Parte III.
“En vez de gobernar para hacer, en mayor o menor medida, lo que los adversarios quieren, resulta preferible contribuir a crear una realidad que reclame de todo el que gobierne una sujeción a las exigencias propias de ésta. Es decir, que si llegan a gobernar los adversarios, se vean constreñidos a seguir una acción no tan distintas a la que uno mismo anhelaría», sostuvo Jaime Guzmán, el ideólogo del proyecto refundacional de la dictadura que buscaba proyectarse más allá del régimen.
Luego del triunfo presidencial logrado por Jorge Alessandri en 1958 (¡con solo un 31% de los votos!; debido a la total dispersión de la centroizquierda…), la derecha continuó su lucha contra el sufragio universal efectivo. Tanto en el plano de la teoría como en la práctica. Así, el diputado conservador, Jorge Iván Hübner, escribió en 1959: “Creemos que no hay nada más contrario al sentimiento conservador tradicionalista que la marea inorgánica de las masas, desbordadas por los demagogos en un afán incontrolado de poder. Frente al dominio del mayor número, la derecha ha opuesto siempre el mando de los mejores. Los Gobiernos más perfectos no son, en efecto, aquellos que representan a la más alta cantidad de votantes, sino los que realizan en mejor forma al Bien Común, para lo cual se requieren superiores condiciones de espíritu cívico, competencia y selección (…). Solo un régimen de gobierno autoritario, probo, impersonal y eficiente, que no represente a los más sino a los mejores, puede infundir verdadero respeto a las masas e implantar en la vida social los principios del orden, la jerarquía y la disciplina, que son indispensables para el logro del Bien Común y del progreso nacional” (Los católicos en la política; Zig-Zag, 1959; pp. 95-6).
Más grave, por cierto, fue un proyecto de reforma constitucional presentado por Jorge Alessandri al Congreso en julio de 1964, el cual fue positivamente rechazado. En él se planteaba –en consonancia con lo que había planteado su padre en 1943- que el Senado se integrara por 30 representantes electos (63,8%) y 17 “institucionales” (36,2%), lo que habría desnaturalizado completamente la representación de la voluntad popular.
Luego, como fruto de la democratización efectiva del sistema electoral, se produjo el triunfo de Frei y un total desplome de la derecha. De este modo, en 1965 se llegó a una Cámara ¡con 9 diputados de derecha (liberales y conservadores); y 138 (sic) de centro-izquierda entre PDC, PR, PS y PC! Pero más allá de ello se produjo –por única vez en nuestra historia- una pérdida de la hegemonía socio-económica y cultural de la derecha. A tal punto, que se comenzó -¡luego de más de cuatro siglos!- con la erradicación del sistema de haciendas, con la Reforma Agraria; y se terminó con la servidumbre campesina con una efectiva ley de sindicalización campesina. Asimismo, en los programas económicos de los partidos y candidatos de 1970 la izquierda acentuaba la estatización de las grandes empresas; el PDC, su transformación en empresas de trabajadores; y la derecha, ¡la participación de los trabajadores en sus utilidades!…
Por otro lado llegó hasta ser considerado vergonzoso el ser de derecha, lo que se popularizó con el generalizado uso del apelativo “momio”; el cual llegaba a ser aceptado por los mismos afectados con una suerte de humor resignado… Y, por cierto, en los sectores estudiantiles medios y universitarios la derecha (salvo los “gremialistas” de la UC) se constituyó en un grupo marginal. Además, todo esto en el marco de un efectivo pluralismo comunicacional, particularmente en la TV donde no se permitió la posesión de canales por grandes grupos económicos, ¡gracias a estipulaciones del propio Jorge Alessandri!…
Sin embargo, eso mismo produjo un creciente antagonismo de la derecha con el incipiente sistema democrático. Así, luego de la debacle electoral de 1965 se unieron liberales, conservadores y otro grupo más derechista (Partido de Acción Nacional) que sintomáticamente pasó a dirigir el nuevo Partido Nacional a través de Víctor García Garzena y Sergio Onofre Jarpa. Y este partido comenzó a estrechar lazos con militares en servicio activo, llegando incluso a darle una tácita aprobación al acuartelamiento sedicioso liderado por el general Roberto Viaux en el Regimiento Tacna en octubre de 1969 (el “tacnazo”), el cual si bien no obtuvo el poder, tampoco pudo ser efectivamente sancionado.
