Hegemonías, desplazamientos y barreras.
Después de las elecciones del domingo 7 de mayo, es un lugar común decir que el Partido Republicano fue el gran ganador. Fue el partido más votado, con casi 3,5 millones de votos, superando tanto a la coalición de gobierno, con 2,8 millones de votos, como a la derecha tradicional (RN-UDI), con sólo 2,0 millones de votos.
Sin embargo, el rendimiento en una elección no sólo se mide por el volumen de votos en un momento -dato puntual- sino por su tendencia, que es lo que indica en realidad, si un partido o coalición es ganadora y cuánto realmente lo es.
Normalmente, esto se puede saber directamente comparando las votaciones de cada partido entre una elección y la siguiente. En Chile, sin embargo, desde el año pasado, con motivo del plebiscito de salida, se reinstauró el voto obligatorio, lo que generó un incremento sustantivo del total de votantes en el país.
En concreto, pasamos de 7,01 millones de votos en la segunda vuelta de 2021, a 12,44 millones de votos en la última elección de consejeros. Esto equivale a un incremento de 5.4 millones de votos, aproximadamente, lo que se traduce en un 77% del nivel de mayor participación que prevalecía en tiempos de voto voluntario.
En tal situación, la cuestión es cómo descomponer el incremento en la votación que todos los partidos experimentaron entre el 2021 y el 2023, de modo de poder diferenciar entre el aumento que corresponde por efecto estructura o escala, esto es, porque simplemente aumentó la escala de los votantes, y cuánto es por efecto de votación particular de cada partido, es decir, por su capacidad de ganar votos sobre los demás partidos y coaliciones.
Hay diversos métodos matemáticos y algebraicos que permiten hacer esta descomposición del aumento del voto. Nos basaremos en el modelo de cambio y participación, que mide precisamente, cuánto del aumento del voto se debe al cambio en el volumen global de votantes (que beneficiaría a todos los partidos), y cuánto al incremento en la participación particular de cada partido en el total de la votación.
El primer componente no es atribuible a un efecto del partido, sino del cambio en la legislación electoral. El segundo, sí sería un efecto atribuible a la mayor o menor capacidad de atracción de votantes de cada partido en este nuevo contexto de voto obligatorio, esto es, a su mayor participación relativa.
Los datos muestran que, contrario a lo que se sostiene, en la derecha, no son los republicanos los que más ganaron en la elección del 7 de mayo. Son el partido que ganó la elección, pero eso no implica que necesariamente sea el victorioso. De hecho, podemos señalar que hay bastantes indicios que se trata de una victoria pírrica, esto es, que es un triunfo del partido pero que implica importantes retrocesos frente a otros conglomerados de su sector, y en especial, un gran retroceso de todo el sector frente a la centro-izquierda.
Al comparar los datos de la elección de este año con los de la primera vuelta de 2021, donde se presentaron separadamente las mismas fuerzas políticas de la derecha, vemos que el que aumentó más su votación fue, efectivamente, el Partido Republicano, con un aumento de 1.5 millones de votos, superando a la alianza UDI-RN-EVÓPOLI, quienes incrementaron su votación en 1.17 millones de votos, aproximadamente.
Sin embargo, al descomponer este aumento, vemos en el caso de los republicanos, el 80% corresponde al efecto escala, esto es, al nuevo escenario de voto obligatorio, y sólo 20% a una mayor capacidad de atracción de votos propios.
Por el contrario, en la alianza UDI-RN, la relación se invierte, y su mayor votación se debe en un 53% por una mayor capacidad de atraer votos propios, y sólo 43% por efecto del aumento en la escala de la votación.
De hecho, incluso en términos absolutos, mientras los Republicanos habrían atraído un total de 302 mil nuevos votantes por aumento de su participación electoral dentro del sector de la derecha, la alianza UDI-RN habría atraído 614 mil nuevos votantes, por sobre los que le corresponderían por efecto del aumento generalizado de la votación, tanto de uno y otro conglomerado político. Es decir, la alianza UDI-RN habría mostrado una capacidad de atracción neta de votantes que es prácticamente el doble de la que muestra el Partido Republicano.
