por /Nueva Tribuna/Rebelión.
El trigo es una mercancía global que se comercializa en un mercado mundial fuertemente integrado que determina su precio, especialmente en situaciones de escasez de oferta, y ofrece un indicador esencial para la toma de decisiones de inversores y el muy reducido grupo de grandes empresas agroalimentarias que dominan el comercio internacional de cereales. Además, como cualquier otra mercancía, es objeto de deseo de especuladores financieros que, en su entendible afán de obtener beneficios, influyen en los precios y las cuantías de futuras cosechas y contribuyen a distribuir y compartir los riesgos asociados a todas las fases de su producción, almacenamiento, comercialización y transformación en otros bienes que lo contienen.
El trigo es también y sobre todo un componente esencial en la alimentación de la humanidad desde tiempos inmemoriales: los recursos dedicados a su cultivo, la cosecha de cada temporada y su precio trazan cada año la frontera del hambre para cientos de millones de personas y la línea que separa la vida de la muerte para cientos de miles, en los países más pobres y dependientes y entre los sectores sociales más vulnerables.
Por último, el trigo puede convertirse en un eficaz instrumento de influencia política y, llegado el caso, en una poderosa arma de guerra en manos de regímenes militaristas y poco escrupulosos con los derechos humanos que no dudan en utilizarlo a conveniencia. El régimen de Putin proporciona el más reciente ejemplo: cuando lo consideró oportuno para su estrategia de ocupación militar de Ucrania bloqueó la exportación del trigo desde los puertos del Mar Negro y, llegado el momento, negoció cuándo y cuánto se podía exportar. Y lo volverá a hacer mientras dure la guerra, cuando lo considere necesario, jugando con la vida y el hambre de millones de personas en todo el mundo.
Las neblinas impuestas por una ideología económica interesada en fabular sobre la supuesta eficiencia de los mercados globales de alimentos se han disipado. Sabemos todo lo que hay que saber de la eficacia de los mercados para multiplicar la capacidad productiva, su ineficacia para valorar los costes y externalidades destructivas para el medio ambiente que provocan y su incapacidad de proveer suficientes cereales y alimentos a un 10% de la población mundial que pasa hambre de forma sistémica, porque no dispone de capacidad de pago.
¿Se puede seguir confiando en la supuesta eficiencia del mercado global del trigo y de la especulación en los mercados de futuros y dejar en sus manos la tarea de suministrar trigo a los países más pobres y a los sectores sociales que se juegan la vida en cada contingencia que afecta al buen o mal funcionamiento de ese mercado? ¿Se puede atribuir a la caridad o a voluntariosas organizaciones de ayuda humanitaria la responsabilidad de suplir en cada situación crítica las deficiencias e imperfecciones de ese mercado? ¿Puede la humanidad construir unas instituciones globales que aseguren el abastecimiento de los alimentos básicos a las personas hambrientas, sin que la búsqueda de la máxima rentabilidad empresarial o las disputas comerciales, ideológicas, geoestratégicas y militares lo impidan?
Los datos básicos del hambre en el mundo
Las estimaciones de Naciones Unidas indican que, en tan solo dos años, desde la crisis económica desatada por la Covid-19 en marzo de 2020, el número de personas que sufren subalimentación aumentó en 150 millones, hasta alcanzar los 828 millones de personas en 2021 (alrededor de un 10% de la población mundial). Y los datos disponibles permiten asegurar que en 2022 el aumento de las personas afectadas ha sido más intenso, por lo que el cumplimiento del objetivo internacional de erradicar el hambre en 2030 es más improbable que hace tres años. Se hace necesario cambiar y mejorar la ruta y los planes de actuación existentes para hacer viable ese objetivo y blindarlo frente a las nuevas circunstancias y vulnerabilidades puestas en evidencia por la pandemia y la invasión militar de Ucrania.
La prevalencia de la subalimentación es el indicador 2.1.1 de los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODS) que proporciona una estimación de la proporción de la población mundial que sufre hambre o realiza un consumo habitual de alimentos insuficiente para proporcionar los niveles de energía alimentaria necesarios para llevar una vida normal, activa y sana.
