Por qué [esta civilización] carece de resiliencia y qué ocupará su lugar.
El mayor reto al que se enfrentan las sociedades ha sido siempre cómo llevar a cabo el comercio y el crédito sin dejar que los comerciantes y los acreedores ganen dinero explotando a sus clientes y deudores. Toda la antigüedad reconoció que el afán de adquirir dinero es adictivo y, de hecho, tiende a ser explotador y, por tanto, socialmente perjudicial.
Los valores morales de la mayoría de las sociedades se oponían al egoísmo, sobre todo en forma de avaricia y adicción a la riqueza, que los griegos llamaban philarguria: amor al dinero, manía por la plata. Los individuos y las familias que se entregaban al consumo conspicuo solían ser condenados al ostracismo, porque se reconocía que la riqueza se obtenía a menudo a costa de los demás, especialmente de los débiles.
El concepto griego de desmesura (hybris) implicaba un comportamiento egoísta que perjudicaba a los demás. La avaricia y la codicia debían ser castigadas por la diosa de la justicia Némesis, que tenía muchos antecedentes en el Cercano Oriente, como Nanshe de Lagash en Sumeria, protegiendo al débil contra el poderoso, al deudor contra el acreedor.
Esa protección es la que se esperaba que ofrecieran los gobernantes al servir a los dioses, por lo que estaban imbuidos de suficiente poder para proteger a la población de ser reducida a la dependencia de la deuda y al clientelismo. Los caciques, los reyes y los templos se encargaban de asignar créditos y tierras de cultivo para que los pequeños propietarios pudieran servir en el ejército y proporcionar mano de obra servil (corvée).
Los gobernantes que se comportaban de forma egoísta podían ser destituidos, o sus súbditos podían huir, o apoyar a líderes rebeldes o a atacantes extranjeros que prometían cancelar las deudas y redistribuir la tierra de forma más equitativa.
La función más básica de la realeza del Cercano Oriente era proclamar el «orden económico», el misharum y el andurarum, la cancelación de las deudas, que tiene su eco en el Año Jubilar del judaísmo. No había «democracia» en el sentido de que los ciudadanos eligieran a sus líderes y administradores, pero la «realeza divina» estaba obligada a lograr el objetivo económico implícito de la democracia: «Proteger a los débiles de los poderosos».
El poder real estaba respaldado por templos y sistemas éticos o religiosos. Las principales religiones que surgieron a mediados del primer milenio a.C., las de Buda, Lao-Tse y Zoroastro, sostenían que los impulsos personales debían estar subordinados a la promoción del bienestar general y la ayuda mutua.
Lo que no parecía probable hace 2.500 años era que una aristocracia de señores de la guerra conquistara el mundo occidental. Al crear lo que se convirtió en el Imperio Romano, una oligarquía se hizo con el control de la tierra y, en su momento, del sistema político. Abolió la autoridad real o cívica, trasladó la carga fiscal a las clases bajas y endeudó a la población y a la industria.
Esto se hizo con un criterio puramente oportunista. No hubo ningún intento de defenderlo ideológicamente. No hubo ningún atisbo de un Milton Friedman arcaico que surgiera para popularizar un nuevo orden moral radical que celebrara la avaricia afirmando que la codicia es lo que hace avanzar a las economías, sin retroceso, convenciendo a la sociedad de que dejara la distribución de la tierra y el dinero al «mercado» controlado por las corporaciones privadas y los prestamistas en lugar de la regulación comunalista por parte de los gobernantes de los palacios y los templos, o por extensión, el socialismo actual.
Los palacios, los templos y los gobiernos cívicos eran acreedores. No se veían obligados a pedir préstamos para funcionar, por lo que no estaban sometidos a las exigencias políticas de una clase acreedora privada.
Pero endeudar a la población, a la industria e incluso a los gobiernos, con una élite oligárquica es precisamente lo que ha ocurrido en Occidente, que ahora intenta imponer la variante moderna de este régimen económico basado en la deuda -el capitalismo financiero neoliberal centrado en EEUU- a todo el mundo. En eso consiste la Nueva Guerra Fría actual.