Esto indica que si bien los republicanos obtienen una mayor votación en volúmenes absolutos, tanto el 2021 como en el 2023, es la alianza UDI-RN la que muestra un mayor incremento relativo en cuanto a su participación en el total de la votación de este sector. O sea, aunque los republicanos mantienen su hegemonía en la derecha, la correlación de fuerzas estaría mejorando a favor de la alianza UDI-RN.
Esta situación, aparentemente paradójica, se explica por una cuestión muy simple. El gran triunfo de los republicanos no se dio este domingo 7 de mayo, sino en el 2021, en el contexto de la primera vuelta de la elección presidencial. Es en ese momento que ellos voltean la correlación de fuerzas al interior de la derecha a su favor, y desplazan a la alianza UDI-RN a un lejano segundo lugar.
De la elección presidencial de 2017 a la de 2021, los republicanos incrementaron sustancialmente su votación, pasando de 522 mil votos a 1.95 millones. Esto les permitió pasar de ser un partido marginal de la derecha, que sólo recibía el 18% de los votos de ese sector político, a convertirse en el partido hegemónico de la derecha en 2021, concentrando el 52% de los votos y desplazando a la alianza UDI-RN a sólo un 24% de la votación del sector.
La elección del 2023, sin embargo, en cuanto a la correlación de fuerzas al interior de la derecha, experimenta cambios no menores, y refieren a la recuperación de votos por parte de la alianza UDI-RN, y el agotamiento en cuanto a la expansión electoral del Partido Republicano.
Este cambio en la correlación de fuerzas se explica fundamentalmente, por la reducción de votos que experimentó el Partido de la Gente. Entre 2021 y el 2023, este partido redujo su participación en el electorado de derecha, de un 24% a sólo un 9%, esto es, una pérdida neta de 15 puntos porcentuales. Esta pérdida se traspasó a los otros dos grandes conglomerados de la derecha, pero en forma desigual. Mientras los republicanos recibían 5 de esos puntos porcentuales, la alianza UDI-RN recibió el doble, 10 puntos porcentuales.
En otras palabras, entre 2017 y 2023, la derecha ha experimentado dos grandes momentos de cambio en la correlación de fuerzas en su interior. Por un lado, entre 2017 y 2021, es el momento cuando emerge los republicanos como partido hegemónico en el sector, desplazando a la alianza UDI-RN a un segundo lugar.
Por otro lado, entre 2021 y 2023, este cuadro se recompone, y se da un trasvasije de votos desde el PDG hacia la alianza UDI-RN, quienes recuperan posiciones aunque se mantienen en un segundo lugar. Asimismo, los republicanos, aún cuando mantienen su hegemonía, ésta no aumenta al no atraer a ese votante, como tampoco a nuevos electores que les permitan afianzar su hegemonía electoral, tanto dentro de su sector político como frente a los partidos y conglomerados de la centro-izquierda.
De esta forma, podríamos aventurar que esta elección del domingo 7 de mayo deja como resultado una importante paradoja. Por un lado, el gran ganador es, en términos absolutos, el Partido Republicano. Pero a la vez, esa misma elección muestra los límites en cuanto a su posibilidad de expansión electoral como partido político, especialmente frente a su principal rival dentro del sector.
Esta última elección nos demostró que los republicanos estarían alcanzando su techo electoral que, si bien los convierte en la principal fuerza a nivel nacional, no es suficiente para hegemonizar y dominar por sí mismos el escenario político-electoral nacional. Esta situación plantea un escenario político muy diferente al que se ha difundido en estos días con los republicanos como ganadores indiscutidos de esa elección.
Del rechazo a los consejeros: ¿cuánto gané? ¿cuánto perdí?
Otro mito que se aprecia en las lecturas de la elección del domingo 7 de mayo, es que la derecha salió fortalecida, con un liderazgo claro en los republicanos, y un voto sólido. Sin embargo, una vez más los datos son porfiados y muestran una situación diferente.
