por Eduardo Camín (*)/CLAE.
La historia de la vida mediante el estudio de fósiles, la paleontología, muestra que el destino final más probable de toda especie es su desaparición. Algunas especies se extinguen sin más, dejando como única evidencia de su paso por el planeta un rastro en las rocas en forma de fósiles, lo que nos lleva a preguntarnos hasta qué punto el ser humano está destinado a recorrer la misma senda que cualquier otro organismo.
La pandemia de la covid-19 ha puesto de manifiesto la intrincada relación entre naturaleza y sociedad, así como entre ciencia, tecnología y política. Intentemos un recordatorio de algunas de las muchas cuestiones éticas, morales y políticas que, de manera elocuente, ha puesto sobre la mesa la pandemia, producto de una época, la nuestra, caracterizada por la globalización acelerada de las relaciones sociales y económicas y la destrucción del planeta derivada de la lógica productivista del capitalismo.
Sin la destrucción de las fronteras de los hábitats salvajes, sin las dimensiones ingentes de las concentraciones humanas en espacios de ocio y transacción económica, sin la frecuencia acelerada de los viajes transoceánicos…, sin hacer futurología, tal vez, la génesis de la pandemia no habría sido explosiva ni su propagación global y exponencial.
En las últimas décadas se había asumido que el progreso tecnocientífico había generado “transiciones epidemiológicas” que habían liberado a las sociedades desarrolladas de la amenaza de las enfermedades infecciosas, considerados males producidos por las condiciones de insalubridad de los países pobres.
Mientras tanto, la industria farmacéutica hacía tiempo que había dejado de invertir en el desarrollo de vacunas para concentrarse en las enfermedades intrínsecas asociadas al aumento de la esperanza de vida, como el cáncer, las enfermedades cardiovasculares o el alzhéimer. Sin embargo, la pandemia de la Covid-19 ha desenmascarado la ilusoria pretensión de circunscribir geopolíticamente las enfermedades, entre ricos y pobres, entre desarrollados y subdesarrollados.
Vulnerabilidad diferencial: no somos todos iguales frente a la pandemia
Como sucede con todas las enfermedades, el modo en que nos afecta la Covid en cada una de sus etapas (la probabilidad misma de enfermar, de presentar un curso grave y de tener acceso a unos cuidados de calidad) también depende del contexto social. Esta cuestión no es ajena a la epidemiología misma, donde se ha instalado un gran debate al respecto.
Desde la década de los ochenta, la llamada epidemiología de los factores de riesgo, centrada en los factores biológicos y conductuales que explican la enfermedad, ha venido siendo cuestionada desde enfoques críticos que tratan de comprender la salud atendiendo al contexto social, económico, cultural, histórico y político de las poblaciones.
En ese sentido el punto de partida fue la Conferencia de la Organización Mundial de la Salud en ALMA-ATA, hace 44 años, sobre la Atención Primaria de Salud (APS), destruida a posteriori por las pasiones egoístas de los países más desarrollados.
Explorar las múltiples dimensiones en las que cada una de las fases de la enfermedad de la Covid-19 y su propagación exigiría varios artículos. Nos limitaremos a destacar de manera muy sucinta cómo la vulnerabilidad diferencial ante la enfermedad depende no solo de factores supuestamente naturales como la edad o el sexo, sino también de cómo se construyen socialmente esas diferencias.
Y es que, a pesar del mantra, repetido hasta la extenuación, sobre la naturaleza democrática y no discriminatoria del virus, la variabilidad de la incidencia y las tasas de letalidad de la Covid por países, ciudades y distritos ha puesto de manifiesto la intrincada relación entre salud y clase social, tecnología y política. El modo en que la salud y la enfermedad traducen las posiciones múltiples y entrecruzadas de subordinación social se ha revelado con particular dramatismo en el caso de la raza y el sexo/género.
Ciencia y capitalismo en tiempos de pandemia
El capitalismo neoliberal alienta a los individuos a ser sumamente competitivos, ya sea en relación con la seguridad laboral, la riqueza material, el estatus social, las relaciones personales o el valor moral. Dentro de este marco, el valor de los cuidados es secundario, accesorio.
El dinero es la medida más utilizada para calcular el éxito y el indicador principal de competencia y valor: el gran denominador común mediante el cual se comparan y miden todas las cosas. Si la pandemia es global y se manifiesta de un modo diferencial que traduce las desigualdades sociales, la ciencia que se hace cargo de ella reproduce también las relaciones económicas del capitalismo actual.
En el siglo pasado, la ciencia se consolidó como empresa global que trasciende las fronteras de los laboratorios y de los propios Estados, dando lugar a redes científicas transnacionales que, bajo un proyecto común, implican a un gran número de investigadores de distintas especialidades.
Hace ya décadas que la imagen ilustrada de la ciencia como una labor desinteresada, practicada por mentes incorpóreas que someten a prueba sus hipótesis aplicando el método científico, ha sido abandonada. Las comunidades científicas se conciben más bien como redes extensas que desbordan los confines de los laboratorios e incluyen también a agentes políticos y empresariales.
