Tras las huellas de los esclavistas españoles.
Uno de los bisabuelos del fundador de la Falange fue José Antonio Suárez Argudín, a quien el historiador cubano Manuel Moreno Fraginals definió en su día como uno “de los primeros contrabandistas negreros del mundo”
Unos ascendentes que relacionan estrechamente al fundador y líder principal de Falange Española con el mundo colonial español, en Cuba, y que lo vinculan, además, por una doble vía. La madre de José Antonio fue Casilda Sáenz de Heredia y Suárez Argudín y era hija, a su vez, de Gregorio Sáenz de Heredia y Tejada, que según apunta el historiador Alejandro Quiroga fue el último alcalde español de La Habana, en 1898, justo antes de la cesión de la soberanía de Cuba a los Estados Unidos. Por otro lado, la abuela materna del fundador de Falange, Ángela Suárez Argudín y Ramírez de Arellano, había nacido en la capital cubana en el seno de una riquísima familia de empresarios vinculados al mundo del azúcar, al tráfico ilegal de africanos esclavizados y a la explotación de mano de obra esclava.
Entre los antepasados directos de José Antonio Primo de Rivera cabe destacar a su bisabuelo, el traficante de esclavos José Antonio Suárez Argudín, a quien el historiador cubano Manuel Moreno Fraginals definió en su día como uno “de los primeros contrabandistas negreros del mundo”. Tal vez a José Antonio Primo de Rivera le bautizaron precisamente como José Antonio en recuerdo de aquel bisabuelo negrero enriquecido en Cuba.
Nacido en Avilés, en 1799, José Antonio Suárez Argudín García-Barbosa emigró en su juventud a La Habana, en 1816, para trabajar en una tienda de ropas que un tío abuelo suyo llamado Miguel Galán tenía en la capital cubana. Dejó al poco tiempo aquel trabajo para convertirse en empleado del empresario segoviano Gabriel Lombillo Herce, a quien Fernando VII convirtió, en 1829, en primer marqués de Lombillo. Fue entonces y de la mano de su nuevo jefe cuando el bisabuelo de José Antonio Primo de Rivera se inició en el “odioso comercio” de personas esclavizadas. Tuvo, sin duda, un buen maestro. Consta fehacientemente que Lombillo despachó, desde La Habana, al menos 14 expediciones negreras sucesivas, entre 1813 y 1820, a las costas de África. Lo hizo en seis buques diferentes, todos de su propiedad, que permitieron desembarcar en aquellos siete años en la capital cubana un total de 4.286 cautivos africanos vivos.
Según apuntó el historiador cubano Moreno Fraginals en su monumental obra El Ingenio, Gabriel Lombillo aparece en 1820, año en que se ilegalizó el comercio de esclavos hacia Cuba, como “el séptimo negrero de la época”. Y añade, a continuación: “Asociado a José Antonio Suárez Argudín, desarrolla una febril actividad importadora de negros, que se incrementa en la etapa de contrabando. Posiblemente ellos dos, junto a Joaquín Gómez, constituyen el más importante triunvirato del contrabando de negros de la década de 1820”.
En La Habana se empezó pronto a rumorear sobre los amoríos secretos entre el joven Suárez Argudín y la esposa de su jefe, Teresa Ramírez de Arellano. Lo cierto es que en 1830 Gabriel Lombillo falleció envenenado y las sospechas se dirigieron enseguida al bisabuelo de Primo de Rivera, quien pasó un tiempo en la cárcel, acusado de aquella muerte. Las investigaciones no permitieron, sin embargo, encontrar pruebas de su autoría y finalmente el juez lo dejó en libertad.
El hecho de que Suárez Argudín se casara poco después con la viuda de Lombillo alimentó, aún más si cabe, las sospechas de que ambos habían planeado y ejecutado la muerte de aquel rico empresario. Por eso, un hermano del difunto seguía intentando, aun cinco años después de la muerte del primer conde de Casa Lombillo, que se mantuviera la acusación contra los dos sospechosos de su muerte. No tuvo éxito.
A pesar de los rumores y acusaciones, aquel matrimonio con la viuda de Lombillo permitió a Suárez Argudín aumentar notable y rápidamente su fortuna y su estatus social. Pudo dedicarse, de entrada, a gestionar aquellas fincas que habían sido del conde de Lombillo y que, por herencia, pasaron a ser propiedad de su esposa o de los hijos que Teresa había tenido con el difunto empresario. Así sucedió con el ingenio azucarero San Gabriel, ubicado en el partido de San Diego Núñez. Más aún, el empresario asturiano se dedicó a partir de entonces a comprar y fomentar nuevas fincas cafetaleras y, sobre todo, azucareras, a título individual.
