por Pyro Sylvain/Revue L’Anticapitaliste /Viento Sur.
Acabamos de vivir varios meses de lucha de clases en Francia de notable intensidad. Millones de proletarios y proletarias han desfilado repetidamente en los mayores cortejos de la historia social del país. Importantes sectores económicos, aunque aislados, han entrado en huelga reconducible. El gobierno ha estado a punto de caer y la movilización ha continuado después de la aprobación de la ley vía el artículo 49.3 de la Constitución. Nunca el poder ha estado tan cuestionado en el primer año de un mandato presidencial bajo la Vª República.
Tenemos por costumbre decir que el movimiento de 1995 abrió un nuevo ciclo de luchas tras el reflujo de los años 80: movilizaciones de masa contra la extrema derecha en 2002, un movimiento huelguístico en 2003 en la educación nacional y contra la reforma de las pensiones en la función pública, la victoria del No de izquierda en el referéndum de 2005 seguido de la retirada de la reforma del Contrato de Primer Empleo (CPE) en 2006 bajo la presión de las movilizaciones de la juventud y el inicio de desbordamiento en el mundo del trabajo.
¿En qué ciclo de la lucha de clases estamos?
La crisis económica de 2008, seguida por la derrota de la movilización contra la reforma de pensiones de Fillon de 2010, puso fin abruptamente al aumento de las movilizaciones y la contestación del orden económico capitalista. En 2010, las manifestaciones fueron de un nivel equiparable a 2023 y determinados sectores trastocaron la marcha de la economía (SNCF, energía, recogida de basuras, etc.) y la derrota provocó un importante reflujo de las movilizaciones. Durante esta secuencia se modificaron profundamente las condiciones de la lucha de clases.
La movilización de 2010 fue mucho más masiva y profunda que la movilización contra el CPE por ejemplo. Pero lo que estaba en juego para la burguesía también era mucho más importante. La crisis de 2008 golpeó masivamente a la economía mundial. Si bien los bancos centrales y los principales polos económicos imperialistas tomaron medidas rápidamente, las dificultades económicas radicalizaron a la burguesía. En Europa, la austeridad presupuestaria, los planes de recuperación, la humillación a países enteros como Grecia por parte del centro europeo, muestran hasta que punto fue necesario golpear fuerte para mantener las ganancias capitalistas y hacer pagar a las clases trabajadoras los cientos de miles de millones de euros inyectados por los bancos centrales para evitar el colapso.
Es en este contexto como se inició la década de 2010. Sarkozy expresó políticamente un endurecimiento de la gran burguesía en la forma en que domina a todas las demás clases sociales, comenzando por el proletariado. El ataque frontal a los regímenes de pensiones, a los hospitales o al sector educativo sólo puede entenderse por la voluntad del campo contrario de modificar brutalmente la distribución de la riqueza a su favor. Esta voluntad a nivel nacional fue estimulada por la reorganización de la jerarquía entre las potencias imperialistas.
Después de Sarkozy, Hollande llegó al poder en 2012 haciendo creer a la gente en un apaciguamiento de las relaciones sociales. Pero el Partido Socialista, después de 30 años de integración en el aparato de Estado francés, siguió la misma política que Sarkozy en el plano económico y social. La burguesía radicalizada no podía esperar. Por otra parte, los vínculos con la izquierda y el movimiento sindical incluso facilitaron la aprobación de ciertas reformas. Desde el 1 de enero de 2013, el gobierno de Ayrault aprobó el CICE, una ventaja fiscal de varias decenas de miles de millones de euros al año para las empresas. En 2013, la reforma Touraine, que aumentaba gradualmente las pensiones a 43 años de cotización, se adoptó sin reacción. En 2016, la ley El Khomri, conocida como la “ley trabajo”, atacó brutalmente el Derecho del Trabajo y el lugar de los sindicatos en el equilibrio diario de poder entre patrones y asalariados/as. Estallaron huelgas, pero con una fuerza sindical restringida (la CFDT apoyó la reforma) y una represión policial cualitativamente mayor que en el período anterior.
