Los retos de la izquierda mundial ante China. Entrevista a Au Loong Yu (*).
El potente ascenso de China es el resultado de una combinación de factores desde que reorientara su producción hacia el capitalismo mundial en la década de 1980. En primer lugar, y contrariamente al bloque soviético, China halló la manera de sacar provecho de su pasado colonial, lo cual es una ironía de la historia. Gran Bretaña controló Hong Kong hasta 1997, Portugal controló Macao hasta 1999 y Estados Unidos siguen utilizando Taiwán como protectorado. Estas colonias y protectorados vincularon a China con la economía global antes incluso de que ingresara plenamente en el sistema mundial.
Tras el final de la guerra fría, bajo el liderazgo de Deng Xiaoping, Hong Kong desempeñó un papel muy importante en la modernización de China. Deng utilizó Hong Kong para ampliar el acceso a divisas extranjeras, para importar toda clase de cosas, inclusive productos de alta tecnología, y para sacar provecho de su mano de obra cualificada, como profesionales de la gestión empresarial.
Taiwán fue muy importante no solo en términos de inversiones de capital, sino sobre todo, a largo plazo, en términos de transferencia de tecnología, en primer lugar en la industria de semiconductores. Los inversores taiwaneses y hongkoneses fueron asimismo algunos de los principales factores del rápido crecimiento de las provincias chinas de Jiangsu, Fujian y Guangdong. El Partido Comunista heredó un Estado absolutista fuerte, que procedió a reorganizar y utilizar para su proyecto de desarrollo económico nacional. Aprovechó también la existencia de un campesinado precapitalista atomizado, habituado al absolutismo desde hacía 2.000 años, para extraerle trabajo con vistas a la llamada acumulación primitiva de 1949 a la década de 1970.
Más tarde, a partir de la década de 1980, el Estado chino transfirió esta mano de obra del campo a las grandes ciudades para ponerla a trabajar como mano de obra barata en las zonas francas de producción para la exportación. De este modo, puso a trabajar a cerca de 300 millones de migrantes rurales, como esclavos de los talleres de miseria. Así, el atraso de las relaciones absolutistas del Estado y de las clases en China ofreció a la clase dirigente china una serie de ventajas para desarrollar tanto el capitalismo de Estado como el capitalismo privado.
El retraso de China le permitió asimismo saltarse etapas del desarrollo sustituyendo los medios y métodos arcaicos por medios y métodos capitalistas avanzados. La adopción de la alta tecnología en las telecomunicaciones es un buen ejemplo de ello. En vez de recorrer cada etapa de las sociedades capitalistas más avanzadas, comenzando por la utilización de líneas telefónicas para la comunicación alámbrica, China instaló cables de fibra óptica en todo el país prácticamente de una tacada.
China es hoy la segunda economía más grande del mundo. Pero hay contradicciones. ¿Cuáles son sus puntos fuertes y sus puntos débiles?
China practica dos dimensiones del desarrollo capitalista. Una es la que llamo la acumulación dependiente. El gran capital extranjero ha invertido enormes sumas de dinero durante los últimos 30 años, primero en las industrias de gran intensidad de mano de obra y más recientemente en la de fuerte intensidad de capital. Esto ha contribuido al desarrollo de China, pero la ha mantenido en la parte baja de la cadena de valor mundial, incluso en el sector de alta tecnología, en calidad de fábrica de explotación laboral. El capital chino se queda con una pequeña parte de las ganancias, que en su mayor parte van a parar a EE UU, Europa, Japón y otras potencias capitalistas avanzadas y sus multinacionales. El mejor ejemplo es el teléfono móvil de Apple. China se contenta con montar todas las piezas, que en su mayor parte se diseñan y fabrican fuera del país.
Pero hay una segunda dimensión, que es la acumulación autónoma. Desde el comienzo, el Estado ha dirigido muy conscientemente la economía, ha financiado la investigación y el desarrollo y ha mantenido un control indirecto sobre el sector privado, que representa actualmente más del 50 % del PIB. En la cúspide de la economía, el Estado conserva el control a través de las empresas públicas.
Ahora bien, China también tiene sus puntos débiles. Si observas su PIB, China es el segundo país más grande del mundo. Pero si comparas el PIB por habitante, sigue siendo un país de renta media. También se detectan flaquezas incluso en ámbitos en que se sitúa a la altura de las potencias capitalistas avanzadas. Por ejemplo, el teléfono móvil Huawei, devenido ahora una marca mundial, no solo lo han desarrollado los propios científicos chinos de la empresa, sino especialmente los 400 científicos japoneses que esta tiene en nómina. Esto demuestra que China dependía y sigue dependiendo en gran medida de recursos humanos extranjeros para la investigación y el desarrollo. Asimismo, el enorme número de patentes chinas todavía no se da en el ámbito de la alta tecnología, sino en otros terrenos.
