La historia de un asesinato desde las sombras durante el estallido social.
Un postón en la cabeza mató al joven de 24 años. Lo hirieron en la madrugada del 30 de enero de 2020, frente a la subcomisaría de Padre Hurtado. Aunque esa munición no pertenece al arsenal antidisturbios de Carabineros, la familia y cercanos acusan a funcionarios de esa unidad. Recientemente, la fiscalía contactó a un testigo que -dos días antes de los hechos- vio a un carabinero en una tienda del sector donde se venden postones. Ariel Moreno no se interesaba en política, pero decidió sumarse a las protestas por la muerte de un hincha de Colo Colo. Por primera vez los padres deciden contar la historia de su hijo, a quien no reivindican como víctima política de la revuelta social.
Vanessa Molina (48) sale de su casa en la Villa Río Aconcagua, en la comuna de Padre Hurtado, todos los días a las nueve de la mañana. En bicicleta recorre 1.300 metros hasta la intersección de Camino a Melipilla con Avenida Los Silos y riega las flores que ella misma plantó ahí hace más de un año. En ese pequeño jardín hay una animita con la imagen de Ariel, su hijo, la que limpia cada día con detergente líquido que hasta hace poco guardaba ahí mismo, pero que ahora se lleva a su casa: adictos comenzaron a robarlo.
Su hermana Carla (46) la acompaña en la semana algunas veces. Su marido, Juan Moreno (49), lo hace los domingos, porque el resto de los días trabaja.
Al frente, a diez metros, se ubica la subcomisaría de Padre Hurtado. Los carabineros nunca le han hablado, pero saben quién es. Ella está convencida de que la madrugada del 30 de enero del 2020 un funcionario de esa unidad asesinó a su hijo con un disparo en la cabeza. El proyectil que le dio muerte fue un postón.
Oficialmente, Carabineros desconoce la existencia de un arma no institucional en su unidad, pero fuentes ligadas al caso comentaron para este reportaje la existencia de un testigo que podría cambiar el panorama. Esta persona, que pidió reserva de identidad, señaló que dos días antes del asesinato de Ariel Moreno (24) vio a un funcionario policial al interior de la tienda GreenMaq (ex Factory Shop), donde se venden armas de aire comprimido y postones. El local está en Camino a Melipilla, a dos cuadras de la subcomisaría. La Fiscalía Local de Talagante le tomó declaración a inicios de octubre.
“SEÑORES LO DEJO TODO, ME VOY A VER AL COLO”
El martes 28 de enero del 2020 se reanudó el Campeonato Nacional de Fútbol, tras estar paralizado casi cuatro meses por el estallido social. Hasta la noche previa, Ariel Moreno dudaba si asistir al partido entre Colo Colo y Palestino en el Estadio Monumental. Steven Aravena (30), su vecino y amigo, compartía la inquietud. «Por toda la pelea que había por el estallido social, estábamos indecisos”, recuerda. «A último momento nos dijo que fuéramos». Moreno le pidió a Nicolás Flores (20), también del barrio, que le comprara una entrada. Antes de partir, prometieron no acercarse a una manifestación.
«El Ariel iba alegre, todos íbamos emocionados en el furgón. Hablamos de la pega y de la casa, pero sobre todo nos fuimos cantando canciones del Colo», recuerda Kevin Aravena (18), uno de los cinco amigos que fueron al partido. A las 19:30 el ambiente en las afueras del Estadio Monumental era festivo y pacífico. «No se veía ningún paco», dice el menor de los hermanos Aravena.
Ya dentro del estadio, faltando una hora para el inicio del partido, fumaron marihuana. Entonces Moreno le pidió a Flores que le sacara un par de fotos con la cancha de fondo.
Terminado el primer tiempo, Ariel Moreno recibió un mensaje de WhatsApp que le cambió el ánimo. Le avisaron que su abuelo paterno había sido desahuciado por un cáncer al estómago. A las 22:30 terminó el partido: Colo Colo ganó 3-0.
