Militarización yanqui, prostitución y violencia sexual.

El imperialismo sexual revisitado.

La prostitución forzada es una característica típica de los lugares donde se instala una base militar de Estados Unidos.

En mi informe a la Comisión Histórica del Conflicto Armado y sus Víctimas utilice el concepto “imperialismo sexual” que se empezó a citar en diversos lugares del mundo a la hora de referirse a las agresiones y violencia de índole sexual realizada por los Estados Unidos donde quiera que sus fuerzas armadas se implantan. Esta noción forma parte del acervo crítico del pensamiento antiimperialista. Cuando lo utilizamos dábamos a entender que el imperialismo se manifiesta en los diversos planos de la vida social (económico, político, ideológico, cultural, racial, ecológico…), incluyendo la apropiación, saqueo y mercantilización sexual de los cuerpos, principalmente de las mujeres jóvenes, de los lugares que son sometidos. Esta expoliación sexual empieza en el propio país imperialista (y nos centramos en Estados Unidos, aunque no sea el único caso) donde sus militares-hombres violentan a sus propias compañeras y compañeros de armas. En efecto, en 2021 el Pentágono informó que desde 2006 se reportaban veinte mil casos de agresión sexual a miembros de las fuerzas armadas de Estados Unidos por otros militares. Los agredidos son jóvenes, heterosexuales, mujeres y miembros de minorías sexuales. 

Las causas de dicha violencia sexual son múltiples: el machismo, por aquello de que los militares deben demostrar que son hombres y esto, se supone, que se expresa en apropiarse del cuerpo de los otros y otras; el alto consumo de alcohol y alucinógenos en las bases militares; misoginia y desprecio hacia las mujeres (el 80 por ciento de esas fuerzas armadas están formadas por hombres). El abuso es tan normal y cotidiano contra las mujeres que el 55% de las militares de Estados Unidos fueron agredidas y en algunas unidades militares ese porcentaje se eleva al 80%.  La violencia sexual es tan cotidiana y omnipresente en las fuerzas armadas de los Estados Unidos como los McDonald’s y la Coca-Cola que se ha convertido en una conducta aceptada y normalizada, hasta el punto de que El Pentágono, y no podía haber una fuente más directa y oficial, reconoce que desde 2010 hasta 2021 unos 135 mil miembros del servicio activo de los Estados Unidos han sufrido agresiones sexuales (65.400 mujeres y 69.600 hombres) y unos 509.000 miembros han soportado acoso sexual[1]. Dentro del propio ejército han sido violadas y asesinadas mujeres, como aconteció con Vanessa Guillen de 20 años que corrió tal suerte a manos del militar Aaron David Robinson, quien tenía antecedentes de violencia sexual y tras ser descubierto se suicidó[2].

Las agresiones sexuales tienen una “ventaja jurídica” porque la decisión de llevar a juicio a un militar corre por cuenta de otro militar, un comandante, quien puede efectuar un procesamiento acelerado. Son esos comandantes los que deciden cómo se imputará a una persona y otras decisiones judiciales, que debían ser responsabilidad de jueces y fiscales civiles. Hasta 2013 era tal el poder de los comandantes que podían anular la condena del jurado, pero en ese año el Congreso les quitó esa potestad. Sin embargo, todavía son esos comandantes los que deciden si debe llevarse a juicio a alguien acusado de agresiones sexuales.

En una palabra, predomina la impunidad. Y no solo eso, sino las represalias para quien se atreva a denunciar la violencia sexual. Así, «más del 60% de los hombres y mujeres que denuncian una agresión sexual en el ejército pueden sufrir represalias. Esa represalia suele ser el final de una carrera. A una de cada tres mujeres que denuncian una agresión sexual en el ejército se les obliga a abandonar su carrera en el lapso de un año desde la denuncia»[3].

