El capitalismo es el sistema-mundo en el que vivimos desde fines del siglo XIX (III).
por Rodolfo Crespo/La Tizza.
Yo no creo que exista ciencia social que no esté comprometida. Eso, no obstante, no significa que sea imposible ser objetivo. Pero la realidad social es distinta. Existe en el presente y desaparece al ir convirtiéndose en pasado. Sólo se puede narrar verdaderamente el pasado como es, no como era. Ya que el rememorar el pasado es un acto social del presente hecho por hombres del presente y que afecta al sistema social del presente. La ‘verdad’ cambia porque la sociedad cambia. En un momento dado, nada es sucesivo, todo es contemporáneo, incluso aquello que es ya pasado.[*] Immanuel Wallerstein
Introducción
Este es quizás, de todos los escritos de divulgación popular de la serie, el más histórico de todos, el que más mención a hechos históricos tiene. En ese sentido, constituirá un goce adicional para todos aquellos que disfrutan leyendo esa ciencia social que es la Historia, pero como el objetivo de todas estas notas — como quedó dicho en la primera entrega — era «servir de guía e iluminar la acción de todos aquellos que emprendan el camino de la transformación — que no reforma — del ‘sistema-mundo capitalista’ en esta etapa en la que, después de entrar en ‘caos’, se encamina hacia su ‘bifurcación’», nos permitimos resumir los aportes contenidos en los apuntes que más abajo se desarrollan para quienes no puedan o no dispongan de tiempo para leerla. El lector encontrará ese resumen al final del artículo.
Según se dijo en la primera entrega de esta serie «La división del trabajo constituye el indicador más importante para definir los contornos en los cuales existe y se desarrolla un determinado sistema social histórico»;[1] en un momento dado, hay tantos sistemas sociales como divisiones del trabajo autónomas e independientes existan y estos, «según dispongan de un sistema político común o no, se clasifican respectivamente en imperios-mundo y economías-mundo».[2] Esta es la situación que había en el mundo alrededor del año 1500: la existencia de una amplia variedad de sistemas sociales de ambos tipos. Sin embargo, es en esta época cuando, rompiendo con una tendencia que siempre las había caracterizado, como
una forma ‘débil’ que nunca sobrevivía mucho tiempo, ya que se desintegraban, se integraban o se convertían en un imperio-mundo (mediante la expansión interna de una sola unidad política), una de esas economías-mundo se las arregló para no sufrir ese destino. El ‘sistema-mundo moderno’ nació, por razones que habría que explicar, de la consolidación de una economía-mundo, por lo que tuvo tiempo para alcanzar su pleno desarrollo como sistema capitalista. Debido a su lógica interna, esta economía-mundo capitalista se extendió más tarde hasta abarcar todo el globo, y en ese proceso absorbió a todos los minisistemas e imperios-mundo existentes. Así, hacia finales del siglo XIX existía por primera vez en la historia un único sistema histórico, nos encontramos todavía en esa situación.[3]
Esa economía-mundo, de la que parte el capitalismo, estaba situada en el noroeste de Europa y, aunque las evoluciones históricas no comienzan ni terminan en un día determinado del calendario, el momento del «parto» podría situarse alrededor del año 1500. Wallerstein lo dice así en su premonitorio primer tomo de El moderno sistema mundial:
a finales del siglo XV y principios del XVI, nació lo que podríamos llamar una economía-mundo europea. No era un imperio, pero no obstante era espaciosa como un gran imperio y compartía con él algunas características. Pero era algo diferente y nuevo. Era un tipo de sistema social que el mundo en realidad no había conocido anteriormente, y que constituye el carácter distintivo del moderno sistema mundial. Es una entidad económica pero no política, al contrario que los imperios, las ciudades-Estado y las naciones-Estado. De hecho, precisamente comprende dentro de sus límites (es difícil hablar de fronteras) imperios, ciudades-Estado, y las emergentes ‘naciones-Estado’. Es un sistema ‘mundial’, no porque incluya la totalidad del mundo, sino porque es mayor que cualquier unidad política jurídicamente definida. Y es una ‘economía-mundo’ debido a que el vínculo básico entre las partes del sistema es económico, aunque esté reforzado en cierta medida por vínculos culturales y eventualmente, por arreglos políticos e incluso estructuras confederales.[4]
Lo que hay que tener claro, y sobre lo cual el profesor Wallerstein hace hincapié, es «en señalar cómo el capitalismo sólo es posible en el marco de una economía-mundo, y no en el seno de un imperio-mundo»,[5] algo que permite comprender por qué, teniendo aproximadamente la misma población total entre los siglos XIII y XVI, el capitalismo dio a luz en Europa y no en China, si como dice elegante y magistralmente Pierre Chaunu: «el Oriente Lejano como entidad comparable al Mediterráneo no resulta bajo ningún aspecto inferior, al menos superficialmente, al occidente lejano del continente euroasiático»; algo hizo que Cristóbal Colón y Vasco de Gama no fueran chinos.