Los cinco amigos prometieron ir a todos los partidos que el equipo jugara de local. Afuera, en Avenida Departamental, el ambiente era tenso. “Un par de cabros estaba dando la pelea con los pacos, se estaban pescando a piedrazos”, revive Steven Aravena. Su hermano Kevin lo complementa: “Dijimos ‘ya, vámonos altiro, comamos algo y nos vamos. Por si queda más la embarrá’».
Ariel Moreno comió un completo mientras caminaba al estacionamiento. Segundos después un camión de Carabineros, patente ZKYH28, atropelló en ese lugar a un integrante de la Garra Blanca: Jorge Mora, el “Neco”. Cerca de la medianoche, cuando estaban de regreso en la Villa Río Aconcagua, por redes sociales se enteraron del fallecimiento de “Neco”. Kevin Aravena recuerda la reacción del grupo: “¡Ohh hermano, si estábamos a veinte metros!”.
Según reconstruye Steven Aravena, la madrugada del 29 de enero Ariel Moreno le dijo con rabia que si se convocaba a una manifestación él iría.
ESTALLIDO EN PADRE HURTADO
La subcomisaría de Padre Hurtado fue creada en 1985 como respuesta al terremoto de ese año. Se ubica en Camino a Melipilla N° 2.333 y tiene una puerta lateral por Avenida Los Silos, que da hacia una plazoleta. En los primeros años fue un punto para fiscalizar y aplicar alcotest a los choferes que se desplazaban al litoral. En 1993 se inauguró la Autopista del Sol y la unidad se encargó de la seguridad de la nueva comuna, tras la disminución del tráfico vehicular.
La mayoría de los relatos de vecinos coinciden en que Carabineros convivía de buena forma con la comunidad, compartían con residentes del sector y jugaban en clubes de fútbol locales. Según cuentan, la rotación del personal policial no era habitual.
Según datos que la Subsecretaría General de Carabineros entregó el 4 de febrero de 2020, durante el 2019 la dotación comunal fue de 38 funcionarios (un carabinero por cada 1.664 habitantes). Para este reportaje se solicitaron, mediante transparencia pública, las dotaciones de los últimos tres años. Todas fueron denegadas.
Rocío López, actual concejala en el municipio y representante de Convergencia Social (Frente Amplio), cuenta que desde hace 10 años la seguridad se instaló como un tema primordial en la comuna y que lo usual era que los vecinos pidieran más presencia policial.
La relación se quebró días antes del 18 de octubre del 2019. «Los cabros de enseñanza media salieron a marchar para el estallido y fueron reprimidos. Ahí comenzaron a dar vueltas videos de hijos e hijas de vecinos que fueron agredidos y la gente salió en masa a agredir la subcomisaría», cuenta el profesor universitario José Luis Riquelme, quien lleva 20 años residiendo en la zona.
Camila Daza, vecina y amiga de Ariel Moreno, complementa: «Aquí todos los ‘pingüinos’ (escolares) salieron antes del estallido (…). Ahí los pacos hicieron abuso de autoridad, arrastraban a los cabros chicos por el suelo». Daza explica cómo eran los enfrentamientos con la subcomisaría: “Desde adentro tiraban lacrimógenas, nunca salieron, porque estaban intimidados (…). Acá no llegaban las Fuerzas Especiales y los pacos estuvieron de caseros».
El 13 de noviembre de 2019 el cuartel policial fue atacado con bombas molotov, provocando un incendio en el techo. El 20 de noviembre, Carabineros señaló que esa era la unidad más agredida a nivel nacional. En declaraciones reproducidas por el diario La Tercera la institución afirmó: «Para nosotros hay un rol de los narcotraficantes. Atacan para que nosotros permanezcamos encerrados, mientras ellos tienen libertad de controlar las calles».
