In memoriam: Hernán Valdés, escritor que develó la tortura en Tejas Verdes.

El zoom (casi) infalible de Hernán Valdés (1934-2023).

por Pedro Pablo Guerrero/ Revista Santiago. 

Autor de Tejas verdes, el primer y mayor relato sobre la vida en un campo de prisioneros durante la dictadura de Pinochet, pero también de la novela Zoom y del libro de memorias Fantasmas literarios, el recién fallecido escritor fue, quizás, quien llevó más lejos el procedimiento narrativo del ojo de la cámara en nuestra literatura, una especie de corriente de conciencia a la manera de John Dos Passos. Y las sucesivas ediciones de Tejas Verdes desmienten que el interés del libro sea meramente testimonial. Cinco décadas después de transcurridos los hechos que Hernán Valdés describe, cuando ya las atrocidades cometidas son de dominio público, el libro sobrevive a la relectura.

Nadie elige la fecha de su muerte, salvo los suicidas, y Hernán Valdés tuvo siempre una vocación feroz de sobreviviente. Murió el 15 de febrero en Kassel, Alemania, a los 89 años, días después de que se cumpliera el 49º aniversario de su internación en el campo de detención y tortura Tejas Verdes, experiencia que dio origen al libro que le traería más reconocimiento. Nunca quiso volver a Chile. “¿A qué?”, se excusaba. Si toda la gente que conocía ya había muerto, convertida en esos “fantasmas literarios” que siguen vagando por los rincones de un Santiago que tampoco existe.

Tejas Verdes. Diario de un campo de concentración en Chile (1974) y Fantasmas literarios (2005): bastarían estos dos libros de memorias para asegurarle al autor un lugar eminente en la literatura chilena. Sobre todo el primero. Un poco a su pesar, tal vez, según se desprende del propio prólogo de Tejas Verdes, escrito en Barcelona “sin pensar en cualquier tipo de elaboración literaria y sin otra pretensión que mostrar a la opinión pública la cara oculta, la intimidad, por así decir, de la brutalidad militar chilena, que meses después del golpe de Estado, pese a la abundante información periodística, era casi completamente ignorada en lo concerniente a la rutina de la tortura de los campos de concentración”.

Favorecido por una inesperada autorización de la censura franquista —a raíz de una represalia económica contra el gobierno chileno por la cancelación de una venta de camiones—, el libro tuvo un éxito fulminante, primero en España y luego en otros países de Europa donde se tradujo. Fue el primer testimonio de su género, como advierte Valdés, y uno de los pocos no panfletarios en su intento de transmitir una experiencia subjetiva acerca de la sordidez que caracterizó a los meses posteriores al golpe. Junto con Los búfalos, los jerarcas y la huesera (1977), de Ana Vásquez-Bronfman —sobre la difícil convivencia de los asilados en una embajada—, se convirtió en un testimonio bien escrito y honesto, incluso “demasiado” honesto, hasta el punto de causar incomodidad entre los círculos del exilio chileno que estaban empeñados en construir una versión épica, militante y sin fisuras para enfrentar al régimen. Valdés, un escritor de izquierda sin partido, iba en cambio por la libre, denunciando los mecanismos del terror dictatorial, pero también deslizando críticas a la conducción del proyecto liderado por Salvador Allende, sobre todo a través de las conversaciones que mantenían los prisioneros durante su cautiverio.

La primera edición chilena de Tejas Verdes, realizada por Lom en 1996, y su publicación en Taurus el año 2012, a la que siguió una reedición en 2017, desmienten que el interés del libro sea meramente testimonial. Cinco décadas después de transcurridos los hechos que Hernán Valdés relata, cuando ya las atrocidades cometidas en este campo de prisioneros son de dominio público, el libro sobrevive a la relectura, tal como lo hace —guardando las proporciones— la “Trilogía de Auschwitz” (1947-1986), de Primo Levi. El autor italiano advertía en la primera de esas novelas, Si esto es un hombre, que no la escribía con intención de formular nuevos cargos ni de aportar detalles de crueldad ya suficientemente conocidos, “sino más bien de proporcionar documentación para un estudio sereno de algunos aspectos del alma humana”. También Levi se excusa de las imperfecciones de su libro. “Defectos estructurales”, los llama, y los justifica por su origen en una escritura fragmentaria, urgente, que no sigue un orden lógico. El trabajo de empalmar y fundir los capítulos, admite, lo ha hecho de acuerdo a un plan posterior.

