“No tendrá ninguna razón mi vida ni mi muerte si la lucha en la que estoy empeñado otros no la continúan.” (Tito LIzardi).
por Haroldo Quinteros/Edición Cero.
Debo ser una de las personas que más compartieron con Humberto Lizardi su vida. Al recordarlo hoy, en el 49° aniversario de su asesinato en Pisagua, no siento que seríamos leales a Tito si sólo lo evocáramos como un muchacho generoso y bueno. Es lo que generalmente se hace cuando se recuerda a alguien que ya ha partido. Claro que no. Lo recordaré como realmente era, como él querría que se hiciese. Me refiero a su idealismo, inspirado en la entrega por el bien colectivo de los demás; es decir, a su adhesión sin vacilación y compromiso con la lucha social.
Efectivamente, Tito fue un combatiente social, y sé que hoy, si viviera a sus 73 años, estaría en primera línea en la lucha que emprendió en su corta vida. Lo sé, porque estuve con él a horas de su muerte. Poco antes que a Tito lo sacaran de su celda en Pisagua para poco después asesinarlo, conversamos largamente. Me dijo textualmente: “no tendrá ninguna razón mi vida ni mi muerte si la lucha en la que estoy empeñado otros no la continúan.” Dicho con claridad, en cualquiera semblanza a Tito, es de respeto a él, en primer lugar, hablar de sus ideas en el mejor sentido y significado. Por cierto, ellas fueron la principal razón de su vida, así como también la de su muerte.
Me consta que estudió Educación con gusto y gran amor, luego de abandonar por propia voluntad la carrera de Leyes que había iniciado en 1965, nada menos que en la Universidad de Chile en Santiago. Como él decía, la Educación era la única profesión que le permitía un profundo contacto humano con grandes grupos de personas; no sólo eso, sino con las mejores, los niños y los adolescentes. Tito era, desde lo más hondo de su alma, un verdadero maestro. Como tal, era amable, comprensivo, excelente expositor de su ciencia, diestro verbalmente, excelente orientador y consejero educacional.
Como he dicho, en su espíritu, sobre toda otra consideración marchaba junto a su carácter una ansiedad irrefrenable por cambiar el mundo. Decía muy frecuentemente, parafraseando al Quijote, «estoy aquí para enderezar entuertos.» Fue esa, su permanente actitud de lucha por cambiar el mundo, la característica que más lo identificaría. Las primeras expresiones importantes de llevar a la práctica su ideario, se dieron precisamente en la universidad, en sus tiempos de estudiante.
La Universidad local de entonces, gratuita y popular, apenas se insinuaba como tal, en un mundo en que había mucho que hacer. Lo primero que hizo Tito, una vez elegido por sus compañeros como Presidente del Centro de Alumnos, en las primeras elecciones de la FECH-Iquique (la FEUNAP de hoy) en 1967, fue redactar y leer una declaración suya en el acto de su asunción a la presidencia de la FECH iquiqueña. En esa declaración entregaba a todos un programa muy acotado de acción y una definición de lo que debía ser una universidad para nuestra ciudad, así como para países como el nuestro, dependientes, desiguales socialmente y en desarrollo.
La Universidad, declaró Tito mil veces, debe estar al servicio de la sociedad, tal como lo declarara su fundador Andrés Bello en 1843. La Universidad, si es verdadera, decía, debe identificarse claramente por el cambio social, particularmente en favor de los pobres. Publicó en hojas mimeografeadas aquel discurso y las repartió entre sus condiscípulos, así a la antigua, de mano en mano y en la puerta de la sede universitaria. Escribió muchos opúsculos sobre temas sociales y propios de una universidad; así como también muchos otros referidos a temas literarios y políticos, que publicó en el diario mural de la Universidad. Fue Tito quien organizó y dio vida al primer diario mural estudiantil, que llamó “La Tempestad” (piensen en el calado que tiene ese nombre).
Tito, en total sintonía con los nuevos tiempos, reclamaba el derecho a la tri-estamentalidad en la gestión de las universidades cuando ya el estudiantado universitario en todo el mundo apenas empezaba a desplegar esa lucha. Fue aquí, entonces, en Iquique, cuando gracias a Tito, se proclamó ese principio antes que en muchas instituciones universitarias de Chile. A la vez, a pesar de una porfiada asma que con cierta frecuencia lo agobiaba, organizó y participó en cursos de extensión universitaria en los planes de “Acción Social” programados y ejecutados por la Universidad, en poblaciones y en el Hospital Regional de entonces.
Sus ideas tomaron forma definitiva cuando se declaró públicamente un creyente cristiano observante. Tito era miembro de la Iglesia Metodista y a la vez militante marxista; adscribiendo su pensamiento y acción a la Filosofía sobre Creacionismo y Evolución de Teilhard de Chardin y a la novel propuesta teológica latinoamericana de la “Teología de la Liberación.” Hablo de 1967, cuando los movimientos socialistas cristianos tenían una minúscula difusión en algunas revistas jesuitas o en círculos de curas católicos y pastores protestantes obreros y revolucionarios. En muchas de nuestras conversaciones, a solas, o con otros amigos, repetía que los conceptos explotación, alienación, y lucha por la igualdad y la justicia social proclamados en la filosofía y doctrina política de Marx ya habían sido proclamados con meridiana claridad aquí, en la tierra, por el Hijo unigénito de Dios. En un foro que le recuerdo en la universidad, trajo a colación la figura evangélica del apóstol Santiago, con pasajes del antiguo Testamento, como éste, que Tito, además, citó en uno de sus opúsculos:
“Oh, ricos, llorad… sabed que el jornal que no pagasteis a vuestros trabajadores está clamando contra vosotros y el clamor de ellos ha penetrado los oídos del Señor.”
Poco tiempo antes del golpe de 1973, su convicción que la vía revolucionaria era el único método para alcanzar la sociedad nueva, en consonancia con sus convicciones teleológicas cristianas, lo condujo a las filas del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, el MIR, organización de la cual fue su primer dirigente regional. Fue la decisión de aceptar ese cargo, lo que selló su aprehensión, encarcelamiento, torturas y fusilamiento ordenado por el general Carlos Forestier, el jefe militar de la provincia designado por la dictadura fascista que usurpó el poder del Estado en septiembre de 1973.
Hoy, cuando la ausencia del decoro y la falta de consecuencia en política parecen filtrarse por todas partes; cuando las claudicaciones a los principios, el oportunismo, las volteretas, los conciliábulos, la corrupción y las ambiciones por el poder son noticia diaria, digamos que la consecuencia, las honestas convicciones en servir a los demás, y la generosidad sin límites de Tito, constituyen su mayor legado moral, especialmente para la juventud. Por cierto, ese legado sólo tendrá valor si las nuevas generaciones de hoy lo transforman en práctica. Es la única forma de mantener vivo el recuerdo y el ejemplo de Humberto Lizardi Flores.
Fuente: https://edicioncero.cl/2022/10/homenaje-a-humberto-lizardi-flores-2/?fbclid=IwAR0UOHWMp7-NGUAiHKet0mdJQ9x7oj2KjghVkW9MEQEspy2tS-1smgbH1-0
Descubre más desde Correo de los Trabajadores
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.
Be the first to comment