La revolución chilena de octubre.
Revolución o estallido
En mayo de 2020 publicamos, con José Luis Valenzuela, un libro bajo el atrevido título de ‘La Revolución Chilena de Octubre’. Pretendíamos llamar la atención sobre aquel magno suceso que, en forma de estallido social súbito e imprevisto, se extendió, desde el 18 de octubre de 2019, a lo largo de todo ese año, y hasta los primeros meses de 2020. Le llamamos ‘revolución’ pues teníamos la convicción que estábamos en presencia de un suceso que no podía considerarse, simplemente, una ‘revuelta’ sino algo más profundo. Hoy en día, seguimos estimando lo mismo.
Personalmente, sin embargo, continúo fiel al raciocinio que orientó esa convicción: ese momento fue la manifestación del proceso que tiene lugar cuando, por diversas motivaciones (en este caso el agotamiento de la forma de acumular) las relaciones de producción se anquilosan y se hacen disfuncionales al desarrollo de las fuerzas productivas. Por lo mismo, puede considerarse que el proceso comenzó antes, con las protestas estudiantiles de 2006 y 2011, alcanzó su expresión máxima el 18 de octubre de 2019 y debería continuar en lo sucesivo, con las limitaciones que imponen los factores a los que nos referiremos más adelante. Porque no existen revoluciones que se hagan de un día para otro ni, mucho menos, en sólo un momento determinado. Como bien nos lo enseña Alberoni:
“Vi sono dei fattori che mutano lentamente, che cumulano la loro azione in modo silenzioso e soterraneo fino a che non si rompe l’equilibrio. Allora il cambiamento si manifesta d’improvviso, in modo catastrófico. Ma giá prima un osservatore attento avvrebbe potuto prevedere l’avvicinarsi de l’explosione”[1].
Agreguemos, sin embargo, otro hecho: no solamente los ‘factores’ mutan en forma sucesiva sino también lo hacen las transformaciones que acarrean. Y, consecuentemente, las revoluciones. Por ello, difícil es saber o predecir si acaso el proceso de cambios iniciado el 18 de octubre de 2019 va a perseverar en su rumbo o si, en caso de hacerlo, va a llegar a su fin. O, lo que es igual, si acaso marcará el inicio de una nueva era.
Richard Pipes, que se preguntara una vez cuándo empezó la revolución rusa, recuerda que Piotr Struve, un importante publicista liberal que apoyaba los cambios de esa época,
“[…] llegó a la conclusión de que la suerte ya estaba echada en 1730, cuando la emperatriz Ana renegó de la promesa de acatar una serie de limitaciones constitucionales que la aristocracia le había impuesto como condición para dejarla subir el trono”[2].
Esas reflexiones le hicieron suponer respecto de la Revolución Rusa que
«Si la revolución rusa se desencadenó casi 20 años más tarde, no debe sorprender que podamos algunos estimar inconcluso aún el proceso iniciado en 2019, a diferencia de cómo parecen estimarlo los actores de la ‘escena política’ nacional. Porque un proceso puede mantenerse en estado latente por varios años e, incluso, por décadas, manifestándose, como sucede en el caso chileno, en protestas estudiantiles, protestas poblacionales, conflictos laborales, y en una suerte de hastío generalizado a lo largo y ancho de todo el país.
Las raíces de la situación actual
No es casual, por tanto, lo que sucede en el país. Sus raíces se encuentran en una insatisfacción social que no tuvo respuesta a los requerimientos del ‘estallido’. La ‘élite política’ transformó las demandas sociales en la necesidad de una nueva constitución en el acuerdo, celebrado entre bastidores, de 15 de noviembre de 2019.