En 2017, Macron, hasta entonces ministro de Hollande, fue propulsado a Presidente de la República por las fracciones dominantes de la burguesía francesa, con Bernard Arnault a la cabeza (desde entonces se ha convertido en el hombre más rico del mundo, ¡todo un símbolo!). Su inicio en el cargo estuvo marcado por el “asunto Benalla”, llamado así por un cercano asesor del Presidente, que participó, porra en mano, en la represión policial del 1 de .Mayo de 2018. El asunto causó escándalo y Macron, creyéndose intocable, lanzó ante la prensa “¡Que me vengan a buscar!”. Unas semanas después, la irrupción del movimiento de los chalecos amarillos pareció responder a la prepotencia del poder. Movimiento de nuevo tipo (a excepción de los Boinas Rojas bretonas en 2013), al margen del movimiento obrero organizado, los Chalecos Amarillos representaron una alianza de las clases populares periféricas, relegadas fuera de las metrópolis. Este movimiento tomará un carácter insurreccional contra el alto coste de la vida y por la democracia. Hasta 300.000 personas entraron en acción directa, incluidas decenas de miles hasta las puertas del Elíseo. Todos los fines de semana, durante un año, los chalecos amarillos ocuparon el espacio público,
Acentuación de la radicalización de la burguesía
Desde que se “calmó” el movimiento de los chalecos amarillos, Macron intentó una primera reforma del sistema de pensiones para acabar con la modalidad de financiación que conocemos, hacia un sistema de puntos. Una vez más, parte del movimiento sindical en torno a la CFDT apoyará la reforma. La movilización, encabezada en particular por la CGT con huelgas renovables en la SNCF, en Educación o las refinerías, no llegó a extenderse a todos los sectores. El inicio de la pandemia y el confinamiento impedirán que el Gobierno apruebe la ley a través del artículo 49.3 en un contexto donde las huelgas fueron derrotadas.
Los dos años de pandemia postergaron los enfrentamientos centrales. Pero la lucha de clases siguió expresándose ante la incapacidad del poder de dar respuestas inmediatas a una población que intentaba vivir en presencia del virus. Esto es particularmente en el sector de la salud y por las libertades. La izquierda radical no ha logrado articular estas dos exigencias, sanitaria y democrática. Sin embargo, hubo intentos como durante la manifestación del 12 de diciembre de 2020 en Toulouse, convocada por sindicatos de la salud, apoyados por 30 organizaciones, que vio marchar a 10.000 manifestantes a pesar del segundo confinamiento.
La situación política y económica se ha deteriorado mucho a nivel internacional desde y después de la pandemia: guerra en Ucrania, tensiones en el sudeste asiático, carrera armamentista, inflación récord, divisiones políticas de las burguesías europeas… todo en un contexto histórico en el que el capitalismo está luchando para hacer frente al cambio climático acelerado por las consecuencias de un modo de producción que antepone las ganancias a cualquier otra consideración. Una cosa es cierta, tanto para nosotros y nosotras como para nuestros adversarios, nos dirigimos hacia un período de extrema turbulencia. En esta situación, la burguesía siempre irá más allá en su política de ataque a las capas populares. ¿Cómo no poner en el espejo los doce mil millones anuales de recorte en el gasto de la reforma de las pensiones y el aumento sin precedentes del presupuesto militar en proporciones similares?
Es en este sentido que hay que analizar la amenaza de la extrema derecha que pesa cada vez más en la mayoría de los países del mundo: su papel, al designar enemigos externos e internos -particularmente inmigrantes, LGBTI, mujeres, activistas…-, empezando a confrontar físicamente con el movimiento obrero y las fuerzas democráticas, es ser una opción para multiplicar por diez la explotación y la represión. El peligro fascista se vuelve concreto, una opción para la clase dominante, al mismo tiempo que asume su autonomía frente a ella, como se puede apreciar con el equilibrio de poder que existe entre el Estado y sus fuerzas policiales y el desarrollo de partidos fascistas en conflicto con otras fracciones de la burguesía.
Tras dos años de pandemia, cuando Macron fue reelegido con los votos de la izquierda frente a la extrema derecha, la reforma de las pensiones destinada a elevar la edad de jubilación a los 64 años solo puede entenderse como parte de una mayor radicalización de la fracción dominante de la burguesía. Era necesario golpear fuerte y rápido, desde el inicio del mandato, sin comprometerse con ninguna organización sindical para tratar de infligir una gran derrota a los trabajadores y sus organizaciones, con la esperanza de ganar espacio de maniobra para el futuro. Macron y su gobierno estaban listos. Utilizaron como nunca todos los procedimientos posibles que ofrece la Vª República para pasar a la fuerza, en un Parlamento en el que estaban en minoría. Luego, una vez que se aprobó la ley el 20 de marzo el 49.3, desencadenaron una represión masiva con policías bien preparados para atacar los cortejos masivos. De hecho, la policía se ha desatado en las manifestaciones espontáneas en las tardes que siguieron al 49.3 pero también durante la manifestación del 23 de marzo en la que las mayores manifestaciones desde el comienzo del movimiento fueron disueltas en nubes de gases lacrimógenos y golpes de porras. Cientos de miles de personas se vieron enfrentadas a la violencia estatal.