Así, a la altura de 1860, Suárez Argudín era el propietario de al menos un cafetal (llamado Rotunda y ubicado cerca de Artemisa) y de tres ingenios azucareros, equipados los tres con modernas máquinas de vapor y situados en la región occidental de Cuba. Se trata de los ingenios Santa Teresa (de 241 hectáreas de extensión), San Juan Bautista (de 295 hectáreas) y Angelita, llamado así en honor de su única hija (de 671 hectáreas).
Todavía 15 años después, el bisabuelo de José Antonio Primo de Rivera mantenía en propiedad aquellas tres haciendas de producción de caña de azúcar. En el antiguo ingenio Santa Teresa (renombrado como Nueva Teresa), ubicado en la jurisdicción de Bahía Honda, trabajaban, en 1877, 188 esclavos, 21 culíes chinos y 121 trabajadores “alquilados y libres” mientras que la dotación del ingenio Angelita, ubicado en la jurisdicción de Cienfuegos, la componían 95 personas esclavizadas. Según fuentes fiscales, en un solo año, en 1877, el propietario de aquellas tres fincas había obtenido de su explotación un producto líquido total de 116.366 pesos fuertes (equivalentes a 581.830 pesetas, en la España peninsular). Una verdadera fortuna. De una de aquellas haciendas nos dice Moreno Fraginals que su dueño “hizo de su ingenio Angelita, de Cienfuegos, un importante centro de cría” de niños y niñas hijos de esclavas, destinados a convertirse también en futuros esclavos. Al estilo de una granja.
Mientras tanto, el bisabuelo asturiano de Primo de Rivera no había dejado de dedicarse al tráfico de africanos esclavizados, una actividad que era ilegal desde 1821 pero que se mantuvo, en Cuba, hasta 1867. Todavía en agosto de 1855, el cónsul británico en La Habana denunció ante el capitán general de la isla la reciente llegada de un velero con 510 cautivos africanos, señalando los nombres de quienes habían organizado aquella expedición y destacando, entre ellos, precisamente a Suárez Argudín. Una denuncia que, ante la inacción de las autoridades cubanas, la diplomacia británica acabó trasladando, meses después, al Ministerio de Estado, en Madrid, con nulos resultados.
Tanto la presión británica como el contexto político en el mundo occidental hacían cada vez más difícil la actividad de los traficantes de esclavos en Cuba. Mientras tanto, la economía agroexportadora de la isla no dejaba de requerir brazos y más brazos para seguir produciendo más y más azúcar. Surgieron entonces diferentes iniciativas para allegar colonos supuestamente libres a trabajar en los campos cubanos. La Real Junta de Fomento promovió, por ejemplo, la llegada de culíes chinos (fueron casi 125.000 los que arribaron a Cuba entre 1847 y 1874) mientras que diversos particulares impulsaron, en paralelo, otras iniciativas.
Uno de ellos fue el bisabuelo de José Antonio Primo de Rivera, quien planteó, a partir de 1853, la idea de organizar legalmente la llegada de “inmigrantes africanos” a Cuba. Esbozó y publicó en La Habana en 1855 un primer y breve folleto titulado Proyecto o representación respetuosa sobre inmigración africana, dirigido al capitán general de Cuba, y realizó además gestiones en Londres para convencer a las autoridades británicas de la bondad de su proyecto. La negativa de los gobernantes españoles y británicos a dar por bueno su plan le llevó a formular con más detalle su propuesta, ampliando sus horizontes y buscando nuevos aliados. Fue así como en 1860 publicó, también en La Habana, un extenso folleto titulado Proyecto de inmigración africana para las islas de Cuba, Puerto Rico y el imperio del Brasil, a sus respectivos gobiernos. Un proyecto que él lideraba y que contaba con la implicación directa de un paisano suyo, el asturiano Luciano Fernández Perdones, así como del portugués Manuel Basilio da Cunha Reis.
