Quilpué: Una crónica para no olvidar la catástrofe y sus daños.

Quilpué a dos semanas del incendio forestal más mortífero en la historia reciente.

Al escribir esta crónica se han cumplido dos semanas del catastrófico incendio que afectó a diversos sectores poblacionales de Viña del Mar, Quilpué, Villa Alemana y otros lugares de la Quinta Región.

Para poder observar en el terreno mismo como está la situación en estos momentos, acudí hasta uno de los sitios afectados, la Población Argentina, ubicada a la altura del paradero 32 del troncal urbano, hacia el lado sur y en la parte alta, entre los sectores denominados San Gregorio, Valencia y Pompeya, en la comuna de Quilpué, que abarca alrededor de cuatro cuadras a la redonda.

Llegando al lugar siniestrado me encontré con una barrera custodiada por una pareja de Carabineros que impide el tránsito de vehículos particulares hacia la población siniestrada, con el objeto de permitir, principalmente, la buena circulación de camiones y maquinaria dedicada al retiro de escombros. Así, lo primero que pude observar fue la ausencia casi total de escombros, tanto en las calles como en los terrenos siniestrados.

Todo el sector parecía una zona devastada por un bombardeo, con muchas carpas en los distintos sitios junto a restos de muros y metales de lo que hace algunos días atrás eran casas.  Quienes estaban trabajando en el sector eran los propios pobladoras y pobladores afectados, pudiendo constatar la ausencia casi total de grupos de voluntarios.

«Desde los primeros días llegaron muchas personas voluntarias que cooperaron intensamente con la limpieza y el retiro de escombros del lugar, mucho antes que empezaran a aparecer algunos funcionarios del gobierno o de las instituciones del Estado», me comenta una vecina, agregando que «en el caso de mi sitio, donde estaba mi casa, al segundo día vinieron un grupo de compañeros del trabajo para ayudarme, también llegaron algunos familiares y amigos; esto mismo pasó en casi toda la población». También me cuenta que el fin de semana pasado llegó «una cuadrilla de jóvenes del Wanderers, venían casi todos con las camisetas verdes y con banderas, ellos trabajaron muy bien, con mucha energía y en pocas horas limpiaron muchos sitios y sacaron los escombros dejándolos ordenados en las calles, pero como le digo, esto fue durante toda la primera semana y media; después, con las medidas que aplicaron, como el toque de queda y la prohibición de circular en determinadas horas para permitir que llegaran a retirar los escombros, los camiones pudieron hacer la pega con mucha más facilidad, pero como le decía todo ese trabajo fue hecho por las personas que voluntariamente llegaron a trabajar junto con los pobladores, por eso es que usted ve que las calles están así, bastantes limpias y libres de escombros«.

Los escalofriantes relatos entregados por esta pobladora relacionados con las características y la magnitud de lo vivido durante la noche del día viernes dos de febrero y la madrugada del sábado tres, incluyendo el deceso de a varios vecinos y vecinas, como también la muerte de numerosas mascotas, unidos a la desesperación de evacuar el lugar en medio de las llamas, el humo, el caos y el pánico por escapar con vida en medio de ese infierno, me dejaron sin aliento al escucharlas en forma directa y en el mismo lugar donde ocurrieron. No es el caso reproducir en esta crónica los detalles de lo narrado por esta muchacha, pero todos hemos visto las imágenes de este megaincendio trasmitidas a través de los medios de comunicación y las redes sociales para dimensionar lo relatado y sabemos que, hasta el momento, 132 es la cifra oficial de personas fallecidas, pero todavía hay una decena más de personas que continúan como desaparecidas, lo que da cuenta de un drama de proporciones muy grandes.

Al consultarle respecto a si tenía posibilidades de recibir bonos de ayuda y si había sido encuestada con tal objetivo me contestó afirmativamente, agregando que «para mí la ayuda más importante que he recibido ha sido de parte de mis compañeros de trabajo, porque ellos llegaron altiro en masa a ayudarme y traerme mercadería, también del sindicato de la FENATS me trajeron ayuda, porque yo trabajo entregando remedios en un consultorio del Servicio de Salud. La jefatura también se portó un siete, porque me dieron treinta días de licencia para que pudiera dedicarme a limpiar mi sitio y para hacer todos los trámites que se necesiten. Yo estoy aquí en mi sitio todos los días, vengo a seguir limpiando y arreglando porque ya luego empezarán las clases en marzo y el invierno está a la vuelta de la esquina. Tengo que moverme rápido y tengo que conseguir los medios para comprar una casa prefabricada, la más económica posible, porque tengo que tener un techo para mí y mi hija, no puedo estar esperando la posibilidad de que me entreguen una vivienda de emergencia y la solución de una casa definitiva, de construir algo más sólido, como lo que yo tenía, eso será a más a largo plazo. Por eso bienvenida sea toda la ayuda que llega, ya sea de bonos y de aportes que están haciéndome amigos, amigas, conocidos y conocidas de mis amigas y, dentro de esta desgracia me siento afortunada, porque no estoy ni me siento sola. Por lo que yo he visto y conversado con otras vecinas y vecinos estamos todos en la misma. Usted puede ver que hay varios que ya empezaron a levantar sus mediaguas, pero por ahora, la mayoría estamos durmiendo en carpas».

