Afganistán: El control Taliban y la huida de los yanquis.

Un helicóptero Chinook de Estados Unidos vuela cerca de la Embajada de Estados Unidos en Kabul, Afganistán, el domingo 15 de agosto de 2021. Los helicópteros aterrizan en la Embajada de Estados Unidos en Kabul mientras vehículos diplomáticos abandonan el complejo en medio de los talibanes que avanzan hacia la capital afgana. © Rahmat Gul / AP

Todos quieren negociar con el Talibán*.

Por Patrick Cockburn/The Independen.

Mientras los combatientes del Talibán entran en Kabul, todos, desde el régimen de EEUU hasta los policías, buscan hacer un trato con los nuevos gobernantes de Afganistán. Como alternativa, buscan huir del país lo antes posible.

El régimen afgano accedió el fin de semana a un gobierno de transición, lo que evitará un asalto militar directo a la capital y permitirá una transferencia pacífica del poder. Por lo menos al principio de esta transición, puede ser de interés para el Talibán mostrar un rostro moderado y no exacerbar la oposición dentro y fuera del país con ejecuciones y castigos públicos.

Desde el punto de vista de los afganos, el ex presidente Trump realizó en 2020 una serie de acuerdos unilaterales que benefician al Talibán, enfoque confirmado por el presidente Biden en su discurso del 14 de abril pasado. Biden reiteró que la retirada final del ejército estadounidense culminará en el vigésimo aniversario del 11/9/2001, pasara lo que pasara.

Resulta evidente que, al fijar una fecha tan terminante, Biden no previó que estaba echando a andar la bola hacia la completa desintegración de las fuerzas opositoras al Talibán cuatro meses después. Es probable que, al enfatizar la inmediatez y totalidad del retiro militar estadounidense, probablemente la Casa Blanca buscara ganar crédito entre los electores de su país, que se han vuelto cada vez más hostiles al involucramiento en guerras en el extranjero. El impacto desgarrador del anuncio de Biden en Afganistán recibió muy escasa atención.

Muchos afganos pensaron que, si los estadounidenses estaban llegando a un acuerdo con el Talibán, ellos no deberían quedarse atrás si querían maximizar sus probabilidades de garantizar su supervivencia personal. Las personas comenzaron a preguntarse por qué deberían sacrificar su vida por una causa perdida y no llegar a un acuerdo con el Talibán, tal como los estadounidenses acababan de hacerlo, comenta una observadora afgana, quien destaca que los milicianos no encontraron oposición militar cuando cruzaron el norte del país, tradicionalmente hostil.

En provincias dominadas por comunidades tayikas, uzbecas y hazaras, los talibanes, procedentes en su mayoría de las comunidades pastunes del sur de Afganistán, no encontraron resistencia armada. Sin embargo, antes de 2020 esa región era el corazón de la Alianza del Norte, enemiga del Talibán. Queda claro que los líderes locales y los señores de la guerra de la Alianza del Norte llegaron a sus propios acuerdos y rehusaron alinearse detrás del gobierno, señala la observadora.

Oficiales militares abandonaron los bastiones que habían sostenido durante dos décadas, en tanto ciudades y poblados se rindieron sin combatir, la última de los cuales fue Jalalabad, en el este. Me he quitado el uniforme y lo he escondido, dice Najib, policía de 35 años en esa ciudad, la cual cayó este sábado sin un solo disparo. Por todos lados los talibanes ondeaban banderas blancas.

En un mensaje a un amigo en Europa que mostró a The Independent, Najib expresa la esperanza de que el Talibán mantenga su promesa de no dañar a nadie que no se le haya resistido. Como muchos afganos en las fuerzas de seguridad, Najib llegó la semana pasada a la conclusión, mientras una ciudad tras otra caía sin combatir, que el Talibán ganó la guerra.

Por todo el país, individuos y familias llenos de temor intentan desesperados calcular cómo pueden sobrevivir o escapar al nuevo régimen. A muchos les gustaría huir, pero no saben cómo o adónde podrían dirigirse.