Además, el cumplimiento efectivo de la Reforma Agraria y la sindicalización campesina llevó a la derecha a arrepentirse de haber apoyado incondicionalmente a Frei en 1964 por temor a Allende. Ya no apoyaría por ningún motivo al PDC (Tomic) en contra de Allende y jugaría “todas sus cartas” en favor de Alessandri; o si no, estaba claro –sin necesidad de decirlo-, que apoyaría un golpe de Estado. Es lo que tácitamente hizo durante el complot frustrado de extrema derecha de octubre de 1970 –apoyado por la CIA- en que participó el propio Roberto Viaux y que terminó en el asesinato del comandante en jefe del Ejército, René Schneider.
Desgraciadamente, la centro-izquierda entró en una confrontación interna cada vez mayor que la llevó a un virtual suicidio político. Así, ¡solo ocho años después del 138-9 de 1965; la derecha recuperó el poder total y refundó completamente la sociedad chilena en grave perjuicio de las mayorías nacionales! Más allá de los designios de la derecha antidemocrática y del significativo apoyo de un airado gobierno de Nixon; es claro que el aumento de sus divergencias y, sobre todo, el autoengaño histórico de la centroizquierda desempeñó un papel central en la catástrofe. Creían que teníamos democracia desde la independencia; que la derecha política había “fallecido”; y que el ejército chileno era muy distinto al del resto de América Latina, pese ¡a que la mayoría de su oficialidad se “formaba” –desde el fin de la segunda guerra mundial- en la doctrina de la “seguridad nacional” y en técnicas “antisubversivas” que incluían sofisticadas formas de tortura en la tristemente célebre Escuela de las Américas! ¡Hasta el gobierno de Allende continuó enviándolos para allá!
Y una vez que se hizo del poder total –a través de las Fuerzas Armadas- la derecha aplicó una política neoliberal extrema en favor de los intereses del gran empresariado y con total desprecio por los derechos y la situación material del pueblo chileno. Y por cierto, utilizando sistemáticas políticas de extrema violencia y terror. Su resultado –como es conocido- fueron decenas de miles de víctimas de ejecuciones, desapariciones forzadas, campos de concentración, torturas, detenciones, relegaciones o exilios. Y la implantación de un sistema económico-social con estructuras beneficiosas para el gran capital y lesivas para el pequeño capital y los trabajadores: Privatizaciones leoninas de empresas y servicios públicos; Plan Laboral; AFP; Isapres; LOCE; universidades con fines de lucro; ley minera, sistema tributario que permite la “elusión” de los más ricos; etc.
Y para proyectar su obra refundacional más allá de la dictadura misma, ideó un sistema político formalmente democrático, pero que hacía extremadamente difícil su sustitución. En palabras de su ideólogo, Jaime Guzmán,
“en vez de gobernar para hacer, en mayor o menor medida, lo que los adversarios quieren, resulta preferible contribuir a crear una realidad que reclame de todo el que gobierne una sujeción a las exigencias propias de ésta. Es decir, que si llegan a gobernar los adversarios, se vean constreñidos a seguir una acción no tan distintas a la que uno mismo anhelaría, porque –valga la metáfora- el margen de alternativas que la cancha imponga de hecho a quienes juegan en ella, sea lo suficientemente reducido para hacer extremadamente difícil lo contrario” (El camino político; en Realidad, Año 1, N° 7, Diciembre de 1979; p. 19).
