¿Por qué tanta neofobia? Asimetrías constitucionales y pequeñeces partidarias
La posibilidad de ofrecer una propuesta constitucional «habilitadora […] que permitiese implementar diferentes modelos de desarrollo y estrategias productivas» figura hoy, a juicio de esta opinión para CIPER, como una oportunidad perdida. El autor de la columna, economista y académico, se extiende sobre los recelos y la «paranoia de la irrelevancia» entre partidos establecidos de centroizquierda luego del sorprendente resultado de la elección de convencionales, lo cual limitó la posibilidad de cambios más profundos en lo económico y medioambiental: «No era ir más allá, sino simplemente emparejar esos avances con los que se hicieron en otras áreas —describe—, y estimo que esa descoordinación inevitablemente terminará por sabotear los otros cambios».
Casi un 80% de quienes votaron en el plebiscito de octubre de 2020 se inclinó por el cambio constitucional, rechazando además que fuesen los miembros del Congreso quienes se involucraran en éste. El resultado de la elección de convencionales fue sorprendente, con un fuerte castigo a los partidos tradicionales de centroizquierda. Lo mismo sucedió poco más de un año después cuando se eligió un nuevo gobierno.
Pero a tan sólo meses de aquello, acecha el riesgo de que suceda exactamente lo contrario a esa voluntad popular. Pase lo que pase con el resultado del próximo 4 de septiembre, los partidos políticos tradicionales ya amenazan secuestrar la Constitución, como indica la reducción a 4/7 del quórum necesario para modificar la Carta Fundamental y confirma el acuerdo de reformas dado a conocer hace unos días en caso de ser aprobada la Propuesta de nueva Constitución (PNC).
Y después se preguntan: ¿por qué tanta apatía electoral y rechazo al sistema (cada vez más falto de legitimación)?
Mi parecer es que a muchos políticos que en teoría estaban por el cambio les dio vértigo apenas vieron que algo así era posible. No deja de sorprender su resistencia a lo nuevo. ¿Por qué tanta neofobia, en especial en lo económico y medioambiental
Me quiero referir a un fenómeno específico en este escenario: cuando la centroizquierda, en especial el PS y el FA (en su versión post primera vuelta presidencial) tuvieron que escoger entre el riesgo del cambio o la consolidación de su liderazgo, dentro de un statu quo que aparenta abrir nuevas posibilidades (pero luego las cierra antes de que se llegue a la puerta), la neofobia ―y no por primera vez― les paralizó el alma en materias económicas y medioambientales [PALMA, 2020].
Recordemos que en la elección de convencionales, la DC y el PPD apenas lograron elegir alguno, y que el PS ni siquiera llegó al 5% de apoyo. Tanto la exConcertación como el Frente Amplio quedaron entonces tras la sorpresiva Lista del Pueblo (LdP). Fue un resultado tan devastador para la centroizquierda que su propia subsistencia quedó en juego. Se enfrentaron entonces a dos desafíos: uno político (la nueva Constitución) y otro darwiniano (la lucha por su supervivencia, pues parecía que la selección natural los dejaba en el camino).
Para este sector lo fundamental pasó a ser neutralizar (y ojalá demoler) al competidor, la LdP. Eso quedó claro inmediatamente: cuando la LdP se concentró en la Comisión 5 (medioambiente y modelo económico), el FA no colocó allí a ninguno de sus 21 convencionales. ¿Acaso tales temas no eran de su interés? Obviamente que no. Tan sólo fue la política pequeña de no tener que buscar acuerdos, y así quedar con absoluta libertad para rechazar en el pleno cualquier propuesta que saliera de dicha comisión. Como un jugador de póquer inexperto, el FA mostró su mano demasiado temprano.
Lo que el PS y el FA buscaban era que no quedase rastro de la LdP en la Constitución, y los dos tercios del pleno fueron el mecanismo para lograrlo. Lo más conocido es que el PS —con complicidad del FA, y a pesar de acuerdos previos― rechazó en el pleno todo el informe preliminar de la comisión 5. En otra instancia, el Pleno rechazó el 85% de otro informe. Así, el antagonismo PS y FA versus LdP terminó por empobrecer la propuesta de nueva Constitución, en especial porque quedó desfasada en lo económico y medioambiental respecto de los avances en otras materias.
En términos un tanto extremos, parecía como si ante el susto de que el cambio los sobrepasara ―y terminar siendo algo así como la cola de un león que rugía por el cambio―, el PS y el FA optaron por lo seguro: seguir siendo la cabeza del ratón del «más de lo mismo» (pero ojalá mejor).
