Resistencias anticapitalistas: subjetividad y praxis emancipadoras.

Organizar la batalla cultural. Perspectivas desde la Revolución cubana

En contra de la hegemonía y el dominio de la clase capitalista, debemos estructurar una batalla no solo política y física, sino también cultural. Con el fin de extraer algunas lecciones útiles para el presente, convendría revisitar el proceso de la Revolución cubana, propone el autor de este artículo exclusivo.

Estamos en una época dominada por el “sentido común” capitalista. Las relaciones de producción imperantes se presentan como eternas e inamovibles, ancladas en una supuesta naturaleza humana repleta de egoísmo y afán de acumulación. Un pesimismo tácito sobrevuela una parte importante del discurso de la izquierda “democrática” y reformista. Insertos de lleno en lo que Fischer denominó como “realismo capitalista”, sectores sociales significativos aceptan tácitamente el sistema imperante, aunque son conscientes de sus limitaciones y arbitrariedades. 

Revolución pareciera ser una palabra alejada de lo cotidiano, un horizonte más bien utópico, que sirve como guía de la marcha, pero nunca como realidad inmediata y posible. Pero el panorama es desolador solo en apariencia. Estamos viviendo una etapa de profundos cambios políticos y geopolíticos, y en ese interregno se abren extraordinarias oportunidades para la lucha revolucionaria.

En contra de la hegemonía y el dominio de la clase capitalista, debemos estructurar una batalla no solo política y física, sino también cultural. Organizar la batalla cultural en este escenario implica, entonces, confrontar el “sentido común” imperante, entendiendo que el capitalismo es más que un modo de producción, es también un estilo de vida, prácticas culturales y sociales, un modelo de civilización. Transformar este “sentido común” repleto de nociones y verdades asumidas como absolutas, “normales”, falsamente preideológicas, y llevarlo a ser el recipiente de acumulados revolucionarios indispensables para construir un proyecto emancipatorio, ese es uno de los mayores retos del presente.

Con el fin de extraer algunas lecciones útiles para el presente, convendría revisitar el proceso de la Revolución cubana, donde una pequeña isla neocolonial, sometida a más de seis décadas de dominio norteamericano, logró radicalizar y transformar la conciencia del pueblo de modo que aceptaran el socialismo como proyecto para la realización de los grandes ideales soslayados de la nación.

La Cuba de 1902-1959 

La Cuba en la que triunfa la Revolución cubana en enero de 1959 era una nación fuertemente influenciada por los valores y la cosmovisión cultural norteamericana del mundo. Esta cosmovisión se traducía en una serie de elementos contra los cuáles la Revolución cubana debió enfrentarse en el proceso de reconfiguración de una nueva hegemonía. Estos elementos pueden colocarse en tres órdenes fundamentales: económico, político y social.

En lo económico destacaba la extrema concentración de la riqueza y los servicios en manos de un minoritario capital nacional y del capital extranjero, en su mayor parte norteamericano. Se daba también una concentración de las tierras en zonas rurales, fundamentalmente asociadas con la producción azucarera y una marcada dependencia para el funcionamiento económico del país de la cuota azucarera en el mercado norteamericano.

La Cuba previa a 1959 era una economía esencialmente dependiente de los productos provenientes de los Estados Unidos. Esta estructura importadora era también clave para sostener los estándares de vida de los sectores medios y altos de la población, muy permeados por el “american way of live” y cuya práctica cotidiana intentaba reproducir estos modelos. Las décadas del 40 y 50 fueron décadas también de un extraordinario desarrollo para la economía norteamericana y eso se reflejó, entre otros aspectos, en la diversidad y calidad de los productos de la industria ligera y en la producción de electrodomésticos.  

Para ilustrar el grado de dependencia que tenían importantes sectores poblacionales cubanos de los productos de la industria norteamericana, resulta útil citar el párrafo inicial de la maravillosa crónica de Gabriel García Márquez “El primer día de bloqueo”: 

“Aquella noche, la primera del bloqueo, había en Cuba unos 482 mil 560 automóviles, 343 mil 300 refrigeradores, 549 mil 700 receptores de radio, 303 mil 500 televisores, 352 mil 900 planchas eléctricas, 286 mil 400 ventiladores, 41 mil 800 lavadoras automáticas, 3 510 000 relojes de pulsera, 63 locomotoras y 12 barcos mercantes. Todo eso, salvo los relojes de pulso que eran suizos, había sido hecho en Estados Unidos». 