Según datos solicitados por Ley de Transparencia, entre el 12 de octubre de 2019 y el 3 de marzo de 2020, la subcomisaría de Padre Hurtado sufrió daños en muros y vidrios exteriores. Además, la puerta de ingreso y de guardia fueron arrancadas, mientras que la luminaria fue quebrada. La pintura del frontis fue dañada, al igual que el portón de acceso. En relación a violaciones a los derechos humanos, el Instituto Nacional de Derechos Humanos, también a través de Ley de Transparencia, informó que entre el 8 de noviembre de 2019 al 11 de marzo de 2020 se documentaron nueve vulneraciones, las que ocurrieron en el perímetro de la subcomisaría y fueron cometidas por personal de Carabineros. Siete corresponden a disparos de perdigones.
José Luis Riquelme agrega que “aquí la gente venía en masa a ver cómo los carabineros eran sobrepasados. En noviembre comenzaron a llegar refuerzos de Fuerzas Especiales y todo cambió. Ya era difícil acercarse, porque empezaron a disparar perdigones a las piernas y estómago».
Mientras todo esto ocurría, Ariel Moreno se encontraba en la playa de El Tabo junto a familiares.
“IBA MÁS A HUEVEAR UN RATO, A COMPARTIR”
La mañana posterior al partido, el 29 de enero, Ariel Moreno faltó a su trabajo en una constructora en San Joaquín. Desde que egresó en 2015 de cuarto medio de la Escuela Industrial San Vicente de Paul de Estación Central, había pasado por múltiples trabajos; desde limpiar los vidrios de los grandes edificios de la ciudad hasta ser técnico de climatización. Su formación en estructuras metálicas le brindó una base para adaptarse a diferentes labores. Era raro que faltara, pero esa vez se quedó ayudando a su papá a soldar una parrilla en su casa.
Alrededor de las 13:00, se puso a trabajar en los detalles de su nueva pieza. Después de años ahorrando había logrado ampliar el segundo piso. Su madre, Vanessa Molina, recuerda lo mucho que le gustaba el pequeño balcón que construyó. Ahí se relajaba fumando en silencio.
A las cuatro de la tarde, en la esquina frente a su casa, se juntó con Patricio Díaz (29) y Steven Aravena. Surgió el tema de la muerte de el “Neco” Mora. Díaz y Moreno decidieron ir a la manifestación que la Garra Blanca de Padre Hurtado había convocado para las 20:00.
Cerca de las 21:00 Díaz pasó a buscar a Moreno en un Mazda 323 del 94, color verde azulado. Antes de irse al centro de Padre Hurtado fueron a la casa de Steven para pedirle el bombo. Querían animar la convocatoria. “No se los pasé porque lo podían perder. Insistieron tanto que salió el Chacón y les pasó una bandera grande del Colo”, recuerda Steven.
Estacionaron el auto en el frontis del Colegio Padre Hurtado, a unos 500 metros de la subcomisaría. Siempre, recuerda Díaz, se ubicaban en un lugar alejado, para evitar quedar en medio de los enfrentamientos. Llegaron, al igual que otras ocasiones, con cerveza en la mano. “Ir a las protestas era como el panorama en esos días del estallido social, todos iban. Uno se encontraba con los amigos, tiraba la talla. La protesta del Ariel era ir a tomarse unas chelas y reírse. A ninguno de nosotros le gustaba estar en primera línea, porque igual era peligroso”, cuenta Díaz.
Ese miércoles Ariel vestía una polera Adidas blanca. Se la sacó para no ensuciarla ni que se impregnara con el humo de las barricadas. La guardó en el auto de su amigo.
Cerca de 22:00, junto al grupo se dirigió a la intersección de Los Silos con Camino a Melipilla. Ahí, junto a unas 200 personas que protestaban, se encontró con algunos hinchas de Colo Colo. Se turnó con sus amigos para agitar la bandera que habían llevado.
Díaz recuerda que durante la manifestación Moreno siguió preocupado por su abuelo.