Wallerstein compara la relación entre el centro regional o el punto más avanzado con la periferia en una economía-mundo y en un imperio-mundo y saca conclusiones interesantes, que ratifican la incompatibilidad del desarrollo capitalista en los marcos de un imperio-mundo:
un imperio es responsable de la administración y la defensa de una enorme masa de tierra y población. Esto absorbe atención, energía y beneficios que podrían haber sido invertidos en el desarrollo del capital. Tomemos, por ejemplo, la cuestión de los wako japoneses y su supuesto impacto sobre la expansión china. En principio los wako fueron menos problema para la China que los turcos para Europa. Pero cuando los turcos avanzaron en el este, no había ningún emperador europeo que pudiera hacer volver a las expediciones portuguesas. Portugal no se vio apartada de sus aventuras ultramarinas para defender Viena, porque Portugal no tenía ninguna obligación política de hacerlo, y no había ningún mecanismo por medio del cual hubiera podido ser inducida a hacerlo, ni ningún grupo social de dimensiones europeas cuyos intereses estuvieran de acuerdo con ello.
Ni tampoco la expansión hubiera parecido tan inmediatamente beneficiosa a un emperador europeo como le pareció a un rey portugués. Hemos discutido cómo el emperador chino pudo considerar — y la burocracia, de hecho, consideró — las expediciones de Cheng Ho como un sumidero para el tesoro, mientras que la necesidad de incrementar las finanzas del Estado era precisamente uno de los motivos de la expansión de Europa. Un imperio no puede ser concebido como un empresario, a diferencia de un Estado en una economía-mundo. Ya que un imperio pretende ser una totalidad. No puede enriquecer su economía a expensas de otras economías, dado que él es la única economía. (Esta es sin duda la ideología china, y probablemente su creencia.) Se puede, por supuesto, incrementar la participación del emperador en la distribución de la economía. Pero esto quiere decir que el Estado busca no beneficios empresariales, sino tributo, y la misma forma de tributo puede resultar económicamente autodestructiva, en cuanto la fuerza política del centro disminuya, debido a que, bajo tales circunstancias, el pago de ‘tributo’ puede ser una forma disfrazada de comercio desventajosa para el imperio. [6]
Para ampliar lo anteriormente planteado insertaremos una extensa cita del profesor Wallerstein que corrobora la estrecha relación existente entre capitalismo y economía-mundo:
…los imperios fueron una característica constante del panorama mundial a lo largo de cinco mil años. Existieron varios imperios en diversas partes del mundo de forma continua en cualquier momento dado. La centralización política de un imperio constituía al mismo tiempo su fuerza y su mayor debilidad. Su fuerza se basaba en el hecho de que garantizaba flujos económicos desde la periferia hacia el centro por medio de la fuerza (tributos e impuestos) y de ventajas monopolísticas en el comercio. Su debilidad yacía en el hecho de que la burocracia necesaria para su estructura política tendía a absorber un exceso de los beneficios, especialmente cuando la represión y la explotación originaban revueltas que aumentaban los gastos militares. Los imperios políticos son un medio primitivo de dominación económica. Si se quiere plantearlo así, el logro social del mundo moderno consiste en haber inventado la tecnología que hace posible incrementar el flujo de excedente desde los estratos inferiores a los superiores, de la periferia al centro, de la mayoría a la minoría, eliminando el ‘despilfarro’ de una superestructura política excesivamente engorrosa.
He dicho que la economía-mundo es un invento del mundo moderno. Esto no es del todo cierto. Existieron economías-mundo anteriormente. Pero siempre acabaron transformándose en imperios: China, Persia, Roma. La economía-mundo moderna podría haber ido en la misma dirección — de hecho esporádicamente ha dado la impresión de que iba a hacerlo — pero las técnicas del capitalismo moderno y la tecnología de la ciencia moderna, que como ya sabemos están un tanto ligadas entre sí, permitieron que esta economía-mundo creciera, produjera y se expandiera sin la emergencia de una estructura política unificada.
Lo que hace el capitalismo es ofrecer una fuente alternativa y más lucrativa de apropiación del excedente (al menos más lucrativa a largo plazo). Un imperio es un mecanismo para recaudar tributos, lo que en la significativa imagen de Frederic Lane significa ‘pagos recibidos a cambio de protección, pero pagos que superan el costo necesario para producir tal protección’. En una economía-mundo capitalista, la energía política se utiliza para asegurarse derechos monopolísticos (o algo lo más parecido posible). El Estado se convierte no tanto en la empresa económica central como en el medio de asegurar ciertos términos de intercambio en otras transacciones económicas. De esta forma, el funcionamiento del mercado (no su funcionamiento libre, pero no obstante su funcionamiento) crea incentivos para incrementar la productividad, y todo el conjunto de rasgos consiguiente que acompaña al desarrollo económico moderno. La economía-mundo es la arena en la cual transcurren estos procesos.[7]
De la misma forma que las condiciones estructurales en las que se desenvuelve la economía en un imperio-mundo no facilitaban el surgimiento, desde adentro, de las relaciones de producción capitalistas, una vez establecido el capitalismo como sistema, los capitalistas ofrecerán una tenaz resistencia a cualquier intento de transformación de dicha economía-mundo en un imperio-mundo; en efecto, en sus aproximadamente 500 años de existencia, se han dado tres serios intentos en ese sentido, todos los cuales han fracasado.