 

Es notable la fuerza de esta madre que, con una tranquilidad y un optimismo admirable, me muestra el sitio vacío con las huellas del incendio plasmadas sobre la tierra ennegrecida y algunos restos de concreto y metal de lo que antes era su casa, mientras al mismo tiempo que me va explicando cómo piensa construir y distribuir su futuro hogar, explicándome que «ahora estoy nivelando el terreno para poner la casa allí arriba, más abajo quiero construir el baño, pero más grande que el que tenía, en una especie de piececita donde tenga el lavadero y un lugar para colgar la ropa bajo techo en el invierno; más hacia abajo, donde había un parrón y otros árboles frutales como una higuera, un durazno y un ciruelo y también había unas matas de tunas, estoy haciendo unas terracitas para hacer unas huertas y colocar plantas; como la ladera del terreno es inclinada estuvimos con ustedes ahora arreglando y moviendo la tierra suelta, dándole una inclinación más pareja y después hay que mojar la tierra y aplastarla bien. Incluso me regalaron varias plantitas, de flores y todo eso, entonces también voy a hacer un jardincito. Yo no pienso echarme a morir, tengo una hija que entró a estudiar a la universidad y tenemos que salir adelante no más».

Me cuenta, además, que muchas casas de esa población son fruto de una antigua toma que después fue regularizada y urbanizada, pero no es el caso de ella y otras cuatro familias que colindan con su terreno, por lo que, pese a que han tratado de que les regularicen sus terrenos, todavía no lo han logrado «claro que este sitio era de mi papá, está registrado, por eso nos dieron el bono, él lo cuidó por mucho tiempo y hace más o menos tres años atrás decidimos independizarnos con mi hija que ya había terminado la enseñanza media y nos vinimos aquí, donde fuimos construyendo y arreglando día a día nuestra casa, con mucho esfuerzo, pero con mucho entusiasmo también, pero, en un abrir y cerrar de ojos no quedó nada con el incendio, pero bueno, como ya le decía antes, hay que seguir luchando y tirando para arriba.»

Mientras conversábamos llegaron unos funcionarios de la Municipalidad de Quilpué entregando un par de cajas con elementos de higiene personal y de aseo domiciliario. Aprovecho de preguntarle si es la primera ayuda que reciben del municipio y me comenta que «ya nos entregaron otra caja con mercadería y ahora me dijeron que seguirían entregando otras cosas y mercadería en forma periódica, con la idea de que el dinero que recibamos lo destinemos solo para la compra de materiales de construcción». Algunos minutos más tarde, alrededor de las 14 horas, un grupo de personas se acercó a ofrecernos colación. La vecina me comentó que en este caso «son personas voluntarias que vienen de algunas ollas comunes, de juntas de vecinos, pero también viene gente que son de una misma familia que prepara almuerzo en su propia casa y trae las bandejas con las colaciones que distribuye directamente recorriendo los distintos sitios de la población y le entregan a las pobladoras y a los voluntarios que están allí trabajando en ese momento. Por eso, la comida no nos ha faltado, hay mucha solidaridad».

En la tarde, cuando me voy retirando del sector, observo una patrulla de militares con trajes camuflados y fusiles automáticos que se desplaza a paso lento recorriendo las calles de la población y aprovecho de preguntar a un vecino que encuentro e mi camino si los uniformados han participado en la remoción de escombros y/o en la limpieza de los sitios, pero la respuesta es negativa «No, ellos hacen rondas a veces, pero no los he visto con palas o chuzos trabajando, andan con sus armas a cuestas no más, pero igual sirve su presencia por aquí» señala.

Teniendo en cuenta el relato entregado por esta vecina de la Población Argentina se puede deducir que, una vez más, antes que comience a desplegarse la ayuda del Estado, del gobierno y de las instituciones, son los propios pobladores y pobladoras que solidaria y voluntariamente acuden de forma inmediata en ayuda de sus pares.

Esta crónica es muy particular y como tal debe ser leída, pues representa la realidad de una determinada población siniestrada, de un sector acotado en relación con los diferentes lugares y territorios afectados por el megaincendio, por lo que lo expuesto acá no puede generalizarse ni extrapolarse a otras realidades, pero es una descripción de lo que pude observar y constatar en forma directa en este lugar específico de la comuna de Quilpué a dos semanas de producida esta catástrofe

18 de febrero, 2024. 

Fuente: https://resumen.cl/articulos/cronica-quilpue-a-dos-semanas-del-incendio-forestal-mas-mortifero-en-la-historia-reciente


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