Ochenta y cinco años del estallido de la Guerra Civil española.
La Guerra Civil española fue una de las grandes batallas entre la clase obrera internacional y el fascismo europeo en el siglo 20. La Alemania nazi y la Italia fascista enviaron decenas de miles de soldados para unirse a Franco. Mientras que la clase dominante británica, francesa y de Estados Unidos mantuvieron una política de no intervención, bloqueando la ayuda militar a la República, la clase obrera en todo el mundo mostró una enorme simpatía por el levantamiento de los trabajadores españoles contra el fascismo. Decenas de miles de personas viajaron a España para luchar contra Franco. Las Brigadas Internacionales antifascistas contaban con casi 60.000 voluntarios de 53 países.
Del desenlace de la Guerra Civil española pendía el destino no solo de España, sino de Europa y del mundo. En Francia, el gobierno del Frente Popular del primer ministro Léon Blum estaba intensificando la represión policial contra los trabajadores después de la huelga general francesa de mayo-junio de 1936, mientras que un poderoso movimiento huelguístico se desarrollaba en los Estados Unidos llevando a la formación de sindicatos industriales de masas. Una revolución socialista victoriosa en España habría galvanizado a decenas de millones de trabajadores a nivel internacional.
El resultado, sin embargo, fue una derrota de la clase obrera que fortaleció a las potencias fascistas, allanando el camino para que el régimen de Hitler lanzara la Segunda Guerra Mundial en Europa, cinco meses después del discurso de victoria de Franco el 1 de abril de 1939. Esta guerra se cobraría 75 millones de vidas, incluidos seis millones de judíos asesinados por los nazis en el Holocausto.
En España murieron 500.000 personas en la Guerra Civil, de una población de 23,6 millones. Medio millón se vieron obligados a huir al exilio, y 150.000 trabajadores, artistas e intelectuales de izquierda fueron asesinados en la zona fascista. Después del final de la guerra, 20.000 partidarios de la República fueron fusilados y se estima que un millón de personas fueron internadas en 300 campos de concentración y prisiones. El régimen de Franco sobreviviría cuatro décadas, cayendo sólo en medio de una oleada de protestas masivas y huelgas en 1978.
La derrota de la clase obrera no era inevitable. Sin embargo, es imposible entender esta derrota sin discutir el conflicto irreconciliable entre el movimiento trotskista y el estalinismo.
A medida que se desarrollaba la guerra civil, Trotsky, líder junto con Lenin de la Revolución de Octubre y comandante del Ejército Rojo, explicó que la victoria era posible si los trabajadores tomaban el poder y continuaban la guerra contra Franco a través de métodos revolucionarios. Destacó, además, que esa estrategia requería construir un nuevo liderazgo revolucionario internacional de la clase trabajadora, la Cuarta Internacional, para luchar contra el estalinismo. La Cuarta Internacional fue fundada en París durante la guerra en septiembre de 1938.
La Guerra Civil española proporcionó una terrible confirmación de las advertencias de Trotsky sobre el papel contrarrevolucionario del estalinismo. La Guerra Civil estalló cuando la burocracia soviética preparaba las Grandes Purgas, utilizando las tramas judiciales de los primeros Juicios de Moscú en agosto de 1936 como pretexto para asesinar a los viejos líderes bolcheviques supervivientes de la Revolución de Octubre. También en España, la burocracia soviética y el estalinista Partido Comunista Español (PCE) libraron una sangrienta lucha contra la revolución.
Mientras armaba a la República Española, el Kremlin exigió que los trabajadores apoyaran la alianza gobernante del Frente Popular formada por fuerzas liberales burguesas, socialdemócratas, estalinistas y anarquistas, al tiempo que trabajaba para disolver las organizaciones obreras, como los comités de fábricas y suministros, y subordinar las milicias antifascistas al estado capitalista. Mientras la policía secreta de Stalin ejecutaba a los líderes supervivientes de la Revolución de Octubre —culminando con el asesinato de Trotsky por Ramón Mercader el 20 de agosto de 1940, en su exilio de Coyoacán, México—, torturó y mató de forma sistemática a revolucionarios en España.