En conclusión, dentro del propio ejército los altos mandos protegen a los agresores sexuales y ellos mismos lo son, incluyendo a generales. Esta complicidad se convierte en un efecto de demostración positivo para toda la tropa, la que considera que, como parte de su condición de militar al servicio de los Estados Unidos, la violación es un derecho y un deber patriótico. Si eso sucede dentro de los propios Estados Unidos, lo que hacen esos militares en los países sometidos o donde hay bases militares de ese país, es perfectamente explicable a partir de lo que se aprende en el ámbito doméstico. En las 1250 bases militares que Estados Unidos tiene desperdigadas en los cinco continentes, más los países que han sido ocupados durante años por sus tropas y mercenarios, es una norma aceptada, aunque no esté escrita en ningún papel, el derecho a expoliar, poseer, violentar y destruir los cuerpos y vidas de los dominados. Formaría parte de un excepcionalísimo estadounidense de privilegio sexual que justifica la violación por parte de sus militares de las mujeres que se encuentran en las zonas de guerra o en cercanías de las bases militares. En el caso de estas últimas dicho privilegio sexual se sustenta en el principio explicito que sí esos militares están liberando a las mujeres de la opresión, como contrapartida deben devolverles o pagarles el favor dejándose violar.

Para empezar, en esas bases y países invadidos las primeras que deben protegerse son las militares del ejército de ocupación. Esto se evidencia en Irak y Afganistán, en donde era tal el riesgo de que las mujeres-militares fueran violadas que ellas cuando iban al baño debían ir acompañadas o, peor aún, portar cuchillos y otras armas para defenderse. Estas prácticas de violación a las mujeres-soldados por hombres-soldados no es nueva, puesto que ya era recurrente en Vietnam en las décadas de 1960 y 1970, cuando fueron violadas al menos un 30% de las mujeres del ejército invasor[4].

De ahí para abajo, no es difícil imaginar lo que los soldados, y también las soldados-mujeres, les hacen a los habitantes locales, sujetos a merced de los ocupantes, invasores, o miembros de las bases militares implantadas en un territorio determinado. Allí es donde empieza a operar el imperialismo sexual propiamente dicho. Como parte del arrasamiento de aquellos declarados “enemigos”, a los que por definición racista se considera inferiores o animales a quienes puede exterminarse, torturar y violar. Ese es un rasgo característico de los militares de los Estados Unidos desde finales de la Segunda Guerra Mundial, cuando se expande por el mundo entero, dejando a su paso un saldo de horror, muerte y violencia, incluyendo en un primer plano la sexual. Este no es un componente secundario o derivado, forma parte consustancial de la dominación y aplastamiento de los que son sometidos, cuyos cuerpos son también un botín de guerra, al que hay que estrujar y destruir.

Son varias las expresiones del imperialismo sexual, entre las que cabe nombrar prostitución y proxenetismo, violaciones y agresiones sexuales, obligación de convertirse en damas de compañía, torturas, vejaciones y maltratos… Examinemos algunas de esas características, recurriendo a ejemplos históricos concretos y los cuales están perfectamente documentados

Prostitución forzada

Hay una característica típica del espacio social y del paisaje geográfico en donde se instala una base militar de los Estados Unidos, propia por lo demás de las economías extractivas. Por eso, cabría decir que un rasgo central del imperialismo sexual es su carácter extractivista (sí, extractivista de placer, goce, juventud, vida que deja a su paso, como en la actividad minera, arrasamiento, destrucción, dolor, contaminación de los cuerpos de las jóvenes y de las comunidades a las que pertenecen). Ese extractivismo sexual tienen como principal manifestación la prostitución de las niñas y adolescentes del entorno espacial cercano, como se evidencia en centenares de lugares del mundo, en donde Estados Unidos ha extendido sus garras. Mencionemos el ejemplo de Corea del Sur. Allí se creó un brutal comercio sexual, forzado, para beneficio de los soldados estadounidenses.