En el continente africano, el perímetro del hambre duplica el de la media mundial: afectaba en 2019-2021 al 19,1% de su población total y la sufrían especialmente los niños menores de 5 años (un 30,7% del total mostraba en 2020 retrasos en su crecimiento) y las mujeres (un 37,5% de la población femenina de entre 15 y 49 años padecía anemia en 2019). Y lo peor afectaba a los países de África central, donde esos porcentajes alcanzaban una media del 30,5%, que ascendía hasta el 36,8% en el caso de los niños más pequeños y al 43,2%, entre las mujeres. Situación que se ha agravado en 2022 por la guerra en Ucrania, ya que los principales proveedores de trigo a los países africanos son Rusia y Ucrania, por lo que los impactos de la guerra pueden empeorar aún más en 2023. Compárese la extensión del hambre en África con los mínimos porcentajes de prevalencia que sufren España y el resto de países de altos ingresos (inferiores al 2,5%) o la inmensa mayoría de los países europeos, con porcentajes también inferiores al 2,5%.
Un mundo civilizado no puede convivir pacíficamente con el aumento del hambre en el mundo, por mucho que la guerra en Ucrania complique la tarea, ni renunciar a tener un programa eficaz de lucha contra el hambre y por su erradicación en 2030.
Contraponer el asaltar los cielos con tener los pies en la tierra es un mal principio. El mundo desarrollado sigue disponiendo de los recursos necesarios para acabar con la lacra del hambre, la comunidad internacional tiene margen de negociación para alcanzar en esta situación extrema de confrontación militar un acuerdo (como ya lo se demostró con el desbloqueo de los puertos del mar Negro del pasado mes de julio) y cuenta con el apoyo social necesario para que pueda lograrse.
El mercado mundial del trigo
El trigo se cultiva en todo el mundo, ya que se adapta a una amplia variedad de condiciones climáticas, aunque su rendimiento varía mucho por continentes y regiones en función de la calidad de la tierra, la climatología y las tecnologías e insumos disponibles. Del total de una cosecha mundial anual que en los últimos años varía en torno a los 800 millones de toneladas (Mt), alrededor de tres cuartas partes se comercializan y consumen en los países que lo cosechan (a través de mercados nacionales y comarcales) y tan solo entre una cuarta o quinta parte se vende en el mercado mundial o se almacena en función de la cuantía cosechada.
La producción mundial se caracteriza por su escasa homogeneidad en la productividad por países y una gran concentración en 20 grandes economías que generan el 86% de la cosecha mundial. En 2022, los 5 grandes países productores de trigo fueron China, con una producción estimada de 138 Mt; Unión Europea, 134 Mt; India, 103 Mt; Rusia, 91 Mt; y EEUU, 45 Mt. El caso de Ucrania, con 20,5 Mt cosechadas, merece un comentario especial, ya que se situaba como noveno productor mundial pese a haber perdido en 2022, como consecuencia de la guerra de agresión que sufre, una quinta parte de su producción; estimación que las autoridades ucranianas aumentaban para el conjunto de las cosechas de cereales hasta el 40%. Retroceso con graves impactos mundiales si se tiene en cuenta que la participación de Ucrania en las exportaciones internacionales de trigo era del 10%, aumentando al 13% en el caso de la cebada y al 15% en el del maíz.
El grado de concentración por países de unas exportaciones mundiales de trigo que en 2021 se aproximaron a los 200 Mt es mayor que el de la producción, ya que casi el 95% se originó en 10 economías, entre las que los primeros lugares eran ocupados en 2021 por Rusia, UE, Australia, EEUU y Ucrania. En general, los grandes países productores son también los que más trigo exportan, con la excepción de China, ya que su consumo interno en los últimos años es similar a la producción y mantiene una estrategia de seguridad alimentaria que prioriza incrementar los niveles de almacenamiento.
La concentración empresarial de las exportaciones es aún mayor que por países, ya que 6 grandes conglomerados comercializado-res internacionales, Archer Daniels Midland, Bunge, Cargill y Louis Dreyfus (los ABCD), a los que se ha incorporado en los últimos años Viterra y la china COFCO, controlan el 90% del comercio internacional del trigo, resto de cereales y buena parte de la actividad de la industria agroalimentaria, influyendo en la determinación de sus precios internacionales y extendiendo sus negocios al almacenamiento, transporte, financiación, fabricación de alimentos para animales, mercados de biocombustibles, explotación directa de tierras de su propiedad o arrendadas, suministros de insumos o mercados de futuros.
