Cada vez más alejados: Música y distopía.
por Marcelo Simonetti /Sonámbula.
“Y continuaríamos como si no pasara nada,
y nos esconderíamos de esos días en que permanecimos solos,
quedándonos en el mismo lugar, solo haciendo pasar el tiempo.
Tocándonos a a distancia, cada vez más alejados.
Baila, baila, baila con la radio.”
Así canta Ian Curtis en «Transmission». En el video del tema, mientras canta (¿o grita?), baila. Pero ¿baila? Bailar está asociado a un evento social de esparcimiento, placer. Sin embargo Ian no sonríe. Baila a la distancia con el movimiento espasmódico y eléctrico del desesperado fuera de control, solo con la radio. Bailando, ¿se divierte o sufre?
Las tragedias sociales, las pandemias, las guerras por venir, la idea de un futuro desolador y el fin de la civilización humana no son un tema ajeno a las distintas formas del arte. Nosotros, de Zamiatin; 1984, de Orwell; Un mundo feliz, de Huxley y Farenheit 451, de Bradbury, son algunas de las distopías más renombradas.
La utopía, esa posibilidad de un futuro armónico, fraterno e igualitario es un término que el lenguaje acuña hace 500 años, desde la aparición del famoso texto de Tomás Moro. La distopía, su contracara, esa sociedad indeseable en sí misma, deshumanizada, tiránica y en estado terminal, parece haber aparecido por primera vez hace 150 años en el Parlamento inglés, en boca del filósofo utilitarista Stuart Mill. Sin embargo, la distopía fue la hermanita fea, debilucha y despreciada de la utopía desde su nacimiento. ¿Cómo podría ser de otra manera a fines del siglo XIX y principios del XX, con el socialismo que aparecía como posibilidad al alcance de la mano?
Nosotros, la novela del ruso Yevgueni Zamiatin que imagina un futuro con un Estado vigilante y represor, fue editada en 1921 y es hija directa de los primeros sinsabores que dio la revolución rusa del 17. Un mundo feliz es la proyección de Huxley de futuro donde las ventajas y el confort que ofrecía el capitalismo arrase con todos los rastros de humanidad que nos identifican. 1984 es hija del escepticismo de George Orwell después de haber sufrido en carne propia la derrota y el desencanto junto al ala izquierda de los republicanos españoles.
Siempre la cultura es hija y reflejo de las relaciones económicas y sociales. Quizás es por eso que la distopía empezó creérsela un poco más hace 50 años. Empezó a sentirse más a gusto pasando de mano en mano, de boca en boca desde la década del 70 hasta hoy, cuando su hermana y enemiga conjurada pasó a ocupar el lugar de paria.
Con el fracaso y la derrota de los ascensos revolucionarios de masas de los setenta y la entrega estalinista de sus Estados al capitalismo liberal a principios de los noventa, la utopía es quien aparece como territorio de trasnochados. Y las viejas distopías, ¿que son sino crueles descripciones del presente?
Ayer nomás una científica asociada la lucha de las mujeres por su emancipación definió al argentino como un “Estado Materno”, mientras el Ejército se enseñorea en los barrios más difíciles de La Matanza en plena cuarentena. ¿Que queda entonces para los conservadores si los progresistas tiran éstas definiciones? Las viejas distopías hoy son la realidad más “amigable” que el poder y sus propagandistas nos brindan. Las nuevas, parten de ésta realidad desolada hacia un mundo peor, final.
Si durante el último siglo algunas canciones sueltas apuntan a un futuro distópico, es a partir de la década del 70 donde el tema comienza claramente a hacer pie en la música popular en todo el mundo. Discos enteros, como The Court of the Crimson King, de King Crimson, con sus evocaciones crípticas a un futurismo medieval y su locura moderna son un ejemplo.