A eso de las 22:00 José Luis Riquelme se acercó a saludar al grupo. “Al Ariel yo lo conocía a la pasá, lo vi muy poco en las protestas del estallido. No era de los que iban a la primera línea”, recuerda. «Ariel no tenía un discurso de reivindicar la lucha desde algún lugar político. Salió a protestar porque habían matado a un hincha del Colo», explica Riquelme.
Al rato Moreno saludó a Diego Parra, un vecino que asistió con regularidad a las protestas e integró la primera línea local. Él también recuerda lo mismo: “Lo vi muy pocas veces, si iba más a huevear un rato, a compartir”.
Minutos después, Moreno y Díaz se ubicaron en Avenida Los Silos a unos 200 metros de la subcomisaría, al costado derecho de la Plaza de Armas. En ese momento era un lugar seguro, lejos de alguna arremetida de Carabineros.
Ese día, asegura Díaz, el actuar de Carabineros siguió el mismo itinerario de todo el estallido: “Estuvimos cantando todo el rato. Salían carabineros a tirar cosas y algunos cabros se las devolvían”. En su declaración, tomada por la Policía de Investigaciones el 30 de enero de 2020, agregó que había barricadas y algunos manifestantes comenzaron a lanzar piedras a la subcomisaría.
Pasadas las 00:00 horas Vanessa Molina, recuerda Díaz, llamó a su hijo para que regresara a casa. Le advirtió lo peligroso que podía ser estar a esa hora en la plaza, además le dijo que era tarde y que mañana debía trabajar. Ariel Moreno respondió que se quedaría solo un rato más.
Después su mamá llamó a Patricio Díaz para pedirle que volvieran. Respondieron que en media hora más lo harían.
“NO PASARON NI CINCO MINUTOS”
Ya era la madrugada del 30 de enero cuando Carabineros dispersó la manifestación. La masa retrocedió 200 metros hacia el sur por Avenida Los Silos. Moreno, en las pocas ocasiones que asistió, realizaba ese mismo movimiento, pero esa noche decidió avanzar e ir hacia el cuartel policial.
A un costado de la Plaza de Armas se construían las nuevas oficinas municipales. El perímetro se encontraba cerrado con tableros de madera prensada. Entre gases lacrimógenos y perdigones, algunos manifestantes decidieron extraer un par de esas planchas para improvisar escudos. Moreno ayudó a sacarlas.
Aunque sus amigos recuerdan que Ariel Moreno no participaba en la primera línea, testigos cuentan que esta vez avanzó hasta ubicarse a 10 metros del frontis de la subcomisaría. En el interior del cuartel estaba la dotación local y en el exterior un piquete de 15 carabineros de la Prefectura Santiago Costa (Talagante).
“Estaba al lado mío. Tenía una plancha. La estábamos ocupando como escudo. No era tan estratégico, porque era muy grande e incómoda”, recuerda Diego Parra. “Tampoco digamos que estábamos preparados para enfrentarnos a los carabineros. Si estábamos con pura piedra”, agrega.
Según recuerda José Luis Riquelme, la fuerza policial se dividió en dos. El piquete de la prefectura, que estaba apostado a unos 15 metros de Moreno, utilizó perdigones y gases lacrimógenos, mientras que la dotación local se encontraba parapetada al interior. «Ese día fue una carnicería», expresa Riquelme, por el gran número de heridos.
“Para mí esa jornada fue una masacre (…). Por todo lo que se vivió, yo creo que los pacos se vieron sobrepasados”, piensa Giovanni Flores, uno de los asistentes y fotógrafo aficionado.
Según vio Parra, Moreno sostenía la plancha para que los manifestantes, que arrojaban piedras al cuartel policial, no fueran alcanzados por perdigones. No se encontraba alterado ni tenso. “Estábamos los dos cagaos de la risa”, precisa.
En ese lugar estuvo cerca de cinco minutos, Patricio Díaz en su declaración policial señaló: “La última imagen que tengo de él es cuando estaba de espaldas a la subcomisaría diciendo ‘tiren unas piedras’”.
