuatro episodios puede percibirse aquel acto de fuerza intra-sistema.
Queda claro entonces. Nuestro golpímetro sólo registra 17 golpes de Estado entre 1934 y 2019 y en ninguno de ellos encontramos una activa participación de las masas, por eso se llama “de Estado”. Por tanto, Ballivián, Goni, Mesa y Evo se fueron porque no les quedaba otra opción y no porque hubiera algún golpista en su camino. Gracias Popper.
Rafael Archondo es periodista.
https://www.paginasiete.bo/opinion/2019/11/28/por-que-cayo-evo-238729.html
¿Por qué cayó Evo?
Por Rafael Archondo
jueves, 28 de noviembre de 2019 • 00:12
Evo Morales no tiene madera de héroe. Entre arriesgar el pellejo y recluirse en el guión de víctima, él sencillamente optará por lo segundo. Es su modo favorito de eludir los peligros, de rehuir la mirada fría, de zafarse justo en el minuto apremiante y exacto.
Este rasgo terco de su personalidad viene de su hedonismo encubierto. Evo es un “hualaycho”, un “wistu vida”. Quienes lo admiramos alguna vez, hace años, nos engañamos pensando que su humor espeso, ofensivo y sexual, sus impulsos adolescentes y su desparpajo pendenciero eran señas de sencillez o de su aire mundano. Su machismo de mesa esquinera de bar y su falso encogimiento ante los que considera de “clase media” nos dieron la falsa idea de que un representante genuino del pueblo raso había llegado a la cumbre del protagonismo político.
Recuerdo el primer día en que, en mi condición de periodista, comí o viajé con él, allá por 1998. El no poder establecer una conversación medianamente interesante me dejó con la impresión silenciosa de que el hombre necesitaba madurar, tener familia, regar una planta y sobre todo evitar que se marchite. En el universo moral indígena, entiendo que a pesar de sus 60 años, Evo es todavía un casi adulto, un “wayna” contumaz.
Fuimos a Coroico y su única obsesión a lo largo de horas era lograr alguna conquista romántica. Ansiosos de un desemboque estatal que nos apartara del neoliberalismo, pensamos que aquel era un gesto marginal en un personaje esencialmente apegado a las decisiones colectivas. La multitud le pondría frenos, conjeturamos, y tuvo que pasar un agobiante plazo para que cayéramos en cuenta del error.
Me cuento entre los muchos Evo-arrepentidos de la comarca y llevo siete años ensayando autocríticas, y disculpas. ¿Quedó claro, Stefanoni?
El hedonismo de Morales derivó en un comportamiento político más consolidado traducido en la premisa del “yo no fui”. Jamás leerás de sus labios un destello de arrepentimiento. Cuando los periodistas, en México, le preguntan ahora qué error pudo haber cometido en estos 14 años, se queda perplejo. “Mi delito es ser indígena”. Ténganme lástima, he ahí su premisa básica.
La izquierda colonial siente regocijo cuando lo oye. Cree que al abrazarlo, castiga a una oligarquía incapaz de agachar la cabeza ante un representante leal de la plebe. Así, ella se revuelve y redime en sus propios traumas.
El “yo no fui” es su credo íntimo. Todo lo criticable es obra de los movimientos sociales que ya le aclararon que su vida no le pertenecía. Lo aborrecible en cualquier grado es siempre obra de la Embajada de Estados Unidos. Los que lo contradicen son “pagados”. Los que se alejaron de su cenáculo de bromistas sexuales, “traidores” y “vendidos”.
¿Quién hizo el fraude? Los vocales. ¿Quién apaleó a los indígenas del Tipnis? Los policías que querían cobrar revancha y se filmaron en pleno abuso. ¿Quién no quiere que vuelva a Bolivia? El Departamento de Estado. ¿Quién violó la Constitución? Nadie, el artículo 168 sigue ahí, no fue cambiado, aunque haya quedado en suspenso, claro.
Ay Evo, cuánto complot simultáneo concentrado en tu sola figura. Y, sin embargo, cuando el general Kalimán Romero le sugiere renunciar, el mártir de Orinoca no convoca al pueblo a la plaza ni destituye al sedicioso. Cuando la multitud lo acorrala en 2011, saca una ley de intangibilidad que tira a la basura en la primera curva del camino. Cuando lo entrevistan rudamente, apunta con el dedo y echa de menos a la conductora aterrada que lo seguía embobada a todas partes.
Evo siempre apuesta por la restitución. Todos le deben algo, él sólo está esperando los pagos. Así participa con insistencia, desde el lado noble, en la trama ideal de la dominación.
Es verdad que los procesos sociales no pueden ser leídos a partir de un individuo. Sin embargo, cuando una movilización de tanto calado encalla en las veleidades de un señor, no cabe duda de que la psicología acude más en auxilio del entendimiento que la teoría social.
Y entonces, los aduladores internacionales del caudillo de moda, al convivir ahora con él, repararán en su falta de inteligencia emocional, en su limitación pelotera, en su autocompasión que muta rápido en desplante, en la circularidad tediosa de su discurso y su incapacidad para ingresar a un diálogo que transforme a los participantes.
Bertolt Brecht escribió en su drama sobre Galileo una frase que aporta bien al presente del país: “Infeliz el país que necesita de héroes”. Que Evo haya sido el último en nuestra lista de requerimientos.
Rafael Archondo es periodista
Una victoria para América Latina, una derrota para la CIA. Una fiesta mundial.
ESTA PÁGINA TIENE CENSURADO AL VOCERO OFICIAL DE LA COORDINADORA NO+AFP EL SR. LUIS MESINA MARIN