Entre 1973 y 1975 el mundo se vio sumergido en una crisis financiera y una recesión económica a partir de la decisión de los países de Medio Oriente de dejar de exportar petróleo a todos aquellos que apoyaron a Israel en la guerra con Siria y Egipto. Como sucede siempre, los que más sufren las crisis son las grandes mayorías. Eso entendió David Bowie en esa misma época, instalado en New York después de su alucinante viaje a otro planeta para convertirse en Ziggy Stardust. En 1973, en una entrevista para la revista Rolling Sone, le cuenta a William Burroughs que está trabajando en una versión televisiva del 1984 de George Orwell. Ese proyecto se vio trunco debido a la negativa de la viuda de Orwell en ceder los derechos de la novela. “Para una persona que se casó con un marxista, terminó siendo la mayor snob de clase alta que vi en mi vida. Me dijo: Dios mío, ¿poner el libro en la música? Fue algo así”, declaró David años más tarde. Entonces cambió el proyecto a un disco y una película con “un mundo devastado por la escasez de combustible y poblado por cyborgs”. La acción se desarrollaría en un territorio en ruinas, en pleno colapso social y económico. Pese al rechazo de la viuda, grandes porciones del disco están inspirados en el libro.
En esa tierra se ubica la ciudad descrita en el recitado que abre el disco, Future Legend:
Y en la muerte, mientras los últimos cadáveres yacen
pudriéndose en las calles resbaladizas,
las persianas están levantadas apenas en el “Edificio Moderación”
en lo alto de la colina “Cazadores Furtivos”.
Y rojos ojos mutantes te miran fijo en la “Ciudad Del Hambre”,
donde no hay más .
Pulgas del tamaño de ratas chupan la sangre de ratas del tamaño de gatos
y diez mil humanoides divididos en pequeñas tribus
cubren el más alto de los estériles rascacielos
como si fueran manadas de perros atacan los frentes de cristal en la Avenida
“Ámame”,
arrancando y rearmando pieles de visón y de brillantes zorros plateados
que ahora sirven para mantener el calor.
La insignia familiar es un zafiro y una esmeralda rotas
cualquier día de éstos ahora
en el “Año de los Perros de Diamante”
Esto no es Rock’n’Roll.
Esto es un genocidio.
Finalmente, la película nunca vio la luz, pero todo el disco Diamond Dogs es una distopía postapocalíptica nacida de un presente desolador. No era la primera vez que Bowie visitaba la idea de un futuro desvastado. Ya lo había hecho en “Saviour Machine”, del disco The Man Who Sold The World, de 1970. Tampoco fue la última vez, ya que Bowie siguió explorando futuros probables a lo largo de toda su vida.
Mark Fisher plantea que el punk fue la última revolución (derrotada) musical auténtica, impredecible para la industria de la música y también para la sociedad. El intento no fue casual. La cultura suele reflejar las relaciones de clase y el fin de los sesenta y todos los setenta fueron testigos del último gran intento revolucionario de masas que puso en jaque al sistema capitalista. Quizás por su carácter de último intento, el punk fue un reflejo cultural revulsivo. Probablemente la sensación de futuro cancelado, con un capitalismo que ya se presentaba como una realidad perenne y decadente, haya ayudado. Un sistema que ya no tiene nada nuevo para dar y que no puede resolver las grandes contradicciones de la humanidad, que además ya no tiene grandes contrincantes, termina reflejándose en una cultura del refrito, agotada y reciclada, tan de plástico como el propio sistema.
De las tres patas que fueron la cara visible del punk, la izquierda politizada estuvo en The Clash. Pero la intentona del punk contra el mainstream antes de ser fagocitada por el mismo duró poco tiempo. No es casual que después de dos discos ubicados en el centro del estallido cuestionador hayan escrito “London Calling”, la canción que le da nombre a su disco de 1979. Lo que quedaba de la revuelta ya era apenas un género musical, en el mejor de los casos, cuando no una parodia de sí mismo. En éstos tres minutos la banda del oeste londinense traslada la urgencia inmediata a un futuro distópico como escape de los escombros que dejó la fallida toma del cielo por asalto que habían protagonizado. El tema arranca: “Londres llamando a los pueblos lejanos / Ahora la guerra ha sido declarada y la batalla llega / Londres llamando al inframundo”. En el estribillo adivina: “La edad de hielo viene, el Sol se acerca / Se espera el colapso, se empieza a acabar el trigo / Los motores dejan de funcionar, pero no tengo miedo / Porque Londres se ahoga, y yo vivo a la orilla del río”. Y en el final repite: “La edad de hielo viene, el Sol se acerca / Los motores dejan de funcionar, se empieza a acabar el trigo / Un error nuclear, pero no tengo miedo / Porque Londres se ahoga, y yo vivo a la orilla del río”.
