“…recordar una vez más a los trabajadores intelectuales (científicos, artistas, escritores) que su actividad no es neutral, no es libre. Lo adviertan o no, está indisolublemente ligada a la lucha entre las clases explotadoras y las explotadas, a la lucha entre los estados opresores, los estados imperialistas, y los pueblos oprimidos, colonizados”, Daniel Hopen (1939–1976).
por Arantxa Tirado/Revista Casa de las Américas (*).
Las palabras de dos intelectuales desaparecidos por la dictadura argentina sirven de preámbulo al libro de Néstor Kohan, Hegemonía y cultura en tiempos de contrainsurgencia “soft”, publicado por la Editorial de Ciencias Sociales de Cuba en 2021. Se trata de Daniel Hopen y Haroldo Conti quienes, en sus respectivos textos, denuncian las injerencias de Estados Unidos de América (EEUU) en el mundo cultural y académico de América Latina y el Caribe en tiempos de la Guerra Fría, a través de la captación económica de intelectuales, académicos y cualquier movimiento susceptible de ser financiado por la “generosidad” de las fundaciones estadounidenses. Bien sea denunciando el papel de estos mecanismos y su funcionamiento estructural, como es el caso de Hopen, bien sea expresando los motivos de su renuncia a una de las becas de la Fundación Guggenheim, como deja escrito Conti, ambos ponen el acento en la imposibilidad de recibir dinero de estos organismos sin ser instrumentalizado por ellos.
Ambos textos sirven, por tanto, de aperitivo perfecto para introducir un trabajo que profundiza, precisamente, en esas estrategias del imperialismo estadounidense, dándoles contexto histórico, pero también mostrando unas líneas de continuidad que llegan hasta la actualidad.
El libro de Kohan es un vehemente y coherente ejercicio de denuncia que sigue la estela de quienes no separaron nunca la militancia política de un posicionamiento teórico también comprometido desde la academia, como fue el caso de Hopen y Conti, aunque hacerlo les llevara incluso a perder la vida. Está escrito con la legitimidad de quien, como Kohan, puede presumir de una trayectoria militante de compromiso coherente entre las ideas teóricas y la praxis política. Un elemento que es todavía más relevante al tratarse de un texto que aborda la instrumentalización de las ciencias sociales y la cultura por la vía de la captación y financiamiento a académicos e intelectuales por parte de fundaciones estadounidenses, como la Fundación Ford, o alemanas, como la Fundación Friedrich Ebert o la Konrad Adenauer. Pero que se detiene asimismo en la labor más amplia de gobiernos como el de EEUU en la financiación directa –o interpuesta– a organizaciones, a veces creadas ex profeso, de una etérea “sociedad civil”, no siempre representativa de la sociedad en la que se inserta.
Esta “política de colonización cultural”, como la calificara Conti, se realiza desplegando toda una red de fundaciones, organizaciones e iniciativas culturales que no son más que pantallas para tratar de esconder los aparatos de inteligencia y contrainteligencia que están detrás, al servicio de los intereses de los gobiernos que las crean y financian.
Kohan realiza un repaso histórico que permite insertar los casos del presente en una estrategia de creación de hegemonía cultural que tiene un contínuum a lo largo del tiempo, constituyendo uno de los elementos centrales en la política de dominio imperial de EEUU hacia el resto de países. Lo relevante es que Kohan no se contenta con hacer un mero ejercicio de memoria histórica cargado de referencias al pasado sino que dicha memoria sirve para contextualizar, con mayor profundidad, sus expresiones en la disputa actual por el relato sobre acontecimientos concretos que afectan a la Revolución Cubana. De hecho, el libro de Kohan surge para debatir el posicionamiento de un sector de intelectuales y académicos ante las manifestaciones opositoras en Cuba pero gran parte de su alegato sirve asimismo para confrontar el posicionamiento de tantos intelectuales, artistas o académicos frente a otro proceso antiimperialista demonizado como es la Revolución Bolivariana. E, incluso, para cuestionar a quienes, ante el golpe de Estado contra Evo Morales en Bolivia, se pusieron del lado del relato difundido por los think tanks y organismos estadounidenses sobre las supuestas veleidades autoritarias del presidente boliviano.
Para desplegar sus argumentos, Kohan aúna una serie de ensayos escritos en diferentes momentos y una entrevista al académico cubano José Bell Lara. No obstante responder a diferentes debates y coyunturas, los distintos textos comparten el hilo argumental de la denuncia de los mecanismos, actores y estrategias presentes en la “fabricación industrial del consenso”, que diría Noam Chomsky. Un falso consenso que, como nos demostrará Kohan, se impone a través de la guerra cultural, siempre de la mano de la guerra psicológica, y que responde a los intereses de la potencia hegemónica y sus aliados en la defensa del capitalismo como único sistema deseable… y posible.