Desde Sarkozy y de manera ininterrumpida, la radicalización de la burguesía se refleja para quienes levantan cabeza por una represión cada vez más brutal. De Rémi Fraysse a los chalecos amarillos, las protestas contra la reforma de las pensiones en Sainte-Soline…
Extraer las buenas lecciones para intervenir en las movilizaciones futuras
A partir de 2016 -ley El Khomri- las luchas de masas tienen lugar repetidamente en Francia. Toman varias formas. Adoptan diferentes tácticas. Movilizan a sectores a veces diferentes de nuestro campo. Todas fracasan, pero ninguna de estas derrotas pospone la próxima pelea por mucho tiempo. Hasta el momento no ha habido una derrota histórica de nuestro campo que supondría un cambio tal en la relación de fuerzas entre las clases que no permita prever una lucha a corto plazo. Este es un hecho fundamental de la situación. Bajo los golpes de un adversario que se radicaliza, amplios sectores de nuestro campo entran y seguirán entrando en lucha de manera regular.
La secuencia de lucha en la que nos encontramos está marcada por ciertas características fundamentales. La estructura de la producción capitalista tiende a individualizar a las y los proletarios en su relación con el trabajo: pequeñas unidades de producción, heterogeneidad de contratos y remuneraciones, cascadas de subcontratación… Estos elementos estructurales debilitan la posición de cada trabajador/a frente a su propio patrón y reducen la frecuencia de luchas y huelgas en la empresa. Las manifestaciones masivas se han convertido en el lugar privilegiado a través del cual se expresa la oposición a los proyectos de capital, como lo describe muy bien Patrick Le Moal durante una reciente sesión de formación en línea[1]. La participación en la manifestación es cada vez más individual. Las salidas colectivas de la empresa son raras, muchos vienen de descanso o de RTT [reducciones del tiempo de trabajo, ndt], las asambleas generales (AG) preparatorias están vacías… Cuando el final del movimiento de los chalecos amarillos se encontró con el inicio de la huelga de pensiones en 2019, no era raro ver a grupos de chalecos amarillos saliendo del trabajo llegar al final de la manifestación. La separación entre la manifestación y la huelga era entonces total.
Las grandes manifestaciones que conocemos expresan, por tanto, una contradicción. Por su masividad debilitan el poder político pero por su papel de sustituto de la huelga y de la práctica colectiva de la movilización expresan la debilidad de la relación de fuerzas ejercida sobre la herramienta de producción y el aparato de Estado.
Junto a estas manifestaciones se han desarrollado otras modalidades de acción, todas ellas caracterizadas por la exterioridad a la relación de fuerzas en la empresa: bloqueo de tráfico, ocupación de terceros lugares, sabotaje, disturbio urbano, cortejo de cabeza más o menos agresivo hacia el movimiento sindical… Estos modos de acción, heredados del movimiento de los chalecos amarillos o influidos por corrientes autónomas, contribuyen a la relación de fuerzas pero siguen siendo un sustituto, la mayoría de las veces teatral, a las dificultades de anclar el movimiento en las empresas o en los lugares de residencia que concentran a todas a las y los que trabajan y hacen funcionar a la sociedad.
En este contexto, un cierto número de corrientes, incluido el NPA, reivindican la hipótesis estratégica de la huelga general. Encontramos en este marco muchos aliados en el movimiento sindical, en particular en ciertas uniones departamentales, que defienden que es por la huelga y la presión que ejerce sobre el conjunto de la burguesía como podremos ganar. No se trata de agitar la consigna de huelga general como hacen algunas corrientes sino de entender que toda la táctica que podamos desarrollar debe orientarse hacia la generalización de la huelga. Tanto más que la huelga general plantea la cuestión del poder, al construir un enfrentamiento de clases en el nivel nacional al mismo tiempo que hace salir a millones de trabajadores y trabajadoras de la alienación cotidiana para plantear la cuestión de quien controla la sociedad.
