¿Italia se ha vuelto fascista o berlusconiana?
Por Jaime Bordel Gil/El Salto Diario.
El berlusconismo ha contagiado a todas las fuerzas políticas en Italia, incluida a la propia Meloni, que a pesar de su autoproclamada seriedad y rectitud terminó cerrando la campaña con un vídeo con dos melones que bien podría haberlo firmado Berlusconi en sus días más gloriosos.
Desde entonces, Italia ha cambiado mucho. Ya no hay Democracia Cristiana ni Partido Comunista, a la izquierda cuesta reconocerla, y los herederos de los neofascistas que rondaban el 5% de voto hoy son primera fuerza política. ¿Qué le ha pasado a la república antifascista?
Las causas que explican la contundente de la victoria de las derechas en Italia se deben buscar en muchos lados. El primer lugar son los años 90, cuando los dos grandes partidos que sostenían el sistema implosionan. La Democracia Cristiana por la corrupción, y el PCI por las decisiones de unos líderes que no supieron leer el momento político. Fueron años turbulentos, donde el sistema se derrumbaba a golpe de escándalo judicial, caía la Unión Soviética y la mafia hacía saltar por los aires a los jueces que les investigaban. Y en este terreno pantanoso, donde como decía Gramsci lo viejo no terminaba de morir y lo nuevo no terminaba de nacer, apareció un fenómeno que cambiaría para siempre la política italiana: Silvio Berlusconi.
El segundo lugar donde se deben buscar las causas de la victoria de Giorgia Meloni es en la actual crisis de legitimidad que golpea al sistema político italiano. Seis leyes electorales en 30 años, casi quince años sin que un primer ministro salga directamente de las urnas, y dos décadas de populismo y antipolítica en sus distintas formas han terminado con una victoria de la ultraderecha. ¿Y cómo ha conseguido un partido ultraderechista capitalizar este descontento? A través de un discurso que, curiosamente, resalta la coherencia como una de sus principales virtudes.
Giorgia Meloni lo ha repetido hasta la saciedad: Fratelli d’Italia es el único partido que no cambia de parecer, que es serio, coherente, y que no te va a engañar, va a hacer lo que te va a decir. Frente a los bandazos de Salvini y Berlusconi, que un día apoyan a Ucrania y otro a Putin, y un día defienden a Draghi para el siguiente criticarlo, Meloni se jacta de no tener que desdecirse nunca. Ellos nunca apoyaron a Draghi, ni gobernaron con Conte. Siempre recelaron de Rusia y de China. Y se mantuvieron serios y firmes. Hoy, después de años con una influencia política limitada, han conseguido convencer a un 26% de los italianos de que son la mejor opción para gobernar uno de los periodos más complicados de lo que llevamos de siglo.
Y el tercer lugar donde se pueden encontrar respuestas para esta situación es la crisis migratoria de 2015. Durante aquellos años, la llegada de inmigrantes a suelo italiano fruto de los distintos conflictos que asolaban Siria, Libia y otras partes del mundo, fue recibida con una campaña demagoga y criminalizadora por parte de numerosos medios de comunicación. Al calor de este rechazo al extranjero que fue germinando creció Matteo Salvini, que hizo de la inmigración su principal activo electoral. Estas campañas difamatorias terminaron calando en la población y, según mostraban las encuestas postelectorales de 2018, casi la mitad de los italianos consideraba que había demasiados inmigrantes. Habrá que ver en las de este año cómo ha evolucionado la percepción durante legislatura, pero los resultados electorales no auguran nada bueno.
Una ley electoral que dio la puntilla
Otro elemento sin el que es imposible entender la victoria de las derechas es la ley electoral italiana. El Rosatellum, que debe su nombre a su precursor, el ex diputado del PD Ettore Rosato, es una ley electoral absolutamente perversa, que reparte un 37% de los escaños en circunscripciones uninominales y que ha concedido a la derecha una mayoría mucho más amplia de la que tendría en un sistema proporcional. Este sesgo mayoritario, ideado para favorecer la gobernabilidad y la formación de mayorías, produce anomalías como que la Lega, con un 8,7% de votos, vaya a tener casi los mismos escaños que el PD con un 19%. ¿Por qué sucede esto? Porque en ese 37% de los escaños uninominales, la derecha, que compite en una única lista, se lleva 112 de 147.
Por poner un ejemplo ilustrativo. En la circunscripción calabresa de Corigliano-Rossano, el candidato del Movimento 5 Stelle obtuvo por sí solo un 35,25% de los sufragios, pero el escaño fue para la derecha, que obtuvo un 38%. Por sí sola ninguna de las candidaturas de la derecha hubiera obtenido esa cantidad de votos, ya que, de hecho, el Movimento 5 Stelle fue el partido más votado en toda Calabria con un 29%, por delante de Fratelli d’Italia (19%), Forza Italia (15,6%) y el PD (14,4%), y a una distancia sideral de la Lega de Salvini (5,8%).
¿Qué le espera a Italia?
Una vez concluida la elección, la pregunta que ronda la cabeza de todos es qué pasará con Italia ahora que será gobernada por la ultraderecha. En Europa preocupa la relación con Rusia y con las instituciones europeas, y estas semanas numerosos titulares se preocupaban por las posibles repercusiones que un gobierno de Meloni tendría en el seno de la Unión.
Las preocupaciones son más que comprensibles, pero lo cierto es que Meloni seguramente sea en las grandes cuestiones mucho más continuista de lo que muchos creen. La líder de FdI se ha declarado en más de una ocasión firmemente atlantista, y aunque sus aliados Salvini y Berlusconi sean mucho más ambiguos en su relación con Rusia, lo cierto es que probablemente el próximo gobierno de Meloni no cambie la postura de Italia respecto a la guerra ruso-ucraniana. Tampoco se saldrá de la Unión Europea, y aunque cambiarán las alianzas exteriores de Italia, el país se mantendrá dentro de las instituciones comunitarias.
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