En la ciudad de Herai, en el extremo oeste de Afganistán, cerca de la frontera iraní, un acaudalado empresario llamado Farid relata, en otro mensaje a un amigo: los últimos tres días hemos estado escondidos en el sótano. No sabemos qué quiera hacer el Talibán. Tenemos suficiente comida por ahora, pero pronto necesitaremos salir al mercado.

Otros, que en el pasado habían rechazado la idea de salir del país, ahora quieren hacerlo. Mustafá, primo de un ciudadano canadiense, alguna vez se desempeñó como traductor, pero la falta de trabajo lo obligó a manejar un taxi en Kabul. Aún así, decía ser feliz en Afganistán… hasta los días recientes, cuando le envió un mensaje a su primo para preguntar sobre las probabilidades de obtener una visa canadiense (Canadá ha ofrecido recibir 20 mil refugiados afganos).

Las mujeres en Kabul no dudan que enfrentan un porvenir sombrío. Mursal, cineasta y periodista independiente, señala que bajo el Talibán no habrá respeto para las mujeres, la cultura o el cine, y no habrá forma de salir a trabajar. Najmia, mujer mayor y maestra, que experimentó el gobierno talibán hace 20 años, expresa: No esperaba tener que volver a dar clases, pero parece que así será. También ella pregunta si no será demasiado tarde para obtener una visa para residir fuera del país.

No todo el mundo está atorado en Afganistán. La señora Abadi, ciudadana británica nacida en Irán, que trabaja en una ONG, señala: es triste que tantas personas quieran irse, en especial si tienen hijas. ¡Qué desastre ha dejado la derrota estadounidense! Ella planea residir en Irán por un tiempo, pero se propone volver cuando la situación se aclare. Tal vez será una larga espera.

*The Independen. Traducción: Jorge Anaya para La Jornada. Extractado por La Haine


Dos décadas después el mundo contempla el desastre generado por Estados Unidos en Afganistán.

Por Pablo Elorduy/ El Salto Diario.

El ataque relámpago de los talibanes desconcierta a Estados Unidos y abre un abismo a los pies del Gobierno de Ashraf Ghani. Los países europeos reaccionan protestando por el flujo de refugiados que se avecina. La “comunidad internacional” no da señales de vida inteligente en un conflicto larvado por dos décadas de militarismo y corrupción.

El 11 de septiembre se cumplirán 20 años de la mayor cadena de atentados que Estados Unidos ha sufrido en su territorio en toda la historia. Aquel ataque desencadenó una serie de decisiones que dieron comienzo, en primer lugar, a la guerra más larga librada por ese imperio. Una guerra sostenida a base de mentiras y que, como se ha demostrado recientemente, los presidentes que sucedieron a George W. Bush —y al vicepresidente Richard ‘Dick’ Cheney, comandante en jefe en la sombra durante ese periodo— supieron que no se iba a poder “ganar”. 

Dos décadas después del atentado contra las Torres Gemelas de Nueva York, el miedo de la administración de Joseph Biden es que los talibanes —a quienes se fue a combatir aquel lejano 7 de octubre de 2001 y a los que, de hecho, se había derrotado solo un año después con el apoyo de la llamada Alianza Norte— provoquen una imagen como la de la evacuación de Saigón, uno de los episodios más patéticos de la historia militar estadounidense. Una salida apresurada en helicópteros que puso fin a la guerra de Vietnam. 

La decisión irrevocable de terminar con la presencia de tropas estadounidenses antes del simbólico 11 de septiembre —no así de cesar los bombardeos— ha recrudecido el conflicto en este país de Oriente Medio. Los ataques comenzaron en mayo pero durante las dos semanas de agosto se han acelerado de un modo que ha “sorprendido” a la inteligencia estadounidense. Una inteligencia que durante dos décadas ha sostenido el “timo piramidal”, en palabras del analista especializado en oriente medio Juan Cole, en que se convirtió la guerra más larga, que ha costado 150.000 vidas desde 2001.

ACNUR, agencia de Naciones Unidas para los refugiados, estimaba en una nota que de las 250.000 personas desplazadas desde finales de mayo, el 80% son mujeres y niñas.