Es ilusorio creer que la intersindical podría haber convocado una huelga general. Pero tuvimos un punto de apoyo sin precedentes cuando todos los sindicatos, con varias semanas de anticipación, llamaron a “bloquear el país” el 7 de marzo de 2023. Ese momento, más que denunciar a los sindicatos, se debió usar como palanca para tratar de superar la situación. Las direcciones sindicales confederales no hicieron nada sobre el terreno. Pero incluso en la base, cualesquiera que fuesen las corrientes políticas, prevaleció la parálisis. Los bloqueos, muy escasos, se realizaron lejos de los lugares de trabajo, sacando así a los activistas de su entorno cuando deberían haber preferido organizarse cerca de las empresas y no en las entradas de los bulevares periféricos. Por otro lado, hubo una oportunidad de reanudar el paro el 8 de marzo en muchos lugares si en todas partes se hubiera hecho la vinculación con el movimiento autónomo de mujeres. En ciudades como Toulouse, la manifestación del 8 de marzo, unitaria entre la intersindical y la inter-organizaciones feministas, permitió continuar el movimiento dos días seguidos a un nivel muy superior al de ciudades equivalentes. Pero en general, perdimos el tren porque no buscamos aprovechar las oportunidades, tomar iniciativas, hacer bifurcar la situación.
Este ejemplo puede ilustrar el hecho de que demasiado a menudo los y las militantes convencidos de la huelga general tienden a creer que las renovables se juegan permanentemente, en cada jornada de acción. Que si la próxima cita es tres días después, es una traición. Por el contrario, los y las militantes creen que tenemos poca influencia en el curso de las cosas y que debemos centrarnos solo en los aspectos ideológicos. Estas visiones son erróneas e impiden manejar los rápidos flujos y reflujos que tienen lugar en una movilización. También impiden aprovechar las oportunidades y apoyar el lugar adecuado en el momento adecuado. El momento del 7 de marzo fue pues, en general, un fracaso para todo el movimiento, pero también para la izquierda radical, en el sentido amplio del término, que no supo pisar el acelerador en el momento adecuado. En este sentido, la reconstrucción de un partido estratega, “una especie de caja de velocidades y de agudizador de la lucha de clases”, como expresa Daniel Bensaïd[2], es una tarea central en la coyuntura si se pretende dar pasos en el enfrentamiento con la burguesía.
Afrontar el problema de la débil auto-organización
Otra tendencia importante en la situación es la disminución de las formas de auto-organización. Es ilusorio pensar que podemos acabar con el capitalismo sin que los y las primeros interesados se hagan cargo de sus asuntos. Cíclicamente en la historia de las luchas sociales aparecen estructuras de auto-organización que pueden tomar diversos nombres (consejos, comités de huelga, cordones obreros, comités de milicias, soviets, etc.). Es bastante preocupante que en el ciclo de lucha de clases que conocemos, estas formas de auto-organización tienen dificultades en aparecer. Movimiento tras movimiento, las AG son cada vez más reducidas, incluso en sectores donde estas prácticas están históricamente arraigadas (SNCF, educación, servicios públicos, etc.). En 2016, coincidiendo con la huelga contra la ley El Khomri, el movimiento Nuit Debout trató de sortear este problema creando espacios para la auto-organización en las plazas, particularmente en las grandes ciudades. Pero el poder ha aprendido todas las lecciones y, en 2023, cualquier reunión no declarada es dispersada inmediatamente por la policía, lo que impide la puesta en marcha de experimentos similares.
Ante esto, algunas corrientes se impacientan y toman el problema al revés. No es raro ver, en particular en la Educación Nacional o, a veces, en la SNCF de la región de París, la creación de AG departamentales o inter-sedes que reúnen menos del 1 al 5% del medio y que pretenden dirigir el movimiento contra la intersindical. No se trata en este caso de auto-organización. Las corrientes que impulsan estos entramados perciben la auto-organización sólo como la construcción de una dirección alternativa a las corrientes reformistas. No entienden que la auto-organización brota de las necesidades de la movilización: hacer rondas de servicio en mayor escala que la que pueden hacer los y las delegados sindicales solos/as, montar guarderías colectivas para participar en la manifestación, coordinarse con las empresas de la zona económica, organizar la autodefensa contra la represión o la extrema derecha…
Para resolver el problema de la auto-organización, es decir la estructuración de un medio por la base, en simbiosis con las organizaciones sindicales de la empresa o del servicio y no contra ellas, será necesario lograr abordar el problema por medio de las necesidades del movimiento y no sólo por el cuestionamiento de una intersindical… que no se impugna masivamente. Lo mismo ocurre con las AG interprofesionales, que con demasiada frecuencia son la agrupación de activistas aislados en lugar de la coordinación de colectivos de huelguistas a escala de un territorio. A través de su sectarismo y su tendencia a fragmentar el movimiento, a sacar a los y las activistas más radicales del contacto con la masa de sus colegas, estos ejecutivos llegan a desempeñar un papel contraproducente.
