Afganistán: La consumación de la derrota del imperialismo.
por Secretariado Internacional de la LIT-CI
Las fuerzas de la organización político-militar Talibán han entrado a la capital Kabul y han tomado el poder. Antes de eso, habían tomado la mayoría de las ciudades del interior frente a un ejército nacional que se derrumbó. De modo simultáneo, el último contingente de tropas estadounidenses que permanecían en el país comenzaba su retirada (por orden del presidente Joe Biden) e intentaba asegurar la huida de miles de personas en vuelos aéreos, incluido el ex presidente afgano Ashraf Ghani y numerosos funcionarios del régimen derrocado. ¿Cuál es el significado de estos hechos?
Algunos medios de izquierda han calificado este hecho como equivalente a la derrota estadounidense en la guerra de Vietnam, en la década de 1970. Otras publicaciones destacan y repudian el carácter profundamente reaccionario y opresivo contra las mujeres y las minorías étnicas del anterior régimen del Talibán (1996-2001). Al mismo tiempo, los medios reflejan un intensísimo debate en los núcleos imperialistas de inteligencia y elaboración de política sobre el balance de lo ocurrido y sobre lo correcto o equivocado de la decisión de Biden[1]. Frente a este complejo panorama: ¿cuál debe ser, entonces, el análisis y la política de los socialistas revolucionarios?
La “guerra contra el terror” de Bush
Comenzaremos señalando que lo que está sucediendo ahora es el último episodio de una larga historia iniciada en 2001, cuando el entonces presidente estadounidense, el republicano George Bush hijo, para poder llevar adelante el proyecto internacional llamado Nuevo Siglo Americano, aprovechó el efecto político que produjeron los atentados contra las Torres Gemelas de Nueva York, el 11 de setiembre de ese mismo año. Bush lanzó la “guerra contra el terror” dirigida a lo que llamó “el eje del mal” (entre otros, los gobiernos de Afganistán, Irak, Siria, Corea del Norte e Irán).
El primer episodio de esa guerra fue la invasión a Afganistán, para derrocar el gobierno del Talibán (acusado de haber ayudado a los autores del 11-S), en octubre de 2001, con participación minoritaria de tropas de Gran Bretaña y otros países. Esta coalición recibió el nombre Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad (ISAF). El paso siguiente fue la invasión a Irak, en marzo de 2003, para derrocar el gobierno de Sadam Hussein (acusado de poseer “armas de destrucción masiva”).
Ambos regímenes fueron derrocados pero el imperialismo se vio obligado a mantener ocupaciones militares permanentes que debieron enfrentar guerras de liberación nacional de curso cada vez más desfavorable[2]. Para intentar revertir esta dinámica, el imperialismo redobló la apuesta y llegó a tener 100.000 soldados en Afganistán, al inicio del gobierno de Barack Obama. Pero esa apuesta no dio resultado y el curso de la guerra en Afganistán conducía de modo casi inevitable a una derrota del imperialismo (lo mismo sucedía en Irak), algo que ya era reconocido por la propia burguesía imperialista, su prensa y los jefes militares. En esos años, se creó el concepto de “síndrome de Irak” (en analogía con el desenlace de la guerra de Vietnam) para caracterizar la situación resultante de una derrota y la necesidad de poner el timón hacia otras alternativas[3].
Un giro de Obama
Fue en esos años que se produjo lo esencial de la derrota militar imperialista. Nuevamente, el imperialismo recibía la misma lección que en Vietnam. Si se trata de acciones militares rápidas contra países más débiles, su superioridad militar y tecnológica son efectivas, como en el derrocamiento de los regímenes del Talibán y de Sadam Hussein. Pero si esas acciones se transforman en ocupaciones y guerras que se extienden en el tiempo, contra una resistencia nacional, terminan siendo muy negativas para el imperialismo. Como una expresión de esa derrota, en 2014 se disolvió la ISAF, se retiraron las fuerzas de otros países, y solo quedaron soldados estadounidenses.
Obama ya había comenzado un giro de timón: la retirada paulatina de tropas estadounidenses hasta dejar un máximo de 10.000 soldados en la base de Bagram, básicamente, por un lado, para proteger Kabul, las instituciones del régimen títere y los barrios más céntricos. Por el otro, para realizar operativos de “asesinatos selectivos” contra líderes del Talibán. El objetivo estratégico era retirarse.
En ese marco, simultáneamente impulsó, proveyó armas, entrenó y financió con numerosos fondos la construcción de un “ejército nacional afgano” capaz de sostener el régimen de Kabul y contener al Talibán. En teoría, contaba con 300.000 efectivos bien armados y entrenados. Pero acabó mostrándose como un “castillo de arena”, especialmente en el interior, donde sus unidades eran comandadas por jefes tribales regionales (transformados en “señores de la guerra”) que muchas veces mentían sobre la cantidad de soldados que poseían para quedarse con más dinero.
