PARTE II: “Víctor tiene una tumba, que está en el fondo del cementerio”.
por Jimena Villegas /The Clinic.
[CONTINUACIÓN] Le digo: Mire, yo la voy a acompañar para retirar el cuerpo y enterrarlo. Y también le advierto: Estoy en la obligación de decirle a usted dónde vamos a ir. Se va a encontrar con esta y esta y esta imagen. Va a poner sus pies sobre cerebros, en sangre. Hay agua, hay olores. Le describí todo y le dije que no iba a poder ni llorar, ni gritar, ni menos desmayarse. También le dije: Tiene que irse de Chile, irse y contar.
Subió a cambiarse y volvió con la libreta de matrimonio. También le pedí un poncho, porque yo encontraba que todos los cuerpos estaban tan desprotegidos. Partimos en una Renoleta, que ella había recuperado de la universidad donde él trabajaba. Estacionamos, bajamos. Ella me tomó el brazo y nos dirigimos a la puerta principal.
A cada costado había militares que yo había visto antes. Estaban los mismos, no los cambiaban. Entonces: ¡Hola, hola, buenos días! Le tocó de nuevo. Pensé que ellos seguramente habían visto el horror que había adentro. Sí, sí, les digo, y vengo con una colega. Y entramos. Por los pasillos, le dije: Voy a abrir esta puerta y se va a encontrar con la realidad. Tiene que ser muy fuerte. Y ella repetía: De acuerdo, de acuerdo.
Llegamos al lugar donde le tomamos las huellas y Víctor no estaba. ¡No estaba! La dejo ahí sola, en medio de cadáveres. Salto unos cuerpos y voy hacia donde había un funcionario. Era feriado, no estaban todos. Al muchacho le digo: Mira, venimos a retirar un cuerpo. Tengo la identificación, fue profesor mío de la universidad, lo encontré aquí. Me contesta: Tienes que subir la escalera caracol, están en el segundo piso, para pasar la autopsia.
Subimos. En la orilla de la escalera había otros cadáveres, como esperando. Por una ventana entraba el sol y había varias puertas. Ahí lo ubico y vuelvo donde ella. Le digo que me acompañe: Vamos. Yo la dejo y me voy a poner a la entrada de la escalera, para no venga nadie y esté tranquila ahí con él. Entramos. Ella se puso de rodillas, lo acarició, lo besó, me hizo signos. Quería un lavatorio, una toalla, algo para limpiarlo, porque estaba con sangre seca y mucha tierra. Después supimos que lo fueron a tirar al cementerio. Pero no había lavatorio. Ella con sus lágrimas y su mano lo limpió.
No sé cuánto tiempo estuvimos, pero la logré sacar de ahí, para hacer los trámites administrativos. Fuimos a obtener una hoja para certificar que ese cuerpo tenía la filia. Había unas colegas, les dije que ella y él eran profesores míos, que los estaba ayudando. La jefa le dio las primeras condolencias. Inmediatamente nos dio un documento con el protocolo 2547 para Víctor Lidio Jara Martínez.
Con eso podíamos hacer los trámites en la morgue para retirar el cuerpo y hacer la inscripción de defunción en Registro Civil. Ya era cerca de 11 de la mañana. En la morgue había una funcionaria preparándose y dice: Mire, porque usted es casi colega vamos a hacer el trámite, porque hoy día es 18 de septiembre y yo me voy ya. El servicio está cerrado hoy día. Joan me da la libreta y me dice: Yo no puedo más.
La senté en un sofá de madera y me acerqué a la funcionaria. Empezamos a llenar el certificado de defunción. Ella no se dio cuenta de quién era él: ¿La fecha de la muerte? Yo miro a Joan y le digo: Señorita, yo lo encontré acá abajo, por el trabajo. ¡Ah no!, me dijo, tiene que darme una fecha. Yo lo había encontrado el 16, pero como no sabía cuándo había sido le puse 14 de septiembre, que es una fecha completamente falsa. Ella siguió preguntando: ¿Causa de la muerte? Señorita, le repetí. Pero ella estaba apurada: Oiga, mire ya pasa la hora, tengo que irme. Muerte por bala, le contesto.