En relación con ello Wallerstein, como todo un maestro del análisis histórico, lo plantea así:
lo más notable fue no que se creara una economía-mundo europea, sino que sobreviviera al intento de los Habsburgo de transformarla en un imperio-mundo, intentona seriamente emprendida por Carlos V. El intento español de absorber la totalidad del sistema fracasó porque el rápido salto adelante económico-demográfico-tecnológico del siglo anterior hizo toda empresa demasiado cara para que la base imperial pudiera sostenerla, especialmente teniendo en cuenta las muchas insuficiencias estructurales del desarrollo económico castellano. España no pudo proporcionar ni la burocracia ni el ejército necesarios para llevar a cabo aquella empresa, y por el contrario se vio arrastrada a la bancarrota, como le sucedió a los monarcas franceses que también realizaron un intento similar aunque menos creíble.[8]
Los otros dos peligrosos momentos que vivió la economía-mundo capitalista fueron cuando
Alemania probó la ruta de la transformación del sistema-mundo en un imperio-mundo, lo que ellos llamaron su tasendjähriges Reich. La ruta de la conquista imperial nunca ha funcionado como trayecto viable hacia el dominio en el marco de la economía-mundo capitalista, como ya antes había aprendido Napoleón. La acometida del mundo-imperial tiene la ventaja en el corto plazo del vigor militar. En el medio plazo tiene la desventaja de ser sumamente caro y de unificar a todas las fuerzas de la oposición. Tal y como la monarquía constitucional y cuasi-liberal de Gran Bretaña hizo que la autocrática Rusia zarista se enfrentara a Napoleón, así la república representativa cuasi-liberal de Estados Unidos hizo que la estalinista Unión Soviética se enfrentara a Hitler: o mejor dicho, tanto Napoleón como Hitler hicieron un gran trabajo al unificar a los dos poderes en los extremos de la masa continental europea en contra de una voraz estructura de poder situada entre ellos.[9]
Tal vez por ello Immanuel Wallerstein llegó a la conclusión junto a Georgi Derluguian de que «La mayor ironía del siglo pasado es tal vez el hecho de que el capitalismo liberal haya sobrevivido al intento nazi de conquistar el mundo en gran medida gracias a la industrialización comunista de Rusia»,[10] así de férrea ha sido la oposición de los capitalistas que ha unido, en el empeño de impedir la conversión en imperio de la economía-mundo capitalista, a elementos ideológicos tan distantes (aunque no tanto, como veremos en una futura entrega) presentes en su seno.
Se ha dicho hasta aquí que
el capitalismo nació a partir de la economía-mundo europea a inicios del siglo XVI y que el profesor Immanuel Wallerstein consideraba que en realidad se hizo mundial, si por tal entendemos el hecho de abarcar todo el globo terráqueo, a finales del siglo XIX cuando fue capaz de absorber todos los demás sistemas sociales que existían en el planeta.
¿Cuál ha sido, entonces, el ritmo y la cronología aproximada de esas incorporaciones?
Aunque será tratado en una entrega futura debemos considerar, a la hora de conocer las «nuevas incorporaciones» a esa economía-mundo capitalista que tiene su punto de partida en la economía-mundo europea, con su centro geográfico en el noroeste de Europa, que para Wallerstein la economía-mundo capitalista tiene una estructura: centro, semiperiferia y periferia. Las «nuevas incorporaciones» tienen lugar desde la «arena exterior» a esa economía-mundo, que son aquellas partes del planeta con las cuales esta se vincula, pero no forman parte de ella, sino que integran otros sistemas sociales históricos — imperios-mundo y economías-mundo — y zonas menos importantes económicamente, con las que no se vincula, pero que también son incorporadas a su órbita.
Para aquellos que quieran conocer los contornos exactos de esa división del trabajo que es la economía-mundo capitalista/moderna, con lindes bien delimitados y límites perfectamente detallados es bueno destacar que, como dice Wallerstein, «no existen líneas de demarcación claras y sencillas». Dicho esto, mostraremos un cuadro aproximado de las fronteras de la economía-mundo capitalista en sus distintas etapas de ensanche y ampliación hasta hacerse verdaderamente mundial, en el literal sentido de esta palabra, a fines del siglo XIX.