En los años siguientes, ante cualquier ofensiva fuerte del Talibán, entregaban la ciudad cabecera de la región y, muchas veces, pactaban con esta organización. Cuando se conoció la decisión de Biden de retirar definitivamente los soldados estadounidenses de Bagram, este derrumbe se aceleró, facilitó el control del territorio afgano por las fuerzas del Talibán y su avance hacia Kabul.
“Nos vamos”
En este punto, es necesario señalar que la política de retirarse de modo definitivo de Afganistán ya había sido tomada por Donald Trump con el argumento de que no se debían gastar esfuerzos en “guerras inútiles”, en regiones que no consideraba estratégicas para los intereses de EEUU.
«Después de todos estos años, es hora de traer a nuestra gente de regreso a casa», dijo el entonces presidente estadounidense. Incluso “en febrero de 2020, Estados Unidos y el Talibán firmaron un ‘acuerdo para llevar la paz’ a Afganistán” (sin participación del régimen afgano). Casi 5.000 militantes talibanes fueron liberados en los meses posteriores al acuerdo.
En otras palabras, por más que ahora Trump vocifere que el resultado hubiese sido “más exitoso” con él en el poder, Biden no hizo más que continuar y concretar una decisión política que hace varios años había tomado el imperialismo estadounidense. En ese marco, realizó un acuerdo (de hecho o explícito) con el Talibán, por el que este demoró su entrada a Kabul para permitir la salida de las tropas americanas y que los funcionarios del régimen afgano derrocado pudieran huir a través del aeropuerto. Aunque no sea el tema central de este artículo, digamos que esta política de Biden hacia Afganistán se encuadra en los objetivos estratégicos que definió para su gobierno: intentar resolver los problemas económico-sociales a nivel nacional y concentrase en el enfrentamiento con China en su política internacional.
Una primera definición
Hemos dicho que algunas organizaciones de izquierda caracterizan la entrada del Talibán a Kabul como un “nuevo Vietnam” e incluso comparan dos fotos de un helicóptero militar estadounidense volando arriba de las respectivas embajadas. Pero si solo tomamos el mensaje que transmite esta comparación de fotos tendremos una imagen deformada de la realidad.
Haremos una primera definición: hay sí una derrota del imperialismo estadounidense en su política de invadir países e imponer militarmente su voluntad. Por eso, de la misma forma que apoyamos la resistencia nacional del pueblo afgano contra el imperialismo, conmemoramos esa derrota como un triunfo de las luchas de las masas. Es una demostración de que es posible derrotar al imperialismo y que no se trata de una fuerza invencible, sino que presenta profundas fragilidades. Esta definición es la central en el balance de lo ocurrido en los últimos 20 años. En ese sentido, podemos trazar algún paralelo con la guerra de Vietnam.
Sin embargo, tal como hemos analizado, lo que ahora ocurre es la consumación de esa derrota que, en esencia, ya se había producido años atrás (al igual que en Irak) y cuyos efectos más importantes ya se produjeron en esos años. Por ejemplo, la crisis política del imperialismo estadounidense y el giro que dio Barack Obama sobre la política de Bush, por un lado, y el gran ascenso revolucionario en el mundo árabe y musulmán, a partir de 2011. Fue en esos años que se produjo el “efecto Vietnam”.
Lo que vemos es como un final en “cámara lenta” y, desde entonces, ha corrido “mucha agua debajo del puente”. Quien espere que el hecho de que el triunfo del Talibán detone, de modo automático y mecánico, una dinámica inmediata mundial o regional similar a la que abrió Vietnam, o la rápida expansión de un nuevo ascenso revolucionario en el mundo árabe-musulmán, posiblemente se vea defraudado. La dinámica mundial y regional será mucho más compleja y contradictoria.
Ahora el problema es el Talibán
Finalmente, hay otra diferencia muy importante. La derrota del imperialismo en Vietnam dio origen a un nuevo Estado obrero en el país unificado, aunque burocratizado, dirigido por el Partido Comunista vietnamita.
Es imposible que eso ocurra en Afganistán y la causa fundamental es el carácter del Talibán. Esta organización se transformó la dirección político-militar de la resistencia nacional al imperialismo y fue entonces artífice de la derrota imperialista. Fue una lucha muy progresiva de las masas afganas y por eso la apoyamos.
Sin embargo, no podemos dejar de lado dos aspectos. Por un lado, que este carácter burgués del Talibán hace imposible que vayan a ser consecuentes hasta el final en la lucha contra el imperialismo. Por el otro, que el Talibán ya gobernó el país entre 1996 y 2001, y lo hizo con un régimen que caracterizamos como una “dictadura teocrática”, con leyes basadas en una interpretación extrema e intolerante de la sharia islámica.
Estas leyes eran duramente opresivas-represivas contra las mujeres: eran obligadas a usar la burka como vestimenta obligatoria en público, no podían manejar autos, se eliminaron las escuelas para niñas mayores de 8 años (antes de esa edad, solo podían aprender a leer y escribir en el estudio del Corán); no podían ir a consultas con médicos varones sin la presencia de un hombre que las acompañase (lo que hizo que muchas veces no fuesen atendidas por diversas enfermedades, etc.