Así, con la Constitución del 80 se estipularon dos medidas destinadas a impedir que las mayorías electorales (obviamente de centro-izquierda) pudiesen sustituir la “obra” refundacional de la dictadura: El sistema electoral binominal que distorsionó a tal punto la representación parlamentaria que requirió que la mayoría doblase a la minoría para conseguir una diferencia. Y los quórums supra-mayoritarios que le permiten, hasta hoy, a la minoría ejercer un virtual derecho a veto en el Congreso, tanto para cambiar la Constitución como para modificar un conjunto de leyes más importantes (“orgánicas constitucionales”).
Lo increíble fue que la centroizquierda no solo aceptó, sino que legitimó y consolidó la herencia económico-social, cultural y política de la dictadura. Ya en 1989 concordó incluso un solapado regalo de la mayoría parlamentaria a la futura oposición de derecha, a través de una Reforma Constitucional plebiscitada que cambió los quórums de aprobación de las leyes simples en perjuicio del futuro gobierno. Y cuando Lagos y Bachelet finalmente obtuvieron dicha mayoría no hicieron nada por usarla para sustituir el modelo neoliberal vigente. Y, más aún, en 2005 la Concertación refrendó como propia la Constitución del 80, con algunos cambios relevantes pero que no alteraron su esencia autoritaria y neoliberal, como ha sido reconocido por todos con el paso de los años.
Además, en sus ¡cinco gobiernos! el liderazgo concertacionista no sólo consolidó todas las estructuras legadas, sino que además profundizó el proceso de privatizaciones o concesiones de servicios públicos; la concentración del poder económico en pocos grandes grupos económicos; la inequidad en la distribución del ingreso y la desaparición de medios de comunicación de centro-izquierda. Como lo reconoció el principal “arquitecto” de la transición, Edgardo Boeninger, el liderazgo de la Concertación llegó a fines de los 80 a una “convergencia” con el pensamiento económico de la derecha, “convergencia que políticamente el conglomerado opositor no estaba en condiciones de reconocer” (Democracia en Chile. Lecciones para la gobernabilidad; Edit. Andrés Bello, 1997; p. 369).
Y convergencia que luego expresó de modo muy gráfico el poderoso ministro de Hacienda de Aylwin y posterior presidente del PDC, senador y canciller de Bachelet, Alejandro Foxley: “Pinochet realizó una transformación, sobre todo en la economía chilena, la más importante que ha habido en este siglo (…) abrir la economía al mundo, descentralizar, desregular, etc. Esa es una contribución histórica que va perdurar por muchas décadas en Chile (…) Además, ha pasado el test de lo que significa hacer historia, pues terminó cambiando el modo de vida de todos los chilenos, para bien, no para mal. Eso es lo que yo creo y eso sitúa a Pinochet en la historia de Chile en un alto lugar. Su drama personal (sic) es que por las crueldades que se cometieron en materia de derechos humanos en ese período, esa contribución a la historia ha estado permanentemente ensombrecida” (Cosas; 5-5-2000). Y convergencia que explica el frenético afán de los gobiernos de Frei y de Lagos en obtener exitosamente la impunidad de Pinochet, tanto en el exterior como en nuestro país.
De este modo, el desprecio histórico de la derecha al pueblo chileno logró una victoria total, ya que no solo impuso a las grandes mayorías un sistema completamente excluyente e injusto; sino que además ¡conquistó para esos efectos la voluntad de la centro-izquierda histórica chilena! Afortunadamente, tal esquema está colapsando desde la revuelta social de octubre de 2019, lo que se ha traducido –entre otras cosas- en la progresiva desaparición de aquella centro-izquierda y en su creciente sustitución por una nueva centro-izquierda que ha manifestado –esperemos que esta vez auténticamente- una voluntad de sustitución del modelo neoliberal impuesto por la derecha y consolidado por la ex Concertación.
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