Lo primero a tener en cuenta es que
la incorporación a la economía-mundo capitalista nunca se produjo a iniciativa de los que eran incorporados, este proceso se derivó más bien de la necesidad de la economía-mundo de expandir sus fronteras, una necesidad que era resultado de presiones internas de la economía-mundo. Además, procesos de gran alcance y escala, como esas incorporaciones, no son fenómenos abruptos, emergen del flujo de actividades continuas. Aunque podemos datarlos retrospectivamente (y en forma aproximada), los puntos de inflexión raras veces son nítidos y los cambios cualitativos que encarnan son complejos y compuestos. Sin embargo, su impacto es real y acaba por percibirse que han ocurrido.[11]
Para la población en general y para los trabajadores en particular, la incorporación a la economía-mundo capitalista significó un verdadero trauma, «no sorprende, por tanto, que al menos al principio y por cierto tiempo el aporte de trabajo que requería la producción para el mercado en una zona en proceso de incorporación tuviera que ser sometido por coerción, directa o indirecta, al trabajo en los lugares adecuados al ritmo adecuado»,[12] lo cual conllevó a que el proceso en algunos lugares trajera consecuencias apocalípticas para su población.[13]
Sobre el proceso de conformación y despliegue de la economía-mundo capitalista hasta abarcar definitivamente todo el planeta, Wallerstein dice:
¿Y dónde estaba esta economía-mundo europea? Esto es también difícil de contestar. Los continentes históricos no son necesariamente geográficos. A finales del siglo XVI la economía-mundo europea incluía no solo el noroeste de Europa y el Mediterráneo cristiano (comprendida la península Ibérica) sino también Europa central y la región báltica. Incluía también ciertas regiones de las Américas: Nueva España, las Antillas, Tierra Firme, Perú, Chile, Brasil; o mejor dicho, aquellas partes de estas regiones que estaban sometidas a un control administrativo efectivo por parte de los españoles o de los portugueses. Las islas atlánticas y tal vez algunos enclaves en la costa africana podrían ser incluidos, pero no las áreas del Océano Índico, ni tampoco el Oriente Lejano, excepto durante un cierto tiempo parte de Filipinas; el imperio otomano, no; y tampoco Rusia, o en el mejor de los casos, estuvo incluida marginalmente durante un breve espacio de tiempo. No existen líneas de demarcaciones claras y sencillas, pero considero que lo más fructífero es considerar el mundo europeo del siglo XVI como construido a partir del entrelazamiento de dos sistemas primitivamente más separados, el sistema mediterráneo cristiano centrado en las ciudades del norte de Italia, y la red de comercio entre Flandes y la Hansa en el norte y el noroeste de Europa, y la adición a este nuevo conjunto del este del Elba, Polonia y algunas otras áreas de Europa oriental, por una parte, y por la otra de las islas atlánticas y de partes del Nuevo Mundo. En cuestión de espacio, esto constituyó una notable expansión al pasar a control europeo de aproximadamente tres millones de kilómetros cuadrados a aproximadamente siete (estabilizándose en este punto hasta finales del siglo XVIII).[14]
El relativamente fluido comercio entre Europa y el Oriente Lejano y Océano Índico, a través de la Ruta de la Seda y el llevado a cabo, por los portugueses primero y holandeses después, en las islas Molucas, de «joyas, objetos preciosos y especias», respectivamente, «convertidas estas últimas en afrodisíacos, como si la aristocracia europea no pudiera hacer el amor de otra manera», ha llevado erróneamente a considerar por algunos estas dos regiones como parte integrante de la economía-mundo capitalista desde aquellos primeros tiempos; sin embargo, Wallerstein no lo considera así. Dice al respecto:
En esta época las relaciones entre Europa y Asia podían resumirse en un intercambio de objetos preciosos. El oro y la plata fluían hacia el este para decorar los templos, los palacios y las ropas de las clases aristocráticas asiáticas, y las joyas y las especias fluían hacia el oeste. Los accidentes de la historia cultural (quizá tan sólo la escasez física) determinaron estas preferencias complementarias (…) No obstante, yo soy escéptico en cuanto a que un intercambio de objetos preciosos, por grande que pareciera al pensamiento consciente de las clases elevadas europeas, pueda haber sostenido una empresa tan colosal como la expansión del mundo atlántico, y mucho menos aún explicar la creación de una economía-mundo europea. Los artículos de primera necesidad justifican a largo plazo los empujes del hombre en mucha mayor medida que los lujos.[15]
Europa no conquistó Asia en el siglo XVI porque no podía hacerlo. Su ventaja militar existía solamente en el mar. En tierra estaba retrocediendo todavía ante el ataque otomano, y este equilibrio militar solo cambiaría con la revolución industrial. Lo que Asia suministraba a Europa en esta época eran bienes de lujo. Ahora bien, los bienes de lujo son importantes y nada despreciables, pero ocupan un segundo lugar con respecto a la comida (grano, ganado, pescado, azúcar) y la fuerza de trabajo necesaria para producirla. También quedan en segundo lugar con respecto a los metales preciosos, no como tales metales preciosos atesorados, sino como dinero (aunque era cosa de magia que los metales preciosos pudieran ser utilizados como dinero, estando la magia en la posibilidad de su uso eventual como mercancía, si fuera preciso)… En comparación con la comida, e incluso con los metales preciosos, una economía-mundo puede adaptarse con relativa facilidad a oscilaciones en el suministro de bienes de lujo»,[16]
por eso la economía-mundo capitalista europea en expansión tampoco le interesaba ni le hacía falta «adquirir» Asia en esta etapa, durante su primer movimiento expansivo.
