La penumbra de Aalondra: la desconocida historia de la menor que perdió la visión por un lumazo.
De las 173 querellas presentadas por el INDH por casos de víctimas de trauma ocular, 15 corresponden a niñas, niños y adolescentes. De ellas, sólo dos se presentaron como casos de “pérdida de visión irreversible” en uno de sus ojos. Aalondra es uno de esos casos, desconocido hasta hoy. Ocurrió en noviembre del 2019, cuando -según cuentan testigos en la querella del INDH- un carabinero la golpeó con una luma en la cabeza en medio de una manifestación en La Cisterna. En la querella se menciona un sospechoso: el suboficial mayor (r) Luis Castillo Fernández. En el casi año y medio que ha pasado, la salud mental y física de Aalondra se ha deteriorado; incluyendo un intento de suicidio y padecer bullying.
Entre las variables para la elección de las primeras atenciones, se barajó la gravedad del diagnóstico clínico, el riesgo social y la edad de las víctimas. Según el equipo, de entre todos los casos atendidos en la Unidad de Trauma Ocular (UTO) del Hospital Salvador durante los primeros meses del estallido social, el de Aalondra, de 14 años, era el que requería atención reparativa con mayor urgencia.
“La Alondra fue una de las primeras. Por su edad. La edad es un tema de riesgo gravísimo. Si tú miras violencia de estado, a más temprana edad es mayor la traumatización que hay al respecto”, recuerda la psicóloga del programa, Camila Urrea.
La primera atención de Aalondra se registró en Navidad. El 24 de diciembre del 2019. Ya había pasado un mes desde el episodio que, según consta de una querella presentada por el INDH, cegó su ojo derecho, lo cual la tenía sumida en una profunda depresión. El registro de esa primera atención dio cuenta de que apenas podía dormir tres horas por noche, que padecía una alteración de apetito, baja autoestima y que frecuentemente presentaba “flashbacks” que la llevaban de vuelta a ese 21 de noviembre, cuando su vida cambió para siempre.
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La niña está sentada en la cuneta con una botella de agua mineral congelada y bolsas de gel intentando bajar la hinchazón en su frente. Su expresión, en el momento en el que es grabada por un celular, es de angustia. La imagen es impactante, el volumen de su frente se triplicó, como si una pelota de baseball intentara salir por allí. Viste de rojo, sus labios están pintados, está consciente, sola y nerviosa. Sacando valor dice que se llama Aalondra. Además de la hinchazón en su cabeza, tiene un golpe en las costillas.
Sus ojos se ven bien, pero no lo están.
Por casualidad, había llegado al metro La Cisterna (ubicado a 30 minutos a pie de su casa) en medio de una violenta manifestación liderada por estudiantes que se enfrentaban con Carabineros. Por la protesta, la intermodal subterránea de la estación se encontraba cerrada, por lo que Aalondra se vio obligada a subir a la calle junto a su hermana Kassandra (en ese entonces de 17 años) para poder tomar una micro que las llevara a su casa. Venían de cotizar telas en Independencia para la confección del vestido que Aalondra usaría en su graduación de octavo básico. Un evento que la tenía entusiasmada y del que no dejaba de hablar.
Habían pasado 34 días desde el inicio de las protestas en el estallido social, pero ninguna había participado en ellas. A las dos les daba miedo que algo les pasara, ya habían visto en las noticias casos de estallidos oculares por perdigones y lacrimógenas, personas baleadas e incendios en supermercados que terminaron con cuerpos calcinados en su interior.
Por lo mismo, al ver la contienda que se desarrollaba en Gran Avenida, el humo de las lacrimógenas, los piedrazos y el carro lanzaaguas, decidieron refugiarse en un punto de salud de la cruz azul, a un costado de las rejas del Metro. En el lugar, además de voluntarios de salud, había señoras con niños, embarazadas y adultos mayores, personas que -como ellas- vieron en aquel lugar un espacio para refugiarse antes de seguir con el camino a sus casas.
De pronto, desde un furgón policial, un piquete de carabineros bajó raudo. El escuadrón liderado por el teniente Jaime Barría y compuesto por otros 17 carabineros de la 39º Comisaría de El Bosque llegó en apoyo a sus compañeros de La Cisterna. No era la primera vez que se requerían sus servicios en el lugar.