La Guerra Civil española es una confirmación del papel revolucionario de la clase obrera internacional y, por el lado negativo, del papel crítico del liderazgo revolucionario. Las lecciones de la guerra civil son de una ardiente relevancia contemporánea. Una vez más, la clase dominante está recurriendo a formas de gobierno abiertamente fascistas y autoritarias, desde las amenazas de un golpe de Estado por parte de oficiales neofranquistas en España, pasando por el surgimiento de movimientos neofascistas en toda Europa, hasta la transformación del Partido Republicano bajo Trump en una organización cada vez más abiertamente fascista.
El golpe de Estado de Franco y la insurrección obrera
El golpe de Franco fue un ataque preventivo el creciente movimiento revolucionario de la clase obrera. La crisis social causada por la Gran Depresión de la década de 1930 y una revuelta en el ejército habían derribado a la monarquía en 1931, instalando la Segunda República de España. Esto no hizo más que intensificar el crecimiento de la lucha de clases, que estalló en 1934 con una huelga insurreccional de mineros en Asturias. Franco lideró al ejército para ahogar la huelga en sangre, con al menos 2.000 muertos, otros 30.000 prisioneros y miles más despedidos.
El Frente Popular ganó las elecciones de febrero de 1936 sobre la base de una serie de promesas de reforma social. El Frente Popular fue una coalición de republicanos burgueses junto al socialdemócrata Partido Socialista (PSOE), el estalinista Partido Comunista de España (PCE) y el izquierdista Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), apoyado desde fuera por la anarcosindicalista Confederación Nacional de Trabajadores (CNT). En tanto el Frente Popular buscaba contener la lucha de clases, las masas avanzaban, ocupando fábricas y tierras de cultivo, liberando a presos políticos y lanzando una ola de huelgas contra los salarios de miseria.
Mientras el terror ante la perspectiva de la pérdida de sus privilegios y beneficios se apoderaba de la clase dominante, un grupo de oficiales lanzó un golpe de Estado para ahogar en sangre el creciente movimiento de masas. En la mañana del 17 de julio de 1936, Franco voló a Marruecos para hacerse cargo del ejército español en África, que contaba con 30.000 efectivos. Luego difundió por radio un manifiesto a las guarniciones de la España peninsular, pidiéndoles que se apoderaran de las ciudades.
El gobierno del Frente Popular tenía conocimiento previo sobre el golpe, después de haber sido alertado semanas antes de ejercicios militares inusuales en Marruecos y el norte de España. Sin embargo, ocultó esta información a los trabajadores por el temor de que alimentara el movimiento revolucionario de las masas. Después del golpe, el gobierno rechazó la solicitud de esos mismos trabajadores exigiendo armas para hacer frente a la rebelión fascista.
A pesar de todo, los trabajadores, que en muchas ocasiones sólo estaban equipados con fusiles de caza o cuchillos, se movilizaron para combatir el golpe. En Barcelona, que era una de las ciudades más industrializadas de España, la clase obrera se organizó en comités armados de defensa enfrentándose al ejército con armas, explosivos y vehículos de motor. Los obreros también pidieron a los soldados que rechazaran las órdenes de sus oficiales. En 24 horas, los trabajadores de Barcelona bloquearon y desarmaron a las fuerzas profranquistas en Cataluña.
Los obreros de Madrid, Valencia, Bilbao y Gijón siguieron el ejemplo de los de Barcelona. Los mineros asturianos enviaron una columna de 5.000 dinamiteros en ayuda de Madrid. En Málaga, los trabajadores al principio no tenían armas y utilizaron gasolina para prender fuego a las barricadas que rodeaban el cuartel militar. Los marineros españoles dispararon a muchos de sus oficiales, y los comités de marineros tomaron el control de los buques de guerra de la flota republicana española.
Mientras esperaban un rápido triunfo militar sobre la clase obrera, los fascistas habían provocado una respuesta revolucionaria. Con comités obreros y milicias activas en las ciudades y en el frente, surgió una situación de doble poder entre estas organizaciones, por un lado, y el Estado capitalista liderado por el gobierno del Frente Popular, por el otro.