Luego de concluida la Guerra de Corea (1950-1953), y cuando Estados Unidos ocupó el sur de la península, sus soldados y marines necesitaban carne joven para satisfacer sus incontenibles apetitos sexuales. La solución, por supuesto, fue someter a las coreanas, campesinas, jóvenes y humildes, a quienes bautizaron con el eufemismo “mujeres de consuelo”, término usado ya antes por los ocupantes japoneses. El propio gobierno de Corea del Sur las ofreció a los soldados de Estados Unidos durante la guerra y lo siguió haciendo después, hasta la década de 1970. Así las cosas, existían “unidades especiales de mujeres de consuelo” destinadas a los soldados surcoreanos e incluso había “estaciones de consuelo” para las tropas de la ONU, que durante la guerra de Corea estaban dirigidas por estadounidenses. Una investigación periodística sostiene al respecto: “En la posguerra, muchas de estas mujeres trabajaron en las gijichon, o ‘ciudades-campamento’, construidas alrededor de las bases militares estadounidenses”. El objetivo para el gobierno coreano era “‘justificar y fomentar’ la prostitución en las ciudades-campamento para ayudar a Corea del Sur a mantener su alianza militar con Estados Unidos y ganar dólares estadounidenses”.

Se procedía a cazar, literalmente, a las mujeres y obligarlas a prostituirse en terrenos aledaños a las bases militares de los Estados Unidos, esa labor corría a cargo de proxenetas coreanos, con el respaldo del alto gobierno. Para facilitar la prostitución forzosa, en 1961, “la provincia de Gyeonggi, la zona populosa que rodea Seúl, consideró ‘urgente preparar instalaciones masivas para las mujeres de consuelo con el fin de proporcionar consuelo a las tropas de la ONU o levantarles la moral’”, según lo dicen documentos oficiales. Además, “el gobierno local dio permisos a clubes privados para reclutar a esas mujeres con el fin de ‘ahorrar presupuesto y ganar divisas’. Estimó que el número de mujeres en su jurisdicción era de 10.000 y seguía creciendo, y calculó que les prestaban servicios a 50.000 tropas estadounidenses”[5].

Las calles en donde se establecían las “mujeres de consuelo” estaban llenas de prostíbulos, bares e iluminación nocturna. Allí llegaban los soldados, que salían de las bases militares situadas a poca distancia, y compraban con dólares los favores sexuales de las jóvenes coreanas. Lo llamativo del caso es que ese era un lucrativo negocio para el régimen coreano, que recibía grandes cantidades de dólares por la venta de sus esclavas sexuales. Por ejemplo, en 1970 ingresaban a Corea del Sur por la presencia de Estados Unidos, incluyendo el comercio sexual, 160 millones de dólares, cifra importante porque en ese momento las exportaciones totales del país ascendían a 835 millones de dólares, es decir, casi el 20% del total de ingresos por exportaciones.

Las mujeres eran esclavizadas y se les confinaba en campamentos, con la finalidad de controlarlas, evitar que se escaparan, someterlas durante años e impedir que las enfermedades de transmisión sexual se difundieran afuera de esos enclaves del placer forzado. Y, lo peor de todo, era una forma de que los delitos y abusos de los soldados de los Estados Unidos contra esas mujeres y otros delitos derivados de la prostitución no fueran conocidos por el resto de la sociedad y no se expandieran de manera incontrolada y peligrosa. Como quien dice, el régimen coreano toleraba y aceptaba la violencia física y no solo sexual contra sus mujeres, con tal de que eso fuera un asunto interno de los campamentos a donde ellas estaban recluidas. Esa violencia llegaba hasta el asesinato, porque entre 1960 y 2004 soldados estadounidenses asesinaron a 11 trabajadoras sexuales en Corea del Sur.

