“Tal vez ella no sepa”.
por Rafael Cuevas Molina / Presidente Escuela Popular AUNA-Costa Rica.
Estaba advertido, pero aún así no hice caso: la reina miraba con cierto desdén a los provenientes de pueblos oscuros, pero a mí me parecía, según me había dicho mi abuelita en mi ya lejana niñez, que siendo de los más blanquitos de la familia de seguro me vería con benevolencia.
El primer campanazo lo dio el ujier que a la entrada de palacio se inclinaba con una leve reverencia ante todos los que pasaban frente a él, pero no ante mí. Cuando me asomé, vio para otro lado con gesto de cierto disgusto, se tocó la punta de la nariz con un dedo índice enguantado y sacudió su alabarda con gesto de impaciencia.
Con tal premonición, decidí armarme de paciencia tropical. Tengo experiencia en eso. Una vez, hace ya bastantes años, tuve que escuchar sin chistar a una señora que me aleccionaba de las ventajas comparativas que tenía ser descendiente directo de migrantes europeos que, según decía, tenían mucha más vocación para el trabajo que nosotros, pueblos mezclados con gente de color (no dijo “de color”, pero se puede intuir lo que dijo).
La reina fue más discreta. Me esperaba en su consabido sillón de madera torneada pintada de dorado y forro de raso rojo. El clásico sillón real. Me vio sin inmutarse, un poco cabizbaja y en silencio. Un edecán con librea le trajo en una bandeja un papel en el que seguramente estaban anotadas mis señas: “nativo amistoso de región geostratégicamente interesante para nuestro comercio”. No había necesidad de más.
Suspiró, no sé a ciencia cierta si con hastío, resignación o hartazgo, porque se rumoraba en esos días que el tal Felipe de Edimburgo andaba en malos pasos. Desvió la mirada unos instantes hacia el ventanal en donde se perfilaban campos de un verde esmeralda perfectamente recortado (“parece un prado inglés”, pensé), y luego sonrió condescendientemente mientras con un gesto me señaló el sillón que estaba a su siniestra (a su diestra, me explicó alguien después, solo sus pares).
Tuve tiempo de echar un rápido vistazo al decorado de la habitación en la que estábamos. Todo era bastante convencional y ostentoso, como bien corresponde a un palacio real como en el que no encontrábamos, salvo una fotografía enorme, que llamó poderosamente mi atención. En ella, su señor esposo, el ya mencionado Felipe, y ella, son trasladados en andas enormes, ricamente decoradas, sobre los hombros de decenas de africanos ataviados con galas festivas. Recordé entonces que me encontraba ante la cabeza del Commonwealth, y que seguramente la foto correspondía a una de las tantas reuniones en las que tal asociación libre de estados soberanos ha reafirmado su vocación democrática.
Estaba pensando en eso cuando, muy sutilmente, la reina preguntó al edecán, que se inclinaba levemente para escucharla mejor, señalando un mapa que le habían entregado junto con el papel en el que seguramente estaban mis señas: “Commonwealth?”, a lo que el hombre le dijo que no con un susurro.
La reina no se inmutó, nada parecía perturbarla o importarle salvo el sombrero rosado que llevaba sobre la cabeza, y que constantemente parecía querer acomodar con un toque que más parecía un tic. Con un gesto, cuyo significado no logré interpretar seguramente por la distancia cultural que nos separaba, la reina me vio durante un breve instante y preguntó: “from the Caribbean?”. No sé por qué tuve imágenes de piñas, playas de arena blanca y frondosa vegetación, y las comparé con la ciudad mustia rodeada de volcanes, que se enorgullece de la música melancólica de la marimba en donde nací. Negué cortésmente con la cabeza y ella pareció no solo decepcionarse sino perder interés en mí.
Cortésmente me conminaron a levantarme y salir con ciertos gestos e insinuaciones que cualquier conocedor de la etiqueta real comprende inmediatamente. Antes de dejar la habitación la vi ahí sentada, pequeña y encorvada (porque, para entonces, ya era una persona de edad avanzada), en medio de lo que parecía una inmensa soledad. “Tal vez ella no sepa”, pensé mientras pasaba revista en mi cabeza de los desmanes, robos, tropelías y atrocidades cometidas en su nombre por todo el mundo, pero fue entonces cuando, fugazmente, percibí un brillo siniestro de sus ojos azules y una casi imperceptible sonrisa que, tal vez por mi condición de nativo amistoso, interpreté como cínica.
Fuente: https://connuestraamerica.blogspot.com/2022/09/la-reina-y-yo.html
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Querido Rafael,
¿ te imaginas que ella hubiera sabido
donde trabajas y que te codeas con el Che….?
God save you !
Me encanta tu relato Rafael, gracias por tu creatividad lingüística. Soy una vieja mestiza, como la mayoría del pueblo chileno. Tuve el privilegio de ser alumna de Paulo Freire, y he trabajado siempre, como tú, con las gentes sencillas. Me gusta tu manera de describir a la Momia de la Rubia Albión. Tan tiesa «ella», tan seca, tan inglesa, tan «emperadora imperialista»…y tan racista, la pobre, tan aburrida; no puedo imaginármela, bailando, disfrutando de la Vida, como somos capaces de hacerlo, las gentes que no renegamos por ser morenas, de color oscuro, negro terciopelo; más bien, nos vanagloriamos de nuestra herencia ancestral, colorida, multicultural, somos hijas e hijos de la Diversidad…