Los comités vecinales, los comités de defensa y las patrullas de control de los trabajadores en las fábricas gobernaron Barcelona y gran parte de Cataluña en todo menos en el nombre. Estos órganos obreros expropiaron fábricas, edificios y tierras; organizaron, armaron y transportaron milicianos; formaron patrullas contra provocadores fascistas; reanudaron la producción en la fábrica sin los encargados; y requisaron coches, camiones y alimentos. La atmósfera revolucionaria quedó plasmada en el famoso Homenaje a Cataluña de George Orwell:
Por primera vez en mi vida, me encontraba en una ciudad donde la clase trabajadora llevaba las riendas. Casi todos los edificios, cualquiera que fuera su tamaño, estaban en manos de los trabajadores y cubiertos con banderas rojas o con la bandera roja y negra de los anarquistas; las paredes ostentaban la hoz y el martillo y las iniciales de los partidos revolucionarios; casi todos los templos habían sido destruidos y sus imágenes, quemadas. Por todas partes, cuadrillas de obreros se dedicaban sistemáticamente a demoler iglesias. En toda tienda y en todo café se veían letreros que proclamaban su nueva condición de servicios socializados; hasta los limpiabotas habían sido colectivizados y sus cajas estaban pintadas de rojo y negro.
El golpe fascista había fracasado en sus objetivos iniciales y al principio no tenían la ventaja. Controlaban un tercio del territorio —Castilla La Vieja y Galicia en el norte, partes del sur alrededor de Sevilla, el Marruecos español y las Islas Baleares— en su mayoría regiones agrícolas sin grandes industrias. Su ejército estaba compuesto por campesinos reclutados por la fuerza y súbditos marroquíes del imperialismo español.
En su momento, ante el entusiasmo de otro general golpista, el propio Franco remarcó de forma pesimista que la Guerra Civil “va a ser enormemente difícil y muy sangrienta. No contamos con todo el ejército, la intervención de la Guardia Civil se considera dudosa y muchos oficiales se pondrán del lado de la autoridad constitucional, algunos porque es más cómodo; otros, a causa de sus convicciones”.
“Las condiciones para la victoria de las masas en la guerra civil contra el ejército de los explotadores”, escribió Trotsky, “son muy simples en su esencia”. El fascismo, señaló, es una forma de “reacción burguesa”. Una lucha exitosa contra la reacción burguesa sólo se puede librar con las fuerzas y los métodos de la revolución proletaria”. Basándose en las lecciones de la Guerra Civil Rusa que había terminado en la década anterior, Trotsky insistió en que “la estrategia de la guerra civil debe combinar las reglas del arte militar con las tareas de la revolución social”. Explicó:
El ejército revolucionario no sólo debe proclamar sino también llevar a cabo de forma inmediata las medidas más apremiantes de la revolución social en las provincias ganadas por ellos: la expropiación de provisiones, artículos manufacturados y otros almacenes disponibles y la transferencia de estos a los necesitados; la redistribución del albergue y la vivienda en interés de los trabajadores y especialmente de las familias de los combatientes; la expropiación de la tierra y el inventario agrícola en interés de los campesinos; el establecimiento del control obrero y el poder soviético en lugar de la antigua burocracia.
Las lealtades del ejército franquista podrían haber sido fácilmente quebrantadas. Los 30.000 marroquíes del Ejército de África no tenían intereses partidistas en luchar por el imperialismo español. En cuanto al campesinado, había estado luchando por la tierra desde que se proclamó la República en abril de 1931. Alrededor de 1,5 millones de pequeños propietarios rurales tenían parcelas de 2,5 acres de tierra, lo que los obligaba a trabajar en grandes fincas para sobrevivir. En contraste, 50,000 miembros de la alta burguesía poseían la mitad de la superficie total de España, y 10,000 terratenientes poseían 250 o más acres. Millones más estaban sin tierra y empleados en las grandes fincas.
El gobierno del Frente Popular, sin embargo, se negó a conceder tierras a los campesinos o el derecho a la autodeterminación y la independencia a la colonia española en Marruecos.
Bolchevismo versus Frente Popular
Mientras que los partidos del Frente Popular usaron sus vínculos con la burocracia soviética para hacerse pasar por simpatizantes de la Revolución de Octubre, la Unión Soviética y los trabajadores, de hecho, eran irreconciliablemente hostiles al movimiento revolucionario que se desarrollaba en la clase obrera española. Tras haber bloqueado una solución revolucionaria a la lucha de clases que había estallado en España después de 1931, se volvieron violentamente contra la lucha revolucionaria montada por la clase obrera contra Franco.