Una labor de montaje, en resumen, que Hernán Valdés practicó con singular destreza desde su novela Zoom (1971), que imbrica tres planos narrativos: el viaje del protagonista a estudiar cine en la tediosa Checoslovaquia de la Cortina de Hierro, a fines de los 60; sus frustrantes amores con una joven perteneciente a otra clase social y la evocación de Teófilo Cid en el Santiago de los años 50, bajo el gobierno de Ibáñez. Enrique Lihn fue uno de los pocos amigos de Valdés que leyó esa novela publicada en México por Siglo XXI —gracias a la intercesión de Pablo Neruda (como lo cuenta el propio Valdés en Fantasmas literarios)—, y el único que se dio el trabajo de examinarla con lupa para luego escribir, en 1972, una crítica detallada, más atenta a sus aspectos formales que a las fuentes históricas y sociales de su argumento. Lo primero que propone es que se trata de una novela en que “se barajan ideas” y que sostiene una “tesis” o, en todo caso, “responde a una estructura predictiva”. Algo similar —agreguemos— a lo que haría, años después, Ricardo Piglia en Respiración artificial (1980).

Zoom —recuerda Lihn al lector en su texto incorporado a la reedición de la novela publicada en 2021 por Fondo de Cultura Económica— es un lente cinematográfico de foco variable, que permite desplazar la visión desde un punto distante y fijarla rápidamente en un punto intermedio o en un primer plano —y lo mismo en sentido inverso—, sin necesidad de mover la máquina”. El título de la novela se vincula así con la forma que adoptan sus contenidos y, sobre todo, con los procedimientos para llegar a ella, tomados de una novela de la “memoria involuntaria” como lo es A la búsqueda del tiempo perdido, de Proust, cuyo correlato técnico es “el método del montaje espacial y temporal” que por esos mismos años —recordemos— se está abriendo paso con fuerza en el lenguaje cinematográfico.

Es una lástima que, como se queja el mismo Hernán Valdés, salvo la sesuda reseña de Lihn, Zoom no haya merecido la atención que merecía en su momento, en buena medida por un rasgo que llegó a ser otro de los sellos del autor: publicar a destiempo, en mal momento, de manera inoportuna, justo el año en que la coalición de la Unidad Popular llegaba al poder apoyada por partidos que miraban hacia la experiencia de los socialismos reales, de la que el protagonista de Zoom hace una parodia implacable. Sin ser una novela perfecta —algo que admite también Valdés—, su mecanismo, en cualquier caso, funciona con precisión y consigue secuencias memorables contrastando, de manera inédita, épocas y lugares distantes.

El escritor llevará al extremo estos procedimientos en su novela A partir del fin (1981), publicada en México (Era) y reeditada en Chile el año 2004 por Lom y el 2013 por Alfaguara, sello que sacó hace dos años una nueva edición revisada. En la trama confluyen las experiencias del escritor tras su retorno de Praga, en 1970; su trabajo como editor de los Cuadernos que publicaba el Centro de Estudios de la Realidad Nacional, de la Universidad Católica, dirigido por el sociólogo Manuel Antonio Garretón (Magus en la novela) y los debates sobre el rol de los intelectuales durante la Unidad Popular que trató de impulsar con un grupo de conocidos y amigos, entre ellos Enrique Lihn. Al momento del Golpe, Valdés estaba escribiendo un libro con todos estos materiales, pero el allanamiento del piso donde vivía en la calle Victoria Subercaseaux, y su consiguiente detención en el campo de prisioneros de Tejas Verdes durante poco más de un mes (desde el 13 de febrero hasta 15 de marzo de 1974), hicieron desaparecer, al menos, la mitad de los originales. El autor tuvo que reconstruir pasajes enteros y decidió añadir a la novela las vivencias posteriores al Golpe hasta su salida de Chile, en calidad de asilado de la Embajada de Suecia, omitiendo las de Tejas Verdes, lugar que ni siquiera menciona en esta novela.

A partir del fin es, por lejos, el libro más extenso de Hernán Valdés. También el más ambicioso, tanto desde un punto de vista formal como por sus propósitos introspectivos, que alcanzan extremos descarnados, guiados por una intención provocadora y una crítica feroz a los líderes políticos de la UP, partiendo por Allende, cuyo último discurso es “sampleado” con irreverencia por las voces del narrador y su pareja, Eva, una mujer nórdica que trabaja para la embajada de su país asistiendo a los refugiados políticos. Juntos reprochan la ingenuidad del mandatario respecto de sus habilidades negociadoras, su apuesta irrestricta a una vía que depositaba su confianza en instituciones burguesas liberales y el lugar que se reserva para sí mismo en la posteridad histórica a la que accede mediante su sacrificio. La escena en la que Hache y Eva mantienen relaciones sexuales mientras bombardean La Moneda posiblemente sea la gota que desbordó el vaso para que Planeta, en 1980, no se hubiera atrevido a publicar el libro en España, a pesar de los informes favorables de lectura, como se lo explicó al escritor el propio dueño de la editorial, según revela el autor en una breve advertencia incluida en la edición chilena del libro publicada por Alfaguara.