A la 01:03, según consigna la investigación, “una de las personas que se encontraba en la multitud apoyando un tablón horizontal, utilizado como protección, cayó abruptamente al suelo”.
“Cuando él se desvaneció lo traté de reanimar. Le dije: ‘¿Qué te pasó?’”, cuenta Parra. “Lo tomé de los brazos y lo corrí hacia la esquina como cinco metros y levanté los brazos para pedir ayuda”, agrega.
José Luis Riquelme estaba a un par de metros y se acercó para ayudar. Según cuenta, los carabineros nunca dejaron de percutar sus armas antidisturbios. «Cuando le dispararon cayó al suelo, donde hoy está su animita. Ahí lo agarró Diego Parra y entonces corrimos varios, bajo la lluvia de proyectiles para sacarlo. Cuando lo tomamos en brazos con otro compa, lo llevamos a resguardo y le pedimos a la gente que diera espacio”, relata.
Lograron trasladarlo hasta el paradero ubicado en la Plaza de Armas, a unos 30 metros de la unidad policial. Moreno se encontraba inconsciente y, debido al caos, los testigos aún no lograban ver con exactitud la herida.
«Vi que traían a alguien colgando, le miro las piernas y era el buzo azul oscuro con líneas blancas del Ariel”, cuenta Díaz. “Ahí les dije que se corrieran y caché que era él», agrega. Nadie sabía muy bien qué había pasado, no se encontraba ensangrentado. Solo era visible un pequeño corte en su sien izquierda de donde emanaba un hilo de sangre.
Mientras era auxiliado le robaron sus zapatillas blancas Nike. Días después un desconocido se las entregó a la madre.
Ante la desesperación, el grupo paró un vehículo para trasladarlo a un centro asistencial. Según consta en el parte médico, a la 01:06 fue ingresado al Sapu Santa Rosa de Chena.
“¡Puta, en las hueás que andan metidos! Si el Ariel tenía que venir acostarse, mañana trabaja temprano”, dijo el papá a los amigos de su hijo al llegar al Sapu. Patricio Díaz no contestó, estaba en shock. Un pensamiento obsesivo lo nubló: “No pasaron ni cinco minutos de la última vez que lo vi con vida, si no estuvo nada en la primera línea».
UN DISPARO EN LAS SOMBRAS
“¡Es mi hermano, es mi hermano! ¡Déjenme pasar!”, gritó Patricio Díaz al personal médico. Esa mentira permitió que lo autorizaran a ingresar al box de urgencia, donde su amigo estaba tendido sobre una camilla.
Díaz estaba desesperado. El funcionario le preguntó si Moreno se encontraba drogado o alcoholizado, ya que consideraban que su estado de salud se debía a un golpe en la cabeza, provocado por una caída. Díaz lo negó. Ante la llegada de los padres, debió abandonar el box.
A Diego Parra, el personal médico lo sentó a cinco metros de donde se encontraba Moreno. Ahí estuvo 25 minutos, tiempo en que interpeló a los enfermeros por no tomarle los signos vitales a ninguno de los dos. Moreno cayó al suelo mientras era trasladado de una camilla a otra. La caída es confirmada por Freddy Carrasco, uno de los heridos de esa noche, quien en la querella declaró: “Pude ver a Ariel Moreno, quien se encontraba en una camilla, sangrando y aparentemente defecado, y el personal de salud no quería tocarlo para prestarle asistencia médica, situación que provocó que al trasladarlo de una camilla a otra su cuerpo cayera al suelo. Cuando lo levantaron dijeron que se encontraba ahí por una sobredosis de cocaína”.
A las 02:23 fue derivado al Hospital San Juan de Dios, en Santiago Centro, donde ingresó con el diagnóstico de “golpe en la cabeza”. Ahí, de acuerdo con la querella de la familia, no pudieron precisar el tipo de munición que su hijo tenía alojado en su cerebro.
A las 04:13 fue trasladado a la Posta Central. Su ingreso consignó: “Paciente de 24 años, quien recibió herida craneal por arma de fuego con compromiso de conciencia. Ventana ósea muestra fractura con hundimiento en región temporal izquierda, compatible con ingreso de proyectil”.