Trotsky trazó un paralelismo entre el Frente Popular de España y el Gobierno Provisional burgués que surgió en Rusia después del derrocamiento inicial del zar en febrero de 1917. Lenin y Trotsky lideraron a los bolcheviques en la oposición a los mencheviques y social revolucionarios que apoyaban al Gobierno Provisional y se oponían a la transferencia del poder a los consejos de trabajadores y soldados (soviets). Después de que el Gobierno Provisional se hiciera cómplice del fallido intento de golpe de Estado del general Lavr Kornilov en agosto de 1917, los bolcheviques lideraron a la clase obrera en su derrocamiento en octubre.
Un día antes de que Franco lanzara su golpe de Estado, Trotsky publicó un artículo sobre el Frente Popular Español y el POUM, volviendo a la experiencia de la revolución rusa de 1917. Escribió:
En la actualidad, el problema de problemas es el Frente Popular. Los centristas de izquierda tratan de presentarlo como si se tratara de una maniobra táctica o inclusive técnica, para ofrendar su mercadería a la sombra del Frente Popular. En realidad el Frente Popular es el problema principal de la estrategia de clase proletaria en esta etapa. Es a la vez el mejor criterio para trazar la diferencia entre el bolchevismo y el menchevismo. Porque suele olvidarse que no existe ejemplo histórico de Frente Popular más grande que la revolución de febrero de 1917. Desde febrero hasta octubre, los mencheviques y los social-revolucionarios, que presentan un excelente paralelo con los “comunistas” [los estalinistas] y socialdemócratas, mantuvieron una alianza estrechísima y una coalición permanente con el partido burgués de los Cadetes, con quienes integraron una serie de gobiernos de coalición. Bajo el signo de este Frente Popular se agrupaba la masa popular en su conjunto, incluidos los soviets de obreros, campesinos y soldados. Es cierto que los bolcheviques participaron en los soviets. Pero no le hicieron la menor concesión al Frente Popular. Su consigna era romper el Frente Popular, destruir la alianza con los Cadetes e instaurar un auténtico gobierno obrero y campesino. [“La Sección Holandesa y la Internacional,” Julio 15–16, 1936]
La Internacional Comunista estalinizada había girado bruscamente a la derecha después de que la burguesía alemana instalara a Hitler en el poder en 1933. Esta catástrofe había sido posible gracias al papel del Partido Comunista Alemán (KPD), que con ligereza criminal había rechazado a los trabajadores socialdemócratas como “socialfascistas”, rehusando una lucha unida de la clase obrera contra el peligro del gobierno nazi. Abandonando esta política ante la creciente amenaza militar de la Alemania nazi después de que Hitler tomara el poder, Stalin buscaba ahora relaciones políticas incluso con la contrarrevolución burguesa.
Haciendo llamamientos para aliarse con Estados imperialistas “democráticos” como Gran Bretaña y Francia en contra de la Alemania fascista e Italia, Stalin ordenó a los partidos comunistas que apoyaran y, cuando fuera posible, se integraran dentro de los gobiernos capitalistas liderados por la burguesía liberal. Los partidos comunistas locales asumieron la tarea de suprimir las luchas de la clase obrera contra los gobiernos capitalistas designados ahora como “antifascistas”.
En agosto de 1936, el régimen estalinista lanzó el primero de los Juicios de Moscú, acusando a los principales viejos bolcheviques como Grigory Zinoviev, Lev Kamenev y Karl Radek de formar una organización terrorista que trabajaba con Trotsky en el exilio. Todos los acusados fueron encarcelados en base a mentiras, condenados a muerte y fusilados. Este fue el comienzo de la Gran Purga, que implico un genocidio político dirigido contra representantes del marxismo revolucionario en la Unión Soviética. Casi un millón de personas fueron asesinadas.