De nada sirven las aclaraciones de Hernán Valdés en ese texto introductorio. “Pero cuidado —dice—: A partir del fin no es un documento, contrariamente a Tejas Verdes. No es una tesis ni un análisis político. Es ante todo una novela, una obra de ficción, por mucho que su trama esté situada en momentos históricos determinados y en circunstancias en parte verificables. Es la mirada íntima, subjetiva, de un individuo sobre su propia historia sentimental, que está indisolublemente vinculada a las circunstancias sociales y políticas”.

Justamente lo que pide Valdés al lector es lo que impide que su libro sea aceptable como mera ficción. Esta correlación simbólica, incluso alegórica, entre la subjetividad del personaje y su circunstancia histórica, es superada por su desmesura. Son demasiadas las historias que acopia el libro, infinitos los detalles supuestamente significativos en cada una de ellas. Los paralelismos, las coincidencias, los encuentros y apariciones de ciertos personajes fuerzan los límites de la verosimilitud, como el rarísimo primer capítulo del libro, que constituye una partida falsa o un paso en falso, sobre todo si se le compara con la riqueza del segundo.

Dice Hache, el alter ego de Hernán Valdés en A partir del fin —que pudo haber sido la gran novela sobre el Golpe, así como Tejas Verdes es su mejor testimonio—, que detesta su propio control, “esta capacidad de medirme que tuve que aprender una vez para sobrevivir, esta conciencia refulgente que no admite distracción ni descanso, espejo cóncavo empotrado en el interior de la nuca, no solo reflejando sino que parodiando los actos propios y ajenos”. Cómo se conoce el narrador. Su espejo a lo largo del camino no suscita un reflejo cualquiera: va más allá del realismo, deformando a los viandantes.

En Fantasmas literarios Valdés se revela como un maestro de la no ficción —memorias, escrituras del yo o comoquiera se llamen. Pero las reglas de estos géneros no son las mismas de la ficción. El espejo cóncavo que en Fantasmas literarios e incluso en Zoom funciona ironizando sobre la conducta del narrador y los demás personajes, en A partir del fin crea imágenes pesadas y esperpénticas. Una novela en la que no faltan, a pesar de todo, pasajes magníficos, audaces y bien escritos.

Digamos, con todo, que el zoom de Valdés acertó casi siempre. Fue quizá el escritor chileno que más lejos llevó el procedimiento narrativo del ojo de la cámara: una forma de corriente de la conciencia autobiográfica desarrollada por John Dos Passos en su trilogía “USA” (1930-1936), el monumental proyecto de documentar la historia de su país pasándola por el filtro de su subjetividad. “Esos pasajes joyceanos —como apunta E. L. Doctorow— en los que Dos Passos registra su inefable vida sensorial”.

***

Unos apuntes de circunstancia como estos, que buscan servir de fugaz obituario a ese importante escritor que fue Hernán Valdés (1934-2023), deberían incluir pormenores de su poesía, género en el que debutó como escritor, ganando importantes certámenes donde compitió con algunos de los mejores poetas de su tiempo: Enrique Lihn, Jorge Teillier y Armando Uribe. El año pasado, RIL Editores presentó el volumen antológico Reunión de versos, que incluye textos de sus primeros libros, Poesía de salmos (1954) y Apariciones y desapariciones (1964), además de poemas inéditos. No tuvimos a mano ninguna de esas obras ni sus novelas Cuerpo creciente (1966), La historia subyacente (1984; 2007) y Tango en el desierto (2011).

Es de esperar que continúe la recuperación de toda su obra, tarea en la que ha jugado un rol fundamental la periodista María Teresa Cárdenas, amiga del autor, quien tuvo oportunidad de conocerlo en Kassel, Alemania. El afán perfeccionista de Hernán Valdés lo impulsó a reescribir la mayor parte de su obra en prosa, haciendo necesario que, en algún momento, cuando el aprecio por ella crezca como sin duda ocurrirá, se confronten las distintas reediciones de sus títulos y se hagan ediciones críticas de cada una, con notas y variantes.

24 de febrero, 2023.

Fuente: https://revistasantiago.cl/literatura/el-zoom-casi-infalible-de-hernan-valdes-1934-2023/


«Tejas Verdes», de Hernán Valdés. Fragmento.

por Revista Descontexto.

18 de Febrero, lunes

 
Nos sacó a hacer gimnasia el duro del oeste. En realidad, le han apodado el «Tres Tiempos», porque nos obliga a hacer todo en cedida: salir de la cabaña, lavarnos, abandonar el WC, entrar en la cabaña, etc.:
 
-¡Salir en tres tiempos, y van dos y medio !
 