El foco, sin embargo, no está en estos momentos en la opinión pública estadounidense sino en el avance desatado de los talibanes en todo el país. 32 de las 34 provincias de Afganistán registran combates y el avance de los talibanes es más rápido que lo esperado. En una semana han tomado 17 capitales. 

El jueves cayó Herat, la tercera ciudad del país, tras dos semanas de asedio. Pese a que el mismo jueves el Pentágono no quería reconocerlo oficialmente, los reportes indicaron que los talibanes también tomaron Kandahar, la segunda ciudad más importante del país, en la que las fuerzas armadas afganas habían desplegado a sus comandos de élite. 

Y se conocen gota a gota las consecuencias de este ataque relámpago: se calcula que ha habido mil asesinatos de civiles en el último mes, de han denunciado los matrimonios forzosos impuestos a las mujeres, que ven amenazadas, entre otros sus derechos a trabajar y estudiar en las áreas bajo control talibán. Ayer, ACNUR, agencia de Naciones Unidas para los refugiados, estimaba en una nota que de las 250.000 personas desplazadas desde finales de mayo, el 80% son mujeres y niñas.

La caída de Kabul, en la que viven 4,7 millones de personas, puede ser cuestión de días o de semanas, indican las fuentes occidentales The Washington Post refleja que una “nueva y sombría evaluación de inteligencia” ha fechado la posible caída de Kabul en un plazo de 30 a 90 días. Es una revisión al alza sobre las estimaciones que se hacían en junio de este año, que calculaban que la capital no podría caer antes de seis meses.

La embajada de Estados Unidos ha instado a sus nacionales en la ciudad a evacuar la ciudad en vuelos comerciales, y el Gobierno de Biden se ha visto obligado a anunciar, en las últimas horas, el envío de 3.000 soldados para garantizar la evacuación, con la perspectiva de ese “momento Saigón” en primer plano.

La población afgana

Pero la situación es mucho más grave para la población autóctona. El 6 de agosto, es decir, antes de la ofensiva de esta semana, la Agencia para los Refugiados de la ONU (ACNUR) estimaba que en lo que va de 2021, “unos 360.000 afganos se han visto obligados a huir de sus hogares debido al conflicto”.

Se espera que sean más, el martes, un funcionario de la UE refirió que la propia ONU estima que medio millón de personas podrían verse obligadas a salir de Afganistán hacia los vecinos Pakistán, Irán y Tayikistán a medida que la situación se deteriore. Al recrudecimiento de la guerra provocado por la salida de las tropas estadounidense se suma, según la Federación Internacional de Sociedades de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja, que más del 80% del país sufre una sequía que está provocando una grave escasez de alimentos y agua.

El éxodo está provocando un desesperado viaje de miles de personas hacia Iraq, con la esperanza de llegar hasta Turquía. La respuesta inicial de los países de la Unión Europea a la que apunta como una nueva crisis migratoria no pudo ser más fría. El 10 de agosto, los ministros de Interior seis estados miembro —Alemania, Austria, Grecia, Dinamarca, Países Bajos y Bélgica—enviaron una carta a la Comisión Europea pidiendo que no cesen las repatriaciones hacia Afganistán de solicitantes de asilo, después de que el Gobierno de Kabul impusiera una moratoria de tres meses al retorno de población afgana expulsada desde Europa.

El 8 de agosto, las bombas de un B52 estadounidense destruían un instituto y una clínica en la ciudad de Helmand, causando 20 víctimas civiles.

Sin embargo, la situación obligó a los Gobiernos de Alemania y Países Bajos a tomar decisiones en sentido contrario, a instancias de sus Ministerios de asuntos exteriores. Alemania suspendió las deportaciones de solicitantes afganos en su suelo, lo que puede afectar a aproximadamente 30.000 personas pendientes de expulsión. Turquía, por su parte, no ha suspendido estos vuelos. El 12 de agosto, según la organización Amaso, de apoyo a los migrantes afganos, el Gobierno de Erdogan fletó un vuelo con 460 solicitantes de asilo con destino Afganistán.