Además de estos puntos débiles económicos, China también muestra flaquezas en el terreno político. Carece de un sistema gubernamental que asegure una sucesión pacífica de un dirigente a otro en el poder. Deng Xiaoping creó un sistema de limitación de mandatos y de dirección colectiva con el fin de resolver este problema sucesorio. Xi Jinping ha abolido este sistema y restablecido la regla del dirigente único sin limitación temporal. Esto podría dar lugar a nuevas luchas fraccionales por la sucesión, desestabilizando el régimen y comprometiendo su ascenso económico.
¿Ha modificado Xi la estrategia de China en el sistema mundial? ¿Por qué?
El Partido Comunista Chino (PCC) es sumamente contradictorio. Por un lado, es una fuerza de modernización económica. Por otro, ha heredado elementos muy importantes de cultura política premoderna. Estas son las fuentes de conflictos entre clanes en el seno del régimen. Al comienzo de la década de 1990, las esferas superiores de la burocracia debatían sobre qué camarilla de gobernantes debería tener el poder. Una de ellas es la que componen los llamados de sangre azul, los hijos de los burócratas que dirigieron el Estado a partir de 1949, la segunda generación roja de burócratas. Son fundamentalmente reaccionarios. Desde la llegada al poder de Xi, la prensa habla del retorno a nuestra sangre, indicando que la sangre de los viejos cuadros se reencarna en la segunda generación.
La otra camarilla es la de los nuevos mandarines. Sus padres y madres no eran cuadros revolucionarios, sino intelectuales o personas que brillaban en sus estudios y ascendieron escalones, en general a través de la Liga de la Juventud Comunista. No es por casualidad que la dirección del partido de Xi haya humillado en repetidas ocasiones públicamente a la Liga en los últimos años. El conflicto entre los nobles de sangre azul y los mandarines es una nueva versión de un antiguo modelo; después de 2.000 años de absolutismo y de dominación burocrática, hay tensión entre esas camarillas.
¿Cómo influye el programa de la Nueva Ruta de la Seda en este proceso?
La camarilla de Xi es consciente de que antes de poder realizar su ambición imperial, China tiene que deshacerse del fardo de su pasado colonial, es decir, integrar a Taiwán y culminar la unificación nacional, que es la misión histórica del PCC. Sin embargo, esto le llevará pronto o tarde a entrar en conflicto con EE UU. Por consiguiente, la cuestión de Taiwán comporta tanto la dimensión de autodefensa de China (incluso EE UU reconoce que Taiwán es “parte de China”) como la de la rivalidad interimperialista. Para “unificarse con Taiwán”, sin hablar ni siquiera de ambición mundial, Pekín ha de superar primero sus flaquezas, en particular en su tecnología, su economía y su falta de aliados internacionales.
En este punto es donde interviene el programa de la Nueva Ruta de la Seda, que permitirá, espera el Estado, desarrollar las capacidades tecnológicas independientes y ascender en la escala de la cadena de valor mundial. La idea es utilizar el programa para construir infraestructuras en toda Eurasia de conformidad con los intereses chinos. Al mismo tiempo, debemos dejar claro que la Nueva Ruta de la Seda también es un síntoma de los problemas de sobreproducción y de exceso de capacidad de China. Los dirigentes esperan utilizarla para absorber esta capacidad excedentaria.
¿Constituye China para el Sur un modelo de desarrollo o una potencia imperial ascendente?
China no puede ser un modelo para los países en desarrollo. Su ascenso es el resultado de factores únicos, que he descrito anteriormente y que otros países del tercer mundo no poseen. No pienso que sea un error decir que China forma parte del neoliberalismo mundial, sobre todo cuando la vemos avanzar afirmando que está dispuesta a reemplazar a EE.UU. como guardiana de la globalización librecambista. Pero decir que China forma parte del capitalismo neoliberal no permite ver el cuadro completo. Es un Estado capitalista diferente y una potencia expansionista que no está dispuesta a ser socia de segunda de EE UU. China es por tanto una componente del neoliberalismo mundial, aunque distinguiéndose como potencia capitalista de Estado. Esta combinación particular significa que se beneficia del orden neoliberal y al mismo tiempo supone un desafío tanto para este orden como para el Estado norteamericano que lo controla.
