Las cenizas del neoliberalismo: fuego, especulación y filantropía.
El fuego evangelizador -en tanto limpieza de infecciones ideológicas- aludía, en aquel contexto, a la libertad en nombre de la nación y a la necesidad de reubicar un “catolicismo corporativo”. Todo en la medida en que el fuego mitológico (horror y terror en la hegemonía visual) era un elemento restaurador de las estéticas integristas. Ello permitía ostentar la firma de su semejanza con los dioses. Tal religiosidad, fue la forma de avanzar en la producción del “milagro chileno” bajo el viraje institucional de la Dictadura y desregular el orden social (AFP, des-sindicalización, pauperización de los derechos).
Una teología llevada a la potencia donde la divinidad fue el “Don de fe” de la Nación. De este modo, la Dictadura se sirvió de un fuego esperanzador, donde el extractivismo -las llamas del capital- no admite regulaciones ecológicas. La tropelía de la desregulación neoliberal fue invocada en nombre del “patriotismo globalizante” que rompe la territorialidad de las élites y mantiene el control rural desde las empresas forestales. Y así, la patronal, coherente con su “catolicismo corporativo”, asume el fuego y no la cruz como martirio.
Los grupos económicos quieren un país sin proyecto, sin trascendencia, ni innovación. Y amén de que no tengan ninguna vinculación -directa- con los incendios del capital, se trata de lugares de extrema pobreza. En suma, fuego y aporofobia. Un ejemplo de subdesarrollo que mantiene a los grupos medios hipnotizados en el mito del crecimiento.
En las últimas horas hemos asistido nuevamente a la mediatización del “horror” como símbolo purificante, admitiendo varios fuegos. Se trata de una novela política con un coro de sarcasmos que habita en la ley de la “reconstrucción nacional”. Un accidente geográfico, la ayuda a los caídos, la Teletón y la Unidad Nacional ante los damnificados fue el dictum anunciado en la liturgia cristiana del cerro Chacarillas. Y así, el fuego inclemente irrumpe como una inquisición que pone llamas a nuestra presuntuosa “modernización galáctica”.
Solo hay patria dónde hay fuego usurpador-restaurador administrado por oligarquías que cultivan “políticas de ruralidad”. Los grupos económicos persisten en un país hacendal, sin proyecto, ni trascendencia, excluido de todo horizonte de derechos, y saben que el fuego es crónico. Ni siquiera hay abandono del ecosistema, la desregulación del modelo conducirá siempre al fuego incontrolable.
Hoy irrumpe esa intrincada mezcla de filantropía y especulación financiera con las tierras siniestradas por el fuego. Por su parte, los matinales emprenderán una comunicación carnavalesca y fiscalizante –“el chofer héroe que paso entre las llamas y salvó a los pasajeros”- oscilarán entre la histeria, y el control visual con el pretexto de la benevolencia. Es verdad, el laissez faire del fuego purgador es el símil de una economía que abrazó la des-regulación infinita. La ausencia de toda prevención estatal contra todo ecosistema. En suma, la filantropía nos devuelve a ese “Chile de palo y bizcochuelo”, dulcificado por el relato de la modernización (realismo, disciplina y consumo) en puntos de crecimiento.
En alguna medida, más allá de la voraz adversidad climática, de las altas temperaturas y las pérdidas humanas y materiales (viviendas, muertxs y albergadxs), la chilenidad de emprendedores que manejan recursos estacionarios –otra forma de vulnerabilidad e indigencia simbólica-, llevan mucho tiempo quemándose.
Estamos insertos en una “democracia pirómana” que, de un lado, hace de la melancolía la ausencia de futuro y elimina la nostalgia prudencial por el pasado (el lugar de la borradura neoliberal sucedió en Chacarillas) y, de otro, una invitación al emprendimiento universal bajo la anarquía de la acumulación.