Como se recordará, la noche del día anterior (14) a ese acontecimiento, se reunieron los parlamentarios de todos los partidos políticos a fin de evitar el abrupto fin del gobierno de Sebastián Piñera. Convencidos que el término de esa administración era un hecho, comenzaron una afiebrada negociación con los sectores de la ex Concertación y del Frente Amplio a fin de ‘salvar la estructura institucional de la nación’. La negociación de esa noche tuvo como fundamento el derecho que se atribuyó esa ‘elite’ de representar a la población nacional y, en nombre de ella, celebrar acuerdos a espaldas de sus propios representados. El centro del acuerdo no fueron las demandas del estallido sino una nueva constitución que sería redactada por una Convención (no Asamblea) Constitucional (no constituyente), elegida por la ciudadanía sin presencia de parlamentarios. Nada más. Y puesto que la negociación había sido solamente aquello, y no se había considerado el verdadero motivo de la protesta, las manifestaciones se hicieron más fuertes hasta el 8 de marzo de 2020, cuando la conmemoración del Día Internacional de la Mujer, rompió todos los marcos alcanzados por otras convocatorias hasta ese momento.
Pero las demandas de la población jamás fueron resueltas; se las convirtió en algo tremendamente ajeno a ellas: la lucha por una constitución.
Un agente perturbador
Un agente extraño, sin embargo, se hizo presente para robustecer esa negociación: la pandemia del COVID 19. A partir de ese momento, el movimiento popular, que había permitido un levantamiento social impresionante, se desactivó. La lucha por la supervivencia y la del propio entorno, la lucha por la vida, se hizo prioritaria. Y la comunidad nacional, una vez más, debió pagar sus propias tribulaciones echando mano a sus fondos previsionales. Esos sucesivos retiros y las ayudas entregadas por el Estado resolvieron, momentáneamente y en cierta medida, los más urgentes problemas de la población. A mediados de 2020 ninguna de las demandas sociales se había concretado, la pandemia atacaba con saña a la población y solamente quedaba en manos de la ciudadanía la posibilidad de elegir una Convención Constitucional con ‘convencionales constituyentes’, para dar a la nación una nueva carta fundamental. Nada más. La Revolución Chilena de Octubre se había reducido solamente a aquello.
La convención constitucional
Su nombre lo dijo todo desde un principio. No sería una ‘asamblea constituyente’ sino una convención constitucional. En palabras más simples: no tendría capacidad constituyente. No podría erigirse como ‘poder constituyente’ sino sería una simple ‘convención’, regida por la constitución que la creaba o, lo que era igual, una estructura del todo dependiente de aquello que la había creado. Y, sin embargo, era lo único obtenido de todas esas luchas sociales.
Su composición, a pesar de todo, resultó heterogénea y tremendamente representativa de lo que era la sociedad chilena. Nunca antes, en la historia de la nación, había representado un órgano suyo con tanta fidelidad a la comunidad de la cual procedía. Como jamás pudo serlo el Parlamento: la CC fue el retrato vivo de la sociedad chilena que las clases y fracciones de clase dominante habían construido a lo largo de estos años. Y, tal vez, no por otro motivo se ganó el implacable odio de la ‘élite política’ —caricatura de la ciudadanía— que vio en ella una representación superior a la propia. Por eso, no deja de ser sorprendente que se haya gastado tanto ‘spleen’ en condenar la actitud de un convencional (Rodrigo Rojas Vade) por haber engañado a la sociedad con una falsa enfermedad, las actitudes un tanto infantiles de otros dos convencionales o las expresiones de otra representante proponiendo cambios más radicales, y se ignorasen los escándalos protagonizados por el Congreso desde los inicios de la era post dictatorial. Por eso, también, no solamente se perdonan las conductas abiertamente groseras, inmorales o, en no pocos casos, agresivas de parlamentarios, sino hasta se celebran con regocijo. A diferencia de cómo se hizo con la Convención Constitucional, jamás los actos de esos parlamentarios se atribuyen a la ‘institución’ Congreso.
“[…] sacaron a la ministra (de Desarrollo Social) Jeanette Vega porque su ayudante llamó a Llaitul, pero acá se puede invitar al Congreso a ‘Pancho Malo’, condenado por asesinar a una persona, y ahí no hay ningún problema”[4].
Y es que la ‘élite política’ jamás va a permitir que se la prive del monopolio del abuso del poder.