Trotsky resumió el Frente Popular como la alianza del liberalismo burgués con la GPU, la sangrienta policía secreta estalinista. La burocracia soviética y el Frente Popular intervinieron en España para estrangular la revolución que se estaba desarrollando, asesinar a sus principales representantes, aterrorizar a la clase obrera e impedir que sus luchas adquirieran una forma revolucionaria plenamente consciente.
El Frente Popular sabotea la lucha contra el fascismo
A lo largo de la Guerra Civil Española, cuando las democracias imperialistas aislaron a la República, la Unión Soviética fue el único proveedor de armas a la República Española. El Kremlin proporcionó armas de calidad deficiente, exigiendo el pago en oro o materias primas. A través de su influencia en el gobierno republicano, el PCE estalinista se aseguró de que los suministros soviéticos como artillería y aviones fueran enviados solo a los centros controlados por el PCE, a expensas de otros frentes importantes como el frente de Aragón, controlado por las milicias obreras.
Los estalinistas utilizaron su posición en el gobierno para sabotear las milicias de la CNT y el POUM, transfiriéndolas a los frentes más difíciles y utilizando las derrotas resultantes para pedir la disolución de las milicias obreras y su reemplazo por unidades bajo el control del Frente Popular. En Revolución y contrarrevolución en España, el escritor trotskista Felix Morrow explicó cómo el Frente Popular saboteó el esfuerzo de guerra mientras libraba una lucha mortal contra la clase obrera:
El general Pozas inició en junio lo que, en apariencia, era una ofensiva general. Tras varios días de actividad de la artillería y la aviación, la División 29 (ex División Lenin del POUM) y otras unidades recibieron la orden de pasar a la ofensiva. Pero el día del avance, ni la aviación ni la artillería las protegieron. Pozas declaró después que se hizo así porque las fuerzas aéreas estaban defendiendo Bilbao, pero la ofensiva se produjo tres días después de que Franco hubiese tomado Bilbao. Los soldados del POUM comprendieron que se los exponía al peligro con toda intención
La burocracia soviética instruyó al PCE a agitar contra los comités de trabajadores. Bajo el lema “ganar primero la guerra y hacer después la revolución”, el PCE se convirtió en el más ferviente defensor de la ley y el orden, con el objetivo de sofocar cualquier acción independiente de la clase obrera.
Los estalinistas difundieron rumores para desmoralizar a los trabajadores y pedir el asesinato de revolucionarios. Afirmaron que el POUM y la CNT estaban infiltrados por agentes fascistas, declarando que ambos eran “objetivamente fascistas”. El secretario del PCE, José Díaz, en un discurso dijo: “Nuestro enemigo principal es el fascismo. Contra él concentramos todo el fuego y todo el odio del pueblo. Contra el ponemos en pie todas las fuerzas prestas a aniquilarlo; pero nuestro odio va dirigido también, con la misma fuerza concentrada, contra los agentes del fascismo, que como los “poumistas”, trotskistas disfrazados, se esconden detrás de consignas pretendidamente revolucionarias, para cumplir mejor su misión de agentes de nuestros enemigos emboscadas en nuestra propia tierra. No se puede aniquilar a la Quinta Columna si no se aniquila también a los que políticamente defienden también las consignas del enemigo, encaminadas a desarticular y desunir las fuerzas antifascistas.”
En esta línea política contrarrevolucionaria, el PCE desarrolló una base social entre capas sociales acomodadas que temía desesperadamente la revolución socialista. En su obra de 1991, La Guerra Civil española: Revolución y Contrarrevolución, el historiador Burnett Bolloten escribe:
El PCE infundió en las clases medias urbanas y rurales un nuevo impulso esperanzador…esos nuevos militantes no llegaban atraídos por los principios comunistas, sino por salvar algo de las ruinas del antiguo sistema social. […]. Así, desde el primer momento, el Partido Comunista apareció ante las angustiadas clases medias no sólo como el defensor de la propiedad sino como el campeón de la Republica y de un proceso ordenado de gobierno.
Con la ayuda de los estalinistas, el Frente Popular pudo disolver las milicias obreras, fortalecer el Ejército Republicano, restablecer la censura de prensa y devolver a la burguesía las tierras y fábricas confiscadas por los trabajadores y campesinos.