Además, la promesa por parte de EE UU de mantener los bombardeos aéreos en coordinación con las fuerzas armadas afganas tiene consecuencias graves. El 8 de agosto, las bombas de un B52 destruían un instituto y una clínica en la ciudad de Helmand, causando 20 víctimas civiles. Otro bombardeo atacaba la ciudad de Shebergan. Estados Unidos ha mantenido, asimismo, el uso de drones.

La evacuación

Tras el ataque relámpago de los talibanes, la toma de Kabul se plantea como el último hito de la conquista del país por parte de este movimiento político, que en el momento de la invasión estadounidense no controlaba tanto territorio como el que posee a fecha de 14 de agosto. Los talibanes reclaman la caída del Gobierno de Ashraf Ghani. Si no, avisan de que lanzaran un ataque antes de que llegue el helado invierno. Tienen ventaja y por eso sus representantes en las negociaciones de Doha, en Qatar, no se ven apremiados para la negociación.

La estrategia para asediar la capital se ha visto reforzada por el control de dos puntos estratégicos por sus autovías: Puli Khumri, a 200 kilómetros de Kabul y Ghazni, a 150 kilómetros y considerada tradicionalmente la llave para el control de la principal ciudad del país.

Talibanes Ghanzi
Los Talibanes conquistan Ghanzi en su avance hacía Kabul, capital de Afganistan.
 

La situación de caos y el aroma de espantada tiñe todas las decisiones del Gobierno de Ghani, quien el miércoles 11 de agosto nombró al cuarto jefe del ejército en un año. Khalid Payenda, hasta ese día ministro de Finanzas, dimitió y salió del país, después de que los talibanes tomaran puestos aduaneros estratégicos, detrayendo del Tesoro afgano aproximadamente 30 millones de dólares de una tacada, según Bloomberg.

El Gobierno Ghani, que fue de hecho puenteado en 2020 cuando la administración de Trump pactó un acuerdo con los talibán que han devuelto al terreno líderes militares que permanecían encarcelados, afronta la ofensiva con muy pocas expectativas de permanecer en el poder.

A través de Zalmay Khalilzad, enviado especial a las negociaciones de Qatar, EE UU intenta en el transcurso de las últimas horas que negociadores de Unión Europea, Rusia y China se unan a las conversaciones en el emirato. Khalilzad tiene la misión de advertir de que Afganistán se convertirá en “un Estado paria” si no se producen negociaciones.

El Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas prepara una declaración en ese sentido con la amenaza de sanciones por los abusos y los actos llevados a cabo durante la ofensiva militar. Del mismo modo, el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, advirtió el viernes de que los talibanes “no serán reconocidos por la comunidad internacional si toman el país por la fuerza”.

Pero, en las últimas horas, los medios estadounidenses reportan que los esfuerzos de Khalilzad se centran en garantizarse que no se produzca un ataque o la destrucción de la Embajada de Estados Unidos en Kabul. Un miedo que, unido al “efecto Saigón” tiene un coste político interno para Joe Biden, como muestra el temor por parte de un senador republicano, citado por The Washington Post de que “al-Qaeda y los talibanes pueden celebrar el vigésimo aniversario de los ataques del 11 de septiembre incendiando nuestra embajada en Kabul». 

Un mando militar estadounidense, al que cita Financial Times, admite que las fuerzas armadas afganas no estaban preparadas para controlar todo el territorio, las principales ciudades y vías de comunicación, así como las infraestructuras clave. “Los talibanes han tenido más éxito en ganarse la lealtad de las minorías en el norte y el oeste que las fuerzas gubernamentales reclutando pashtunes del sur, y el pequeño número de tropas bien entrenadas del gobierno no puede estar en todas partes a la vez”, escribían esta semana los antimilitaristas Medea Benjamin y Nicolas J.S. Davis. La estrategia talibán les ha superado en todo momento y la cuestión ahora es si funcionará el repliegue de las tropas de Ghani a Kabul. Y cuánto coste en vidas civiles tendrá esa batalla.