A fines del siglo XVII «las potencias del centro (no sólo los Países Bajos, sino también Gran Bretaña y Francia) emprendieron la periferización de la arena del océano Índico, que realmente se consolidó a partir de 1750».[17]
Wallerstein considera «la nueva periferia del periodo comprendido entre 1600 y 1750, el gran Caribe»[18] que abarcaba desde el nordeste de Brasil hasta Maryland, aunque en realidad agregaba netamente como nuevas incorporaciones, que se sumaban a las ya existentes en esta área, a la mayoría de las islas que no habían conocido el control europeo (que eran todas, menos la isla de Trinidad y las llamadas Grandes Antillas, Cuba, Jamaica, La Española y Puerto Rico, que ya formaban parte de la economía-mundo capitalista desde sus inicios y en formato periférico).
Es significativo de este periodo (demostración de que la historia no es inmutable) que «los Estados de la península Ibérica, que en el siglo XVI habían sido gloriosos colonizadores y controladores de oro y plata, decayeron tan ignominiosamente en el siglo XVII que llegaron a convertirse en meras correas de transmisión de las manufacturas de la Europa del noroeste»,[19] y Francia que había sido una potencia del centro corrió la misma suerte a finales del siglo XVIII e inicios del XIX, así se constataba una regla que veremos muchas veces a lo largo de la existencia del capitalismo como sistema:
«la asignación de roles en un mundo capitalista no es estática».[20]
Esta época de fines del siglo XVII y comienzos del XVIII es testigo también de la creación de varias zonas semiperiféricas en la economía-mundo capitalista: Suecia, que se convierte en una «potencia de segunda fila», Brandemburgo-Prusia, y en la Norteamérica británica el área constituida por Nueva Inglaterra y las colonias del Atlántico medio.
A finales del siglo XVIII se incorporan el Levante y el subcontinente Indio — que algunos toman como año simbólico la derrota ante los ingleses en Plassey en el año 1757 — , el imperio otomano, el imperio ruso y África Occidental.
A mediados del siglo XIX se incorpora (por la fuerza) China, «el ritmo se aceleró y a finales del siglo XIX y principios del XX el mundo entero, incluso aquellas regiones que nunca habían formado parte del área externa de la economía-mundo capitalista, fueron arrastradas a su interior».[21] Quedaba así bajo la órbita capitalista el planeta entero, el sistema se había hecho mundial y así continua siendo.
Por último,
si le tomamos la palabra a Wallerstein, aún nos encontramos viviendo en el sistema-mundo capitalista/moderno. Entonces, ¿cómo se podría catalogar el proceso social histórico surgido en Rusia a raíz de la llamada Revolución de Octubre en el imperio de los zares, al que se incorporaron varios países de Europa del Este, luego de la Segunda Guerra Mundial, y a los que se sumaron China, Corea del Norte, Viet Nam y Cuba?
El (mal) llamado sistema socialista mundial, fenómeno y proceso que solo podía desplegarse a partir de Estados ubicados en la semiperiferia del sistema-mundo capitalista/moderno, como Rusia y China — de hecho el resto de los países que lo conformaron solo fueron apéndices y/o satélites de los primeros — constituyó una semiretirada parcial de la economía-mundo capitalista, proceso que a la larga es revertido por sus mismo impulsores, al reintegrarse la mayoría al mecanismo económico capitalista. Eso es lo que sucedió a partir de 1989–1991 en la Unión Soviética y Europa del Este, y en China — de forma más gradual, pero de manera firme — a partir de las reformas de 1978 posteriores a la muerte de Mao.
Wallerstein lo deja claro
la creación de barreras ‘nacionales’ — genéricamente, el mercantilismo — ha sido históricamente un mecanismo defensivo de los capitalistas localizados en países situados en posición desventajosa en el sistema. Así sucedió con Inglaterra frente a los Países Bajos en 1660–1715, con Alemania frente a Gran Bretaña en el siglo XIX o con la Unión Soviética frente a Estados Unidos en el XX. En este proceso gran número de países han creado barreras nacionales cuyas consecuencias iban a menudo más allá de sus objetivos iniciales, y entonces los mismos capitalistas que habían presionado a sus gobiernos nacionales para imponer las restricciones acababan juzgándolas asfixiantes. No se trata de una ‘internacionalización’ del capital ‘nacional’, sino simplemente de una nueva exigencia política de ciertos sectores de la clases capitalista, que ha buscado en todo momento maximizar sus beneficios en el seno del mercado económico real, el de la economía-mundo.[22]
En resumen, podemos condensar las tesis fundamentales de esta tercera entrega de la serie de la siguiente manera:
1. Desde finales del siglo XIX el planeta vive bajo las reglas de un único sistema social histórico: el sistema-mundo capitalista/moderno.