En los precios de las exportaciones de trigo, el gran salto se produjo, como consecuencia de la invasión de Ucrania, en el segundo trimestre de 2022, cuando los precios internacionales aumentaron casi un 90%, según variedades y diferentes mercados. Entre las causas, además de la incertidumbre en el suministro del trigo ucraniano, destacan el fuerte aumento del precio de los fertilizantes (el cultivo del trigo es muy intensivo en su uso), el aumento de las restricciones a las exportaciones, tanto de tipo cuantitativo como fiscales, que fueron impuestas por muchos países para asegurar el abastecimiento interno y la especulación que desatan las crisis por las oportunidades de enriquecimiento rápido que llevan asociadas. La firma de la Iniciativa de Cereales del Mar Negro en julio de 2022 por parte de Rusia y Ucrania, auspiciada por la ONU y Turquía, desbloqueó la exportación del grano por los puertos del mar Negro y tuvo un rápido efecto a la baja sobre los precios internacionales, a lo que se sumó el descenso de los precios de ls materias primas energéticas. Varios incidentes militares que afectaron a la flota rusa del Mar Negro y amenazas de retirada de la Iniciativa de Cereales por parte de Rusia provocaron en octubre nuevas tendencias alcistas. Nada invita a pensar que la continuidad de la Iniciativa o su sustitución por otro acuerdo vayan a ser tareas sencillas mientras continúe la guerra.
La respuesta no está sólo en el viento
Desde hace décadas se vienen aprobando planes, metas y acuerdos internacionales que han intentado reducir el hambre en el mundo. En los últimos años, con la pandemia y la guerra, los progresos han desaparecido y se han hecho palpables las limitaciones de las instituciones y los planes existentes para erradicar el hambre en 2030: lejos de avanzar, se ha retrocedido y el hambre y las enfermedades y muertes por falta de alimentos se han extendido.
Por eso es tan importante recuperar la sensibilidad social y la conciencia ciudadana sobre la importancia de poner en pie una lucha eficaz contra el hambre en todo el mundo. Y, en esa tarea, saber que lo que hay no funciona y conocer los datos básicos del hambre y de los mercados globales de alimentos puede ayudar a que se reencuentren los deseos de la mayoría y las prioridades de la acción política progresista.
Mientras se acumulan fuerzas y apoyos sociales que permitan construir un nuevo orden mundial decente, es posible revitalizar la lucha contra el hambre. La comunidad internacional puede y debe redoblar los esfuerzos para promover en todos los países el aumento de la producción regional y nacional de trigo y la autosuficiencia a medio plazo. Puede y debe también emprender a corto plazo, en este mismo año crucial de 2023, la constitución de almacenes compartidos de trigo y cereales de emergencia gestionados por instituciones multilaterales y la provisión de un fondo mundial de ayuda financiera que permitan responder de forma inmediata a las potenciales crisis alimentarias.
No hay nada que inventar, sólo faltan voluntad política y compromiso social: no suponen desembolsos públicos inasumibles, son factibles a corto plazo, evitarían muchos sufrimientos y muertes y supondrían retornos inmediatos, en forma de estabilidad social y política, mejores condiciones para el desarrollo económico de los países más pobres y mayor arraigo de la población en sus territorios de origen, que superarían con creces las inversiones y ayudas que realizarían los países ricos. Hay que exigirlos y hacer un sitio a esas propuestas en la agenda y los programas de nuestras instituciones y de las fuerzas progresistas.
No hay ningún tipo de incompatibilidad entre los objetivos de aumentar los niveles de protección social de los sectores vulnerables y recuperar el poder adquisitivo perdido por la mayoría social en España y en el resto de las economías desarrolladas con el de incrementar los esfuerzos para erradicar el hambre en las economías subdesarrolladas, dependientes y empobrecidas. Son tareas complementarias que forman parte del mismo impulso civilizatorio y humanitario en el que la UE está en condiciones de tener un papel clave.
Estas líneas quieren ser una modesta invitación a las personas de buena voluntad para que el ruido y lo inmediato no les haga olvidar la lucha mundial contra el hambre al comenzar un nuevo año cargado de incertidumbres y amenazas en el que nos jugamos muchas cosas; entre otras, nuestra capacidad de asombro y vergüenza por el sufrimiento evitable.
Fuente original: https://www.nuevatribuna.es/articulo/actualidad/mercado-mundial-trigo-pan-nuestro-cada-dia-alimentacion-capitalismo/20230102111803206648.html
Fuente: https://rebelion.org/el-mercado-mundial-del-trigo-y-el-pan-nuestro-de-cada-dia/
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