Sergio Grez: «El secreto Valech es una maniobra política de Lagos que protege a los victimarios».
Con una larga trayectoria como académico, investigando la historia ciudadana de Chile, la cuestión social y el movimiento obrero durante el siglo XX, Sergio Grez puede hablar con propiedad del secreto del informe Valech: fue secuestrado por la dictadura militar en 1975 en su época de estudiante en la Universidad de Chile. A raíz de esto, figura en este informe como declarante, el mismo que hoy está cuestionado, al instalar un secreto de 50 años de los testimonios de quienes sufrieron prisión política y tortura.
En esta entrevista concedida a Radio Bío Bío, Grez analiza esta polémica, así como también el proceso constituyente por el que está pasando hoy el país. Precisamente la historia de los procesos constituyentes en la historia chilena también es otro de sus focos de estudio.
— ¿Ha seguido el desarrollo de la Convención Constitucional? ¿Qué le ha parecido el proceso?
— “La he seguido, pero en líneas generales. Es imposible seguirla detalladamente comisión por comisión. Habría que dedicar todo el día solo a eso, y aún faltaría tiempo. Me ha parecido un proceso intenso; han trabajado mucho los convencionales. Espero que pronto ya se entre en tierra derecha, en la discusión de los contenidos de la propuesta de una nueva Carta Magna, que es lo que esperamos todos. Pero entiendo que estos dos meses eran y son necesarios para tener normas que permitan el trabajo futuro”.
— Usted en su trayectoria profesional ha estudiado los procesos constituyentes que ha tenido el país a lo largo de la historia. En su mirada, ¿es legítimo el proceso constituyente actual?
— “El proceso constituyente actual nació de un impulso desde abajo, y es el resultado de distintos factores. En primer lugar, una vieja aspiración de amplios sectores de la ciudadanía que veníamos reclamando desde hace muchos años una nueva Constitución para Chile. Una de contenidos democráticos, gestada democráticamente”.
“Este anhelo recibió un impulso formidable a partir del 18 de octubre de 2019, con el así llamado estallido social, que más que un simple estallido —lo fue en un inicio— se convirtió a poco andar en una verdadera rebelión popular. En esta, prácticamente todas las reivindicaciones contenidas, expresadas parcialmente o de manera dispersa durante muchos años, se concatenaron de manera virtuosa”.
“Pero, por otro lado, este proceso constituyente es el resultado de una maniobra política en el seno de la casta política parlamentaria, que trató de contener una explosión social nunca vista en nuestra historia, en esta magnitud, profundidad, extensión y duración —estamos hablando de casi un mes antes del 15 de noviembre— y la trató de contener mediante la formulación de una propuesta de proceso constituyente institucionalizado”.
“Con esta propuesta intentó normar un proceso constituyente; es decir, intentó y le resultó en gran medida ‘rayarle la cancha’ al poder constituyente originario, que es donde reside única y exclusivamente la soberanía, haciéndolo de manera tal de que este se realizara con ciertas prevenciones”.
Entre estas “prevenciones”, agrega Grez, se cuentan el quórum supramayoritario de 2/3 sin “plebiscitos intermedios o dirimentes” para las normas que obtengan una “mayoría absoluta pero no lleguen a los dos tercios”, así como el establecimiento de “temas que son tabú, que ni siquiera pueden ser propuestos para la discusión, como los tratados internacionales firmados por el Estado chileno”.
— Existe dentro de la Convención un incipiente debate sobre si el futuro texto debe o no tener un preámbulo. ¿Está usted de acuerdo con la existencia de este preámbulo, y que esta introducción explique las causas que llevaron al proceso constituyente a formarse?
— “Podría ser, sería altamente positivo. Los preámbulos constitucionales son declaraciones generales de principios, que de alguna manera orientan o dan luz acerca del sentido general de la constitución. Puede tratarse de algo relativamente breve, sencillo, que marque esos principios, que fije la orientación general y que reafirme de dónde emana el texto constitucional: de la voluntad ciudadana, del ejercicio de la soberanía popular, de un proceso constituyente efectivamente democrático realizado por primera vez en nuestra historia”.