Sólo pasaron unos segundos hasta que Aalondra, de un 1.50 metros y 40 kilos, cayera abatida por los golpes propinados en su frente y pecho por el suboficial mayor Luis Castillo Férnandez (r) con su bastón policial, según consta la querella presentada por INDH y otra querella presentada por su madre con el patrocinio del Observatorio de DD.HH y Violencia Policial en contra de Luis Castillo y todos quienes resulten responsables.
De acuerdo a la declaración que la menor entregó con posterioridad a la PDI, que investiga el caso, los carabineros descendieron “y uno de ellos, quien portaba la tenida verde equipada y usaba casco, de la nada golpeó con su bastón (luma) a una mujer embarazada que estaba cerca de mí, la que cayó al suelo, yo quedé en blanco, me di vuelta y este funcionario estaba posicionado frente a mí y sin que yo alcanzara a decir algo él me golpeó con el bastón en el rostro, se me nublo la vista producto del golpe y me caí y mientras esto ocurría, el carabinero nuevamente me golpeó el pecho”.
La agresión fue rápida, pero fulminante. Kassandra se abalanzó sobre los uniformados intentando socorrer a su hermana, pero el daño ya estaba hecho. Carabineros finalmente se dispersó de la zona, lo que permitió que miembros de la cruz azul pudiesen atender a la joven con hielo e ibuprofeno.
Verónica Moreno (21) era parte de aquel equipo. Si bien era parvularia, tomó cursos de primeros auxilios para rescatar a los heridos que jornada a jornada se registraban en las protestas de La Cisterna. La mayoría de ellos -dice- menores de edad como Aalondra.
“Ese día había un ‘mochilazo’, en que los niños se salían de los colegios. Entonces llegaron temprano varios grupos de chicos a protestar. Fue un día particularmente violento. Nos llegaron muchos chicos con impactos de lacrimógena en el cuerpo, cerca de la zona de la cabeza, mucho perdigón también cerca de esas zonas”, comenta Verónica.
La mujer, que durante los días que fue voluntaria socorrió a personas atacadas con gas pimienta, sacó balines y suturó heridas, reconoce que los golpes con lumas eran una práctica habitual en contra de menores de edad. Sin embargo, nunca había visto algo que la impactara tanto como la agresión a Aalondra.
“Lo que más le desesperaba era que ella no se podía ver, y nosotros igual tratamos de que no se viera, porque que se den cuenta de la magnitud de sus lesiones es aún peor. Tratamos de aplicar estos geles fríos, para ver si disminuía o aumentaba la hinchazón y marcamos la zona con un plumón. Cuando vimos que aumentaba y aumentaba la tuvimos que derivar a urgencias, porque era algo que nosotros puntualmente no podíamos controlar”.
La niña partió junto a su hermana y algunos voluntarios al consultorio Eduardo Frei Montalva, a dos cuadras del lugar. No podían llamar a su madre, Johanna Jaramillo, ya que ella había perdido su celular esa semana. Pese a la gravedad de la lesión, en el lugar se negaron a atenderla, ya que tanto Kassandra como Alondra eran menores de edad y ninguna andaba con su carnet de identidad. Resignadas, volvieron al punto de salud. Y Kassandra partió a pie en busca de su madre.
“La caminata era como de media hora. No sabía cómo explicarle a mi mamá lo que le había pasado a la Aalondra, me sentía culpable”, recuerda Kassandra, quien cerca de la 17:00 horas de ese día caminaba sola por los pasajes de El Bosque que separan su casa en Los Morros del Metro La Cisterna.
Mientras, el ojo de su hermana comenzó a enrojecerse. El hielo y los antiinflamatorios no servían para bajar la hinchazón en la cara de Aalondra, quien se mantuvo tendida durante largos minutos en una reja del metro, rodeada de personas que intentaban contenerla.
Entre ellas estaba Tamara Jiménez, estudiante de derecho de la Universidad Central. Como casi todos los días de ese mes, fue a la zona como parte de la clínica jurídica formada por estudiantes y profesores que se desplegaron por distintos puntos de conflicto como observadores de eventuales violaciones a los DD.HH.
“Nunca en mi vida había visto una lesión de esa magnitud. Era una hinchazón indescriptible… su cabeza ya estaba expandida como unas cinco veces más que una frente común, además le empezaba a doler. Ella estaba en shock, no paraba de llorar; intenté contenerla. Le decía que estuviera tranquila, que respirara profundo. Le hacía cariño en su espalda y en sus bracitos”, recuerda.