Cuando se descubría que las mujeres portaban alguna enfermedad contagiosa se les confinaba en otros campamentos-prisiones, para mantenerlas aisladas. A las prisioneras se les aplicaban grandes dosis de penicilina, tanta que algunas murieron por “Shock de penicilina”, un apelativo benigno de la sobredosis que soportaban. No sorprende que esos mismos campamentos fueran el epicentro de los “mercados negros” que prosperaron allí y que tantos dólares proporcionaron a la economía coreana, para su posterior despegue como país industrializado, de lo que hoy tanto su ufana. Esa industrialización está basada, en gran medida, en el sudor, sangre, lágrimas y la mezcla de fluidos sexuales de las jóvenes mujeres ‒extraídos a la fuerza‒ con los de los militares de Estados Unidos. 

La sociedad coreana estaba enterada del tráfico sexual de sus mujeres con los estadounidenses y lo avalaba. Eso lo manifestaba un periódico coreano de la época que decía que esas mujeres eran un “mal necesario, ilegal y cancerígeno”, porque “estas mujeres de consuelo también son guerreras de primera línea para ganar dólares”. En general, “la sociedad tachaba a estas mujeres como yanggalbo, o “prostitutas para Occidente”, y las consideraban como parte del precio de mantener la presencia militar estadounidense en el país después de la guerra, eran simples ‘máquinas de ganar dólares’”[6].

Ahora que Corea es un país del primer mundo, no quiere recordar que su prosperidad actual se logró con el sufrimiento de las mujeres de consuelo, ni se solidarizan con las que aún viven, ni quiere que se sepa la verdad sobre lo sucedido. Por eso, evitan hablar de las mujeres que fueron asesinadas, de las que se suicidaron, de las que fueron contagiadas, de aquellas que quedaron embarazadas por soldados estadounidenses y tuvieron que abortar por el miedo al desprecio que pudieran soportar sus hijos birraciales, o de las que tuvieron hijos con los militares y luego fueron abandonadas.

Violación

Este es uno de los componentes centrales del imperialismo sexual, el más brutal y descarnado, la forma directa de mostrar el poder del ocupante y del que se cree superior y supone que eso le da derecho para apropiarse por la fuerza del cuerpo de niños y mujeres. Es una práctica consuetudinaria de las tropas de los Estados Unidos en los últimos 75 años, tanto en los países ocupados militarmente (Vietnam, Irak, Afganistán…) como en aquellos en que existen base militares de ese país (Colombia, Corea del Sur, Japón, Puerto Rico, Honduras…).

El caso más sonado y mediático ha sido el de Irak, conocido por las fotografías de Abu Ghraib tomadas en 2003. Eso fue solamente la punta del iceberg de una práctica constante de los Estados Unidos, en las que participaron hombres y mujeres de su ejército, ambos igualmente sádicos. Al hablar de imperialismo sexual se recalca con este caso que los militares del país imperialista, Estados Unidos, exhiben su arrogancia racista, clasista, y criminal y eso lo hacen tanto hombres como mujeres que portan el sello de pretendida superioridad y de desprecio hacia los habitantes locales de los territorios ocupados o donde hay bases de Estados Unidos.

En esta medida, lo sucedido en Irak cuestiona la corrección política de genero de cierto feminismo liberal que pinta a todas las mujeres como víctimas y a todos los hombres como victimarios, cuando lo que vemos es que mujeres-soldados agreden y violentan sexualmente a los prisioneros. Este elemento debe tenerse en cuenta a la hora de examinar la relación que hay entre género y dominación imperialista, que resalta el asunto de la dominación externa por encima de las cuestiones de género. En las guerras de agresión de Estados Unidos sus soldados, sin importar si son hombres y mujeres, se comportan de la misma manera en el ámbito sexual, aunque algunas de esas mujeres soporten ellas mismas agresiones sexuales por parte de los militares-hombres, con los cuales se entienden muy bien cuando se trata de torturar a los prisioneros iraquíes. En términos estratégicos existe una afinidad entre los hombres y mujeres de los Estados Unidos que acepta la inferioridad de los enemigos y que sus cuerpos se conviertan en botín de guerra; una afinidad que torna secundarios los asuntos de género, domésticos en el seno del ejército de los Estados Unidos, en donde, como hemos visto, las mujeres también son un objeto apetecible de sus colegas hombres.