Las ciencias de la pandemia, y en particular la empresa internacional que ha puesto en marcha el desarrollo de las vacunas contra la Covid dibuja una nueva configuración de ciencia transestatal gobernada no ya por gobiernos, sino por oligopolios empresariales y ante los cuales los acuerdos supranacionales como ha sido el caso de la OMS comprometida con el proyecto, COVAX se ha demostrado incapaz de resolver el dilema que generó la falta de vacunas en gran parte de la sociedades menos desarrolladas
En los últimos años algunos expertos advertían que la creciente dependencia de la ciencia, no solo de agencias de investigación, sino, sobre todo, de empresas y fundaciones privadas, ha desatado la reflexión crítica sobre la supuesta independencia del conocimiento científico.
Los intereses privados no solo condicionan la propia elección de los hechos que se investigan. Ya que cuando la investigación científica se orienta a la comercialización de sus productos, la propia maquinaria de producción del conocimiento científico (en particular la precarización de la mano de obra investigadora) se ve profundamente afectada.
Por otro lado, en las últimas décadas el conocimiento científico víctima del neoliberalismo reinante ha sido objeto de un creciente proceso de privatización, tanto de su propia expresión en forma de artículos académicos como de su aplicación en productos tecnocientíficos.
La industria editorial se lucra con la administración de la publicación y el acceso a los resultados de una ciencia financiada mayoritariamente con fondos públicos, del mismo modo que la industria farmacéutica gobierna el desarrollo y la distribución de vacunas y medicamentos.
En el caso de las vacunas, si bien el código ético está bien establecido para la fase de desarrollo en lo que refiere a los ensayos clínicos, existe un total vacío con relación a su distribución, como hemos tenido ocasión de comprobar al presenciar la guerra de las vacunas desatada por la competición entre los países ricos por su adquisición anticipada.
El acelerado proceso de apropiación del conocimiento científico se traduce en la creciente patentización de los productos de la ciencia en todos los procesos que se utilizan para su desarrollo (sobre la apropiación intelectual de la vida misma por parte de las empresas de la llamada biología sintética). La evolución de la legislación internacional sobre patentes, como la del mercado editorial, ha dado lugar a un escenario de precios desorbitados, oligopolio empresarial y acceso desigual.
La reacción social a la ciencia de la pandemia
Otra de las cuestiones y ha acelerado la crisis de la COVID tiene que ver con la transformación de las fuentes de autoridad científica, que tradicionalmente han emanado de mecanismos e instituciones como la revisión por pares o los reconocimientos otorgados por academias científicas.
Por un lado, el vaciamiento de autoridad de estos mecanismos e instituciones heredados se está produciendo como resultado de la tendencia creciente, interna a la ciencia misma, a acudir directamente al público para promocionar distintos programas de investigación en la contienda para conseguir financiación.
A su vez, la accesibilidad a los resultados de la ciencia, sumada a la crisis de los mecanismos de legitimación tradicionales, ha ampliado las fuentes consideradas legítimas al sumar a nuevos actores generadores de opinión científica en las redes sociales.
Por otro lado, la legitimidad del conocimiento atesorada por los mecanismos de autoridad tradicionales se tambalea también por los ataques externos por parte del movimiento anticiencia, que ha vivido una nueva reencarnación en las teorías conspiranoicas y negacionistas de la pandemia, esencialmente impulsadas a través de las propias redes.
Hemos visto cómo el movimiento anticiencia condensa la dimensión sociopolítica de la ciencia en agentes políticos o empresariales concretos (Bill Gates, la tecnología 5G), cuando nadie más parece querer denunciar públicamente los efectos devastadores de la mercantilización de la ciencia y la tecnología.
Una reflexión necesaria: ciencia o capitalismo
En la era preCovid pocos imaginaban que una crisis sanitaria podría desatar la paralización casi total de la maquinaria productiva del capitalismo global, el sistema político-económico dominante de nuestra época. En su forma neoliberal se fundamenta en dar prioridad al mercado en la organización de la vida social.
El capitalismo neoliberal no es solo un marco de análisis para la organización económica, sino que también es normativo, ya que presenta ideas claras sobre cómo debe organizarse la sociedad, cuyo mercado proporciona el contexto ético primordial. Apoya un individualismo empresarial que es egoísta y, puesto que considera tales características como naturales y deseables, es contrario a los cuidados de un modo amplio y profundo.
Es cierto que el capitalismo no carece de moralidad, pero al regirse por el ánimo de hacer dinero, no solo permite la violencia y la matanza en la guerra organizada con fines lucrativos; también permite que las personas mueran por negligencia, ya sea por pobreza, falta de vivienda y/o falta de atención médica.
La solución política a esta pandemia y a las que vendrán no puede depositarse en un optimismo tecnológico cortoplacista que cifre en las vacunas la panacea exclusiva, sino que exige una reflexión radical sobre las condiciones de vida y la ciencia que se produce en un mundo profundamente desigual y ecológicamente devastado. La pandemia puso de relieve que los cuidados no son un extra opcional: marcan la diferencia entre la vida y la muerte
Es el momento de elaborar una nueva política de los cuidados y de la justicia afectiva que refute el relato de la política puramente egoísta. Ésto es necesario no solo por la importancia predominante de los cuidados como ética política, sino porque las personas necesitan una senda intelectual y política que contrarreste los discursos del miedo, odio y exaltación que gobiernan un mundo guiado por la moral capitalista.
(*) Periodista uruguayo acreditado en la ONU- Ginebra. Analista asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)
Fuente: https://estrategia.la/2021/12/30/entre-la-ciencia-y-la-economia-el-verdadero-drama-de-la-pandemia/
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