Factores que van a tener incidencia en el futuro próximo
Los efectos de la crisis mundial, derivada de la pandemia, se hacen presentes. Y también los efectos del agotamiento de la forma de acumular. El dinero, una vez más, sobra en el mundo y no se vislumbran proyectos que inciten a los capitalistas a invertir. Los negocios no parecen ser atractivos y la guerra de Ucrania colabora eficazmente a guiar en esa dirección.
En Chile, el triunfo del Rechazo prolonga el estado de incertidumbre y las soluciones que se buscan en el plano político provocan la aparición de nuevos partidos aumentando la fragmentación política y, consecuentemente, la sensación de caos e inseguridad. Si, en otras naciones, algunos de esos rasgos han permitido la aparición de ‘fascismos’ renovados y ‘populismos’ con promesas de un mundo mejor, no sería extraño que también comenzaran a hacerse presente en nuestra nación, especialmente cuando la situación económica de la comunidad nacional pareciera ser peor a la que existía al momento del estallido.
En este sentido, las perspectivas económicas tampoco se ven auspiciosas; especialmente, luego del anuncio que Chile enfrentaría una recesión el próximo año:
“[…] el FMI sostuvo que el PIB de Chile será de 2% este año, pero que el país no crecerá el próximo año: la contracción sería de 1%”[7].
Esta circunstancia no debe sorprender pues
“La economía global se frenará más de lo esperado en 2023, un año en el que buena parte del mundo se asomará a la recesión o acabará cayendo en ella, según el FMI, que ha rebajado en dos décimas, hasta el 2,7%, su previsión de crecimiento para el próximo año”[8].
En este sombrío panorama, tampoco parece posible que la estrategia del Gobierno de pactar con los sectores opositores vaya a rendir frutos, pues tras el Rechazo, dichos sectores se han vuelto tremendamente arrogantes. Antes bien, nos traen a la memoria las sabias palabras de Radomiro Tomic: “Cuando se gana con la derecha, la derecha es la que gana”.
Eso ha ocurrido ya con el TPP11, ocurrió con la aprobación de la Ley de Presupuesto[9] y ocurrirá con otros proyectos. Si bien se manifiesta, con todo, la fragmentación política al interior de la llamada ‘derecha’, la línea política predominante pareciera querer mostrarla tremendamente arrogante y agresiva, y ocupada, más bien, de poner todo tipo de obstáculos a las propuestas de una administración que desprecia y considera incapaz. Esta forma de ‘chantajear’ al Gobierno se ha manifestado en estos últimos días en torno a la Reforma Tributaria: tanto RN como la UDI han manifestado su intención de apoyarla a condición que se exija la renuncia al jefe del Ferrocarril Metropolitano (Metro) de Santiago, Nicolás Valenzuela quien, a poco de producirse el estallido social, formuló, contra la policía, expresiones consideradas injuriosas por ellos.
Un nuevo estallido
En este período es difícil que se produzca una nueva explosión. Pero no imposible. Las épocas de cambios y transformaciones no llegan en cualquier momento. Como lo señaláramos en nuestra obra ‘La Revolución Chilena de Octubre’, ello sucede cuando —entre otros motivos, la avaricia de las empresas—, las relaciones de producción se anquilosan y no se adecúan convenientemente al constante desarrollo que experimentan las fuerzas productivas.
Modificar las relaciones de producción no es algo que competa de por sí a la clase trabajadora sino a las clases y fracciones de clase dominantes; pero si éstas no lo hacen, tarde o temprano, aquella ha de hacerlo. Y en ese caso, se abrirá una época de revolución social. Porque las relaciones de producción contienen el eje mismo en torno al cual funciona el sistema capitalista. En ellas se reflejan las angustias de los trabajadores por los bajos sueldos, el trato a menudo degradante que el comprador de fuerza o capacidad de trabajo da al vendedor de esa mercancía, sus problemas familiares, la carencia de vivienda, salud, o educación que afecta a los trabajadores. No atender esas demandas es no adecuar tales relaciones al avance de la técnica. El terreno, así, se hace fértil para que se inicie un período de nuevas y sucesivas protestas que pueden dar continuidad a esta revolución chilena de octubre. Sin lugar a dudas, hay peligros que pueden entorpecer esa constante: el ‘populismo’ que, a menudo, se confunde con el ‘fascismo’, entre otros. Y la cesantía, pues los períodos de crisis dejan a vastos sectores de la clase de los vendedores de fuerza o capacidad de trabajo fuera del mercado laboral.