A este ejemplo se podría añadir que todas las refinerías existentes en el país eran de propiedad extranjera. La casi totalidad de la industria cubana, fundamentalmente la azucarera, era con tecnología norteamericana y dependía críticamente de las piezas y partes de importación. Las armas de la que se disponía para la defensa del país eran en su mayor parte de producción norteamericana. La banca, la generación eléctrica, la telefonía, etc.

Esta situación de marcada dependencia económica se reflejaba en una importante dependencia política. Desde el nacimiento de la República neocolonial en 1902, esta había estado marcada por la imposición, muchas veces violenta, de los intereses estadounidenses sobre los nacionales. La clase política gobernante era, en muchos sentidos, un apéndice de estos intereses. Además, estaba marcada por una profunda corrupción. 

El período entre 1902 y 1958, fue una etapa signada por la inestabilidad política. Sin tener en cuenta la Revolución cubana de 1956-1959, se sucedieron en la etapa: dos intervenciones norteamericanas, la de 1898-1902 y la de 1906-1909, además de amenazas de intervención cada vez que se afectaban de alguna manera los intereses norteamericanos en el país; la dictadura de Gerardo Machado de 1925 a 1933; la Revolución popular del 30 contra Gerardo Machado que acabó en el efímero gobierno de los 100 días, único de genuina orientación popular y social en la etapa (fundamentalmente por la figura de Antonio Guiteras); tres golpes de estado protagonizados por Batista, sobre todo el de 1952, que dio inicio a su dictadura entre 1952-1958. La etapa de los gobiernos auténticos entre 1944 y 1952 estuvo marcada por la corrupción, un crecimiento incontenible de la violencia de corte gansteril, con frecuentes enfrentamientos armados en céntricas calles y plazas de la capital y otros lugares de país.

En lo social se acentuó la situación de pobreza, discriminación y exclusión extrema que venían arrastrando importantes sectores desde la colonia y que la corrupción y la falta de políticas públicas agravaron. Estos males fueron magistralmente expuestos por Fidel en su alegato de autodefensa luego del asalto al Cuartel Moncada, conocido como “La Historia me absolverá”. En uno de los pasajes, Fidel apunta:

“Nosotros llamamos pueblo si de lucha se trata, a los seiscientos mil cubanos que están sin trabajo deseando ganarse el pan honradamente sin tener que emigrar de su patria en busca de sustento; a los quinientos mil obreros del campo que habitan en los bohíos miserables, que trabajan cuatro meses al año y pasan hambre el resto compartiendo con sus hijos la miseria, que no tienen una pulgada de tierra para sembrar y cuya existencia debiera mover más a compasión si no hubiera tantos corazones de piedra; a los cuatrocientos mil obreros industriales y braceros cuyos retiros, todos, están desfalcados, cuyas conquistas les están arrebatando, cuyas viviendas son las infernales habitaciones de las cuarterías, cuyos salarios pasan de las manos del patrón a las del garrotero, cuyo futuro es la rebaja y el despido, cuya vida es el trabajo perenne y cuyo descanso es la tumba; a los cien mil agricultores pequeños, que viven y mueren trabajando una tierra que no es suya, contemplándola siempre tristemente como Moisés a la tierra prometida, para morirse sin llegar a poseerla, que tienen que pagar por sus parcelas como siervos feudales una parte de sus productos, que no pueden amarla, ni mejorarla, ni embellecerla, plantar un cedro o un naranjo porque ignoran el día que vendrá un alguacil con la guardia rural a decirles que tienen que irse; a los 30 mil maestros y profesores tan abnegados, sacrificados y necesarios al destino mejor de las futuras generaciones y que tan mal se les trata y se les paga; a los veinte mil pequeños comerciantes abrumados de deudas, arruinados por la crisis y rematados por una plaga de funcionarios filibusteros y venales, a los diez mil profesionales jóvenes: médicos, ingenieros, abogados, veterinarios, pedagogos, dentistas, farmacéuticos, periodistas, pintores, escultores, etcétera., que salen de las aulas con sus títulos deseosos de lucha y llenos de esperanza para encontrarse en un callejón sin salida, cerradas todas las puertas, sordas al clamor y a la súplica. ¡Ese es el pueblo, el que sufre todas las desdichas y es por tanto capaz de pelear con todo el coraje! A ese pueblo, cuyos caminos de angustias están empedrados de engaños y falsas promesas, no le íbamos a decir: «te vamos a dar, sino: ¡aquí tienes, lucha ahora con todas tus fuerzas para que sea tuya la libertad y la felicidad!”