2. Su inicio puede datarse alrededor del siglo XV.
3. Su expansión se produjo desde la economía-mundo europea.
4. El surgimiento del capitalismo solo podía ser posible a partir de una economía-mundo y no de un imperio-mundo, los dos sistemas histórico-sociales conocidos.
5. El capitalismo no solo podía surgir únicamente desde los marcos de una economía-mundo, sino que una vez surgido y desplegado, solo podía desarrollarse dentro del contexto de una economía-mundo, por eso los múltiples intentos por transformarlo en un imperio-mundo fracasaron.
6. El «anómalo» fenómeno que, en el siglo XX, convivió dentro del sistema-mundo capitalista y que se dio en llamar sistema socialista mundial no fue otra cosa que una semiretirada parcial del sistema-mundo capitalista de un conjunto de países con un sistema sociopolítico diferente, y que acabó también por colapsar al retornar al redil del capitalismo mundial, del que se habían parcialmente alejado durante unas décadas.
Notas
(*) Wallerstein, Immanuel: El Moderno Sistema Mundial. La agricultura capitalista y los orígenes de la economía-mundo europea en el siglo XVI (t. 1), Editorial Siglo XXI, 2010 (primera edición en inglés 1974 y en castellano 1979), p. 15.
1. Los aportes teóricos de Immanuel Wallerstein. La división del trabajo, frontera de los sistemas sociales (I). Disponible en https://medium.com/la-tiza/los-aportes-te%C3%B3ricos-de-immanuel-wallerstein-129ee4862828
2. Los aportes teóricos de Immanuel Wallerstein. Clasificación de los sistemas sociales históricos: minisistemas, imperios-mundo y economías-mundo (II). Disponible en https://medium.com/la-tiza/los-aportes-te%C3%B3ricos-de-immanuel-wallerstein-2d8be4ea8c9f
3. Wallerstein, Immanuel. Capitalismo histórico y movimientos antisistémicos. Un análisis de sistemas-mundo. Ediciones Akal, S. A., Madrid, 2004, p. 143. Cursivas de Wallerstein y nuestras. En la obra fundacional de la perspectiva de sistemas-mundo, El Moderno Sistema Mundial. La agricultura capitalista y los orígenes de la economía-mundo europea en el siglo XVI (t. 1), que vio la luz en 1974, lo plantea así:
«Lo que está claro es que en el siglo XVI emerge una ‘era capitalista’, y que toma la forma de una economía-mundo. Sin duda, la ‘fragilidad de esta primera unidad del mundo’ es una crucial variable explicativa de la evolución política. Pero el hecho es que la unidad sobrevive, y que en los siglos XVII y XVIII llegó a consolidarse» (p. 182). Todo ello está en línea con la obra de Carlos Marx «Aunque los primeros inicios de producción capitalista ya se nos presentan esporádicamente en los siglos XIV y XV, en algunas ciudades del Mediterráneo la era capitalista sólo data del siglo XVI” (El Capital (t. 1)).
4. Wallerstein, Immanuel. El Moderno Sistema Mundial. La agricultura capitalista y los orígenes de la economía-mundo europea en el siglo XVI (t. 1), Editorial Siglo XXI, 2010 (primera edición en inglés 1974 y en castellano 1979), p. 21.
En Europa existieron, según Wallerstein, hasta el siglo XV varias economías-mundo (las más importantes de ellas centrada en Venecia y otra en las ciudades de la Hansa y Flandes), pero «hasta la creación de una división del trabajo europea a mediados del siglo XV el capitalismo no dispuso de unos firmes cimientos sobre los que desarrollarse… desde aquel momento su estructura fue la de una economía-mundo, no de Estados-nación individuales». Capitalismo histórico y movimientos antisistémicos. Un análisis de sistemas-mundo, p. 101.
En relación a la fecha de «arrancada» del capitalismo que, como se ha dicho, dio a luz desde la economía-mundo europea en el siglo XVI, Wallerstein dice: «Pero, ¿cuándo fue el siglo XVI? No es una cuestión tan sencilla, si recordamos que los siglos históricos no son necesariamente cronológicos… para la economía-mundo europea en su totalidad consideraremos a 1450–1640 la unidad de tiempo significativa durante la cual se creó una economía-mundo capitalista que sin duda era, como dice Braudel, ‘vasta pero débil’». El Moderno Sistema Mundial. La agricultura capitalista y los orígenes de la economía-mundo europea en el siglo XVI (t. 1), Editorial Siglo XXI, 2010 (primera edición en inglés 1974 y en castellano 1979), p. 94. (Resaltado nuestro)
5. Wallerstein, Immanuel, Ibídem, p. 74.
6. Wallerstein, Immanuel, Ibídem, pp. 84–85. (Resaltado nuestro)
7. Wallerstein, Immanuel, Ibídem, pp. 21–23.
8. Wallerstein, Immanuel: Capitalismo histórico y movimientos antisistémicos. Un análisis de sistemas-mundo. Ediciones Akal, S. A., Madrid, 2004, pp. 106–107.
