Reflexiones sobre el futuro de la Convención.
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Los procesos electorales recientes y particularmente la elección presidencial en curso han relegado a un segundo plano a la Convención Constitucional y esto, a mi modo de ver, no es algo fortuito y circunstancial, sino que viene a mostrar la verdadera potencialidad de este instrumento institucional, como lo es la Convención Constitucional, emanado del Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución, cuyo objetivo fundamental fue precisamente salvaguardar la institucionalidad burguesa que había comenzado a tambalear producto de la masiva y violenta irrupción del movimiento popular rebelde iniciado en octubre del 2019.
La Convención Constitucional se enmarca en un proceso absolutamente funcional a la institucionalidad vigente, puesto que las propuestas de cambios que allí se escriban deberán ser concretados mediante leyes redactadas por el Poder Legislativo, y la correlación de fuerzas al interior del Parlamento después de las elecciones del domingo pasado entrega claridad de cómo es posible que se materialicen en la práctica dichas propuestas.
Una vez más quedará demostrado que el fundamento del gatopardismo de qué todo cambie para que todo siga igual se hará nuevamente realidad.
A medida que han ido decantando los procesos electorales que culminarán el próximo 19 de diciembre va quedando cruda y dolorosamente al desnudo que la Convención Constitucional no es una Asamblea Constituyente popular y soberana como en forma triunfalista, vociferante y exagerada han intentado establecer como una idea fuerza los sectores políticos “progresistas” que forman parte de ella, sino que este mecanismo institucional ha comenzado demostrar en los hechos concretos –más allá de las ilusiones y proyecciones publicitadas- que el Acuerdo por la Paz que la generó constituye una enorme traición a la rebelión popular de octubre. Para decirlo simple y coloquialmente, no basta con ser parte de lo que se está cocinando, ya que la mezcla y preparación depende de quién tenga el sartén por el mango y sea dueño de la cocina y el combustible necesario para su preparación.
La bipolaridad con la cual se están manifestando los actores políticos institucionales en este último tiempo en nuestro país nos muestran la facilidad con la que los sectores políticos que participan de la institucionalidad neoliberal pasan de la euforia al pesimismo (o viceversa) sin términos medios. Así, del exagerado triunfalismo por los resultados obtenidos en el Plebiscito del Acuerdo/Rechazo y la elección de constituyentes que llevaron a los sectores ganadores a transformar con sus declaraciones a la Convención Constitucional en un proceso casi de “carácter revolucionario”, refundacional o en una Asamblea Constituyente de carácter soberano y popular, se ha pasado a un pesimismo extremo en donde las emociones, especialmente el miedo, los lleva a plantear situaciones iguales o peores a las sucedidas durante la dictadura si pierden la elección presidencial que se avecina.
La actual coyuntura política es producto del inteligente mecanismo del Acuerdo por la Paz y la nueva Constitución elaborado desde las esferas del poder con la clase política institucional a su servicio y no tiene absolutamente nada que ver con las aspiraciones y demandas de la rebelión de octubre del 2019 como majadera y mediáticamente intentaron, intentan y lo seguirán haciendo, hacer aparecer a la Convención Constitucional en desarrollo como una Asamblea Constituyente.
Debido al resultado de las elecciones del 21 de noviembre han surgido con mucha fuerza dramáticas y urgentes convocatorias por parte de distintos movimientos y organizaciones enarbolando las banderas del antifascismo para unirse y programar caminos de acción a seguir. Me hubiera gustado haber observado esta misma actitud para organizarse, unirse y movilizarse, solidarizando activa y enérgicamente por la libertad de los presos y presas políticas de la revuelta.
Obnubilados por las ilusiones proyectadas a partir del Acuerdo por la Paz y la nueva Constitución no solo se han olvidado de los presos políticos de la revuelta, sino que también del fascismo y el militarismo instalado desde hace tiempo en el Wallmapu.
Reaparece con fuerza ante nuestros ojos, con rostros jóvenes, nuevos, pero también con aquellos antiguos y tradicionales, la política de los consensos y de los acuerdos transversales para dar “estabilidad y orden a la democracia y al modelo vigente, en bien del país”.
Sea Boric o Kast el próximo Presidente de Chile, tanto la materialización de sus respectivos programas de gobierno (que ahora están en procesos de modificaciones y readecuaciones), como la materialización de los planteamientos escritos en la nueva Constitución, serán producto de leyes acordadas y cocinadas a fuego lento en el Poder Legislativo que hoy presenta un equilibrio entre las fuerzas “progresistas” y conservadoras.
Si desde los espacios extraparlamentarios, autónomos y populares que cuestionan este sistema capitalista y el modelo neoliberal vigente no se construye una organización democrático popular potente, que con una clara conciencia política de clase, elabore un proyecto y un programa democrático, popular y revolucionario claro y preciso, desarrollando los instrumentos de poder popular necesarios para llevarlo a la práctica, la continuidad y la estabilidad del actual sistema económico, político, social y cultural, con los maquillajes o reformas necesarias para su proyección, estará garantizado por muchos años más.
Valparaíso, 24 noviembre 2021.
Recibido por CT: 24-11-2021.
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