Por el contrario, son experiencias alentadoras la revitalización de ciertos sindicatos locales de la CGT, que coordinan equipos sindicales a escala de un territorio, deciden acciones de apoyo mutuo para la extensión de la huelga y vuelven a convertirse en espacios de intercambio y desarrollo para trabajadores y trabajadoras más o menos aislados.
¿Y la juventud en todo esto? Dificultades y potencialidades…
Si bien el movimiento de la juventud escolarizada jugó un papel importante desde 1995 hasta 2007, está claro que la movilización en universidades e institutos está encontrando dificultades considerables. Las reformas estructurales del bachillerato y la universidad pesan mucho sobre la capacidad de movilización de la juventud: individualización de los recorridos y fin de la estructura en clases o promociones, aumento de la selección, obligación de presencia, control continuo, precariedad estudiantil… dan lugar a que se multipliquen los obstáculos a las movilizaciones de masas en la juventud.
Estos desarrollos han llevado a la desaparición gradual de los sindicatos de estudiantes durante la última década en la mayoría de los campus, dando paso a las organizaciones corporativas. Muy a menudo, los núcleos militantes de una universidad se reducen a unos pocos individuos que luchan por encontrar la capacidad de movilizar a sus compañeros/as. En algunos campus con una tradición militante de extrema izquierda, la corriente principal es muy sectaria y no entiende la dinámica de un movimiento estudiantil de masas. Al sobrepolitizar demasiado rápido los primeros embriones de asambleas generales, al sobrevalorar la cuestión de la represión y al pretender luchar contra las direcciones sindicales, estas corrientes cortan a una minoría radicalizada de la masa de jóvenes que les dan la espalda.
Ante estas dificultades y bajo la presión de ciertas corrientes, los y las estudiantes de secundaria y los universitarios más conscientes recurren de manera minoritaria al bloqueo de su establecimiento. Estas acciones se llevan a cabo sin trabajo preparatorio y muy a menudo sin asambleas generales masivas. A esto le siguen cierres administrativos que vacían los campus e impiden que los activistas se conecten con las y los jóvenes que aún no están movilizados.
En varias ciudades, los lugares de estudio más movilizados fueron las Grandes Escuelas (IEP, EHESS, Bellas Artes, INSA, etc.). Estos establecimientos concentran a jóvenes menos sujetos a la presión de la selección (que ya se ha producido), al trabajo en paralelo a los estudios y a la destrucción de los colectivos.
A pesar de estas dificultades, el 23 de marzo, la juventud invadió las manifestaciones. Más que las pensiones, fue la cuestión democrática, a raíz del 49.3, la que desencadenó una ola de compromiso. Pudimos ver salidas colectivas de los institutos, cortejos muy amplios de estudiantes de universidad y de instituto. Pero estaban poco o nada estructuradas por organizaciones juveniles, con pocas banderolas y enfrentadas directamente a la represión. Sin embargo, está hecha la prueba de que un movimiento juvenil de masas puede renacer. Está al orden del día la reconstrucción de organizaciones con vocación de masas, que prioricen la movilización unitaria antes que la delimitación identitaria.
Construir un frente social y político para desafiar la dirección de la sociedad a la burguesía
Esta es una de las características de la movilización que acabamos de vivir, la intersindical reunió a todos los sindicatos durante tres meses bajo la consigna de retirada. Nadie puede discutir que esta unidad desde arriba ha sido un factor determinante en la movilización de millones de personas. Después de dos años de Covid, la reelección de Macron y la entrada masiva de la extrema derecha al Parlamento, era difícil imaginar una reacción así en las calles en tan poco tiempo. La unidad sindical se hizo eco de la unidad política con docenas de mítines del NUPES ampliado, en particular al NPA. Ha sido justo participar en esta unidad desde arriba aunque la misma no lo solucione todo. Como dijo un tal Trotsky, “el proletariado alcanza la conciencia revolucionaria no a través de un proceso académico, sino a través de la lucha de clases, que no sufre interrupciones. Para luchar, el proletariado necesita la unidad de sus filas. Esto es cierto tanto para los conflictos económicos parciales, dentro de los muros de una empresa, como para las luchas políticas “nacionales”, tales como la lucha contra el fascismo”[3].