Habría que añadir a este panorama la represión violenta de lo popular y la distancia entre lo público y lo privado, así como el individualismo y anticomunismo como ideologías muy influyentes en la sociedad cubana de esos años.

La batalla cultural e ideológica de la Revolución cubana (1959-1965)

Todos estos elementos antes mencionados configuran una particular cultura en amplios sectores de la población cubana. Cultura de la cual debe hacerse cargo la Revolución cubana, en el proceso de configuración de su hegemonía.

La propia Revolución tiene la particularidad, desde el punto de vista de clase, de no ser un proceso homogéneo. Si bien su liderazgo principal proviene en buena medida de elementos de la pequeña y mediana burguesía radicalizados, va a ser un proceso de frente amplio basado en la articulación más extensa posible de fuerzas en contra de la dictadura de Batista. Por eso en su armazón político-militar entre el campo y la ciudad, confluyen tanto campesinos (que eran la espina dorsal del ejército rebelde en la Sierra), como elementos obreros y de la pequeña y mediana burguesía. 

El 26 de julio, como bloque político, creó un espacio donde confluían diversos sectores en función de un objetivo común. En el proceso de la lucha revolucionaria construyó alianzas con las otras dos fuerzas que se habían lanzado decididamente por el mismo camino: el Directorio Revolucionario (organización armada de los estudiantes) y el PSP (antiguo Partido Comunista de Cuba, con una tradición un tanto polémica, pero con cuadros disciplinados y capaces que jugarían un papel fundamental en la conformación del nuevo estado). 

Como parte de la ruptura con el orden anterior, la Revolución cubana y su liderazgo político evitaron cualquier tipo de alianza con los principales representantes de las antiguas élites políticas, dejándolos de hecho fuera de la participación en el gobierno y sacándoles las manos de las rentas públicas, que eran una fuente de ingresos importantes para estos partidos y sus personeros.

Al ser el resultado de una configuración clasista amplia, la Revolución cubana de 1959 va a responder ya no a intereses de clase particulares (línea que, por demás, en virtud del atraso y la deformación de la economía y la sociedad cubana, no estaba tan tenuemente trazada y pasaba más, a nivel de la conciencia popular, por una división entre explotados y explotadores). Así, el consenso en torno al proceso se va dar en torno a dos ejes que vienen desde los procesos independentistas del siglo XIX y que son, a mi juicio, centrales en la concepción popular de lo que es la Revolución cubana: la soberanía y la justicia social.

Es en esta clave que se deben leer las principales medidas del poder revolucionario. Como un empeño por recuperar la soberanía y autodeterminación nacional y, en el mismo proceso, saldar las importantes deudas sociales que arrastraba la nación en materia de justicia. Sobre estos puntos se configura la nueva hegemonía del proceso.

Para sustentar este empeño de llevar la justicia social a los sectores más amplios de la población, la Revolución, cuyo carácter y visión socialista se va concretando en hechos antes de presentarse públicamente, asume la creación de un amplio aparato institucional a través del cual el nuevo estado asimilaba la sociedad civil existente y daba respuesta a sus reclamos fundamentales. Desde entonces, una de las claves de la hegemonía de la Revolución pasa por la capacidad de dicho aparato institucional de dialogar y sustentar los anhelos de esta sociedad civil.

En el proceso de transformación de la sociedad cubana, la Revolución se ve obligada a configurar un nuevo sentido común, donde lo colectivo, el internacionalismo, la solidaridad, el socialismo, pasen a ser valores centrales en detrimento del individualismo capitalista y el anticomunismo antes mencionados. Para ese proceso de transformación cultural, son centrales un grupo de elementos de los cuáles podemos mencionar como fundamentales la labor de educación popular desempeñada por el liderazgo de Fidel y otras figuras como el Che Guevara en esos primeros años y la masiva inversión en cultura y educación sin precedentes en la nación. 

Entre 1959-1961 podemos mencionar someramente: la creación del Instituto Cubano del Arte y la Industria Cinematográfica; Casa de las Américas; la imprenta nacional de Cuba (con una tirada inicial de 250 mil ejemplares de El Quijote); numerosas revistas y premios literarios; el Ballet Nacional de Cuba; la campaña de Alfabetización en 1961; cientos de miles de becas educativas de nivel secundario, medio y superior; modificación de la matriz de consumo cultural en los cines, que era el principal medio de consumo popular (del predominio de la producción cultural norteamericana, a cinematografía de numerosos países latinoamericanos y europeos, incluyendo Europa del Este, Asia); esfuerzos por la divulgación de la cultura marxista (polémico, sobre todo porque se usaron también los manuales soviéticos, pero útil de modo general para familiarizar al pueblo cubano con nociones y perspectivas marxistas); reivindicación de elementos de la cultura popular cubana que no eran reconocidos, como la cultura negra; en lo económico se hicieron importantes esfuerzos por diversificar la economía cubana; se trabajó en el fortalecimiento de la conciencia antiimperialista del pueblo cubano, entre muchas otras medidas.