En Irak, las violaciones no sucedieron solamente en las prisiones, fue una práctica recurrente con la población común y corriente. Al respecto un caso aberrante de sadismo y violencia sexuales lo realizaron un grupo de soldados que mataron la mayor parte de una familia, de la cual quedó viva una adolescente a la que violaron y luego asesinaron. Eso sucedió en 2006, siendo la excusa de los asesinos que eso era producto del stress de la guerra. Ese asesinato de una niña de 14 años, Abeer Qasim Hamza, es un ejemplo de premeditación, frialdad y sadismo de los militares estadounidenses.

«Esta niña tuvo la desgracia de llamar la atención de los seis soldados de EE. UU. que controlaban el puesto de control situado a unos 200 metros de su casa, en la salida de la ciudad iraquí de Mahmudiya, ubicada al sur de Bagdad. Según narra un vecino, Abeer le dijo a su madre el 10 de marzo de 2006 que los soldados habían intentado propasarse con ella. Y Fakhriyah, la madre Abeer, había visto en varias ocasiones cómo se comían con los ojos a su hija, cómo le levantaban los pulgares y le gritaban very good, very good, cuando la joven pasaba por allí»[7].

La madre empezó a sentir pánico de que esos militares le fueran a hacer algo a su hija y le solicitó a un vecino si la dejaba dormir en su casa por las noches, a lo cual este accedió, advirtiéndole que “los soldados estadounidenses no hacen esas cosas”. Claro, lo que hacen es inimaginable para una persona normal, porque esos soldados son psicópatas con uniforme. El día del crimen esos soldados:

«Se pusieron ropas oscuras para no ser identificados, salieron del puesto de control y entraron a la vivienda de la familia Qasim. Metieron a los padres de Abeer y a su hija pequeña de siete años en una habitación contigua y uno de los hombres los mató. Después, tres de ellos se turnaron para violar a la niña. Cuando terminaron le destrozaron la cabeza y le quemaron el torso y las piernas para borrar posibles evidencias»[8].

Este es solo un ejemplo de lo acontecido en el Irak ocupado por parte de sus “liberadores” de los Estados Unidos quienes violaron a sus mujeres, como clara muestra de la “democratización” de la vida cotidiana que llevaron a ese sufrido país. Esto no era nuevo, porque existe un antecedente terrible, el de un país asiático al que Estados Unidos destruyó durante décadas, Vietnam. En este territorio fueron constantes las violaciones de campesinas por militares de Estados Unidos.  Un ejemplo fue lo que se presentó en la tristemente célebre Matanza de My Lai en 1968. Esa masacre se hizo famosa por el sadismo de las tropas de Estados Unidos, pero poco se menciona que, antes y durante la matanza, esos soldados violaron a muchas mujeres y niños:

los soldados abordaron a un grupo de mujeres, incluida una adolescente, llamándolas «putas del Vietcong«, mientras otro militar gritaba «estoy cachondo» y que iba a «ver de qué estaba hecha» la joven. Cuando comenzaron a tirar de su blusa para desnudarla, la mujer mayor, quizás su madre, les mordió las manos, les dio patadas, «luchó con dos o tres hombres a la vez«, tratando de impedírselo, sin éxito: desnudaron a la niña y la agredieron sexualmente. Luego las mutilaron (había cuero cabelludo de una de las víctimas entre los enseres de uno de los soldados, entre otros «trofeos»), las mataron y lanzaron granadas sobre sus cuerpos[9].