Cuatro horas más tarde, dos carabineros cerraron una de las calzadas de Camino a Melipilla para fotografiar el perímetro de la subcomisaría de Padre Hurtado, señaló otro testigo de nombre Sebastián Jerez. En la pericia encontraron dos rodamientos de metal, que fueron presentados como prueba en la denuncia que la policía ingresó por el ataque a su cuartel.
Pasadas las dos de la tarde se dio a conocer una primera versión oficial. El médico Alejandro Santander, de la Unidad de Pacientes Críticos, declaró que estaba estable. “No es posible extraer el proyectil”, concluyó.
Ariel Moreno falleció seis horas después, pasadas las 8 de la tarde del 31 de enero.
Además de Moreno, otros heridos se encontraban en diversos centros asistenciales por impactos balísticos.
“Varios quedaron muy complicados. Ese día perfectamente podrían haber muerto cuatro personas”, comenta el fotógrafo Giovanni Flores. Porque mientras el joven de 24 años agonizaba, Freddy Carrasco y Diego Parra se encontraban heridos de gravedad.
El 3 de febrero de 2020 el Informe Pericial Balístico N° 126 realizado por el Laboratorio de Criminalística de la PDI concluyó que “la evidencia recibida a pericia corresponde a un postón diábolo, calibre 5,5 milímetros que puede haber sido impulsado por un arma de aire cañón de ánima lisa, del tipo rifle o pistola”. Esa arma no está inscrita como de uso de Carabineros.
UNA HISTORIA FAMILIAR INCONCLUSA
Juan Moreno y Vanessa Molina se conocieron a principios de los 90 en la Población Los Nogales, de Estación Central. El 24 de noviembre de 1995 nació su primer hijo: Ariel Jesús Moreno Molina. Desde ese día comenzaron la búsqueda de un lugar que les permitiera vivir en mejores condiciones. A fines de 1999 accedieron a una vivienda social en Padre Hurtado. Molina cataloga como feliz la infancia de su hijo y dice que se preocupaba de que siempre estuviera limpio, lo que moldeó la personalidad del joven. Según sus cercanos, siempre andaba impecable y era vanidoso.
A lo siete años, Juan Moreno inscribió a su hijo en el Club Los Jardines. Desde esa fecha Ariel vistió su camiseta azul con amarillo y se desempeñó en el mediocampo.
Sus padres arrendaron una botillería en Avenida Primera Transversal, la cual pasó a ser su principal fuente de ingresos. El 19 de noviembre del 2017, día en que Sebastián Piñera pasó a segunda vuelta en la última elección presidencial, omitieron la prohibición de vender alcohol y fueron sancionados con el cierre del local. Para los Moreno Molina fue un gran golpe económico. La madre de Ariel dice que no existió mala intención, sino que desconocimiento. No les interesaba la política y nunca habían ido a votar.
Ariel Moreno cursó su enseñanza básica en el Colegio Alberto Hurtado. En 2011 continuó su educación media en la Escuela (técnica profesional) San Vicente de Paul, en Estación Central. Se especializó en estructuras metálicas.
En 2016 entró a estudiar técnico en construcción junto a Marcos Orellana (26) en el Duoc de Plaza de Maipú. “Quedamos juntos en todas las clases y ramos. Ariel tuvo un accidente jugando a la pelota (…) Le afectó la mano que escribía y se demoró casi ocho meses en recuperarse”, cuenta su amigo. Fue entonces que debió abandonar sus estudios y afrontar la deuda total del segundo semestre que no cursó.
Los Moreno Molina vivieron el estallido social con escepticismo: no participaron de los cacerolazos y tampoco asistieron a las manifestaciones. Era una familia despolitizada.