Esta fue una etapa también donde la hostilidad norteamericana acentuó el proceso de radicalización popular. Grupos de bandidos armados operaban en el Occidente y Centro del país, Cuba fue expulsada de la Organización de Estados Americanos y se invocó un mecanismo de asistencia mutua para organizar un cerco y posible invasión al país, se concretó la invasión de Playa Girón en 1961 y ante el fracaso de esta, Kennedy aprobó la Operación Mangosta, que se tradujo en ataques piratas, sabotajes. La famosa crisis de octubre del 62 también significó un punto clave en la organización y autoconciencia popular.

Pero en toda esta etapa, sin duda el elemento central en la transformación profunda de la conciencia popular, del “sentido común” heredado de la república neocolonial y la sostenida influencia norteamericana, fue la propia existencia de la Revolución como elemento transformador de la realidad nacional.

Algunas lecciones de la experiencia cubana para organizar la batalla cultural

Después de la apretada síntesis anterior, se pueden extraer algunas lecciones útiles de la experiencia revolucionaria cubana en los primeros años, válidas incluso hoy para las luchas presentes.

La primera, que puede parecer una verdad de Perogrullo, pero no está de más señalar es que nunca es fácil afrontar un proceso de cambio profundo de esta naturaleza, más cuando se hace precisamente adversando los poderes fácticos locales y globales. Estas transformaciones profundas se deben asumir entendiendo que se harán en lucha activa con estos poderes. 

Para un proceso revolucionario es fundamental transformar el sentido común liberal imperante. Para esto es preciso someter a crisis la totalidad de la lógica liberal que sustenta este discurso. En el plano de las ideas, dar la batalla contra manifestaciones parciales de la “conciencia” capitalista, no ataca en esencia los núcleos fundamentales de reproducción simbólica del sistema. Por esto, en la batalla mediática, que es central, no podemos pensar en dar una batalla contra el sistema que no sea, también, en contra de los conceptos fundamentales que estructuran su visión y dominación del mundo (Ej: democracia, libertad, interpretación histórica, relaciones de producción, clases, etc) Para esto es fundamental que la práctica política y el discurso se correspondan. Para transformar la noción de democracia burguesa, es preciso crear y ampliar los espacios de participación popular directa, entender la democracia también como el acceso a las oportunidades de desarrollo humano y a los servicios básicos que garanticen la calidad de vida, tanto la salud y la educación como la cultura y el deporte.

El papel central de la movilización y la educación política en la formación de una conciencia de clase y un sujeto histórico consciente. No podemos carnavalizar ni simplificar nuestras luchas.

La importancia de la formación del pensamiento crítico en los sectores populares. Sin negar la Revolución también como un acto emotivo donde la oratoria y el liderazgo carismático juegan un papel importante.

Es preciso trabajar en la construcción de la mayor unidad posible entre las fuerzas revolucionarias. En la historia de la Revolución la figura de Fidel jugó un papel esencial como elemento aglutinador. Pero no fue solo él, sino que fue una lógica indispensable para la supervivencia del proceso.

Y, por último, aunque quizás sea la lección fundamental, es preciso asumir la revolución como una posibilidad real e inmediata, cercana, de transformación de la realidad. Una izquierda que ve la revolución como un horizonte utópico y remoto, no podrá hacerse cargo jamás de la inmensa tarea de transformación del presente que resulta indispensable. Es de hecho una izquierda que, cómodamente, evade sus responsabilidades históricas y las posterga de forma indefinida.

Organizar la batalla cultural, transformar las consciencias y el “sentido común” de sociedades y épocas, implica entonces la simbiosis de un programa revolucionario con una práctica política y simbólica coherente, que apunte a dinamitar el orden establecido. La Revolución cubana es solo una de las fuentes para obtener las lecciones indispensables en esta batalla que todas y todos debemos dar.

(*) José Ernesto Nováez Guerrero: Escritor y periodista cubano. Miembro de la Asociación Hermanos Saíz (AHS). Coordinador del capítulo cubano de la Red en Defensa de la Humanidad. Rector de la Universidad de las Artes


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