Por eso, sostenemos nosotros que la revolución chilena de octubre no ha terminado. Está viva. Está presente en los trabajadores que van a la huelga, en los pobladores sin casa, en los que protestan para ser atendidos en los centros hospitales o de salud, en quienes han sufrido el rigor de ser jubilados de las AFP, en los estudiantes secundarios cuyos colegios se llueven en épocas de invierno y tienen baños insalubres, en fin, en todos aquellos que marcharon hace tres años un 18 de octubre de 2019 para dar inicio a la más grande movilización que se ha visto en la historia del país. No para discutir por una constitución sino en contra de un sistema injusto que, día a día y con más fuerza, parece necesario abolir. Por eso, la revolución chilena de octubre no deja de estar presente en todos los ámbitos de la sociedad. Tomará su tiempo para desencadenarse —no cabe la menor duda—, porque
“[…] las revoluciones proletarias, […], se critican constantemente a sí mismas, se interrumpen continuamente en su propia marcha, vuelven sobre lo que parecía terminado, para comenzarlo de nuevo, se burlan concienzuda y cruelmente de las indecisiones, de los lados flojos y de la mezquindad de sus primeros intentos, parece que sólo derriban a su adversario para que éste saque de la tierra nuevas fuerzas y vuelva a levantarse más gigantesco frente a ellas, retroceden constantemente aterradas ante la vaga enormidad de sus propios fines, hasta que se crea una situación que no permite volverse atrás y las circunstancias mismas gritan:
Las banderas de las organizaciones sociales, sus pancartas y grupos artísticos volverán a hacerse presente en las calles de Chile. Como las ‘oscuras golondrinas’ de Bécquer, volverán. Volverán, sí, pero no para colgar sus nidos en algún balcón sino para recordar a todos que la época de cambios y transformaciones no ha concluido sino, muy por el contrario, se encuentra activa y animosa. Dispuesta, como siempre a redoblar sus esfuerzos por alcanzar una sociedad mejor.
[1] Alberoni, Francesco: “Genesi”, Garzanti Editore SPA, Milano, 1989, págs. 58 y 59.
[2] Pipes, Richard: “La Revolución Rusa”, Penguin Random House, Grupo Editorial S.A.U., Barcelona, 2016, pág. 3.
[3] Pipes, Richard: Obra citada en (2), pág. 3.
[4] Redacción: “Hassan Akram sobre la derecha y ‘Pancho Malo’: ‘Sacaron a una ministra porque su ayudante llamó a Llaitul pero invitan al Congreso a un condenado por asesinato’”, ‘La voz de los que sobran’, 13 de octubre de 2022.
[5] En los últimos días, informaba radio Biobío que, a poco de renunciar a la DC, el gobernador de Santiago, Claudio Orrego, también estaba interesado en organizar su propio partido (Véase, 14 de octubre de 2022: “Orrego buscaría construir nuevo movimiento tras renuncia a la DC”).
[6] El último en renegar de algunos de sus actos anteriores ha sido el ministro de Economía Nicolás Grau Veloso, hijo de la Secretaria General de Gobierno de Michelle Bachelet, Paulina Veloso.
[7] Cable de Agencia EFE: “‘Lo peor está por llegar’: FMI reitera difícil 2023 en el mundo y suma mala proyección para Chile”, Radio Biobío, 11 de octubre de 2022.
[8] Cable de Agencia EFE: Id. (6).
[9] El condicionamiento se lo hizo al Gobierno el diputado Andrés Longton al exigir a nombre de la bancada RN la salida de Nicolás Valenzuela como director del Metro.
[10] Marx, Karl: “El 18 brumario de Luis Bonaparte”, edición digital de la Universidad Arcis y disponible en INTERNET, pág.9.
Fuente: https://www.elclarin.cl/2022/10/17/la-revolucion-chilena-de-octubre/
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