La violación fue una constante en esa guerra de agresión por parte de los soldados de los Estados Unidos. Para los militares era un procedimiento normal y lo ejecutaban, es decir violaban, como si se tratara de una acción legitima y tolerada en la guerra. Esa práctica criminal era tan habitual que existía un término especial para los violadores y asesinos, los denominaban “dobles veteranos”. Entre los testimonios que recogió la investigadora Gina Weaver para su libro Ideologies of Forgetting: Rape in the Vietnam War [Ideologías del olvido: la violación en la guerra de Vietnam] figura el de una niña que fue violada por varios soldados, y el último que la violó luego la mató con un disparo en la cabeza. Después:

«Dos soldados norteamericanos arrastraron a una mujer joven desnuda fuera de la choza. El soldado que realizó este testimonio dijo que la violación fue “un buen SOP (procedimiento operativo estándar)”. Luego, arrojaron a la mujer a una “pila” de “19 mujeres y niños”, y los soldados “abrieron fuego con sus fusiles automáticos M–16”[10].

En otra ocasión:

Los soldados sacaron a una niña de un refugio antiaéreo y la violaron delante de su familia. El soldado que realizó el testimonio dijo que habían tenido lugar “10 o 15 incidentes de este tipo por lo menos”. El líder del pelotón “aprobó la violación”, las mujeres prisioneras fueron “violadas, torturadas y luego fueron completamente destruidas, sus cuerpos fueron destruidos”. Un sargento dijo a su pelotón: “si hay una mujer en una choza, violarla”[11].

En Vietnam entró en juego la formación ideológica que habían recibido los militares, porque los enemigos, los guerrilleros y campesinos de Vietnam, eran presentados como una raza inferior de gooks [término despectivo para referirse a los asiáticos], eran “objetos” malvados y subhumanos. Eso para todos los vietnamitas y para las mujeres la discriminación se agravaba porque eran consideradas simples objetos sexuales, recipientes a los que se podía penetrar y su función era servir sexualmente a los machos, según la educación misógina que se imparte en los Estados Unidos y se prédica a los cuatro vientos por las iglesias evangélicas. Para esa lógica machista era inconcebible pensar que los soldados iban a ser derrotados, capturados o muertos por una “mujer enemiga”, si se recuerda la gran cantidad de mujeres que formaban parte del Ejército de Liberación de Vietnam. Eso aumentaba la misoginia asesina, de donde se derivaba que con las vietnamitas no podía haber ninguna contemplación. El principio era simple:  había que violarlas y luego matarlas. Este síndrome violador de Vietnam lo van a repetir los Estados Unidos en gran parte del mundo desde la década de 1960.

Torturas y maltratos sexuales

Las fotos de Abu Ghraib son una revelación contundente de un rasgo del imperialismo sexual, los maltratos y torturas infringidos de manera consciente y planificada contra los habitantes de un país ocupado. Y en este caso los antropólogos de la contrainsurgencia usan las características culturales para hacer daño con premeditación. Se trata de realizar torturas y vejaciones en el cuerpo de los colonizados (hombres, mujeres y niños) como una manera de humillarlos, reducirlos e inmovilizarlos. En esas prácticas de tortura participan hombres y mujeres de las tropas de los Estados Unidos. Nuevamente, los asuntos de género pasan a segundo plano, porque lo que se trata es de imponer, mediante el maltrato sexual, la pretendida superioridad del país ocupante y los supuestos valores de grandeza del mundo occidental (libertad, democracia, justicia, derechos humanos y otras linduras por el estilo) a los ocupados y esos valores racistas y discriminatorios son compartidos de igual manera por hombres y mujeres de los Estados Unidos. Eso explica que las mujeres-soldados desempeñen un papel protagónico en las torturas sexuales que se llevaron a cabo en el Irak “liberado” y que ninguna de quienes participaron en esos crímenes de guerra y de lesa humanidad haya dado muestras de la más mínima señal de arrepentimiento. En sus declaraciones no aparece ningún rasgo de ternura, solidaridad, empatía o compasión por parte de esas mujeres-soldados respecto a los agredidos, sino que emergen los peores parámetros de la cultura estadounidense, con su violencia, brutalidad, ignorancia y complejo de superioridad, que le confiere carta franca para torturar sexualmente y reducir el cuerpo del torturado a un objeto al que se le puede hacer lo que se venga en gana.  De manera sádica, esas escenas de tortura sexual muestran la felicidad y el goce que genera el dolor del torturado en los torturadores, el cual justifican diciendo que están librando una guerra contra crueles enemigos.