9. Wallerstein, Immanuel: La decadencia del Imperio. EE.UU. en un mundo caótico, Editorial Txalaparta, 2005, p. 52. Primera edición en inglés The New Press, Nueva York/Londres, 2003.
10. Immanuel Wallerstein y Georgi Derluguian: «De Iván el Terrible a Vladímir Putin: Rusia en la perspectiva del sistema-mundo», Revista Nueva Sociedad, 253, Septiembre–Octubre de 2014. Disponible en https://nuso.org/articulo/de-ivan-el-terrible-a-vladimir-putin-rusia-en-la-perspectiva-del-sistema-mundo/
11. Wallerstein, Immanuel. El Moderno Sistema Mundial (t. 3), Editorial Siglo XXI 2010 (primera edición en inglés 1989, primera en castellano 1999), p. 179. (Resaltado nuestro).
En relación al proceso de incorporación de una zona que en un momento dado se encontraba en el área externa de la economía-mundo hasta llegar a encontrarse, en un momento posterior, en la periferia de esta, Wallerstein dice «concebimos esta transición como un periodo de duración media que denominamos periodo de ‘incorporación’. Por consiguiente, el modelo que estamos utilizando implica tres momentos sucesivos para una ‘zona’: encontrarse en el área externa, ser incorporado, ser periferializado. Ninguno de esos tres momentos es estático, todos implican procesos». Wallerstein, Immanuel, Ibídem, p. 180.
Y sobre la distinción de los dos momentos más importantes de este proceso remarca: «Si puede permitirse una analogía, la incorporación implica ‘enganchar’ la zona a la órbita de la economía-mundo, de tal manera que, en la práctica, no tenga ya ninguna posibilidad de escapar; periferialización, por su parte, implica una transformación continua de las microestructuras del área en cuestión, transformación que a veces se describe como profundización del desarrollo capitalista». Wallerstein, Immanuel, Ibídem, p. 181.
12. Wallerstein, Immanuel: El Moderno Sistema Mundial (t. 3), Editorial Siglo XXI, 2010, p. 220.
13. El historiador antillano Eduardo Torres Cuevas, llegó a calcular magistralmente el monto de dicho exterminio humano solo en la Isla de Cuba, una de las primeras zonas incorporadas a la economía-mundo capitalista, llegando a conclusiones espantosas. «Para 1510, se ha calculado un monto demográfico en el archipiélago cubano de unos 112.000 habitantes, aunque esta cifra puede ser modificada por estudios posteriores. De ese total se calcula que el 90 por ciento estaba compuesto por taínos y el resto por los demás grupos aislados, aunque los definidos dentro de los taínos podían ser también resultado de la unificación y transculturación. Se estima que esta población tenía una esperanza de vida entre 20 y 25 años y que se duplicaba cada 115 años. A los 32 años de establecido el dominio colonial, según las fuentes documentales, sólo quedaban 893 aborígenes; esto significa que el 99,21 por ciento había desaparecido, cifra que pudiera considerarse elevada si se tiene en cuenta la natalidad. Una cultura que llevaba diez siglos de evolución en Cuba — su llegada en el tiempo coincide con la invasión bárbara visigoda de España y el fin del imperio romano occidental — despareció pocos años después de la llegada a América, a fines del siglo XV, de los descendientes de los visigodos, los españoles. Este hecho fue presentado como un choque entre civilización y barbarie pero, quizás, a los ojos de los taínos, los términos resultarían invertidos. Si se tiene en cuenta que aquella era una cultura antillano-caribeña presente en casi todas las islas y que de un cálculo de más de un millón y medio de personas apenas quedaban unos cientos hacia 1550, se entiende la magnitud del holocausto. Para ellos, que recibieron a los recién llegados con muestras de paz y amistad, el encuentro de esos dos mundos no sería, como afirmaron algunos conquistadores, el acontecimiento más importante después de la creación sino, por el contrario, el cumplimiento de la última profecía bíblica: el Armagedón pero sin sobrevivientes elegidos por Dios. Sería, en su realidad, el fin de la creación». Torres-Cuevas, Eduardo; Loyola Vega, Oscar: Historia de Cuba 1492–1898, Editorial Pueblo y Educación, La Habana, 2001, pp. 25–26.
14. Wallerstein, Immanuel: El Moderno Sistema Mundial. La agricultura capitalista y los orígenes de la economía-mundo europea en el siglo XVI (t. 1), Editorial Siglo XXI, 2010 (primera edición en inglés 1974 y en castellano 1979), pp. 94–95.