Al inicio de la revuelta Ariel Moreno estaba en la playa junto a su tío Gerardo Gallardo, quien tiene una casa en El Tabo. “Íbamos camino a la playa y ahí un par de horas después empezó todo lo del estallido social. Estaba todo Santiago en llamas y nos tuvimos que quedar obligados por algunas semanas. Estuvimos como 20 días allá”, recuerda Erick Gallardo, primo de Ariel.
Finalmente, según relatan los Gallardo, Ariel Moreno decidió volver a Santiago porque extrañaba Padre Hurtado, tenía una fiesta y el 24 de noviembre sería su cumpleaños.
A Gerardo Gallardo se le quedó grabada una conversación que esos días sostuvo con la mamá de Ariel. “Déjalo que se quede, que no venga a Santiago porque están todos protestando y me da miedo”, recuerda que le dijo Vanessa Molina. Ariel también se preocupaba. Le escribió a su mamá: “Cuídese. No salga mucho que es peligroso”.
UN DESTELLO EN LAS SOMBRAS
El 30 de enero de 2020 la Fiscalía Local de Talagante, liderada por la fiscal Paola Salcedo, abrió una investigación y encargó el levantamiento de pruebas a la Brigada de Homicidios de la PDI. La Brigada de Derechos Humanos no fue solicitada, ya que no existían antecedentes de que un agente del Estado estuviera involucrado. Un día después falleció Moreno.
El 4 de febrero de 2020, se presentaron dos querellas. Una del Instituto Nacional de Derechos Humanos contra quienes resulten responsables por el homicidio frustrado de Freddy Carrasco, Diego Parra y Joan Tobar, y por homicidio simple contra Ariel Moreno. La familia de este último interpuso su propia querella, representada por abogados penalistas y no de derechos humanos.
Según las pericias solicitadas, el proyectil coincide con el que fue extraído de uno de los pulmones de Diego Parra. Ambos tienen la misma composición y son de color gris. Pero el que dio muerte a Ariel Moreno, que se encuentra deformado, es liso, y el de Parra presenta aristas y puntas. En un primer momento esto aumentó las interrogantes en Fiscalía sobre si el 30 de enero existió más de un arma de aire comprimido y más de un tirador. Las nuevas pericias, correspondientes a microanálisis balísticos, han concluido que es muy probable que sea solamente un tirador.
Los rifles y pistolas de postones son utilizados comúnmente en la caza deportiva y son considerados no letales para los seres humanos. Por eso, no están regidos por la Ley de Control de Armas, se pueden comprar en cualquier tienda y sin la obligación de inscribirlos o entregar antecedentes personales. Por eso puede ser clave el testigo que vio a un funcionario policial al interior de una tienda que vende estos artículos en los días previos a la muerte de Moreno. Es una pista que ahora sigue la Fiscalía.
En los alrededores de la subcomisaría de Padre Hurtado, en las jornadas del 29 y 30 de enero, ningún funcionario de Carabineros resultó herido con postones.
Fuentes ligadas a la investigación señalan que, en peritajes a las cámaras de locales cercanos a la subcomisaría, que incluyen las del domo municipal, del supermercado Santa Isabel y del restaurante Roca Pollo, ningún civil portaba ese tipo de armas. Esa versión también fue confirmada por el peritaje audiovisual de la PDI realizado este año: “No se observa el porte o uso de armas largas por personas que se encuentran en la manifestación”.
Otro elemento considerado en la investigación es la dirección de los proyectiles, ya que Ariel Moreno y Diego Parra fueron impactados de frente en momentos que se encontraban a diez metros del frontis de la unidad policial.
María Elena Santibáñez, abogada de la familia, cuenta que este es un caso complejo y que la búsqueda de responsables puede tardar años. Y a casi dos, todavía no existen formalizados.
El 2 de agosto de 2021, Carabineros respondió al requerimiento de Fiscalía, señalando que ningún funcionario portó armas que no correspondieron al arsenal institucional.