El estalinismo fue capaz de sacar adelante su programa contrarrevolucionario sólo porque ninguna de las principales organizaciones obreras se opuso al Frente Popular y luchó por una política revolucionaria. La responsabilidad en esto recae sobre todo en el partido centrista POUM liderado por Andreu Nin.
El POUM se negó a liderar una lucha sistemática contra el Frente Popular o a promover una perspectiva revolucionaria para las luchas de la clase obrera bajo el gobierno del Frente Popular. Nin conocía a Trotsky desde hace más de una década y media y había pertenecido a la Oposición de Izquierda, precursora de la Cuarta Internacional. Si hubiera tratado de vincular el POUM a la lucha de Trotsky para fundar la Cuarta Internacional, esto habría dado un poderoso impulso al desarrollo del movimiento trotskista.
En cambio, Nin cortó la afiliación del POUM al trotskismo y formó alianzas oportunistas basadas en consideraciones tácticas nacionales, una orientación que lo llevó al campo del Frente Popular y la máquina estatal capitalista.
El POUM firmó el acuerdo del Frente Popular en enero de 1936. Cuando los trabajadores se levantaron en Cataluña contra el golpe de Estado de Franco, Nin se unió al gobierno del Frente Popular regional como Consejero de Justicia de la Generalitat de Cataluña en septiembre de 1936 y trató de subordinar a la clase obrera al gobierno. Nin incluso viajó a la ciudad de Lleida para disolver el comité de trabajadores de la ciudad, que estaba dirigido por miembros del POUM.
Una vez que Nin había cumplido su propósito con la contrarrevolución, y después de que una campaña estalinista denunció al POUM como trotskista, el POUM fue expulsado del gobierno. Sin embargo, incluso después de esto el POUM solicitó continuamente que se le permitiera regresar al gobierno capitalista.
Los días de mayo de 1937 en Cataluña
La quiebra de la orientación al Frente Popular de Nin volvió a ser expuesta durante los Hechos de Mayo de 1937, cuando la Generalidad catalana y las autoridades de Madrid, apoyadas por los estalinistas, lanzaron un asalto militar a la central telefónica de Barcelona, ocupada por los trabajadores desde julio de 1936. Este asalto se produjo en medio de un descontento de clase trabajadora por los crecientes niveles de hambre, la falta de vivienda y las políticas pro-capitalistas. Esto provocó una renovada insurrección obrera.
La clase obrera se levantó espontáneamente en defensa de los logros de la revolución, apoderándose de la mayor parte de la ciudad, excepto una pequeña bolsa en el centro de la ciudad bajo control de las fuerzas estalinistas y republicanas. Durante cuatro días, los trabajadores controlaron efectivamente Barcelona. La clase obrera podría haber tomado el poder en Barcelona y haber luchado por una toma revolucionaria del poder en toda España.
Sin embargo, el problema crítico que volvió a surgir fue el del liderazgo revolucionario. El POUM y los líderes de la CNT, que habían sido sorprendidos por los acontecimientos, pidieron un alto el fuego durante la semana de combates callejeros, presionando a los trabajadores para que levantaran las barricadas. Sólo el pequeño grupo de bolcheviques-leninistas afiliados a la Cuarta Internacional, junto con algunos miembros de base del POUM y de la CNT liderados por la Agrupación de los Amigos de Durruti, pidieron a los trabajadores que tomaran el poder y se opusieron a los llamamientos a un alto el fuego.
Si el POUM hubiera adoptado una política intransigentemente revolucionaria, llamando a la creación de un gobierno obrero y el derrocamiento del régimen del Frente Popular, sus 40.000 miembros se habrían colocado a la cabeza de la clase obrera. A través del levantamiento de los Hechos de Mayo, la clase obrera estaba señalando su preparación para una política revolucionaria, la formación de nuevas organizaciones de trabajadores independientes y una lucha por el poder. En cambio, el POUM se convirtió en el flanco izquierdo del Frente Popular, que luego prescindió brutalmente del POUM tan pronto como se sintió capaz de hacerlo.
Una vez que las barricadas fueron levantadas después de los Días de Mayo, el Frente Popular dirigió una violencia contrarrevolucionaria masiva contra la clase obrera. El POUM fue proscrito y sus líderes arrestados. El propio Nin fue secuestrado y torturado bárbaramente, despellejado vivo y luego ejecutado por agentes soviéticos de la GPU.