La coerción siempre presente en la hegemonía cultural que buscan los grandes poderes, como es el caso de EEUU, se da con grandes dosis de violencia (in)disimulada. La necesidad de hacer pasar por consenso lo que no es más que simple condicionamiento con grandes dosis de violencia simbólica. Violencia porque se impone a través del poder más absoluto y esencial, esto es, como la capacidad de que otro actor político haga la voluntad de quien puede imponer su criterio, sea de la manera que sea. Y esa manera, aun desplegándose de modo más sutil y menos sangrienta en la Historia, no deja de suponer una sustracción de la autodeterminación de otros, a quienes se les considera incapaces de decidir cómo organizar sus sociedades o administrar sus recursos. No hace falta más que pensar en la cantidad de injerencias e intervenciones –demasiadas veces en forma de golpes de Estado– en la política latinoamericano–caribeña por parte de los EEUU. Desde finales del siglo XIX, la naciente potencia hegemónica se ha dedicado a abortar todas las posibilidades de emancipación de los pueblos ubicados en su “reserva estratégica” (Che dixit), bien fuera derrocando gobiernos soberanistas, movimientos revolucionarios o fuerzas insurgentes. No puede disociarse, por tanto, el debate sobre la construcción de la hegemonía cultural, de los mecanismos de coerción consustanciales a las acciones de dominación imperialista. Como dos caras de una misma moneda, que combina el consenso y la coerción, así se presenta la construcción de hegemonía cultural. De un lado, la captación vía becas, premios o salarios a los sectores que tienen influencia social y política desde el ámbito de la cultura, el arte o el pensamiento; del otro, la represión más absoluta a los sectores sociales, colectivos políticos o gobiernos que no aceptan rendirse ante la seducción de las “bondades” de los intereses imperiales.
Como nos explica Kohan en el primero de sus ensayos, la construcción de hegemonía cultural del imperialismo no puede disociarse de la contrainsurgencia. Se erraría, no obstante, si el análisis de la coerción presente en las políticas imperiales actuales se limitara a equipararla con la represión abierta y descarnada que fue característica de la contrainsurgencia contra los movimientos de la izquierda durante buena parte del siglo XX. Tal y como apunta Kohan, estamos ante un tipo de contrainsurgencia soft que, no por más suave es menos dañina para los pueblos de América Latina y el Caribe. Una sofisticación de la contrainsurgencia que puede observarse detrás de los recientes procesos de lawfare contra varios líderes gubernamentales, pero también sociales, de la plural izquierda continental. Pero si en los casos de lawfare el papel de los medios de comunicación es crucial para justificar la persecución judicial y construir la presunción de culpabilidad, en la contrainsurgencia soft se requiere de otros actores que juegan en el ámbito de la cultura y la intelectualidad para deslegitimar a las alternativas antiimperialistas. Es aquí donde entran en escena las fundaciones, revistas o premios creados por los gobiernos del capitalismo para seducir a los intelectuales y académicos que quieran ingresar en el mainstream de la gente respetable. Sumándose a ellas devienen parte, consciente o inconscientemente, de un “desarme cultural” de las ideas que socavan los intereses del imperialismo. Una labor que no es casual sino planificada, y que tampoco es nueva pues tiene sus antecedentes en las estrategias de combate a todo lo que oliera a marxismo, socialismo o comunismo que en tiempos de la Guerra Fría se desplegaron en el ámbito cultural. Estas iniciativas han sido profusamente estudiadas y documentadas por sendos trabajos de dos investigadoras que Kohan cita en su texto, María Eugenia Mudrovcic y Frances Stonor Saunders. En ambos se muestra el papel de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) en el financiamiento de fundaciones supuestamente filantrópicas dedicadas a la subversión de los procesos revolucionarios o, incluso, reformistas de Nuestra América desde el ámbito cultural. Por la vía de la creación de congresos de la cultura que pagaban viajes, estadías y promoción a artistas dispuestos a abominar del comunismo o por el lanzamiento de revistas culturales que pretendían ser referencia, EEUU decidió dar la batalla cultural contra las ideas marxistas, que en tiempos de la Guerra Fría gozaban de un gran prestigio entre el mundo intelectual.
No es casual que desde ese ámbito cultural se desplieguen mejor las tácticas de contrainsurgencia soft o poder blando con las que se pretende penetrar en las ideas y preferencias de la gente, al punto de condicionar su comportamiento. Esto se hace de manera sutil, hasta imperceptible, construyendo un “sentido común” que coincide con los valores del sistema –y los refuerza–, difundidos por actores culturales, intelectuales y académicos que constituyen el mainstream. Todos ellos son la línea de defensa interpuesta de los intereses imperiales que, camuflados en gustos artísticos, maneras de vivir, consumir o sentir, se inoculan en las mentes y corazones de las poblaciones objetivo. Luego vendrán elaboraciones más complejas, donde una vez conseguida la anuencia en aspectos que penetran a veces a través del subconsciente, se pasará a construir todo un entramado axiológico coherente con las coordenadas ideológicas de defensa del statu quo.
