Chile intoxicado: música basura para la infancia.

Música urbana, infancia y narcocultura.

por Juan Carlos Poveda/Ciper Chile*.

 «Chocha, culo, teta, llegamos bien ready pa’ la discoteca…», cantan en “Nadie que lo pare” Chuchu Retro, Bryan 357 y Andresito Otro Corte, cultores chilenos de lo que se entiende ampliamente como «música urbana», compleja y diversa gama de estilos musicales de base electrónica y vocal que convoca el interés de la academia musical solo para aborrecerla [ver más en CIPER Opinión 25.01.2023: “«Urbanos»: No sólo se trata de música (ni de ‘likes’)”].

En el género, aquella es una frase que no escandaliza, así como tampoco la muestra recurrente dentro del videoclip de algunos elementos de poder e identidad de la narcocultura que abundan en este tipo de producciones: armas de fuego sofisticadas, dinero en efectivo, mujeres atractivas, autos de alta gama, vestimenta de lujo —ropa, relojes, joyas y zapatillas—, y explícito consumo de alcohol y drogas frente a la cámara. Pero, ¿qué sucede cuando, junto a estos elementos, figuran menores de edad que en algunos casos no superan los 5 años?

En el videoclip de “Pobre diabla” es posible ver al ya mencionado Andresito Otro Corte fumando marihuana, vistiendo collares de oro y relojes de gran tamaño, cantando en una tina con espuma mientras les toca el trasero a dos bailarinas en colaless. Al momento de grabar ese video, el chico tenía 14 años. Entre autos de lujo, varones adultos que lucen dinero en efectivo, cuatrimotos y bailarinas (vestidas ahora con pasamontañas), figuran también menores de distintas edades, posando para la cámara con el dedo medio levantado, mirando con admiración todo aquello que podrían llegar a ser sin necesidad de ir a la escuela, «portarse bien» ni conseguir un trabajo precarizado.

Los dos videos mencionados, superan el millón de views en YouTube. Los comentarios son, en general, entusiastas: «Mucha Gente los envidia Y MUCHOS LOS AMAMOS por que son originales tienen tremendo estilo MILLONARIOS fama de todos ME ENCANTAN», por ejemplo.

También están Yordano el Menor, Gabo el Chamaquito, Bastián la Amenaza, Chiko Mateo, Engel Baby, Chiko Ferny y Martina Channel (esta última, no obstante, con algunas canciones portadoras de mensajes más constructivos). Sus producciones circulan libremente por YouTube, plataforma con sofisticados sistemas de detección de posibles vulneraciones a la propiedad intelectual, mas no de contenido, y que en el caso de los videoclips de las estrellas urbanas mencionadas a todas luces atentan contra la política de seguridad infantil de la empresa. Se supone que YouTube prohíbe material que contenga «actos dañinos o peligrosos que incluyan a menores de edad». Pero en el mencionado “Nadie que lo pare” vemos sin advertencia alguna a menores manipulando armas y consumiendo una mezcla de Sprite con jarabe para la tos —que ciertos jóvenes buscan por sus componentes de codeína o prometazina—; así como hay evidente sexualización de un menor y su consumo de marihuana en “Pobre diabla”.

Más aún: se vulneran aquí los derechos del niño y niña definidos hacia 1959 por la Organización de las Naciones Unidas, y promulgados con mayor fuerza a nivel internacional a través de la Convención sobre los Derechos del Niño del 20 de noviembre de 1989 (ratificada por Chile el 14 de agosto del año siguiente). Pienso aquí en el derecho «a una vida segura y sana», a «crecer sanas y sanos física, mental y espiritualmente» y a «que no se les obligue a realizar trabajos peligrosos ni actividades que afecten o entorpezcan su salud, educación y desarrollo».

La reacción inmediata de muchos usuarios adultos ante la carga explícita de sexualidad y violencia en los videos del género «urbano» —y me vi yo también en ese grupo— es preguntarse por qué estos circulan libremente por internet sin ser denunciados. Quizás las preguntas deban ser otras: ¿por qué no ir al fondo de este fenómeno y abordar, por ejemplo, las naturalizaciones que permiten estas instrumentalizaciones de la infancia? ¿Por qué no definimos cuál es nuestro grado de responsabilidad en ello? ¿Cuánto de burla clasista hay en las críticas (que, por lo demás, vulnera el derecho de niños y niñas a no ser discriminado/as)? ¿Qué relevancia tendrían estas producciones si en ellas figuraran niñas y niños acomodados? Por ejemplo, ¿qué nos pasaría con un videoclip de estas características filmado en cualquier comuna del sector oriente de la capital?

Como señalan Sebastián Muñoz y Carla Pinochet, se trata de producciones en un contexto adolescente, donde se expresan las complejidades de una subjetividad juvenil que aspira a los consumos globalizados y con un tono reacio a la autoridad y la política formal. Así, estas comunidades se organizan y gestionan a través de prácticas colaborativas potenciadas por las plataformas digitales, a la vez que construyen sus identidades desde un particular modo de individualidad. Ahora bien, en términos de infancia, esta aparece aquí como un actor más, pero las lecturas académicas y del debate público resultan, nuevamente, insuficientes. Se revela entonces una deuda más con la infancia. Se presenta a mi juicio un descuido, un desinterés y desvalorización por una instrumentalización de la infancia que, de no abordarse con urgencia, tendrá consecuencias sociales importantes muy complejas de revertir. La música es un catalizador de identidades. Intentemos que estas sean constructivas y formadoras.

*Musicólogo y académico del Instituto de Música de la Universidad Alberto Hurtado. Doctor en Estudios Latinoamericanos y Magíster en Artes, mención Musicología (Universidad de Chile)

Fuente: https://www.ciperchile.cl/2023/11/21/musica-urbana-infancia-y-narcocultura/


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