Levantamientos y protestas en la Francia insumisa, la popular, no la de Luc Mélenchon (*).

Las ciudades francesas están en pie de guerra contra los crímenes policiales.

La muerte de Nahel, un adolescente asesinado el martes por un policía durante un control de tráfico en Nanterre, en los suburbios parisinos, ha despertado una oleada de indignación en Francia, que no parece estar perdiendo fuerza. Ya son cuatro noches seguidas de protestas.

La versión oficial de la policía es mentira pero, afortunadamente, el incidente fue filmado por varias personas que presenciaron la escena. Dos policías se paran al costado de un automóvil estacionado y uno de ellos amenaza al conductor a través de la ventanilla abierta. El otro le apunta con su arma. Se escucha al policía gritar: “¡Te va a disparar en la cabeza!” Luego se oye una detonación y el coche arranca con un estruendo.

No le disparó en la cabeza sino en el pecho. A quemarropa.

En 2017 ley de seguridad pública amplió las posibilidades de uso de un arma de fuego para los policías y las consecuecias del “gatillo fácil” son obvias: otro muerto más, en un barrio más, en un control policial más. Es el tercero que muere desde principios de año. El año pasado fueron 13 las personas asesinadas en controles de tráfico.

Desde el martes han estallado disturbios en toda Francia y particularmente en los barrios. La mayoría de las principales ciudades francesas han visto cuatro noches de violencia urbana, incendios, saqueos y protestas. El gobierno ha movilizado a 40.000 policías y gendarmes en todo el territorio. Anoche fueron detenidas más de mil personas.

Ciudades como Marsella, Lyon o París han reducido los horarios de determinados transportes públicos. Otros municipios incluso han decidido introducir un toque de queda a partir de las 8 de la tarde.

La sublevación de 2005

Estos hechos recuerdan el estallido de los barrios en 2005 tras la muerte de Zyed y Bouna, electrocutados en una subestación mientras intentaban huir de la policía en Clichy, también cerca de París.

Después de la tragedia, también se produjeron disturbios en los barrios de las principales ciudades. Se habían tomado las mismas medidas para calmar el descontento: toques de queda y movilización reforzada de la policía. El 8 de noviembre del mismo año el gobierno decretó el estado de emergencia.

El temor a que las manifestaciones se conviertan en una guerra de guerrillas a largo plazo está muy presente en el gobierno. Varios titulares de la prensa se preguntan esta mañana por las similitudes entre los disturbios de 2005 que duraron tres semanas y los que acaban de comenzar.

Pero en realidad, lo que hay que preguntarse es por qué Francia vive este tipo de levantamientos en los barrios de manera cíclica.

El refuerzo de la seguridad es el ‘gatillo fácil’

La ola de protestas no debería sorprender en Francia. Cada gobierno acelera los desmanes de la policía. Según cifras de la Inspección General de la Policía Nacional, el uso de armas contra los ocupantes de los vehículos ha aumentado un 39 por cien si comparamos el periodo 2012-2016 con el 2017-2021.

La policía ha matado cuatro veces más personas por negarse a parar el vehículo en cinco años que en los veinte años anteriores.

En marzo de este año, la Comisión Nacional Consultiva de Derechos Humanos alertó a la ONU sobre un grave aumento del terror policial. Las muertes a tiros no son los únicos hechos. También se producen múltiples actos de violencia física durante los controles o durante a detención.

La negación de la realidad en los barrios

Lo que se designa como “barrios” en Francia son aproximadamente 1.500 poblaciones llamadas prioritarias. 4,8 millones de franceses viven en estas áreas, que también se encuentran entre las más pobres.

Suponen el 7 por cien de la población francesa. Nueve de los veinte municipios donde la tasa de pobreza es más alta se encuentran en la periferia de París. En determinadas localidades de la periferia de la capital, como las del departamento de Seine-Saint-Denis, el paro supera la tasa del 40 por cien.

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En 2016, un año antes de ser elegido presidente por primera vez, Macron prometió a los barrios un “proyecto de emancipación” y el fin del “arresto domiciliario” para sus habitantes. El plan no era más que una represión generalizada y el mantenimiento de los barrios en el abandono más absoluto.

En 2018 se hizo un intento con el Plan Borloo, propuesto por la exministra de la Ciudad. Propuso 19 medidas clave y un presupuesto de 48.000 millones de euros. Se abandonó por tener un enfoque “anticuado”. Desde entonces no han hecho nada, salvo llenar las calles de policías.

‘El que avisa no es traidor’

El que avisa no es traidor. En mayo de este año, una treintena de cargos electos locales publicaron una columna en Le Monde titulada “Los barrios al borde de la asfixia“. Era un llamamiento de los alcaldes de los barrios más marginados. Pedían ayuda para los “habitantes abandonados de la República” que están sufriendo la peor parte de la escasez de alimentos, la alta inflación y los precios de la energía inasequibles”.

Un mes después, la muerte de Nahel fue la chispa que prendió fuego a la pólvora en barrios sin aliento.

Una policía racista

No es probable que los vecinos de los barrios se callen ni se calmen porque las agresiones policiales son cotidianas. Si no estallan hoy, estallarán mañana. Las circunstancias de la muerte de Nahel hacen pensar que su origen argelino jugó en su contra. Se ha abierto una investigación por homicidio doloso del agente de orden público, por parte de la Inspección General de la Policía.

“Ahora es el momento de que [Francia] aborde seriamente los profundos problemas del racismo y la discriminación racial entre las fuerzas del orden”, dijo la ONU después de la muerte del adolescente.


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