Miles de trabajadores militantes fueron detenidos en improvisadas prisiones secretas administradas por el PCE, y unos 20.000 prisioneros fueron enviados a campos de trabajo. Cientos de personas fueron asesinadas. El secretario de Trotsky Erwin Wolf, el trotskista Hans David Freund, el miembro del POUM Kurt Landau y los anarquistas de la CNT críticos de la colaboración de la CNT con los estalinistas fueron asesinados. El historiador Agustín Guillamón escribe en Insurrección. Las sangrientas jornadas de mayo de 1937 (2017)
En 1938 los revolucionarios estaban bajo tierra, en la cárcel o en la clandestinidad. En las cárceles los antifascistas se contaban por millares. El hambre, los bombardeos y la represión estalinista eran amos y señores de Barcelona. Las milicias y el trabajo habían sido militarizados. El orden burgués reinaba ya en toda España, tanto en la franquista como en la republicana. La revolución no fue aplastada por Franco en enero de 1939, ya lo había hecho la República de Negrín muchos meses antes.
La guerra iba a durar otros dos años, pero consistió en un avance ininterrumpido de las fuerzas de Franco, mientras el gobierno del Frente Popular imploraba a Franco que negociara la paz. Barcelona cayó sin ninguna resistencia significativa. En marzo de 1939, el coronel Segismundo Casado lanzó un golpe de Estado dentro del territorio republicano y pidió un acuerdo de paz con los fascistas. Franco sólo aceptó la rendición incondicional, y al mes siguiente las tropas franquistas marcharon a Paso de Ganso en Madrid, poniendo fin a la Guerra Civil.
La clase obrera montó una lucha heroica, pero la contrarrevolución estalinista y el centrismo abrieron el camino a una victoria fascista. Trotsky refutó a los que culparon de esta derrota a la clase obrera. Encontrado en su escritorio en Coyoacán después de su asesinato por Mercader en agosto de 1940 fue un artículo titulado “ Clase, partido y dirección”. En respuesta a un periódico estalinista francés, Que faire, que culpó de la derrota a la “inmadurez del proletariado, la falta de independencia del campesinado”. Trotsky escribió:
La falsificación histórica consiste en hacer recaer la responsabilidad de la derrota española sobre las masas obreras y no sobre los partidos que han paralizado, o pura y simplemente aplastado, el movimiento revolucionario de las masas. Los abogados del POUM responden sencillamente que los dirigentes siempre tienen alguna responsabilidad, con el fin de evitar así tener que asumir sus propias responsabilidades. Esta filosofía de la impotencia, que intenta que las derrotas sean aceptables como los necesarios eslabones de la cadena en los desarrollos cósmicos, es incapaz de plantearse, y se niega a plantearse, la cuestión del papel desempeñado por factores tan concretos como son los programas, los partidos, las personalidades que fueron los responsables de la derrota. Esta filosofía del fatalismo y de la postración es diametralmente opuesta al marxismo, teoría de la acción revolucionaria.
Lecciones de la Guerra Civil Española
Ochenta y cinco años después de que comenzara la Guerra Civil Española, y más de un siglo después de la Revolución de Octubre, estos acontecimientos hablan más directamente de la política contemporánea cada día que pasa. Tres décadas después de la disolución estalinista de la Unión Soviética en 1991, ninguna de las contradicciones del capitalismo que subyacen al ascenso del fascismo en el siglo 20 se han resuelto. La clase trabajadora todavía enfrenta crisis económicas, creciente desigualdad social, agresión militar imperialista y un creciente gobierno policial.
La respuesta de la clase dominante a estos problemas, enormemente acelerados por la pandemia del coronavirus, es volver a la herencia política del fascismo europeo del siglo 20.
La expresión más cruda fue el golpe de Estado del 6 de enero lanzado por el expresidente estadounidense Donald Trump, apoyado por facciones del Estado estadounidense y el Partido Republicano, cuando varios miles de extremistas de derecha irrumpieron en el Capitolio en Washington, D.C. El general Mark Milley, jefe del Estado Mayor Conjunto, lo describió recientemente como “un momento Reichstag”, refiriéndose al incendio del Reichstag de 1933 que Hitler utilizó como pretexto para asumir poderes dictatoriales e imponer el terror masivo contra la clase obrera.