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Pasaron cerca de 50 minutos hasta que Johanna, la madre de la niña, apareció. Llegó corriendo desde su casa, pasadas las seis de la tarde. Vio a Aalondra con su cara cubierta. Solo dimensionó la magnitud de la lesión cuando la miró de cerca.
“Ella se paró y me abrazó, allí se le cayó esta bolsa de gel frío que la cubría. Vi que tenía la mitad de la cara con este chichón. Por la inflamación, el ojo se le cerró. Ella lloraba, me decía: ‘mi graduación, mi graduación. ¿Cómo me voy a graduar ahora? No sé por qué lo hicieron’”, rememora Johanna.
Aalondra volvió al consultorio acompañada de su madre y de Tamara. El registro de su hora de ingreso es a las 18:45. Más de dos horas después de la agresión. Fue atendida por el funcionario Sebastián Vilca, quien constató en la ficha clínica: “Hoy recibe de parte de carabineros golpe con una luma en región frontal del cráneo a las 16:00 y en región torácica. Presenta hematoma de 5 cm aprox en cráneo sensible a la palpación”.
Aalondra fue derivada al hospital Exequiel Férnandez para realizar radiografías tanto craneales como torácicas, debido a la inflamación craneal y la pérdida de visión que mantenía en el ojo derecho. Antes de irse, Johanna asegura que recriminó a los funcionarios por no prestarle atención a su hija antes de que ella llegara.
“El doctor me dijo que eso no lo veía él, que le correspondía a administración -cuenta la madre-. Que ella era una menor de edad y además estaba protestando. Allí la Tamara le dijo que ella no estaba protestando. Y aunque fuera así, ella tenía el derecho a que la ayudaran”.
En el hospital descartaron fractura tanto en su cráneo como en el tórax. Sin embargo la zona ocular estaba muy afectada, por lo que derivaron a la niña a la UTO del hospital El Salvador, para una atención al día siguiente.
“A esa altura Alondra ya tenía el ojo lleno de sangre, no se le veía la cosita negra del ojo, todo era sangre. Su cara era como la de un transformer, no sé cómo explicarlo”, explica Johanna.
Ambas llegaron de noche a su hogar. Aalondra no quiso hablar con nadie de su familia e intentó descansar en su pieza, la que compartía con su hermana Kassandra y su sobrino que aún no cumplía un año.
No pudo dormir por los dolores en su rostro. Pasó la noche preguntándose: “¿Por qué a mí?”
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Pese a que la casa de Aalondra se encuentra en un lugar conflictivo de El Bosque, desde muy pequeña su madre le enseñó el valor del trabajo y el esfuerzo y a mantenerse alejada de los problemas y las malas juntas.
Johanna sabía bien de lo que hablaba. Se casó cuando tenía 15 años con un hombre que no amaba, pero con quien tuvo tres hijos. Aalondra es la menor. El matrimonio se quebró cuando Johanna tenía 25 y debió ingeniárselas para mantener sola a sus niños.
Tras el quiebre llegó a vivir desde la población Santa Teresa de San Bernardo a la casa de El Bosque desde donde no se han movido. Allí comenzó a trabajar en lo que fuera para poder “parar la olla”: hizo aseo en casa ajenas, comenzó a lavar y planchar ropa por pedidos y a hacer pan amasado para vender. Dice que a sus tres hijos nunca les faltó nada.
Con los años Johanna comenzó una nueva relación con Juan, quien trabajaba en la construcción y también como costurero. Con los niños ya más grandes, Johanna lo siguió en ese camino: ambos trabajan de lunes a viernes en construcción y los fines de semana vendían camas y almohadillas para mascotas -confeccionadas por Juan- como coleros en el persa de Los Morros.
Los hijos de Johanna los acompañaban y ayudaban esos fines de semana. Cada uno recibía un pago por el trabajo realizado. La situación familiar mejoró gracias al trabajo a tiempo completo -con jornadas que comenzaban a las 5:30 de la mañana y terminaban pasada las 18:00 cuando llegaban a casa-, y entonces dejaron de ser coleros y pudieron adquirir un preciado local en el persa de Los Morros que mantienen hasta hoy.
“Nosotros trabajamos los siete días de la semana, porque es la única forma de que no nos falte nada -dice Johanna-. Eso siempre se lo inculcamos a nuestros hijos, que tienen que trabajar para tener lo que ellos quieran”.