Ella llenó toda esa ficha, le puso los tampones, me entregó copia de una especie de certificado, la orden de sepultación y el bando que prohibía trasladar cuerpos a casas, iglesias o templos. Había que ir directamente Cementerio General. Bajamos y le planteé a Joan la cuestión económica.
En esos años no había tarjetas y necesitábamos plata para comprar el ataúd y un nicho, ellos no tenían tumba familiar. Fuimos donde un amigo que había sido alumno de Víctor: Es bailarín, vive en el centro de Santiago y tiene un negocio. Estoy segura de que va a ayudarnos. Ahí conocí a Héctor Pávez, amigo de ellos. Partimos a la morgue, a unas pompas fúnebres y al cementerio.
En las pompas fúnebres, un señor se dio cuenta de quién era el muerto. Entonces dijo: Les va a salir muy caro que la empresa ponga una camioneta para llevar el ataúd 15 metros, a la puerta municipal del cementerio. Consigan un carrito para que economicen. Pero no se podía. Estaba prohibido sacarlos.
Yo fui al cementerio a hacer el trámite para comprar el nicho. Cuando le digo Víctor Jara a la señorita, ella se da cuenta y me hace un signo de guitarra. Yo lo repito, pero no lo nombramos a él. Entonces ella me dice: Mire, va a venir con este papelito, que no tiene nada escrito, 10 para las 3, ni antes ni después. Va a pasar en medio de los militares que hay en la entrada y va a haber un sepulturero esperándolo. Él va a ver que usted viene con este papelito, que no se va a notar, pero él sí va a saber. Era como un boleto de micro.
Fui a reunirme con Joan y esperamos hasta que llegó la hora. Entré al cementerio con el papelito. Pasé entre militares con casco y con ametralladora. Los sepultureros decidieron que, por respeto, el de más edad iba acompañarme. Fuimos por la avenida La Paz y llegamos donde habíamos dejado a Joan sentada en un banco. Con el sepulturero y Héctor entramos a la morgue con el carrito, no intercambiamos ninguna palabra.
Yo fui a buscar el cadáver. Un colega funcionario vino con una camilla y ahí estaba el cuerpo de Víctor, totalmente desnudo. Héctor estaba muy mal, así que, con el sepulturero y el muchacho de la morgue, tomamos su cuerpo y lo pusimos en el ataúd. El cuerpo tenía muchas heridas. En su mano derecha había una especie de hoyo como quemado con fierro, los nudillos con muchas marcas y tierra.
Tomé su ropa y cubrí con el poncho. El muchacho me dijo: Mira, ahí al fondo hay una puerta y una salita. Pueden velarlo ahí un poquito, no mucho. Ahí dejamos a Joan no sé cuánto tiempo, con el ataúd sola. Después, al salir con el carrito y el ataúd vimos que venía entrando un camión con otros cadáveres. Joan, con su mano izquierda, le hizo un signo de parar. Los tipos retrocedieron y nosotros salimos a la avenida La Paz.
Entramos por la puerta principal al Cementerio General. El sepulturero tirando el carrito sin flores ni nada. Joan al medio, Héctor al lado y Héctor en el otro, con los militares mirándonos. Los sepultureros hicieron una especie de homenaje, porque pasamos en medio de ellos. Habría como seis o siete a cada lado. Seguimos hacia la mano izquierda, pasamos el lado histórico, pasamos la clase media, pasamos un muro de nichos y llegamos al fondo, a otro muro de nichos que ya es Recoleta abajo. Ahí estaba el nicho que yo había comprado.
El sepulturero nos indicó y con Héctor lo subimos difícilmente, porque estaba como en el cuarto lugar hacia arriba, nos costó mucho. Entre los tres empujamos al ataúd. El sepulturero fue un poco más allá y sacó una corona medio seca y se la puso al ataúd. Ahí, yo me quebré, la única vez de todo ese día horroroso. Joan se dio cuenta y Héctor me dijo: No vamos a acordarnos de Víctor así, sino de Víctor cantando.