En el último año, entre el plebiscito de salida de 2022 y la elección de consejeros convencionales, la derecha habría perdido prácticamente el 13% de su votación, lo que no es una cifra menor, considerando el escenario político de un gobierno de centro-izquierda muy debilitado, en un escenario donde la derecha controla el congreso, los medios de comunicación y otras instituciones de la vida política del país, hegemonizando con su narrativa el discurso político en, al menos, los últimos tres años.
El voto del rechazo del 2022 (7,9 millones de votos, aproximadamente) está conformado por dos componentes. Por un lado, el voto de la derecha, y por otro, el voto de algunos partidos de la antigua Concertación (PPD, radicales y DC, principalmente) que llamaron de diversos modos, a no aprobar la nueva Constitución.
Este último componente, podemos estimarlo en un total de 877 mil votos, que corresponden a los que obtuvo esta coalición en la elección de consejeros del domingo 7 de mayo. (Si supusiéramos que solo una fracción del voto de ese sector se habría sumado al rechazo en el 2022, entonces la pérdida de votos de la derecha sería aún mayor al 13%. En tal sentido, este es un supuesto que nos aproxima al límite inferior de esa pérdida).
La diferencia, correspondería, entonces, al voto del rechazo que provendría de sectores de la derecha, y que estimamos en 6.99 millones de votos.
De este último total, la derecha habría logrado retener, en términos netos, 6,07 millones de votos, que son los que corresponden a la votación de consejeros que recibieron el Partido Republicano, la alianza UDI-RN, y el PDG. De esta forma, entre el plebiscito y la elección de consejeros, la votación de la derecha se habría reducido en 922 mil votos efectivos, los que habrían engrosado la abstención en esta última elección. Se trataría de una pérdida del 13% de la votación en menos de un año.
El corolario de esta situación es que el triunfo de la derecha, y de los republicanos en particular, está sustentado en una pérdida nada despreciable de votos, que ponen en riesgo tanto la aprobación de la Constitución que este sector pueda redactar, como la siguiente elección presidencial, especialmente en un escenario de alta polarización política como la que es posible prever.
Asimismo, esta votación de la derecha da cuenta de los límites en cuanto a su posibilidad de expansión electoral. Si bien en el plebiscito de 2022 logró convocar a un amplio sector del electorado en torno a una propuesta de rechazo y de oposición al gobierno, hay dos cuestiones que indican que se trató de una situación muy circunstancial.
Por un lado, una fracción importante de los votos del rechazo, en realidad no eran votantes de derecha. Una parte de ellos se expresa, como decíamos, en la votación reciente de la antigua Concertación.
Por otro lado, la abstención de casi 1 millón de votantes, refleja que no son, necesariamente, simpatizantes de la derecha propiamente tal. Son votantes que fueron atraídos por el rechazo de una Constitución que no los representaba, pero que no forman parte de votantes que apoyen a partidos y conglomerados de la derecha.
Una fracción de ellos pueden ser incluso personas que se sintieron atraídos por el PDG, como una opción de rechazo a la política institucional y tradicional, pero que muestran su desencanto ante la cruda realidad de lo que ese partido y su principal líder realmente representan.
En todo caso, se trataría de un votante que no es proclive a votar por representantes de derecha, ya sean republicanos o de la coalición UDI-RN. De hecho, ya mostraron su reticencia a votar por ellos. Pero tampoco son votantes que vayan a sumarse fácilmente a la votación del oficialismo o del centro político (DC-PPD), menos aún a la izquierda no institucional representada en el voto nulo.
De esta forma, estaríamos en un escenario en donde la derecha ya habría llegado a los límites de su expansión electoral, y que, así como en el contexto del voto voluntario, nunca pudo pasar de la barrera de los 3.7 millones de votos, hoy, en el contexto del voto obligatorio, esta barrera pareciera que estaría alrededor de los 6 millones de votos.
Sin duda, es una votación de alto nivel, prácticamente del orden del 50% del total de votantes esperados en un escenario de voto obligatorio. Pero que por lo mismo, muestra su mayor debilidad. Con esa votación no asegura ni el triunfo de un eventual apruebo de la Constitución que redacten, ni el triunfo en la próxima elección presidencial. Tampoco aseguran su derrota en ambos escenarios electorales. En todo caso, implican un retroceso no menor en relación al escenario electoral que surgió a partir del plebiscito de salida de 2023, en donde, aparentemente, habrían barrido con cualquier opción de centro-izquierda.