Aalondra creció con esas enseñanzas. Le atraía la idea de estudiar Enfermería u Obstetricia, pero ese 2019 lo que más le entusiasmaba era graduarse de octavo, con un vestido confeccionado por su padrastro. La semana previa al ataque juntos eligieron el diseño. Sólo faltaban las telas.
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El 22 de noviembre Johanna partió junto a su hija a la UTO del hospital El Salvador. Aalondra no quería ir, le avergonzaba el estado de su cara. Durante el camino, realizado en micro y metro, no emitió una palabra. Intentaba taparse el rostro con la chasquilla.
En el hospital, la sala de espera estaba repleta de hombres con sus ojos heridos o con parches. Algunos incluso esperaban apoyados en las barandas externas de la sala. A Aalondra le impactó el escenario.
“Eran casi puros hombres más grandes, Aalondra era la más chica, pero también había chiquillos jóvenes, veinteañeros. Hasta que llegamos allí, nosotras nunca pensamos que era tanto el daño que había por trauma ocular”, recuerda Johanna.
Luego de 20 minutos de espera, Aalondra fue atendida. Le diagnosticaron una contusión orbitaria derecha severa, hematoma ciliar con desprendimiento de retina. Producto de la inflamación, debía esperar hasta el viernes 29 de noviembre para un nuevo examen.
Con la inseguridad de un diagnóstico incierto, madre e hija regresaron a casa en metro. La estación más cercana al hospital era Salvador, en Providencia. Allí se toparon con una violenta manifestación. Aalondra entró en pánico. Se alejaron y esperaron.
“Esperamos mucho rato, yo no sabía qué hacer. Ella me decía que por favor nunca volviéramos a ese lugar”, dice Johanna.
Pese a su negativa, Aalondra debió volver durante semanas a la UTO. Luego de una serie de exámenes -según consta en un informe médico adjunto en la documentación policial del caso-, se determinó un diagnóstico de conmoción retinal, edema de Berlín, uveitis traumáticas en su ojo derecho; y se estableció “ceguera legal” según los parámetros GES.
Según el mismo informe, el agente de causa consignado “hace referencia a haber recibido golpes con una luma”
The Clinic tuvo acceso a ése y otros informes clínicos elaborados por la UTO. Dichos documentos fueron analizados por un oftalmólogo, que pidió reserva de su identidad, y quien explicó que el caso clínico de Aalondra se encuentra aún en un proceso de investigación para poder determinar las causas de la ceguera. Dicha información es confirmada por un informe elaborado por el Hospital Salvador en abril de este año, el que da señala que actualmente el caso se encuentra “a la espera de evaluación por el departamento de oculogenética”.
Según datos del INDH, de las 173 querellas presentadas por el organismo en casos de víctimas de trauma ocular, 15 corresponden a niñas, niños y adolescentes. De este grupo, sólo dos se presentaron como casos de “pérdida de visión irreversible” en uno de sus ojos: Aalondra es una de ellos.
La noticia de la ceguera fue un golpe durísimo para ella y su familia. Su situación crítica sumada a su corta edad llevaron a Aalondra a ser una de las primeras atenciones reparativas del Programa Integral de Reparación Ocular. Ese mismo día de víspera de Navidad recibió su primera atención sicológica.
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La fiesta de graduación del octavo básico del colegio Felipe Herrera Lane, curso del cual Aalondra egresó con promedio 6, fue suspendida tras el ataque. La menor recibió muestras de solidaridad de algunos compañeros, quienes le enviaron mensajes de ánimo, pero también señales de desprecio por otro grupo que la culpó por la cancelación de la fiesta.
Parte de sus compañeros crearon un perfil de Instagram con fotografías de Aalondra luego de la agresión, donde se burlaban de su condición.
“El perfil tenía como tres mil y tantos seguidores, y a mí todo el día me sonaba el celular. Eso fue porque en ese Instagram publicaron mi número. Me llamaban y me escribían insultos todo el día”, comenta Aalondra. El acoso era despiadado. La trataban de tuerta, le decían pirata.
“Subieron puras fotos así del ojo, de cómo estaba yo -recuerda-. En los mensajes me decían de todo, que me iba a quedar sin un ojo por el resto de mi vida”.
Aalondra y Johanna decidieron que lo mejor era cerrar sus redes sociales por un tiempo y cambiar el número de su celular. Aalondra decidió no ir a sacarse la fotografía de su licenciatura, pero una amiga la convenció de hacerlo. “Ese día de la foto sentí que todos me miraban, porque nadie me había visto desde la agresión. Solamente sabían como estaba por fotos de la página”.