Partimos en silencio a la salida, ya se acercaba la hora del toque de queda. Me dijeron que me acompañaban. Estábamos relativamente cerca de mi casa. Me dejaron ahí y no nos vimos más. No, hasta mi exilio en Francia, cuando Joan me buscó”.
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Héctor Herrera partió en 1976. Después del golpe lo detuvieron dos veces, nunca por algo relacionado a este caso. Una vez, la del 11 de octubre de 1973, fue a dar al Estadio Nacional, donde estuvo 15 días: “Hubo un solo interrogatorio y pasé mucha hambre. Me tocó dormir en el suelo, bajo el lavamanos de un camarín”. Cuando lo soltaron, firmó un papel en que declaraba no haber recibido apremio alguno. La segunda vez, funcionarios de la PDI trataron de hacerlo confesar que había falsificado pasaportes
A París llegó gracias al trabajo que consiguió después de que lo suspendieran en el Registro Civil. En Francia estudió cocina, tuvo pololas, se casó y junto a su esposa francesa, fallecida en 2020, puso un restaurante chileno en la muy histórica ciudad de Nimes, en Occitania. Cuenta que por años soñó con esos tres días de “trabajo voluntario” después del golpe militar: “Mucho tiempo después, en las calles de Santiago, cuando atravesaba en pleno centro un semáforo, veía a la gente que venía al frente atravesando desde el otro lado, y se me cruzaban las imágenes, las caras. Encontraba a toda la gente parecida a alguno de los muertos que yo había identificado”.
-Usted era muy joven, debe haber sido traumático.
-Yo tomé medidas para defenderme, me he defendido. Guardé todo esto por mucho tiempo al interior mío. Raramente conversaba sobre el tema o del golpe mismo y del descubrimiento del cuerpo de Víctor. Yo lo guardé hasta 1994 o 1995, cuando tuve un encuentro con Joan. Ella me encontró en Francia. Andaba buscando un testigo para un posible juicio, algún día, en Chile. Entonces le entregué, escrita a máquina, la correlación de horas y de todo.
-Usted nunca más volvió a Chile. ¿Por qué tuvo que exiliarse?
-Yo me juntaba con colegas de Identificación. Nos tomábamos un completo y una cerveza en algún bar. Un día uno de ellos llegó tarde dice: Se dejaron caer en la oficina tres civiles y dos milicos. Parece que alguien de entre nosotros del Servicio ayudó al cantautor Víctor Jara. Yo le dije: Oye, capaz que sea uno de nosotros, y nos quedamos callados. Ahí yo me entero de que los servicios secretos andaban buscando el responsable de la tumba de Víctor, que en ese momento se había transformado en un símbolo, con flores rojas y jóvenes que iban a cantar o hacer homenajes espontáneos. Eso coincidió con que mi jefe que era francés iba a irse y me había ofreció partir con él.
-La Corte Suprema acaba de condenar a exmilitares como autores del secuestro y del homicidio de Víctor Jara. ¿Qué sentimiento le provoca eso?
-Primero, en referencia a la justicia, 50 años después, muy simbólico que sea al acercarse el aniversario de un crimen tan horroroso. Me acordé del juez en Chile. Él, entre las preguntas que hizo, me dijo: Usted es el único testigo del cuerpo desnudo y de la serie de heridas. Todo eso se corroboró con el ADN y con el resto de los cadáveres. Dijo: Si Víctor Jara no hubiese sido visto por ese joven, si él no hubiese sido enterrado, habría sido un desaparecido, y con un desaparecido no se puede hacer nada, ni un proceso ni nada. Víctor tiene una tumba, que está en el fondo del cementerio acusando a los vivos, que ahora son viejos, de su crimen, y el crimen de todos sus colegas. El sentimiento es que el trabajo increíble de su mujer, de amor y de compromiso, por obtener justicia, es un gran triunfo ante una justicia.
Fuente: Fuente: https://www.theclinic.cl/2023/09/10/hector-herrera-el-hombre-que-salvo-a-victor-jara-de-ser-un-desaparecido/
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