— Considerando lo anterior, y que el preámbulo constata una realidad actual: ¿tiene la Convención Constitucional la facultad para definir lo que fue la historia reciente?
— “Si la Convención Constitucional fuera o llegara a ser un organismo plenamente libre y soberano, esto es, una verdadera Asamblea Constituyente — que por el momento no lo es— tiene derecho a expresar las ideas que desee y darles la formulación jurídica constitucional que le parezca adecuada. Pero eso no puede constituirse, desde mi perspectiva, en una suerte de historia oficial, aunque va a tener ciertos elementos de ello”.
“Eso no impedirá el debate historiográfico. Hay una permanente reelaboración de la interpretación de la historia por parte de los historiadores y de cualquier ciudadano que adopte la perspectiva historiográfica para interpretar el pasado. La Convención Constitucional tiene todo el derecho a referirse de manera somera en el preámbulo al contexto histórico en el que surge esta Constitución. Sin embargo, ello no será obstáculo para que a futuro el debate sobre este contexto y en el cual surge la nueva Constitución, continúe”.
— En su respuesta usted menciona una “historia oficial”. Para diferenciar: ¿existe una verdad histórica y una oficial? ¿Son dos términos distintos?
— “Evidentemente hay diferencias. Hay verdades oficiales de Estado. Sin ir más lejos, en Chile tenemos una verdad oficial respecto de las violaciones de Derechos Humanos cometidos durante la dictadura de Pinochet, que está contenida básicamente en los informes Rettig y Valech. Esa es la verdad oficial del Estado de Chile. Y eso es materia que está fuera de discusión. El Estado lo reconoció así y la sociedad chilena, mayoritariamente, al menos, también lo entiende así. Incluso, sectores que eran reacios a reconocer estas violaciones sistemáticas de los Derechos Humanos, con el correr del tiempo, terminaron -de buen grado o de mal grado- asumiendo esta verdad como la verdad del Estado”.
“Ahora, otra cosa es discutir acerca de la verdad histórica y de la objetividad o subjetividad en la construcción del conocimiento histórico. Es una discusión mucho más compleja. Pero me parece que hay ciertos elementos en torno a los cuales puede haber algún consenso en el campo de los especialistas del estudio de la historia, que responden a qué es lo objetivo y qué es la objetividad”.
“Me cuento entre aquellos que, al igual que el gran historiador Adam Schaff, pensamos que el objeto del conocimiento existe independientemente de nuestra mayor o menor consciencia acerca de su existencia. O, como sostiene el filósofo Paul Ricoeur, es objetivo lo que el pensamiento metódico ha elaborado, ordenado, comprendido y puede hacer comprender”.
Y añade Grez: “La objetividad en cualquier disciplina, sobre todo en humanidades y en ciencias sociales, siempre está afectada por la subjetividad, nunca puede ser absoluta, siempre es relativa; hay grados de mayor o menor subjetividad”.
“Soy de aquellos que estiman que el deber de los historiadores e historiadoras es la búsqueda de la verdad. Pero ello no quiere decir que deba existir por parte nuestra una suerte de ingenuidad ‘positivista’, porque las preguntas que el historiador le formula a los materiales con los cuales busca recomponer el pasado, siempre son preguntas desde nuestro tiempo presente, desde nuestra propia historicidad como hombres o mujeres dedicados al estudio del pasado de las sociedades humanas, con toda nuestra carga de subjetividad, de emociones, de condicionamientos sociales, políticos, económicos, culturales, de clase, género, nacionalidad, etnia, etcétera”.
“No obstante esta limitante, soy de aquellos que piensan que el historiador tiene el deber de decir la verdad, aun cuando ella contradiga sus hipótesis iniciales”.
En esa línea, ¿la verdad histórica tiene color político? Y si es así, ¿se le puede quitar?
— “Volvemos a lo anterior: la objetividad absoluta es imposible, siempre está condicionada por la subjetividad del investigador, del sujeto cognoscente. No existe la historia aséptica, neutra, absolutamente objetiva. No puede existir”.