Pero unificar nuestro campo en una lucha global contra el sistema capitalista no se trata solo de unir sus organizaciones en torno a una consigna restringida, por justa que sea. Actualmente, la mayoría de nuestro campo social está preocupado por la inflación y los salarios. La juventud y millones de trabajadores y trabajadoras han integrado la contradicción entre capitalismo y ecología. Las reivindicaciones feministas y antirracistas no pueden quedar en un segundo plano. La aspiración democrática o la defensa de los servicios públicos se convierten en cuestiones cruciales. En resumen, unificar nuestro campo también implica tener en cuenta los múltiples niveles de explotación y opresión. Como explica Léon Crémieux[4], el hecho de que la intersindical se adhiera a la única reivindicación de la retirada de la reforma de las pensiones se ha convertido en un obstáculo para la unificación de nuestra clase en la lucha “contra Macron y su mundo”, en realidad contra la burguesía y el sistema capitalista.
Por lo tanto, era necesario tratar de “fertilizar el frente único” con un programa global, un programa de emergencia contra los estragos de este sistema. Para eso, era justo tratar de constituir un frente social y político que reuniese a la vez a las organizaciones sindicales, políticas y asociativas, a todas aquellas y aquellas que toman parte en la lucha contra el gobierno y esto desde la base hasta la cima. El ejemplo reciente más exitoso es sin duda el del LKP (Liyannaj Kont Pwofitasyon[5]) durante la huelga general en Guadalupe a principios de 2009. Partidos, sindicatos y asociaciones se habían reunido en torno a una plataforma de reivindicaciones, un programa de emergencia, que sirvió como columna vertebral de una huelga general que paralizó la isla durante 44 días.
En 2023, este intento de constituir un frente político y social, que plantee un conjunto de medidas para romper con la gestión pro-capitalista del sistema, ha encontrado muchos obstáculos. En primer lugar, la competencia entre La France insoumise y la intersindical entre octubre y enero contribuyó a que todos se mantuvieran en su carril: para unos las jornadas de huelga espaciadas, para otros el trabajo en el parlamento. Sin embargo, habría sido posible ir más allá. En algunas localidades se realizaron reuniones unitarias partidos-sindicatos con la NUPES, el NPA, la CGT, la FSU y Solidaires. En una de estas reuniones, Olivier Besancenot fue aclamado por una sala repleta cuando defendió al mismo tiempo la unidad más amplia para actuar contra Macron a la vez que exponía los balances desastrosos de la izquierda plural de Jospin y de los años Hollande.
Estos mítines iban en la buena dirección pero fueron combatidos por la dirección de Martínez de la CGT contra la política de algunas uniones departamentales. Esta es también una de las razones que posibilitó la puesta en minoría de Martínez en el momento del congreso confederal que, con el colectivo “Nunca más esto”, encarnó, con razón o sin ella, una orientación de estricta separación entre el movimiento social y el campo político, mientras que una parte del movimiento obrero entendía el desafío de pasar de la impugnación de la reforma a un cuestionamiento más global del sistema capitalista.
El NPA acertó al proponer una política que rompa las barreras entre lo político y lo social. Para desafiar el sistema capitalista y frente a la radicalización de la burguesía, dos tareas son inseparables: unificar nuestro campo, desde la base hasta la cima para llevar a la acción y la lucha a millones de proletarios y, al mismo tiempo, construir un programa para un gobierno de los trabajadores y trabajadoras, un programa de ruptura con el capitalismo y sus instituciones antidemocráticas, dedicado a la defensa de sus intereses.
10/05/2023
Fuente [original] Revue L’Anticapitaliste n°146 (mayo de 2023).
https://lanticapitaliste.org/actualite/politique/sur-le-developpement-des-luttes-des-classes-en-france
Traducción: viento sur
Autor de la foto. Photothèque Rouge
Notas
[1] https://nouveaupartianticapitaliste.org/videos/la-greve-generale-formation-avec-patrick-le-moal
[2] “Les sauts, les sauts, les sauts”, Daniel Bensaïd, 2022.
[3] 1932, “La révolution allemande et la burocratie stalinien”, 1932.
[4] “Faire du mouvement une force politique”, Revue L’Anticapitaliste n°145 (abril de 2023).
[5] “Collectif contre l’exploitation outrancière”.
Fuente: https://vientosur.info/sobre-el-desarrollo-de-las-luchas-de-clases-en-francia/
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