Con la derrota de los setenta, el capitalismo esparció por el mundo el triunfalismo neoliberal que deja a medio mundo fuera del mundo. Sus propagandistas cantaron loas a un andar inexorable. Y ese triunfalismo tuvo su correlato en la “fiesta” de géneros nacidos o popularizados a fines de los setenta y durante los ochenta, tales como la música disco.
La derrota de los setenta también tuvo su espejo en la cultura de masas: el post-punk. Algo más que un estilo musical con sus propias fórmulas, el post-punk es un estado de ánimo, una perspectiva. ¿Cómo explicamos que el funk de Gang Of Four sea post punk, que la electrónica y el darkwave de Depeche Mode estén asociadas al post punk, que el Dream Pop y el Wave etéreo de Cocteau Twins sea post punk o que estilos tan disímiles como el Kraut, el gótico y el dub estén asociados a él?
La mayoría de los grupos fundadores del post punk, fueron lógicamente bandas punk previas y el mayor referente no es la excepción. Esa banda es Joy Division, que originalmente no se llamó así. Su primer nombre fue Warsaw, inspirándose en el tema homóimo de David Bowie (a quien no casualmente mencionamos más arriba).
El paso de Joy Division por éste mundo fue materialmente fugaz. Aunque su música todavía suena, más actual que nunca. Duró desde 1976 hasta el suicidio de Ian Curtis, su cantante y compositor. En el medio, algunos EPs y dos discos. El primero arranca con éstos versos: “He estado esperando la llegada de un guía que me tome de la mano. ¿Podrían esas sensaciones hacerme sentir los placeres de un hombre normal?”. Y el último disco, que salió un mes después de que Curtis se quitara la vida, contiene éstos versos en su primera canción: “Toda la madera muerta de selvas y ciudades en llamas no se pueden reemplazar o relacionar, liberar o reparar. Toma mi mano, y yo te mostraré lo que ha sido y será”. En el primer tema, espera que alguien lo guíe de la mano. En el segundo, es él quien espera tomarte de la mano para mostrarte el estado ruinoso de un futuro gris. En 1977, mientras aún se llamaban Warsaw, cantaba en “Ice Age”: “Viviremos en agujeros y pozos abandonados. Poco más puede esperarse”. En la propia “Atrocity Exhibition” el desastre se esparce por toda la letra. Algunos versos dicen: “Manicomios con las puertas abiertas donde la gente ha pagado por ver el interior. Miran por entretenimiento su cuerpo retorcerse. Detrás de sus ojos él dice ¡todavía existo!” Y luego: “Verán los horrores de un mundo lejano, conocerán cara a cara a los arquitectos de la ley, verán matanzas a una escala nunca vista y a quienes se esfuerzan más en pos del éxito”.
La distopía es la herramienta a mano para problematizar el presente cuando no hay perspectivas y quizás por eso es que está tan asociada al post punk. Cabaret Voltaire nació de los escombros fabriles de Sheffield como una especie de guerrilla sonora. Su nombre está tomado de un cabaret de Zurich de la década del 10, cuna del dadaísmo. Junto a Throbbing Gristle son considerados los fundadores del sonido industrial. Ambas bandas, echan manos a la distopía ballardiana durante todo su catálogo, subrayando la idea de que si el presente es gris y opresivo y el futuro es apocalíptico y ese apocalipsis, esencialmente urbano.