Más de mil millones

Biden ha mantenido la apuesta por la retirada, reconociendo implícitamente la magnitud de la derrota de Estados Unidos en Oriente Medio: “Gastamos más de mil millones durante 20 años, entrenamos y equipamos con equipos modernos a más de 300.000 fuerzas afganas”, dijo el martes, antes de descargar la responsabilidad: “Los líderes afganos deben unirse… Tienen que luchar por sí mismos, luchar por su nación ”. 

La proclama choca con el acuerdo firmado el año pasado entre el Gobierno de Trump que, a cambio de algunas promesas como que no se permitirá el acceso de al-Qaeda al poder en las zonas de control talibán, no estableció ninguna pauta útil para una transición pacífica en un país devastado por el conflicto y corroído por la corrupción. Más bien al contrario, como señala el analista Juan Cole en Common Dreams, la gran mayoría del dinero que Estados Unidos gastó en ese país en los 20 años que siguieron a la derrota de los talibanes en 2002 fue para pagar las bombas que arrojaron sobre el país, «el dinero gastado en la construcción del lugar fue mínimo en comparación. Y gran parte se perdió debido a la corrupción”. 

Los reportes de la ONU estiman que, por su parte, los grupos de combatientes talibanes, más parecidos a una guerrilla que a un ejército convencional, aglutinan a entre 55 y 85.000 soldados.

Por otra parte, ese acuerdo, para el que no se contó con el Gobierno de Kabul, situó a este en una posición compleja, como un actor redundante, sin opciones de negociar y abandonados políticamente por Estados Unidos, que renunció además a exigencias en términos de libertades civiles, especialmente para las mujeres. Los analistas coinciden en que la alianza del Norte que funcionó como aliada de EE UU en 2001 y 2002 no va a revivir en este conflicto. Bastiones de entonces como Faizabad ya han caído bajo el control de los talibanes.

Edward Prince, portavoz del Departamento de Biden a los periodistas Estado de EE UU mantiene la línea principal del discurso del Gobierno de Biden. “Los afganos”, asegura, deben unirse para hacer frente a los talibanes. Desde Washington se sostiene que seguirán coordinando los ataques aéreos y que las fuerzas armadas, formadas por una cifra estimada de 300.000 soldados, aun son superiores numéricamente a los talibanes. Aunque la cifra, en un país gobernado por la corrupción, parece inflada.

Los reportes de la ONU estiman que, por su parte, los grupos de combatientes talibanes, más parecidos a una guerrilla que a un ejército convencional, aglutinan a entre 55 y 85.000 soldados.

Ayer, 13 de agosto, el blog especializado en conflictos Oryx publicaba en Twitter que los “nobles muyahidines”  —en la terminología de la tercera entrega de la serie cinematográfica Rambo— habían requisado cuatro helicópteros Mi8/17. Las requisas de armas y equipos por parte de los militares talibanes están a la orden del día en un país en el que, tras 20 años de conflicto con Estados Unidos, tiene un boyante mercado de armas y una economía basada extraoficialmente en el cultivo de opio. Los observadores de la ONU calcularon en 2020 que los talibanes tienen unos ingresos anuales de entre 300 y 1.500 millones de dólares.

Mientras Estados Unidos achica aguas ante la opinión pública interior, tratando de evitar un segundo momento Saigón, el problema de los desplazamientos y la próxima crisis de refugiados se plantea para una Unión Europea sin propuestas en esta crisis. En una semana, los talibanes han tomado las principales vías de acceso y pueden plantear una aproximación a Kabul con la que obtener aun más beneficios. La siguiente fase implica a otros actores como Pakistán y su enfrentamiento sempiterno con India, Irán, Rusia o China, que actualmente no están implicada en las negociaciones de Doha. De momento, esta semana el mundo ha contemplado como el castillo de naipes que Bush y Cheney crearon y sus sucesores, Barack Obama, Donald Trump y Joe Biden, sostuvieron, se ha desmoronado y amenaza con arrastrar miles de vidas en su caída.

14 de Agosto, 2021.

Fuente: https://www.elsaltodiario.com/oriente-medio/ofensiva-taliban-salida-estados-unidos-afganistan


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