Los querellantes son claros en señalar que ninguna línea de investigación ha sido descartada. “Tenemos el énfasis puesto en que la responsabilidad puede ser de Carabineros, pero no se descarta que haya sido un civil. Esto a raíz del tipo de proyectil que nos genera muchas dudas”, dice Santibáñez.
Durante los primeros días de octubre, Fiscalía tomó contacto con un testigo que los abogados querellantes habían presentado hace algunos meses. El hombre es un vecino del sector y aseguró haber visto a un funcionario de Carabineros al interior de una ferretería que comercializa elementos relacionados con armas de gas comprimido, dos días antes de la muerte de Moreno. Según sus declaraciones lo distinguió como un sargento por su ropa policial y estaba acompañado por otra funcionaria. Sin embargo, el testigo no tiene certeza de qué elementos cotizaron y si realizaron alguna compra.
Carabineros de Chile declinó referirse al tema dado que es una investigación que se encuentra en curso. Misma respuesta emitió la Policía de Investigaciones.
Una de esas diligencias es la revisión de las cámaras corporales. Esto ya fue solicitado en el inicio de la investigación y desde Carabineros respondieron que ninguno de los funcionarios las portaba. Sin embargo, en una pericia audiovisual, realizada la primera semana de julio, se observó que un funcionario vestía una pechera para GoPro. La Fiscalía solicitó nuevamente la información a la institución policial. Hasta el 5 de octubre no se habían realizado esas pericias.
La Fiscalía Local de Talagante se limitó a entregar la siguiente versión: “Se trata de una investigación vigente en la que aún existen diligencias pendientes”.
Según relatan fuentes que han tenido acceso al expediente, se han hecho revisiones cuadro a cuadro de las cámaras internas de la subcomisaría. El objetivo es determinar qué armas portaban los funcionarios, aunque por ahora la búsqueda no ha dado resultados. Las armas de aire comprimido al ser disparadas no emiten destellos, como lo hacen las armas de fuego, y esa es la mayor complicación para determinar el origen de los postones.
ESPERANDO RESPUESTAS
Juan Moreno y Vanessa Molina nunca habían asistido a manifestaciones, pero desde la muerte de su hijo asisten a las marchas que los vecinos organizan para exigir justicia por lo sucedido en la madrugada del 30 de enero del 2020.
Aunque la investigación sigue abierta y aún no entrega indicios claros, amigos y familiares de Moreno culpan a la dotación de la subcomisaría. Desde la Dirección de Comunicaciones de Carabineros reiteran que la institución ya se ha referido al tema del estallido y no tiene nada que agregar.
En cada manifestación, el padre de Moreno pide a los jóvenes que la protesta sea pacífica. No busca venganza. Les dice que su esperanza es que la Fiscalía dé con los responsables y los tribunales dicten sentencia.
Desde 2020 varias organizaciones políticas y de familiares de víctimas de violaciones a los derechos humanos del estallido se han acercado a los Moreno Molina. Ellos han decidido no sumarse a ninguna, desconfían de cualquier grupo político y para ellos su hijo no es un mártir de la revuelta social. En las primeras semanas muchas personas llegaron a su casa y ofrecieron todo tipo de ayuda. Vanessa Molina nunca quiso hablar con ellas. Tampoco con la prensa. Esta es la primera vez que habla con un medio de comunicación y lo hace hincada, junto a la animita de su hijo.
En medio de su rutina diaria dedicada al memorial de su hijo, pasa un cortejo fúnebre. Le entristece ver que, como protocolo habitual en la comuna, una camioneta municipal escolta la caravana. “Ni eso tuvo mi hijo”, dice.
Tras eso Molina sube a su bicicleta morada y se va a su casa, para volver mañana a la misma hora.
(*) Este reportaje es fruto del proyecto de título de sus autores, alumnos de la escuela de Periodismo de la Universidad Diego Portales, trabajo que fue dirigido por el profesor Rodrigo Fluxá.
Fuente: https://www.ciperchile.cl/2021/10/27/ariel-moreno-la-historia-de-un-asesinato-desde-las-sombras-durante-el-estallido-social/
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