El régimen del Talibán también cometió varias masacres contra las minorías étnicas, religiosas y lingüísticas del país “especialmente entre los chiitas y la población hazara, a los que consideraban como ‘sub-humanos’ porque eran ‘no creyentes y, según ellos no tenían ningún derecho”[4]. Fue precisamente este carácter represivo y reaccionario del régimen dictatorial del Talibán lo que hizo que algunos sectores medios e incluso populares de las ciudades más importantes, especialmente en Kabul, prefirieran incluso la ocupación estadounidense y el régimen títere, y les dieran cierto apoyo y colaboración. La imagen de mucha gente de Kabul queriendo huir de la ciudad es un reflejo de eso.
Tenemos, entonces, esa combinación contradictoria: un triunfo de la resistencia nacional afgana contra el imperialismo (aunque, como dijimos, se haya producido en cámara lenta) pero, como resultado de ello, la casi segura instalación de una nueva dictadura teocrática. Festejamos el triunfo pero, al mismo tiempo, creemos que la tarea que ahora se presenta para las masas afganas (en especial para las mujeres y las minorías oprimidas) es la lucha contra esa dictadura.
En síntesis, acaba de producirse la consumación de una derrota imperialista. Eso fortalece las luchas contra el imperialismo de los trabajadores y las masas en el mundo y llamamos a redoblarlas. Al mismo tiempo, toma el poder una organización cuyo proyecto es instalar una dictadura teocrática. Por eso, la tarea que se inicia en Afganistán es la pelea contra el nuevo gobierno.
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Notas:
[1] Sobre este último punto, ver el dossier publicado por la página https://www.atlanticcouncil.org/blogs/new-atlanticist/experts-react-the-taliban-has-taken-kabul-now-what/ o el reportaje de la BBC News británica en https://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-57762858
[2] Ver el artículo de Martín Hernández “¿Qué guerra es esta?” en la revista Marxismo Vivo No 4 (diciembre 2001) y el de Alejandro Iturbe publicado en este sitio en: https://litci.org/es/la-reaccion-democratica-del-sindrome-de-vietnam-al-sindrome-de-irak/.
[3] Sobre la situación existente ya en 2009, recomendamos leer los artículos de Bernardo Cerdeira en el dossier “Medio Oriente. Un nuevo e inmenso Vietnam para el imperialismo”. Publicados en la revista Marxismo Vivo No 22 (diciembre de 2009).
[4] Yousufzai, Rahimyllah, «Pakistani Taliban at work», The News (18/12/1998)
Fuente: https://litci.org/es/66669-2/?fbclid=IwAR0MsYFHhgbEjIv-xYnFuFe2Aa_jvaMjZTTmsF8W020ShXxz-6cWLNdGfDU
Anexo CT: Regreso de los talibanes al poder
El nuevo amo de Kabul estuvo preso en Guantánamo.
Después de haber sido ministro del Interior, de 1997 a 1998, en el gobierno de los talibanes, Khairullah Khairkhwa fue apresado por el ejército pakistaní, entregado a la CIA y enviado en 2002 a la cárcel que Estados Unidos abrió en la base naval que ese país mantiene ilegalmente en suelo cubano, en Guantánamo.
Durante 12 años, este ex ministro de los talibanes fue sometido en Guantánamo a las torturas sistematizadas por el profesor estadounidense Martin Seligman, según el modelo concebido después de la guerra de Corea por el doctor, también estadounidense, Albert D. Biderman. El objetivo de esas torturas no era la obtención de información sino “formatear” la mente del torturado inculcándole ciertos comportamientos1.
Khairullah Khairkhwa fue liberado –por orden del presidente Barack Obama y junto a otros 3 prisioneros– durante un intercambio organizado a cambio del sargento estadounidense Bowe Bergdahl, intercambio de prisioneros que el entonces presidente afgano Hamid Karzai saludó como un “gesto de paz”.
Finalmente resultó que el sargento Bergdahl había sido capturado por los talibanes cuando intentaba desertar del ejército estadounidense. Por consiguiente, Bergdahl fue condenado a una pena de cárcel por una corte marcial estadounidense.
A principios de 2021, Khairullah Khairkhwa estuvo entre los miembros de la delegación de los talibanes que participó en las negociaciones de paz entre estos y Estados Unidos, Rusia y China. Durante aquel encuentro, este ex ministro del Interior de los talibanes declaró rotundamente que su intención era continuar la yihad hasta alcanzar la victoria.
El 15 de agosto de 2021, después de la huida del presidente afgano Ashraf Ghani ante el avance de los talibanes hacia Kabul, Khairullah Khairkhwa estuvo entre los miembros de los talibanes que tomaron la sede de la presidencia.
1«El secreto de Guantánamo», por Thierry Meyssan, Оdnako (Rusia) , Red Voltaire, 6 de noviembre de 2009.
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