Este último fue uno de los últimos grandes negreros de Brasil y optó por trasladar su residencia desde Rio de Janeiro a Nueva York, en la década de 1850, tras el cese del tráfico de esclavos hacia la antigua colonia portuguesa. Antes había vivido unos años en Angola. Desde Manhattan, Da Cunha Reis se mantuvo como uno de los grandes comerciantes negreros del Atlántico en aquellos años 1850, proveyendo de africanos esclavizados a los hacendados cubanos, como bien explica John Harris en su libro The Last Slave Ships. No hay que descartar que las relaciones entre Manuel Basilio da Cunha Reis y José A. Suárez Argudín se hubieran tejido, precisamente, por su previa asociación en la trata ilegal con destino a Cuba.
De su matrimonio con el asturiano José Antonio Suárez Argudín, la cubana Teresa Ramírez de Arellano alumbró un hijo (llamado José Antonio, como su padre) y una hija (Ángela). El primogénito, José Antonio Suárez Argudín y Ramírez de Arellano, tío abuelo de José Antonio Primo de Rivera, se casaría en La Habana en 1860 con Francisca María del Valle Iznaga. Un hermano de Francisca María, José María del Valle Iznaga, es bisabuelo tanto de las hermanas Ana y Loyola de Palacio del Valle Lersundi, dirigentes del PP de Aznar, como del periodista y actual eurodiputado de Vox Hermann Tertsch del Valle Lersundi. Los tres son, por lo tanto, primos lejanos de José Antonio Primo de Rivera.
Cabe señalar que Amadeo I otorgó, en 1872, el título de marqués de casa Argudín al tío abuelo del fundador de Falange Española. Poco tiempo pudo disfrutar, sin embargo, de su dignidad nobiliaria pues José Antonio Suárez Argudín y Ramírez de Arellano fue asesinado en La Habana cuatro años después, en el marco de un sonado litigio cuyo principal protagonista era su padre. En palabras, nuevamente, de Manuel Moreno Fraginals: “Su vida se cierra con la mayor quiebra fraudulenta que conociera Cuba, que origina dos atentados contra su vida y el asesinato de su hijo del mismo nombre y apellido, ya transformado en marqués de Casa Argudín. El victimario, Sánchez Iznaga, era uno de los más ricos propietarios azucareros de Cuba”. Y concluye: “La historia real de estos dos negreros supera al más truculento folletín de la época”. Cobra aquí sentido la frase atribuida a Balzac según la cual “detrás de toda gran fortuna siempre hay un crimen”. O dos o tres, podríamos añadir.
La otra hija de Suárez Argudín, Ángela Suárez Argudín y Ramírez de Arellano, abuela materna de José Antonio Primo de Rivera, nació en La Habana en 1839 y se casó en la misma ciudad en 1864 con el riojano Gregorio Sáenz de Heredia, que le llevaba 20 años. Ambos fueron los padres de Casilda Sáenz de Heredia y Suárez Argudín, la cual se casó a su vez, en Madrid en 1902, con el militar Miguel Primo de Rivera y Orbaneja. Hay que tener en cuenta que el futuro dictador no fue el primer militar que optó por casarse con una rica cubana. O americana, en general. El general Francisco Serrano, quien acabaría siendo Alteza Real y Regente de España entre 1869 y 1871, se había casado en 1850 con la cubana Antonia Domínguez Borrell, que era nieta del hacendado José Mariano Borrell Padrón, cuyo ingenio Guaimaro había realizado, en 1827, la zafra más alta del mundo en su época. Era sobrina además del primer conde de Casa Brunet, propietario del ingenio San Carlos.
Domingo Dulce, capitán general de Cuba, se casó por su parte en Madrid en 1867 con Elena Martín de Medina, condesa viuda de Santovenia y propietaria del ingenio Australia. Por otro lado, el general Joan Prim se había casado en 1856 en París con la joven y rica mexicana Francisca Agüero González. En sus matrimonios y a su descendencia, ellas aportaban sus notables capitales, acumulados en tierras americanas. Y uso la palabra “capital” en plural y en un doble sentido, tanto crematístico como social. Fueron esos capitales los que les permitieron después, a su regreso a España, ascender económica y socialmente. Sin la previa experiencia cubana, ni los Sáenz de Heredia ni los Suárez Argudín habrían alcanzado el estatus económico y social que llegaron a acreditar tras su retorno a la península. Un estatus que legaron, después, a sus descendientes, como, por ejemplo, a José Antonio Primo de Rivera o a su primo hermano, el cineasta José Luis Sáenz de Heredia.
Fuente original : eldiario.es
(*) Martín Rodrigo y AlharillaProfesor titular de Historia Contemporánea del Departamento de Humanidades de la Universtat Pompeu Fabra.
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