Pero el texto de Kohan es asimismo un alegato que reivindica la tradición y vigencia del pensamiento socialista frente a los sectores que, en la actualidad, pretenden presentar ideas relacionadas con la socialdemocracia o el liberalismo como superadoras de un marxismo supuestamente anquilosado y periclitado. La asociación entre democracia y liberalismo que el sistema ha logrado posicionar, a través de todos los mecanismos de generación de pensamiento hegemónico que denuncia Kohan, ha permeado incluso entre sectores de una supuesta izquierda maleable y permeable a ideas que en otro tiempo se consideraban antagónicas a la tradición marxista. El reflujo teórico es tan grave que ha logrado permear también en supuestos insignes teóricos del pensamiento crítico que, siguiendo a Bobbio, niegan las aportaciones de Marx a la teoría del poder y del Estado, ignorando lo que apunta Kohan, que la tradición liberal y la tradición democrática “son dos corrientes opuestas y contradictorias en la historia intelectual de la teoría política”. Kohan debate con quienes, desde posiciones a caballo entre el marxismo y el liberalismo, han desechado la tradición democrática consustancial al pensamiento socialista. Y lo hace con el objetivo último de contribuir, de manera militante, a renovar la lucha por la hegemonía socialista y la defensa de la Revolución Cubana.
Defender a la Revolución Cubana en tiempos en que no está de moda supone una valentía doble. Apostar por una revolución viva que, como todo proceso político y más aquellos de carácter revolucionario, presenta dificultades y contradicciones, implica asumir lo imperfecto de los seres humanos. Implica también dejar de lado posturas cómodas que dictan recetas desde la distancia sin ningún tipo de asunción de responsabilidad a la hora de transformar lo que se considera que debe ser cambiado.
Una máxima que debería guiar la labor de todo revolucionario que aspire a serlo en la praxis, además de en la teoría. Pero también conlleva arriesgarse a la proscripción de quienes dictan cátedra desde el “pensamiento políticamente correcto” y sus cenáculos de poder, sobre qué se puede defender o no en los márgenes de la falsa libertad de opinión del sistema. Falsa porque, como sabe cualquiera que sea parte del mundo académico y tenga un posicionamiento crítico con el capitalismo desde postulados marxistas, opinar en contra de los principios y valores de este sistema tiene sus costos laborales y económicos. O, lo que es lo mismo pero visto desde el otro lado: defender al capitalismo y sus “soluciones” para resolver los problemas de los procesos revolucionarios garantiza prebendas, premios, nombramientos o contratos. Sobre todo cuando quienes ejercen las críticas a procesos políticos que se presentan como anacrónicos, limitados o autoritarios son personas que se han formado en esas sociedades y que ahora abjuran de los principios en los que alguna vez creyeron, en el mejor de los casos. Nada excita más a los ideólogos del capitalismo que contar con comunistas y socialistas arrepentidos en las labores de propaganda. Estos personajes, que se dotan de la legitimidad de haber conocido el “fracaso del socialismo” desde adentro, se erigen en las voces privilegiadas que reciben todos los focos y micrófonos, a la vez que copan los espacios de análisis de una izquierda ávida de discursos que confirmen su desencanto teórico. Mientras, se acalla a aquellos que, pese a las dificultades existentes, siguen apostando por una profundización del socialismo que reconozca los avances de los procesos revolucionarios que resisten y construyen, pese a todas las limitaciones internas y ataques externos, un nuevo mundo que cuesta más materializar en la práctica que en los decálogos teóricos.
Por todo lo anterior, el libro de Néstor Kohan es una aportación necesaria que pone blanco sobre negro en medio de tanta nebulosa generada por posicionamientos “equidistantes”, cuando no directamente contrarios a los resultados de las experiencias de emancipación radical, bajo discursos aparentemente rupturistas y revolucionarios que, oh casualidad, tienen detrás el apoyo económico y mediático de quienes mandan en el mundo. Kohan, con una “indisimulada intención polémica” que asume la batalla de ideas que propuso Fidel Castro, nos recuerda que el capital sólo financia a aquellos que pueden ser instrumentalizados para hacer daño a sus enemigos ideológicos. Desde críticos socialdemócratas, pasando por “renovadores” del socialismo de todo tipo y pelaje, el sistema da altavoz y respaldo a cualquiera que ayude a difundir la idea de que el socialismo es un modelo fracasado que no puede funcionar en la práctica. La clase dominante teme que la gente conozca que existen otros mundos posibles, que no son sólo elucubraciones teóricas de un mundo que vendrá, sino también intentos, más o menos afortunados, de plasmar en la Tierra unas ideas de igualdad social que, cada día más, son la única garantía de salvación humana y del planeta. La cantidad ingente de recursos, de todo tipo, desplegados para atacar al marxismo y a las experiencias que reivindican sus principios, es una muestra de la magnitud de la batalla ante la que nos encontramos.
(*) Nº306, La Habana, Cuba, enero–marzo, 2022.
Fuente: http://cipec.nuevaradio.org/b2-img/ARANTXATIRADOsobreLibrodeNestorKohanCasa.pdf
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