Según la moral tradicional de las sociedades primitivas, Occidente -que comenzó en la Grecia clásica y en Italia alrededor del siglo VIII a.C.- era bárbaro. De hecho, Occidente estaba en la periferia del mundo antiguo cuando los comerciantes sirios y fenicios llevaron la idea de la deuda con intereses desde Oriente Próximo a sociedades que no tenían una tradición real de cancelaciones periódicas de la deuda. La ausencia de un poder palaciego fuerte y de la administración del templo permitió que surgieran oligarquías acreedoras en todo el mundo mediterráneo.
Grecia acabó siendo conquistada primero por la oligárquica Esparta, luego por Macedonia y finalmente por Roma. Es el avaricioso sistema legal pro-acreedor de esta última el que ha dado forma a la posterior civilización occidental. Hoy en día, un sistema financiero de control oligárquico cuyas raíces se remontan a Roma está siendo apoyado y, de hecho, impuesto por la diplomacia de la Nueva Guerra Fría de EEUU, la fuerza militar y las sanciones económicas a los países que intentan resistirse a él.
LA TOMA DE POSESIÓN OLIGÁRQUICA DE LA ANTIGÜEDAD CLÁSICA
Para entender cómo la civilización occidental se desarrolló de una manera que contenía las semillas fatales de su propia polarización económica, declive y caída, es necesario reconocer que, cuando la Grecia y la Roma clásicas aparecen en el registro histórico, una Edad Oscura había perturbado la vida económica desde el Cercano Oriente hasta el Mediterráneo oriental desde el año 1200 hasta aproximadamente el 750 antes de Cristo. Al parecer, el cambio climático provocó una grave despoblación, acabando con las economías palaciegas durante la era Lineal B de Grecia, y la vida volvió al ámbito local durante este periodo.
Algunas familias crearon autocracias mafiosas monopolizando la tierra y atando la mano de obra a ella mediante diversas formas de clientelismo coercitivo y endeudamiento. Por encima de todo, estaba el problema de la deuda con intereses que los comerciantes del Cercano Oriente habían traído a las tierras del Egeo y del Mediterráneo, sin el correspondiente control de las cancelaciones de la deuda real.
De esta situación surgieron los «tiranos» reformadores griegos en los siglos VII y VI a.C. desde Esparta a Corinto, Atenas y las islas griegas. La dinastía de los Cípselo (1) en Corinto y nuevos líderes similares en otras ciudades habrían cancelado las deudas que mantenían a los clientes en la servidumbre de la tierra, redistribuyeron esta tierra a la ciudadanía y emprendieron el gasto en infraestructura pública para construir el comercio, abriendo el camino para el desarrollo cívico y los rudimentos de la democracia.
Esparta promulgó austeras reformas «licúrgicas» (2) contra el consumo conspicuo y el lujo. La poesía de Arquíloco, en la isla de Paros, y de Solón, en Atenas, denunciaba que el afán de riqueza personal era adictivo y conducía a la arrogancia que perjudicaba a los demás, que sería castigada por la diosa de la justicia Némesis. El espíritu era similar al de las religiones babilónicas, judaicas y otras religiones morales.
Roma tuvo unos legendarios siete reyes (753-509 a.C.), de los que se dice que atrajeron a los inmigrantes y evitaron que una oligarquía los explotara. Pero las familias ricas derrocaron al último rey. No había ningún líder religioso que frenara su poder, ya que las principales familias aristocráticas controlaban el sacerdocio.
No había líderes que combinaran la reforma económica doméstica con una escuela religiosa, y no existía una tradición occidental de cancelación de deudas como la que propugnaría Jesús al tratar de restaurar el Año Jubilar a la práctica judaica. Había muchos filósofos estoicos, y lugares religiosos anfictiónicos como Delfos y Delos expresaban una religión de moral personal para evitar la arrogancia.
Los aristócratas de Roma crearon una constitución y un senado antidemocráticos, así como leyes que hacían irreversible la servidumbre por deudas, con la consiguiente pérdida de tierras, y aunque la ética «políticamente correcta» consistía en evitar el comercio y el préstamo de dinero, esta ética no impidió que surgiera una oligarquía que se apoderara de las tierras y redujera a la esclavitud a gran parte de la población. En el siglo II a.C., Roma había conquistado toda la región mediterránea y Asia Menor, y las mayores corporaciones eran los recaudadores de impuestos públicos, de los que se dice que saquearon las provincias de Roma.