Ese día Aalondra se topó frente a frente con una de las creadoras del perfil de Instagram y la encaró. Johanna terminó hablando con la mamá de esa niña, que se enteró del perfil. Esa misma noche la cuenta fue desactivada.
De todas formas, el daño del bullying fue algo que la marcó para siempre. Así lo señala la psicóloga del Piro, Camila Urrea: “Hasta el día de hoy es uno de los temas que Aalondra llora cuando lo cuenta. Al contrario de lo que le pasó a otras personas víctimas de trauma ocular que fueron muy acogidas o muy comprendidas, la Aalondra encontró un entorno súper hostil que no la ayudó para nada a salir adelante”.
Luego de ese episodio, la salud mental de Aalondra fue decayendo. A la atención en el Piro, se sumaron atenciones siquiátricas en el hospital Luis Calvo Mackenna. Se le recetaron fármacos para estabilizarla.
Las secuelas físicas y mentales fueron devastadoras. La niña dejó de subir fotografías con su rostro a redes sociales: sólo lo hacía de espaldas, de perfil o cubriéndose con stickers. Su trastorno alimenticio se agudizó; en su ficha clínica se alertó sobre su delgadez y de que incluso debía licuar alimentos para poder ingerirlos.
Además, su dificultad visual le impidió continuar con las clases on line, pues su ojo lloraba y se irritaba si pasaba mucho rato en el computador. Por eso, su nuevo colegio, el Liceo Juan Gomez Millas, optó por enviarle guías a la casa. Sus notas bajaron de un promedio 6 en octavo a un 4.8 en primero medio.
Aalondra también manifestó miedo al salir a la calle y a estar sola durante las noches. “Dice que ve sombras. No cree que sea el ojo, sino cosas que no puede explicar. Pasa a menudo y prende una linterna y el corazón le late fuerte”, consta en su ficha clínica.
La situación llegó a un punto límite el 31 de octubre del año pasado. La niña intentó quitarse la vida cuando asistió a una fiesta de Halloween. Allí tomó altas dosis de drogas sintéticas mezcladas con alcohol. “Según me enteré después, en la fiesta gritaba que quería matarse, que no quería vivir más, que no estaba ni ahí con nada”, recuerda Johanna.
Aalondra asistió dos días después de ese episodio a sus controles sicológicos, Camila Uranda lo recuerda: “Según lo que me contó fue un acto absolutamente intencionado. No es que le dijeron ‘oye, ¿querís consumir esto?’ No. Ella fue y lo buscó. Me dijo ‘tía, colapsé, ya no quería nada más, no quería saber nada más de que me molestaran, me agredieran, de que me llamaran tuerta o pirata’”.
La salud mental de Aalondra también se vio afectada por un episodio registrado unos meses antes de su intento de suicidio, durante los pocos días que alcanzó a asistir a clases presenciales en el 2020. Su nuevo colegio quedaba a pocas cuadras de la 39º comisaría de El Bosque. En una de esas jornadas escolares, se topó cara a cara con el carabinero Luis Castillo, que se desempeñaba en ese lugar y a quien la denuncia del INDH sindica como su agresor.
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La causa judicial abierta por el caso de Aalondra aún se encuentra desformalizada. Pese a ello, se han realizado varias diligencias policiales que apuntan a la personalización del responsable de sus lesiones y la Fiscalía se encuentra a la espera de la realización del protocolo de Estambul, debido a que el principal sospechoso es un funcionario policial.
La Fiscalía además, solicitó a Carabineros copia de una eventual investigación sumaria o administrativa en contra de Luis Castillo. Sin embargo, la institución respondió que “el personal consignado no registra proceso sobre apremios ilegítimos que le afecte” por este caso.
Ante esto, el Ministerio Público instruyó una investigación al Departamento de Asuntos Internos de Carabineros que contempló una serie de diligencias con el fin de encontrar responsabilidades en la agresión a Aalondra.
Dichas diligencias determinaron que Luis Castillo efectivamente fue parte del piquete que ese día se constituyó en La Cisterna. Además, dio cuenta de que por ese operativo no se elaboró una hoja de ruta y tampoco se dejó registro de salida en el libro de guardia.
No sólo eso. La investigación determinó que el teniente Jaime Barría, a cargo del piquete, hizo retiro de la cámara Gopro número 30968 en su salida al servicio del 21 de noviembre del 2019, día en que se desarrollaron los hechos.