Ante cualquier retraso, como él dice, masticando odiosamente las palabras, nos hace «comer tierra». Esto consiste en someternos a órdenes casi simultáneas y contradictorias: echarse a tierra de vientre echarse de espaldas, sentarse, pararse, echarse de vientre, etc. De esto resulta que nuestras pobres vestimentas, que no nos hemos sacado casi en una semana, y menos para dormir, queden grises y compenetradas de polvo. Cuando íbamos al baño nos cruzamos con los prisioneros de la cabaña vecina, que regresaban. Conté 17, entre ellos el aficionado al teatro o a la artesanía. Nos hicimos un pequeño guiño. En la tienda estaban los oficiales y algunos sargentos; en la puerta ardía una fogata. A la entrada del otro patio hay a veces algunas mujeres mirando por las ventanas de sus cabañas. No sabemos si son prisioneras o sirvientas. A veces, al fondo, vemos a algunos tipos que riegan el polvo del patio o que hacen fuego en lo que parece la cocina; también ignoramos su condición. En todo caso, las cabañas de ese patio están siempre cerradas, pero a veces se ven luces en sus interiores. César me ha dicho que hay gusanos en el WC y otros compañeros lo confirman. Me imagino que son gusanos que pululan en el magma de mierda, y si bien la idea me repugna, no me extraña demasiado. Pese al frío del alba y a la imposibilidad de secarse, he tratado de lavarme lo más posible; al quitarme la blusa he visto que tengo la piel totalmente aguijoneada por las picadas de pulgas. El color de mi camisa no lo deja ver, pero en quienes tienen camisas blancas se observan un firmamento de defecaciones sanguinolentas.
 
Después del desayuno hemos estado esperando minuto a minuto que suceda algo. Espiamos todas las idas y venidas de los militares por el patio. Me hallo en un estado onírico, viciado, no puedo concentrarme en nada. Seis días sin cagar y seis noches sin dormir. Y atormentado de frío. Me parece ridículo no estar enfermo. Ni siquiera un resfrío ni siquiera un dolor de cabeza. Comienzo a admirarme de una resistencia física que nunca tuve. Comienzo a desconfiar de una debilidad física que siempre me inhibió para competir en cierto tipo de esfuerzos.
 
 
Después nos traen los elementos que habíamos encargado comprar: pasta de dientes, cepillos, jabón, dos rollos de papel y -curiosa inspiración del soldado- un spray desodorante. Incomprensiblemente, nos dicen que hay prohibición de comprar toallas. Algo más ilógico todavía: olvidando el celo del «secreto militar» de nuestra prisión, nos entregan la factura de la compra con las señas impresas de un almacén de Llolleo. Es un balneario muy próximo, entre San Antonio y Santo Domingo. Bajamos a tomar una cerveza allí, en algún bar de la plaza, cuando vinimos con Eva, hace un mes y medio. Habíamos pasado toda la mañana en la playa de El Tabo y buscábamos un lugar donde almorzar. De pronto, vestido con unos pantalones deshilachados, como un anciano hippy, apareció en la playa, a pasos nuestros, el poeta P. Hice un violento esfuerzo para no verlo, para no reconocerlo. Había tenido que escupirlo, de lo contrario, y no tenía ganas de enturbiar el placer del sol y las olas. Pues el poeta P., quizá para vengarse de haber recibido algunos raspacachos y no los honores que esperaba durante el gobierno de Allende -y todo esto a partir, anecdóticamente, de una irrefrenable aceptación de una invitación para tomar té con la señora Pat Nixon en la Casa Blanca, que provocó la consecuente ira de los intelectuales cubanos, sus anfitriones del día anterior-, ahora ha asumido la sucia responsabilidad de dirigir un departamento en la Universidad de Chile, intervenida por los militares, y de depurarlo de «elementos extremistas». Pero su resentimiento no ha terminado allí. Debía extremarlo hasta un exhibicionismo grotesco, y se ha dejado fotografiar por un periódico tomando helados con el interventor militar. Todavía más: quiso ser el antihéroe de la antihistoria: envió unos versos a «El Mercurio», el antiguo diario de derecha chilena, ridiculizando la lucha final de Allende y las circunstancias de su «suicidio». Parece que el diario decidió no publicarlos, quizá por respeto al propio prestigio que una vez tuvo el poeta.
 
He ahí el final, cuando la lucha de clases se agudiza y la sociedad pierde su ambigüedad, de algunos intelectuales y artistas que antes fácilmente se definían como independientes o francotiradores y que entonces podían usufructuar de los favores de ambos sin comprometerse a fondo con ninguno.
 
Fuente: https://descontexto.blogspot.com/2018/01/tejas-verdes-de-hernan-valdes.html
 

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