La obstrucción del PS y FA al avance en materias fundamentales de lo económico y medioambiental terminó por tener un gran impacto desmovilizador entre quienes estaban por el cambio. Si bien la actual aparente falta de apoyo mayoritario al Apruebo es un fenómeno complejo, sostengo que en su raíz está la situación recién descrita. Tampoco ayuda que la campaña por el Apruebo esté liderada por quienes secuestraron la nueva Constitución y en la cual predominan las excusas, disculpas y rasgaduras de vestido casi bíblicas.
Sin duda que en otras áreas hay cosas realmente novedosas en la Propuesta, pero mucho de eso corre el riesgo de ser letra muerta sin crecimiento ni distribución. No sólo quedaron intactos los amarres del obsoleto modelo actual ―aquellos que dificultan su transformación y obstaculizan el desarrollo de nuevas estrategias productivas―, sino que el PS y el FA incluso intentaron agregar otros amarres que ni siquiera estaban en la Constitución de Pinochet (me extiendo sobre ello más adelante). Como siempre he argumentado, la nueva Constitución no debería tomar partido en modelos de desarrollo ni de estrategias productivas, sino ser sólo «habilitadora» de estas; o sea, ser exactamente lo opuesto a aquella que en 1980 nos dejó atados a un modelo rentista neoliberal.
Una Constitución así debería fijar un piso común en materias como derechos sociales y propiedad colectiva de los recursos naturales, y luego abrir espacios para que a partir de ahí se pudieran implementar dentro de ella diferentes modelos de desarrollo y estrategias productivas. Pero eso no fue lo que pasó, pues se dejaron intactos muchos de los amarres de la actual Constitución.
Por cierto que la conformación de la Lista del Pueblo no ayudó a llegar a acuerdos en dichas materias. Como era probable en algo que surgió tan espontáneamente, en ella cupieron tanto embaucadores que fingían dramas personales, como quienes la vorágine del ascenso político sumió en una manía ideológica que recuerda la de agentes en mercados financieros valorando activos a precios delirantes. La exuberancia irracional también se da en lo ideológico. Una convencional del colectivo no sólo defendía la nacionalización del cobre, sino que también se adjudicaba el derecho a diseñar la hoja de ruta («vamos a ir primero por la Escondida», dijo frente a las cámaras). También cuando sugerí que «el derecho a una vida digna» debía tener contenido ―como un subsidio monetario para que nadie quedase bajo la línea de la pobreza―, se me acusó de «focalizar» (¿por qué sólo a los pobres? ¡Hay que darle un ingreso mínimo asegurado a toda la población!).
Pero entre los LdP (o ex LdP, pues pronto se atomizaron) también había una masa crítica con propuestas nuevas y constructivas, con la cual el PS y FA pudieron perfectamente haber trabajado en materias económicas y medioambientales, conciliando opiniones y limando asperezas. Sin embargo, el miedo a que la marea del cambio los dejase en el camino llevó a estos últimos a tal posición de antagonismo en materias fundamentales de economía y medioambiente que hasta los hizo oponerse a asuntos que ellos mismos habían defendido toda una vida. O sea, se les trastocaron las prioridades.
Resultado: una Propuesta de nueva Constitución asimétrica; que avanza significativamente en muchas áreas, pero que no se sale del status quo del rentismo obsoleto y depredador en otras fundamentales.
Por supuesto que también el lobby del gran empresariado ―en especial, mineras― jugó su rol, pero creo que lo otro fue al menos igual de relevante en lo de quedarse atascado en estas materias. En tantos correos electrónicos y whatsapps con convencionales del PS y FA, nunca dejó de sorprenderme el rencor y resentimiento con la ex LdP. Preguntándole a un amigo PS sobre el rechazo tan absurdo (y con complicidad FA) del informe preliminar de la Comisión 5, me dijo que sí, que fue una decisión POLÍTICA (y lo escribió con mayúscula); o sea, léase: no sucedió por el contenido del informe.
Era la nueva Constitución la que se empobrecía.
No cabe duda que en la PNC hay avances en lo económico: por ejemplo, se amplía el mandato del Banco Central para compatibilizar lo financiero con el nivel de actividad económica y el medioambiente (de ser aprobado, va a ser referencia mundial).
Además trae el enfoque de género a lo económico, consolida derechos sindicales, ataca la precariedad laboral, extiende el derecho de huelga al sector público, reconoce el trabajo doméstico y el de cuidados, y algo avanza en ecología y derechos del consumidor.
También permite al Estado tener un rol más activo en la economía. Y hay un cambio parcial en la regulación del agua.
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