Según declaró el suboficial mayor Héctor Garrido, a cargo de la base de datos de registros audiovisuales de la 39 Comisaría de El Bosque, los videos de los años anteriores al 2020 no mantienen un orden que permita establecer qué dispositivo realizó las grabaciones. Según la investigación, el uniformado hizo entrega de la totalidad de archivos del mes de noviembre del 2019, coincidentemente “no encontrándose entre estos alguna grabación del día de los hechos denunciados”.
Pese a ello, tras un análisis de las imágenes de los otros días de noviembre del 2019 se pudo determinar que Luis Castillo participó en otros operativos en las inmediaciones del lugar.
Según la investigación del caso, se solicitaron videos a distintas instituciones públicas y privadas. Desde la Unidad Operativa de Control de Tránsito se señaló que no se mantienen registros del 2019 debido a que las grabaciones se conservan sólo durante 30 días, lo mismo que un stripcenter cercano al lugar que sólo tiene un almacenaje de 10 días. En tanto, el jefe de operaciones de la intermodal La Cisterna informó que no mantienen cámaras donde se registraron los hechos, lo mismo que la jefa de seguridad de la municipalidad de La Cisterna que comunicó que en el lugar no tienen cámaras desde hace más de tres años. Metro también señaló que no cuentan con imágenes de ese sector el día del ataque.
Con todo, el informe elaborado por Carabineros a solicitud de la Fiscalía concluyó que no “se logró recabar medios de prueba suficientes que puedan esclarecer la veracidad de los hechos denunciados, toda vez que analizados los registros audiovisuales entregados a este personal investigador, no se encontraban los archivos del día 21-11-2019”.
El mismo informe detalló que ésta no es la única causa por el delito de apremios ilegítimos en la que el suboficial Castillo es investigado. Otra víctima lo reconoció en un set fotográfico como autor de sus agresiones sufridas en las calles Vicuña Mackenna con Gran Avenida, en La Cisterna. El hecho ocurrió el 22 de noviembre del 2019, un día después de la agresión a Aalondra
The Clinic tomó contacto con Carabineros, que no aportó antecedentes del caso y sólo se limitó a señalar que: “La condición del funcionario que usted señala, éste a contar de diciembre del año 2020 se acogió a retiro de la institución”.
Hoy Luis Castillo pasa su retiro en la comuna de Paine. The Clinic intentó contactarlo, sin recibir respuesta a los mensajes dejados en su teléfono celular.
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A más de un año de la agresión que sufrió, Aalondra dice que ya nada la motiva como antes. Asegura que los pensamientos suicidas siguen rondando por su cabeza, pero que se aferra al cariño que siente por su sobrino y por su madre.
Según la sicóloga Camila Urrea, el intento de suicidio de Aalondra no ha sido el único entre los pacientes atendidos por el Piro: “El caso de la Aalondra yo no lo he visto más en la población de los usuarios del programa, que es la sobredosis. Pero sí he visto cortes de brazos en dos casos y un intento de ahorcamiento. Esas son cuatro personas dentro de un universo de trescientas sesenta y algo atendidas. Es decir, visibilizadas. Estamos hablando de una prevalencia baja, pero preocupante”.
Pese a la gravedad de las lesiones y su difícil proceso de reparación sicológica, el caso de Aalondra no se había hecho público. Hasta ahora. Su madre piensa que la difusión de su historia puede contribuir en alcanzar la justicia que anhelan.
Este último mes, otras víctimas y la Coordinadora de Víctimas de Trauma Ocular conocieron la situación de Aalondra. La niña y su familia recibieron apoyo y muestras de cariño de Fabiola Campillai, Gustavo Gativa y Nicole Kramm, quien incluso la visitó en su casa.
La sicóloga de Aalondra, Camila Urrea, asegura que hay muchos otros casos dramáticos de víctimas de trauma ocular que han permanecido en el anonimato y que no han recibido el apoyo de su entorno o de las instituciones. Muchos de ellos niños como Aalondra, que han pasado solos junto a sus familias las penumbras de una dolorosa reparación.
“La Alondra efectivamente es de las más chicas, pero no es la más chica -cuenta la sicóloga-. Hay un niño de doce años que también fue agredido, pero nunca se atendió con nosotros como equipo. Esas cosas nadie las sabe”.
*Las imágenes de este artículo fueron cedidas y autorizadas por Johanna Jaramillo
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