Por Rolando Astarita
Una idea muy extendida en la izquierda argentina es que el FMI hoy impone un programa colonial contra la nación y la patria. Por lo cual Argentina habría vuelto al status de colonia, como lo fuera América Latina antes de la independencia. Este “pacto colonial” sería impuesto entonces por fuerzas externas, acabando con el derecho de la nación argentina a existir como tal.
En el enfoque tradicional de la izquierda, esas “fuerzas externas” son el bloque antinacional, integrado por la oligarquía agroexportadora, el capital financiero, las compañías multinacionales, el FMI y el imperialismo (principalmente de EEUU). Es, pues, una imposición desde “lo antinacional”, continuidad del programa económico de la dictadura militar, y de las políticas neoliberales y antinacionales de Menem, De la Rúa y Macri. Frente a ese bloque antinacional, sin embargo, se levanta el campo nacional, conformado por la clase obrera, los sectores populares, la pequeña y mediana burguesía y, con “peros”, la burguesía industrial. Es que esta última estaría “objetivamente interesada” en desarrollar un capitalismo nacional y autónomo. Sin embargo, es vacilante; se inclina por una acumulación “rentística” y sus políticas son inconsecuentes. Algo similar ocurriría con los gobiernos “nacionales y populares” que la representan: pueden “claudicar” frente a la derecha conservadora, hostil y apátrida.
A partir de este diagnóstico muy general se dividen las políticas: mientras los “nacionales y populares” sostienen que hay que presionar a los gobiernos “del campo nacional” para avanzar “en la liberación”, la izquierda radicalizada plantea que el capitalismo criollo es incapaz de encabezar la lucha contra la dominación colonial, ya que teme a la movilización de las masas. Por eso, los revolucionarios, consecuentes defensores de la nación y la patria, convocan a “ganar la calle” para derrotar al “neocolonialismo”.
Como puede verse, aunque tienen importantes diferencias, ambos enfoques definen los “campos” enfrentados en base a un objetivo nacional, no de clase.
Un análisis alternativo
Nuestro análisis se opone al anterior, tanto en lo que respecta a la caracterización del llamado bloque antinacional, como a la posición de la burguesía “nacional e industrial”.
Con respecto al primero, en primer lugar hay que decir que ya no cabe hablar de “oligarquía” sino de un empresariado agrario que administra sus negocios según los habituales criterios de rentabilidad capitalista; y que posee inversiones cruzadas en propiedad inmobiliaria, en el transporte, comercio y manufacturación de bienes de origen agrario, y en finanzas. Es imposible decir que es una clase “externa” a la nación. Sus fuentes de acumulación son “internas”: plusvalía generada por el trabajo de asalariados en este país. Algo similar puede afirmarse del capital financiero local (definido en sentido lato como capital bancario, fondos de inversión, tenedores de plazos fijos). Y todas estas facciones de la clase dominante son constitutivas de la nación burguesa argentina.
Pero en segundo término, y más importante, la burguesía industrial (también minera, petrolera, comercial, del transporte) no es oprimida por el “bloque antinacional”. Por encima de tensiones y diferencias, esa burguesía vive y acumula en base a la explotación de “sus” obreros, en hermandad de clase con el resto del capital. Desde esta posición busca insertarse en el mercado mundial; lo cual es muy distinto de la forma en que una colonia participa en el mercado mundial.
Esta burguesía nacional, además, comparte negocios con el capital extranjero según relaciones determinadas por los respectivos pesos económicos (no por relaciones de fuerza político-militares, como ocurre en una colonia). Asimismo, participa de la explotación de la clase obrera de otros países a través de sus inversiones en el exterior. Después de todo, la posición financiera internacional neta del país es positiva (otro hecho que no se ajusta a la naturaleza de una colonia). Por eso, y contra el relato de que la dictadura militar, el menemismo o el macrismo respondieron a los intereses “foráneos” (a la “antipatria”), la realidad es que los grupos económicos de la industria, el petróleo, la minería, el comercio mayorista o minorista, que prosperaron bajo esos gobiernos también fueron, o son, parte constitutiva de la nación burguesa. Pero por eso mismo la dictadura, el menemismo o el macrismo tampoco fueron “externos”. Por el contrario, fueron auténticos productos de la nación burguesa realmente existente.
Esto ayuda a entender por qué hoy la burguesía “nacional” (a través de las cámaras empresarias) demanda un ajuste que, en contenido, es igual al que exige el FMI (e igual al que piden los acreedores privados, nacionales o extranjeros). Asimismo, acuerda que el Fondo monitoree el programa económico cada tres meses. No lo hace para “congraciarse” (expresión de un nacionalista de izquierda) con el FMI, o porque haya sido “extorsionada por los especuladores” (ídem), sino porque encaja en sus intereses. O sea, ese programa no es “externo” a la nación, sino consustancial de su conformación burguesa; y excede en mucho los intereses de “los buitres financieros externos”. Es que la burguesía “nacional” reivindica el ajuste a partir de su “autodeterminación nacional”, no porque exista alguna forma de coerción extra-económica (típica de la relación colonial). Por otro lado, el poder ejecutivo y los legisladores que aprueban el acuerdo con el FMI también son “nacionales”: han sido elegidos por el voto popular y actúan según los intereses más generales del capital “nacional”. Su norte es ayudarlo en la generación y realización de plusvalía (sin importar colores nacionales). El cuento de la “autodefensa nacional” y la “segunda independencia” en todo esto es eso, “cuento”. De la misma manera que es utópico y hasta reaccionario pensar que pueda existir un capitalismo “autónomo y nacional centrado” (otra expresión de un nacionalista de izquierda radical), desligado del mercado mundial. Es que el capitalismo en un solo país es tan imposible como el socialismo en un solo país. Pero por eso la independencia de cualquier Estado nación no puede superar los límites del derecho burgués a la autodeterminación.
En definitiva, el diagnóstico de los campos enfrentados –nacional y antinacional- carece de sentido. Sostener que Argentina ha pasado a ser un a “colonia”, como dicen los nacional-marxistas y similares, solo es funcional al análisis “campista” (“campo nacional vs imperio”), siempre pronto a desplazar a un segundo plano la relación –de explotación- entre el capital y el trabajo.
Del Blog del autor: rolandoastarita.blog/2022/03/17/fmi-nacion-y-campismo-en-la-izquierda-argentina/
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