“¿Puede existir neutralidad frente a los genocidios que han jalonado la existencia de las sociedades humanas? Yo creo que no. Y es por esto que hay que reconocer que existe una historicidad de la historiografía. Los factores sociales, políticos y culturales condicionan, inevitablemente, las preguntas, la selección de las fuentes y la interpretación de los hechos que hace el historiador. ¿Por qué determinados historiadores hacen determinadas preguntas y otros no, observando los mismos hechos históricos? Y es por eso que la historia está en permanente revisión y reconstrucción. Se pueden escribir diez, veinte, cien, doscientas, quinientas historias sobre un mismo fenómeno histórico”.
“En un momento los historiadores chilenos del siglo XIX, de sesgo liberal en su inmensa mayoría, se preocuparon por estudiar ciertos hechos. Hechos políticos, casi exclusivamente. Y lo hicieron desde una perspectiva que diera legitimidad a la construcción del Estado nacional, que estaba en pleno desarrollo cuando ellos escribieron estos textos. Pero dejaron de lado u omitieron casi por completo otros fenómenos de tipo social, económico, cultural, que con el correr del tiempo adquirirían notable importancia historiográfica”.
— ¿Hay un relato hegemónico “imperante”? Por ejemplo, el abogado Hermógenes Pérez de Arce ha asegurado en distintas ocasiones que ahora la historia está escrita por la izquierda. ¿Lo ve usted así?
— “No, no creo que la historia esté escrita por la izquierda. Hay historiadores profesionales de todas las corrientes, tendencias e inclinaciones políticas e ideológicas. Lo que este señor lamenta es que ciertos hechos que corresponden a la verdad histórica más básica y elemental, hoy día son indiscutibles. Eso es todo. Por ejemplo, que hubo violaciones sistemáticas a los Derechos Humanos durante la dictadura de Pinochet, y que estas no fueron excesos aislados. No fueron responsabilidad de determinados individuos que habrían infringido las normas de sus propias instituciones o las orientaciones de sus jerarquías militares o políticas. Esos hechos ya están prácticamente fuera de discusión, no solo porque exista una verdad oficial de Estado reflejada en los informes Valech o Rettig y en numerosas sentencias judiciales, sino porque toda la investigación histórica, los estudios de memoria, lo han demostrado de manera indiscutible”.
“Quienes, como este personaje, alegan lo contrario, solo pueden apoyarse en sus dichos, en consideraciones de tipo ideológico, pero no en estudios reconocidos por las distintas disciplinas de las ciencias sociales y de las humanidades que tienen un acercamiento a este tipo de temas”.
— La comisión de Derechos Humanos de la Convención Constitucional tiene como una de sus propuestas principales el “dejar sin efecto la norma que embarga por 50 años” el secreto de testimonios y antecedentes del informe Valech, que está respaldado por la ley 19.992. Usted figura en la nómina 10.639 como declarante en este informe. ¿Está de acuerdo con esa propuesta?
— “Absolutamente. Nadie nos preguntó cuando entregamos nuestros testimonios si acaso queríamos que existiera este secreto durante medio siglo. Estoy convencido de que la inmensa mayoría de quienes declaramos, que aún estamos vivos, evidentemente, estamos dispuestos a que se levante el secreto de nuestras declaraciones. Del mismo modo, yo respetaría la voluntad de quienes quieran que estas revelaciones se mantengan aún en reserva”.
“Lo que se cuestiona es la maniobra política de Lagos y de sus asesores tendiente, no a proteger la privacidad de las víctimas de las violaciones a los Derechos Humanos, sino la identidad de los torturadores, de los victimarios. Porque ese es el resultado de esta maniobra que se hizo a posteriori, luego de que fueron recogidos los testimonios de quienes sufrimos prisión política”.
“Este es un anhelo de justicia que se viene expresando desde hace mucho tiempo. Nosotros, un gran número de historiadores, apenas se dio a conocer el informe Valech a fines del 2004, sacamos un manifiesto titulado “Historiadores contra los que torturan en nombre de la patria”, en el cual pusimos, precisamente, el énfasis en la necesidad de que se conocieran estos testimonios, en la necesidad de terminar con este manto de silencio cuyo único objetivo era y sigue siendo proteger la identidad de los victimarios”.