El capital occidental es irónicamente responsable de esta difícil situación. Sus Estados y sus capitales han comprendido demasiado tarde el desafío de China. Han invertido masivamente en el sector privado de este país o en sociedades conjuntas con empresas públicas, pero no han acabado de entender que el Estado chino siempre está detrás de estas compañías, incluso si son aparentemente privadas. En China, una empresa, por muy privada que sea, tiene que plegarse a las exigencias del Estado. El Estado chino ha utilizado esta inversión privada para desarrollar sus propias capacidades, públicas y privadas, para poder desafiar a los capitales estadounidenses, japoneses y europeos. Por tanto, es ingenuo acusar al Estado chino y a los capitales privados de este país de robar la propiedad intelectual. Es lo que tenían previsto hacer desde el comienzo. Así, los Estados capitalistas avanzados y las empresas privadas han permitido la emergencia de China como potencia imperial ascendente.
¿Cómo calificarías la rivalidad entre EE UU y China?
En el pasado, la mayoría del establishment estadounidense apostó por la apertura hacia China. Estaban obcecados por su fe en una transformación democrática de China a través del comercio. Sin embargo, China se ha convertido en una potencia ascendente que ha comenzado a acortar distancias con EE UU y a desafiarle. Actualmente dominan los pesimistas en el seno de la administración estadounidense. Piensan que China se refuerza rápidamente y que nunca hará concesiones con respecto a Taiwán. Pero si la escuela pesimista supone que la hegemonía estadounidense es justa y está justificada, olvida que EE UU es cómplice de hecho del gobierno autoritario chino y de su régimen de talleres de miseria. En ningún caso se examina cómo la colaboración y la rivalidad entre EE UU y China se producen dentro de un capitalismo mundial profundamente contradictorio e inestable.
¿Tiene razón China en querer defenderse?
China sigue una trayectoria imperialista. Yo estoy en contra de la dictadura del Partido Comunista, su aspiración a convertir el país en una gran potencia y sus reivindicaciones en el mar del Sur de China, pero pienso que no es correcto colocar a China y EE UU en el mismo plano. Hoy por hoy, China es un caso particular. Su ascenso presenta dos facetas. Por un lado, lo que tienen en común ambos países: ambos son capitalistas e imperialistas. Por otro, China es el primer país imperialista que había sido antes un país semicolonial. Es un caso muy distinto de EE UU y de cualquier otro país imperialista. Hemos de tener esto en cuenta en nuestro análisis para comprender cómo funciona China en el mundo.
En todo lo relacionado con China, cualquier cuestión siempre tiene dos niveles. El primero es la legítima autodefensa de un antiguo país colonial al amparo del Derecho internacional. No olvidemos que, incluso en la década de 1990, cazas estadounidenses violaron la frontera meridional de China. Esta clase de sucesos recuerdan naturalmente al pueblo chino su doloroso pasado colonial. EE UU mantiene a Taiwán como protectorado.
¿Qué se puede hacer para solidarizarse con las luchas populares en China?
La primera tarea es oponernos al imperialismo estadounidense y construir la solidaridad con la clase trabajadora china. Esto significa que debemos oponernos al ensañamiento con China, no solo el que practica la derecha, sino también sectores progresistas e incluso del movimiento obrero. Pero no debemos caer en la trampa campista, que consiste en prestar apoyo político al régimen chino. Debemos estar del lado de la clase trabajadora.
Es importante que la izquierda del resto del mundo reconozca que el capitalismo chino arrastra una herencia colonial que todavía existe actualmente. Así, cuando analizamos las relaciones de China y EE UU, debemos distinguir estas partes legítimas del patriotismo de aquellas otras, reaccionarias, que preconiza el PCC. Hay un elemento de patriotismo en el buen sentido en el seno del pueblo, fruto del último siglo de intervención imperial de Japón, de las potencias europeas y de EE UU. Esto no significa que nos acomodemos a este patriotismo, sino que debemos diferenciarlo del nacionalismo reaccionario del PCC, que Xi estimula para apoyar sus aspiraciones como potencia, del mismo modo que los dirigentes estadounidenses lo hacen para cultivar el apoyo popular a favor del objetivo de su régimen de contener a China.
(*) Entrevista a Au Loong Yu, extraída del texto incluido en Alternatives sud, Chine, l’autre superpuissance, volumen 28, 21/1, publicado por el Centre Tricontinental (CETRI), Bélgica. Au Loong Yu intervino en el coloquio de La Grande transition el 22 de mayo de 2021.
https://www.cahiersdusocialisme.org/les-defis-de-la-gauche-mondiale-face-a-la-chine/
Traducción: viento sur
Fuente: https://vientosur.info/los-retos-de-la-izquierda-mundial-ante-china/
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