“Entre éste concierto y el siguiente algunos de ustedes se habrán muerto”, tira a veces Jaz Coleman, cerebro de Killing Joke, post punk industrial que hizo de la miseria del presente y la distopía de un futuro catastrófico una militancia sin fallas. Salvo alguna que otra excepción en su historia no han tenido gran repercusión en el mainstream, pero cada vez que en su Inglaterra natal o en el mundo hay una gran crisis o una catástrofe derivada del rumbo que el capital nos impone, en los medios de comunicación británicos se suele hacer mención a éstos londinenses.
Por ejemplo, el apocalipsis sonoro de 1990 que es «Age Of Greed», arranca con un comercial de una cantidad delirante de distintos tipos de carne comprada toda junta como una especie de “oferta”:
El diez por ciento es el que tira de las cuerdas
Ser los pocos privilegiados(tener para poseer para sostener)
Poder por encima del pueblo
Ser de los pocos privilegiados que tienen que tener para poseer para sostener bienes y dinero
Bienes antes que dinero
Ademanes verdes de un planeta moribundo/un debate interminable dado demasiado tarde
Un apetito por gula
El único camino es hacia arriba, el único camino es hacia arriba
pero cuando estás arriba tenés que intentar quedarte ahí
así que pisoteás y engañás a la gente
Desayunás con Champagne(recompensas por el asesinato)
y con una cintura abultada, gorda
te complacés con lo que llamás una buena vida
Pero más que nada hay grasa en tu corazón de cerdo
Un estilo de vida de colesterol cruzado
colateralizado colesterol
Guardando lo que queda para obtener mayores márgenes de beneficio
Y para qué?
Yo te voy a decir para qué
Para una caridad irrelevante que alivia la conciencia ¿por qué?
Sólo para justificarte
Mirá ésta utopía
Una sociedad fundada sobre bases sólidas
Educar a nuestros niños – educarlos a todos/para emplumar el nido y que se joda el resto
Los desperdicios se expanden así como tu cintura se expande/mientras otros se paran al final de la fila, y me refiero a vos
Todavía la misma vieja seguridad para el confort de tu criatura
intercambiando las horas de tu vida
por dinero que ya has gastado
comiendo basura para poder pagar el alquiler
vino de mesa una vez a la semana si tenés suerte en comparación
Privatizá la vida de la gente
sé parte de la compañía
o sé derrotado/el aparato de la ciencia al servicio de lo privado
El agua es nuestro negocio
La electricidad es nuestro negocio
El gas es nuestro negocio
Las vidas son nuestro negocio
El negocio es nuestro negocio
Tu dinero – mi tiempo/su agua de baño apestosa – mi vino
El desequilibrio lleva al odio
¿cómo vas a llenar la grieta entre un buffet sin fin y los desechos de comida que yo tengo
siento odio
siento odio
siento odio
No sientas miedo de mostrar tu odio
Solo me tratas como a una mercancía
¿no sabías que ni siquiera puedo darme el lujo de alimentar a mi familia?
solo quiero matar
solo quiero agarrar un arma
y ponerla en tu cabeza
y apretar el gatillo.
Los ejemplos son interminables. Los imaginarios revolucionarios con los que empatizaban la poesía y la narrativa del siglo XX hoy parecen obra de un hippie en viaje lisérgico. Y las más disparatadas y horribles distopías son la realidad diaria. El realismo miserable que tan en boga estuvo en el arte, la descripción minuciosa del “realismo capitalista”, parece estar agotada y los colores del futuro inventan escalas de grises cada vez más oscuros.
El recurso distópico y nuevas corrientes literarias como el New Weird son quienes mejor problematizan el presente y el futuro. Recorriendo el arco ideológico de la prensa mediática, nos enteramos de que el mundo que el capital prepara para la humanidad post pandemia es de más crisis, más catástrofe y más muerte. ¿Qué música nacerá de este mundo? Los esfuerzos desde el arte para conjurarlo, interpelarlo y buscar una salida deberán ser mayores.
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