El voto republicano: de clases medias y altas
Otro elemento de la narrativa del triunfo republicano, es que tiene una amplia base popular, que incluso, habría ganado a la izquierda en algunas comunas de bajos ingresos. Lo cierto, es que este es otro mito que se cae frente a las cifras.
El voto republicano, como en general el voto de derecha, muestra una correlación positiva con el nivel de ingreso, esto es, que tiende a ser mayor en las comunas de más ingresos y se reduce en las comunas populares.
Como se observa en la siguiente gráfica, esto es exactamente lo que dicen los datos para el Área Metropolitana de Santiago. La correlación entre porcentaje de voto a favor de los republicanos e ingreso per cápita (en escala logarítmica) es positiva y estadísticamente significativa.
Esta correlación contrasta con la que muestra en voto de la centro-izquierda (FA-PC-PS) y el voto nulo en esa misma elección. En ambos casos, la correlación es negativa y estadísticamente significativa. De esta forma, el voto republicano reproduce el patrón clásico del voto de derecha, y que contrasta con el patrón, también clásico, del voto de izquierda.
Por otro lado, aun cuando los republicanos constituyen la primera fuerza electoral a nivel nacional, ello no se reproduce en todas las comunas. En el caso del Área Metropolitana de Santiago, los republicanos alcanzan un 30% de la votación en las comunas del barrio alto, superando el voto obtenido tanto por la coalición de gobierno (FA-PC-PS) como por el voto nulo, los que alcanzan el 21% y 9%, respectivamente. De hecho, incluso si sumáramos estos dos últimos, su votación apenas igualaría a la de los republicanos.
Sin embargo, en las comunas de ingresos medios y en las de ingresos bajos, la situación se invierte. En ambos casos el voto de los republicanos se reduce a sólo el 24% del total de la votación, muy por debajo del promedio nacional, mientras que el voto de la lista D (FA-PC-PS) se incrementa al 30% y 29%, respectivamente.
En ambos estratos sociales, los republicanos son superados significativamente en voto por la coalición de gobierno. Cabe señalar que en ambos estratos, en el plebiscito de salida de 2022, el voto del rechazo superó al voto del apruebo.
Asimismo, si a la votación de la lista de la coalición de gobierno le sumáramos el voto nulo, ambos prácticamente duplicarían la votación de los republicanos en ambos estratos de comunas. De hecho, en las comunas populares, el voto nulo está a sólo dos puntos porcentuales del voto republicano, y en al menos 3 comunas (La Pintana, Lo Espejo y Renca), los nulos superan a los republicanos, a la vez que en otras 4 comunas (Cerro Navia, La Granja, P. Aguirre Cerda y San Joaquín), están prácticamente igualados.
Estos datos indican que no es cierto que el voto republicano tenga su mayor base de apoyo en las comunas populares. De hecho, ni siquiera su votación es suficiente como para cuestionar la hegemonía de la centro-izquierda y de la izquierda no institucional en tales sectores socioeconómicos.
Lo único que puede decirse es que en estas comunas de ingresos medios y bajos, el voto republicano ha desplazado al voto de la derecha tradicional, pero ello refiere a un cambio en las hegemonías dentro de la derecha, pero que no tienen mayor repercusión en cuanto a cambios en la correlación de fuerzas entre la derecha y la izquierda en esos sectores sociales.
El que los republicanos desplacen a la UDI-popular, por ejemplo, sólo es reflejo de las nuevas hegemonías dentro de la derecha, y desde ese prisma es que deben leerse los datos. Sin embargo, a pesar de ese desplazamiento del voto, los republicanos enfrentan igualmente una barrera estructural para ampliar su base de apoyo más allá de los márgenes que siempre ha tenido la derecha en esos sectores socioeconómicos.
Fuente: https://www.eldesconcierto.cl/reportajes/2023/05/28/hegemonias-desplazamientos-y-barreras-tras-la-pista-del-voto-republicano.html
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