Hemos oídos todo tipo de teorías surrealistas sobre los orígenes del fuego. Desde acciones de inteligencia hasta los intereses que se pierden producto de la decisión de latifundistas enfurecidos con el gobierno hasta grupos originarios autonomistas. No faltarán las hipótesis del fuego justiciero -bíblico- contra un país perforado por narcos, violencia y migración. La cobertura de los medios abundará en la inclinación de sus “gerentes salvajes” y la industria mediática va reforzar un “teoría de la intención” centrada en acciones humanas (“fueron 5 vándalos”, “Michimalonco”) y temperaturas increíbles que dieron lugar a una conjunción inédita (naturaleza monstruosa).
Mientras tanto “bomberos empobrecidos” son lanzados al horno de fuego todos los días. En medio de estas lenguas de fuego resulta agraviante insistir en la tesis del “milagro chileno” con sus credenciales de progreso. No podemos seguir ocultando nuestra inerradicable condición pordiosera. Mueren bomberos, brigadistas, policías, pero en ningún caso empresarios, especuladores, políticos y guionistas del control visual. Muy pronto, y a no dudar, va a aparecer la comisión de los expertos (el “cántico de la angelología”) ofertando un plan de promesas reestructuradoras y sugiriendo la transferencia a privados –dado los riesgos de los terrenos siniestrados. ¡Quién sabe! ¿La responsabilidad recae en las napas secas de nuestro neoliberalismo criollo? Y es curioso, el fuego será la nueva forma en que el capitalismo financiero pondrá en práctica otras formas de lucro y acumulación de activos; se abre un nuevo nicho de ganancias y clúster de mercado.
De otro modo, el fuego es el último recurso del neoliberalismo para detener nuestra desesperación, y una venerable bancarización de la vida cotidiana. Luego de ello, militarización del territorio siniestrado, toques de queda y cuerpos pobres (“contables en fosas”) bajo el control elitario.
Y a no dudar; cuando se vaya el inclemente viento brotará un ejército de expertos que “condenaran” a la tierra y abogaran por los beneficios de otra oleada privatizadora. Esa será la hora de la técnica donde los consejeros de la especulación financiera -semiólogos de la economía neoliberal- se quejarán por no haber sido escuchados a tiempo sobre materias de cambio climático. En medio del llanto desolador, vendrán las “colectas y la cadena solidaria”.
Por fin, la hiper visibilidad de vender bosques quemados para la industria inmobiliaria -seguros, edificios, carreteras- es un dato popular, denunciado en las redes sociales y por una ciudadanía que toma nota de ganancias y manufacturas de tierra quemada. Ponce Lerou -como figura filantrópica de la clase política- es el agente inmunitario del capital. Ahí es clave el fuego como vieja y nueva clave colonialista de asentamiento. Desde el 2001 venimos asistiendo a un uso indiscriminado de los estados de excepción, estado de emergencia, “toques de queda”, etc.
El fuego como la vieja práctica del asentamiento colonial que hoy reclama formas incestuosas de modernización. El capital incendia porque ello se debe a su dinámica. Lejos de la tesis medial de la “intencionalidad”, se trata de la acumulación de capital. Pero ahora expuesta a plena luz. En buenas cuentas, son los propios grupos empresariales quienes exhiben las dramáticas imágenes de Viña del Mar.
El Estado no maneja capitales culturales, ni legitimidad. El capital incendia. Incendia para vender tierras quemadas y abaratar nuevamente los salarios reales porque todo debe ser tercerizado. Luego vendrán las clasificadoras de riesgos, las aseguradoras, las inmobiliarias, las carreteras licitadas, y un tropel de especuladores bancarios. Y así, el capital se yergue sobre una violencia permanente, que no es sino, la renta infinita cifrada en el fuego descontrolado.
Fuente: https://lavozdelosquesobran.cl/opinion/las-cenizas-del-neoliberalismo-fuego-especulacion-y-filantropia/04022024
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«Los grupos económicos persisten en un país hacendal, sin proyecto ni trascendencia, excluido de todo horizonte de derechos»
Ese es el Chile al que aspira el Chile Vamos y Republicanos. Les acompañan convenientemente, la ex concertacion, el FA y el PC. La clase política neoliberal que tiene al país convertido en un gran mercado.