«El centro de esta economía-mundo europea estaba hacia 1600 firmemente asentado en el noroeste de Europa, es decir, en Holanda y Zelanda, en Londres, los Home Counties y Anglia Oriental, y en el norte y el oeste de Francia. Las unidades políticas en las que estaban situadas estas zonas del centro eran muy diferentes en cuanto a tamaño, forma y política (…) pero económicamente presentaban más semejanzas que diferencias». Wallerstein, Immanuel, El Moderno Sistema Mundial. El mercantilismo y la consolidación de la economía-mundo europea, 1600–1750 (t. 2), Editorial Siglo XXI, 2010, (primera edición en inglés 1980 y en castellano 1984), p. 49.
15. Wallerstein, Immanuel: El Moderno Sistema Mundial. La agricultura capitalista y los orígenes de la economía-mundo europea en el siglo XVI (t. 1), Editorial Siglo XXI, 2010 (primera edición en inglés 1974 y en castellano 1979), pp. 58–59.
Quince años después en el Tomo III de su magna obra, Wallerstein profundiza en el tema con una genialidad total,
«la característica específica del comercio entre dos zonas que no se encuentran dentro de la misma división del trabajo gira en torno a la distinción, expresándonos en el lenguaje de épocas anteriores, entre el ‘comercio en artículos suntuarios’ (rich trades) y el comercio en artículos ‘en bruto’ o ‘bastos’ (coarse or gruff goods). Hoy hablamos de la distinción entre ‘artículos de lujo’, por un lado, y ‘artículos a granel’ o ‘artículos de primera necesidad’, por otro. El término ‘lujo’ es, por supuesto, una definición operacional que está en función de la evaluación normativa (…) Es difícil decidir cuándo un producto concreto — especias, té, pieles o incluso esclavos — pertenece o no, en un contexto dado, a las exportaciones de lujo, por no hablar del caso especial de los metales preciosos. Digo exportación de lujo porque desde un punto de vista económico no tiene mucho sentido la idea de una importación de lujo. Si un artículo se compra en un mercado, es porque alguien siente subjetivamente la ‘necesidad’ de ese artículo, y sería fatuo que el observador analítico afirmara que esa ‘necesidad’ no era real (…) El concepto exportación de lujo puede tener, sin embargo, una definición más analítica. Se refiere a la disposición de artículos de bajo valor social a precios muy superiores a los que pueden obtenerse de sus usos alternativos, concepto que únicamente puede aplicarse si se está tratando con el comercio entre dos sistemas históricos separados, en cuyo caso cabe concebir que tengan diferentes medidas del valor social. Por consiguiente, los conceptos de ‘lujo’ y ‘área externa’ van de la mano». Wallerstein, Immanuel: El Moderno Sistema Mundial (t. 3), Editorial Siglo XXI, 2010, pp. 182–183. En la página 187 lo recalca «nuestra insistencia es que las importaciones nunca son lujos».
Para ampliar la comprensión de esto recomendamos la lectura de la primera entrega de esta serie La división del trabajo, frontera de los sistemas sociales (https://medium.com/la-tiza/los-aportes-te%C3%B3ricos-de-immanuel-wallerstein-129ee4862828). Insistimos tanto en ello debido a que su comprensión nos permite entender por qué el capitalismo no es un concepto aplicable a todos los espacios del planeta desde el propio siglo XV, como ha sido tratado por otras escuelas históricas, como la soviética.
16. Wallerstein, Immanuel: El Moderno Sistema Mundial. La agricultura capitalista y los orígenes de la economía-mundo europea en el siglo XVI (t. 1), Editorial Siglo XXI, 2010 (primera edición en inglés 1974 y en castellano 1979), pp. 469–470.
17. Wallerstein, Immanuel, El Moderno Sistema Mundial. El mercantilismo y la consolidación de la economía-mundo europea, 1600–1750 (t. 2), Editorial Siglo XXI, 2010, p. 66.
18. Wallerstein, Immanuel, Ibídem, pp. 217–218, 232 y 243.
19. Wallerstein, Immanuel, Ibídem, p. 267.
20. Wallerstein, Immanuel: La “crisis del siglo diecisiete”. https://utopisticapol.wordpress.com/2009/10/24/la-crisis-del-siglo-diecisiete-por-immanuel-wallerstein/
21. Wallerstein, Immanuel: El Moderno Sistema Mundial (t. 3), Editorial Siglo XXI, 2010, p. 179
22. Wallerstein, Immanuel: Capitalismo histórico y movimientos antisistémicos. Un análisis de sistemas-mundo. Ediciones Akal, S. A., Madrid, 2004, pp. 101–102. (Resaltado nuestro)
Fuente: https://medium.com/la-tiza/los-aportes-te%C3%B3ricos-de-immanuel-wallerstein-34a51530bde
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