Este no fue el producto simplemente del carácter trastornado de Trump, sino que tiene sus raíces en una crisis mortal del capitalismo estadounidense y mundial. Todas las clases dominantes imperialistas se están volviendo hacia la extrema derecha. El establishment político alemán eleva a la ultraderecha Alternativa para Alemania como la oposición oficial y nutre a profesores extremistas de derecha como Jörg Baberowski con fondos mientras minimiza los crímenes del nazismo. Tanto en Francia como en España, camarillas de oficiales de extrema derecha están agitando públicamente a favor de un golpe militar y pidiendo asesinatos en masa.
La defensa de los derechos sociales y democráticos y la lucha contra la guerra requieren una lucha política de la clase obrera internacional, basada en las lecciones de la sangrienta derrota en la Guerra Civil Española. Este es el énfasis de Trotsky en el internacionalismo revolucionario, la independencia política de la clase obrera y la oposición irreconciliable a todas las formas de nacionalismo burgués, estalinismo, socialdemocracia y radicalismo pequeño burgués.
La defensa de los derechos democráticos sólo puede avanzar como una lucha de la clase obrera por el socialismo. Esto requiere construir un liderazgo revolucionario irreconciliablemente hostil a los descendientes políticos del Frente Popular, que la clase dominante ha promovido falsamente durante décadas como la “izquierda”. Si bien han perdido por completo la base social que sus antepasados políticos estalinistas y socialdemócratas tenían en la clase obrera, su hostilidad violenta hacia los trabajadores y la revolución socialista permanece.
En España, el colapso acelerado del régimen parlamentario-democrático improvisado por el régimen franquista y el PCE de Santiago Carrillo en 1978 ha expuesto al partido de pseudoizquierda Podemos. Lleva dos años en el poder, aplicando un programa de rescates bancarios, recortes de pensiones y construyendo campos de concentración para refugiados. En la actualidad, está implementando la política de inmunidad de rebaño de la UE, poniendo los beneficios por encima de las vidas durante la pandemia del Covid-19, lo que ha provocado 100.000 muertes en España y 1,1 millones en toda Europa.
Este sucio historial se basa en el legado del Frente Popular. De hecho, el exlíder de Podemos Pablo Iglesias se tuteaba con Carrillo antes de que Carrillo muriera en 2012. Líder juvenil del PCE durante la Guerra Civil, Carrillo jugó un papel importante en la violencia contrarrevolucionaria contra los trotskistas y la clase obrera. Poco antes de su muerte, Carrillo se jactó de que “[e]n los años treinta ningún militante comunista a quien se hubiese pedido que asesinase a Trotski se hubiese negado a hacerlo”. Iglesias respondió con un simpático obituario de Carrillo en el diario Público, escribiendo: “A pesar de todo, Santiago era uno de los nuestros. Hasta siempre”.
Como era de esperar, Podemos resta importancia a la Guerra Civil Española. De hecho, su cofundador Iñigo Errejón declaró que se oponía a volver al debate público sobre “la memoria de la Guerra Civil Española… Este es un escenario que asusta a los ancianos, y que no significa tanto para los jóvenes, como sucedió hace mucho tiempo. Si bien tenemos claro de qué lado tomaríamos en tal disputa, también sabemos que la nostalgia no gana batallas, pero que las derrotas desafortunadamente construyen la derrota”. De hecho, Podemos tiene claro que, en la Guerra Civil Española, tomaría partido por la contrarrevolución estalinista.
Hay que aprender de las lecciones de los años 30. La tarea crítica en la lucha contra el autoritarismo fascista es la construcción de un liderazgo revolucionario que continúe la lucha de Trotsky por la revolución socialista contra la extrema derecha y la pseudoizquierda. Esto significa construir secciones del Comité Internacional de la Cuarta Internacional (CICI) en España e internacionalmente, movilizando a la clase obrera internacional en una lucha por el socialismo.
Fuente: https://www.wsws.org/es/articles/2021/07/16/per1-j16.html
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