Siempre ha habido formas de que los ricos actúen de manera santa en armonía con la ética altruista evitando la codicia comercial mientras se enriquecen. Los ricos de la Antigüedad occidental pudieron ajustarse a esa ética evitando el préstamo y el comercio directos, asignando este «trabajo sucio» a sus esclavos o a los hombres libres, y gastando los ingresos de esas actividades en una filantropía conspicua (que se convirtió en un espectáculo esperado en las campañas electorales de Roma). Y después de que el cristianismo se convirtiera en la religión romana en el siglo IV d.C., el dinero pudo comprar la absolución mediante donaciones convenientemente generosas a la Iglesia.
EL LEGADO DE ROMA Y EL IMPERIALISMO FINANCIERO DE OCCIDENTE
Lo que distingue a las economías occidentales de las anteriores sociedades del Cercano Oriente y de la mayoría de las asiáticas es la ausencia de una reducción de la deuda para restablecer el equilibrio de toda la economía. Todas las naciones occidentales han heredado de Roma los principios de la santidad de la deuda a favor de los acreedores, que dan prioridad a sus reclamaciones y legitiman la transferencia permanente a los acreedores de los bienes de los deudores morosos.
Desde la antigua Roma hasta la España de los Habsburgo, la Gran Bretaña imperial y los EEUU, las oligarquías occidentales se han apropiado de los ingresos y las tierras de los deudores, al tiempo que han trasladado los impuestos de ellos mismos al trabajo y la industria. Esto ha provocado la austeridad doméstica y ha llevado a las oligarquías a buscar la prosperidad a través de la conquista extranjera, para obtener de los extranjeros lo que no producen las economías domésticas endeudadas y sujetas a los principios legales pro-acreedores que transfieren la tierra y otras propiedades a una clase rentista.
España, en el siglo XVI, saqueó enormes cargamentos de plata y oro del Nuevo Mundo, pero esta riqueza pasó por sus manos, disipándose en la guerra en lugar de invertirse en la industria nacional. Los Habsburgo perdieron su antigua posesión, la República Holandesa, que prosperó como sociedad menos oligárquica y con más poder como acreedora que como deudora.
Gran Bretaña siguió un ascenso y una caída similares. La Primera Guerra Mundial la dejó con grandes deudas armamentísticas contraídas con su propia excolonia, EEUU. Al imponer la austeridad antiobrera en su país para tratar de pagar estas deudas, la libra esterlina británica se convirtió posteriormente en un satélite del dólar estadounidense bajo los términos de la Ley de Préstamo y Arriendo (3) estadounidense en la Segunda Guerra Mundial y el Préstamo Británico de 1946. Las políticas neoliberales de Margaret Thatcher y Tony Blair aumentaron bruscamente el coste de la vida mediante la privatización y el monopolio de la vivienda pública y las infraestructuras, acabando con la antigua competitividad industrial de Gran Bretaña al aumentar el coste de la vida y, por tanto, los niveles salariales.
EEUU ha seguido una trayectoria similar de extralimitación imperial a costa de su economía nacional. Su gasto militar en el extranjero a partir de 1950 obligó al dólar a abandonar el oro en 1971. Ese cambio tuvo el beneficio imprevisto de dar paso a un «patrón dólar» que ha permitido a la economía estadounidense y a su diplomacia militar salirse con la suya en el resto del mundo, al endeudarse en dólares con los bancos centrales de otras naciones sin ninguna restricción práctica.
La colonización financiera de la post-Unión Soviética en la década de 1990 mediante la «terapia de choque», la privatización en forma de obsequios, seguida de la admisión de China en la Organización Mundial del Comercio en 2001 -con la expectativa de que China, al igual que la Rusia de Yeltsin, se convirtiera en una colonia financiera estadounidense- llevó a la economía de EEUU a desindustrializarse trasladando el empleo a Asia.
El intento de forzar la sumisión al control estadounidense inaugurando la Nueva Guerra Fría actual ha llevado a Rusia, China y otros países a desprenderse del sistema dolarizado de comercio e inversión, dejando a EEUU y a la Europa de la OTAN sufriendo la austeridad y la profundización de la desigualdad de la riqueza, ya que los índices de deuda se disparan para los individuos, las corporaciones y los organismos gubernamentales.
Hace tan solo una década, el senador John McCain y el presidente Barack Obama caracterizaron a Rusia como una mera gasolinera con bombas atómicas. Eso mismo podría decirse ahora de EEUU, que basa su poder económico mundial en el control del comercio de petróleo de Occidente, mientras que sus principales excedentes de exportación son los cultivos agrícolas y las armas.