“De esta manera no puede haber una democracia plena, de esta manera no puede haber justicia, de esta manera, quienes realizan discursos de reconciliación se contradicen a sí mismos”.
— Patricio Aylwin en su momento dijo que antes de la justicia, tiene que haber verdad. Eso motivó a la creación de la comisión Rettig. ¿Debe existir un proceso similar ahora, con el estallido social? ¿Una búsqueda de esa verdad? ¿Qué hechos ameritan un momento de búsqueda de la verdad?
— “La pregunta que yo formularía es si acaso se está poniendo como condición para que exista justicia el establecimiento de una nueva verdad oficial. Si es así, yo digo que no. No es necesario. Hay hechos, hay violaciones sistemáticas a los Derechos Humanos a partir del 18 de octubre de 2019 que pueden, perfectamente, ser acreditadas a través de los tribunales y de los mecanismos normales y ordinarios que tiene la justicia en este país. Hay una amplia recopilación de testimonios, con elementos de prueba, por parte de las organizaciones nacionales e internacionales de Derechos Humanos, por parte de los abogados de las víctimas de estos atropellos, por parte de distintas instancias emanadas de la sociedad civil”.
“No es necesario esperar una nueva verdad oficial para hacer justicia. Lo que no quita la posibilidad de que, si existe una demanda social fuerte, poderosa, que viene desde abajo de la sociedad, se pueden constituir las instancias que se consideren adecuadas para establecer la veracidad de ciertos hechos. Pero en el estado actual no me parece que esto sea una precondición para que realmente se haga justicia”.
-¿Se puede considerar legítimo el revisionismo histórico? Por ejemplo, ¿analizar las corrientes culturales que sucedían hace mil, quinientos o cien años atrás, con la visión y la óptica de las corrientes culturales del presente?
— “La historia siempre se escribe desde el presente, otra cosa es que haya historiadores que no tengan consciencia de ello, y se crean que son de una objetividad absoluta, que no está influenciada por nada. Una suerte de observadores de otro planeta u otra galaxia de los hechos humanos, sin condicionamiento de ningún tipo. Eso hay que descartarlo taxativamente”.
“No obstante, es preciso señalar que uno de los grandes riesgos de quien observa el pasado, sea o no historiador, es el anacronismo: juzgar los hechos del pasado con la mentalidad del presente, sin hacer un esfuerzo por entender primero y luego explicar la mentalidad del tiempo que está estudiando, la mentalidad que era la dominante en los contemporáneos de los hechos que está tratando de reconstruir, aunque sus preguntas las formule desde su tiempo presente, desde sus propias preocupaciones como ciudadano.
“Quien estudie el pasado tiene que hacer un esfuerzo de comprensión de la mentalidad de los sujetos, instituciones, grupos sociales y sociedades del pasado que está estudiando. Si no lo hace o no lo logra, el resultado puede ser catastrófico. De tal manera que tendrá un juicio histórico y una explicación, una reconstrucción de hechos que serán muy distantes de lo que fueron aquellos procesos históricos y sociedades en un momento determinado”.
“Existe una dialéctica, una tensión entre dimensiones que deben estar presentes. Esta tensión es inevitable y hasta cierto punto puede ser sana. La historia escrita es una relación dialéctica entre pasado, presente y futuro, no solo entre presente y pasado, sino también con lo que consciente o inconscientemente como hombres y mujeres de nuestro tiempo presente, proyectamos hacia futuro”.
“Entonces, es mejor estar conscientes de estas tensiones antes que creer ingenuamente que la historia fue lo que fue, que hay solo una forma de verla y de observarla. Antes de creer que somos objetivos en un ciento por ciento y de que no tenemos condicionamientos de ningún tipo”.
Fuente: https://www.biobiochile.cl/noticias/opinion/tu-voz/2021/09/18/la-tension-entre-libertad-de-expresion-y-reeducacion-el-debate-politico-en-un-pais-fracturado.shtml
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