La combinación del apalancamiento de la deuda financiera y la privatización ha convertido a EEUU en una economía de alto coste, perdiendo su antiguo liderazgo industrial, al igual que Gran Bretaña. EEUU intenta ahora vivir principalmente de las ganancias financieras (intereses, beneficios de las inversiones extranjeras y creación de crédito del banco central para inflar las ganancias de capital) en lugar de crear riqueza a través de su propio trabajo e industria.
Sus aliados occidentales pretenden hacer lo mismo. Eufemizan este sistema dominado por EEUU como «globalización», pero no es más que una forma financiera de colonialismo, respaldada con la habitual amenaza militar de la fuerza y el «cambio de régimen» encubierto para evitar que los países se retiren del sistema.
Este sistema imperial basado en EEUU y la OTAN busca endeudar a los países más débiles y obligarlos a entregar el control de sus políticas al Fondo Monetario Internacional y al Banco Mundial. Obedecer los «consejos» neoliberales y antilaborales de estas instituciones conduce a una crisis de la deuda que obliga a depreciar el tipo de cambio del país deudor. El FMI entonces los «rescata» de la insolvencia con la «condición» de que vendan el dominio público y trasladen los impuestos de los ricos (especialmente los inversores extranjeros) al trabajo.
La oligarquía y la deuda son las características que definen a las economías occidentales. El gasto militar en el extranjero y las guerras casi constantes de EEUU han dejado a su propio Tesoro profundamente endeudado con gobiernos extranjeros y sus bancos centrales. EEUU sigue, así, el mismo camino por el que el imperialismo español dejó a la dinastía de los Habsburgo endeudada con los banqueros europeos, y la participación de Gran Bretaña en dos guerras mundiales con la esperanza de mantener su posición dominante en el mundo la dejó endeudada y acabó con su antigua ventaja industrial.
La creciente deuda externa de EEUU se ha mantenido gracias a su privilegio de «moneda clave», de emitir su propia deuda en dólares bajo el «estándar del dólar» sin que otros países tengan ninguna expectativa razonable de que se les pague alguna vez, excepto en más «dólares de papel».
Esta afluencia monetaria ha permitido a la élite empresarial de Wall Street aumentar la ganancia rentista de EEUU mediante la financiarización y la privatización, incrementando el coste de la vida y de los negocios, tal y como ocurrió en Gran Bretaña bajo las políticas neoliberales de Margaret Thatcher y Tony Blair. Las empresas industriales han respondido trasladando sus fábricas a economías de bajos salarios para maximizar los beneficios.
Pero mientras EEUU se desindustrializa con una creciente dependencia de las importaciones de Asia, la diplomacia estadounidense está llevando a cabo una Nueva Guerra Fría que está impulsando a las economías más productivas del mundo a desvincularse de la órbita económica de EEUU.
El aumento de la deuda destruye las economías cuando no se utiliza para financiar nuevas inversiones de capital en medios de producción. La mayor parte del crédito occidental actual se crea para inflar los precios de las acciones, los bonos y los inmuebles, no para restaurar la capacidad industrial. Como resultado de este enfoque de deuda sin producción, la economía interna de EEUU se ha visto abrumada por la deuda contraída con su propia oligarquía financiera.
A pesar de que la economía de EEUU tiene un «almuerzo gratis» en forma de aumento continuado de su deuda oficial con los bancos centrales extranjeros -sin ninguna perspectiva visible de que se pague su deuda internacional o interna-, su deuda sigue creciendo y la economía se ha endeudado aún más. EEUU se ha polarizado con una riqueza extrema concentrada en la cima, mientras que la mayor parte de la economía está profundamente endeudada.
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Notas
(1) Wikipedia, Cípselo.
(2) Wikipedia, Licurgo (Esparta).
(3) Wikipedia, Ley de Préstamo y Arriendo.
(*) Documento presentado el 11 de julio de 2022 al Noveno Foro Sur-Sur sobre Sostenibilidad
(**) Michael Hudson, es un economista estadounidense, profesor de economía en la Universidad de Misuri en Kansas City e investigador en el Levy Economics Institute en el Bard College, exanalista de Wall Street, consultor político, comentarista y periodista.
Fuente: https://www.lahaine.org/mundo.php/el-fin-de-la-civilizacion
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