Las fotos que reproducen esas torturas fueron tomadas por los soldados (hombres y mujeres) de los Estados Unidos para guardarlas como souvenirs particulares, que enviaban en cartas a sus familiares y amigos. Es decir, se trataba de mantener en el recuerdo personal de esos torturadores una prueba material de las “grandes hazañas” de vejación sexual a las que habían sometido a seres humanos indefensos, como si eso fuera algo digno de guardar y difundir. Es una clara muestra de la visión y valores criminales que predominan en los Estados Unidos, con los que intentan legitimar las prácticas criminales del imperialismo sexual.

Entre estas torturas se encuentran el dejar a los prisioneros completamente desnudos durante muchas horas y atacarlos con perros amaestrados mientras están sin ropa; señalar con morbo sus órganos sexuales y obligarlos a que se masturben; las mujeres-soldados les enseñan sus senos con movimientos provocativos; atacarlos con palos y escobas en sus partes nobles; fotografiar a los prisioneros mientras se simulan orgias por parte de los militares; palparles las partes íntimas en forma reiterada; sodomizar a los presos con palos y tubos; obligar a los hombres a vestirse con ropa interior de mujeres… Estas torturas las practican las tropas de los Estados Unidos en forma reiterada en las decenas de cárceles que tienen desperdigadas por el mundo entero, entre ellas la de Guantánamo.

Estas torturas de índole sexual no fueron producto de la casualidad o ocurrencias de ciertos grupos de militares, sino que son resultado de una estrategia imperialista urdida desde las altas esferas del poder estadounidense, incluyendo la presidencia y sus círculos más próximos, la CIA y los contratistas privados. Como parte de esa estrategia estaba claro que debían atacar las “debilidades culturales” de los musulmanes en términos sexuales, puesto que sus costumbres son distintas y los prisioneros no se habían relacionado con mujeres occidentales y nunca habían visto fingir a una mujer desnuda que se les entregaba sexualmente, y no suelen cohabitar con otros hombres desnudos, lo cual se considera inadecuado para sus creencias religiosas.

Era tal el sadismo de esas torturas sexuales que las mujeres-soldados convirtieron sus propios cuerpos en un instrumento de humillación. En una sesión de tortura en Guantánamo una soldado manifestó que su objetivo era doblegar a un prisionero que se refugiaba en los rezos para resistir, diciéndole. “Voy a hacerlo impuro e impedirle que rece” y procedió a desnudarse y a provocarlo con esta frase: “¿No te gustan estas enormes tetas americanas, Fareek?”, e incluso le hace creer al prisionero que lo va a rociar con flujo menstrual[12]

Esto, aparte de generar una sensación de impotencia y de ser una muestra de humillación extrema, ataca de manera premeditada y cruel las creencias y concepciones religiosas, culturales y morales de los prisioneros, quienes ven como se pisotean sus valores más preciados sin poder hacer nada para defenderse.

Es bueno recordar que las torturas sexuales han sido practicadas en los propios Estados Unidos desde hace décadas. En esa dirección un caso a señalar es el de Jon Burgo, un sargento de policía, que supervisaba un “anillo de tortura” en el Departamento de Policía de Chicago. En efecto:

«Desde principios de 1970 hasta la década de 1990, más de 120 hombres de raza negra, en gran parte del sur de Chicago, fueron torturados sexualmente por Burgo y otros oficiales en el CPD. Las víctimas de Burgo reportan haber sido «asfixiados» y recibir «picanas en sus genitales». Algunos fueron atados por días, golpeados, abusados sexualmente y psicológicamente atormentados. Los insultos raciales fueron comúnmente usados para degradar a las víctimas de Burgo. Coincidentemente, Burgo fue educado en los campos de la muerte de Corea y Vietnam, donde se utilizó dinero de los impuestos de los Estados Unidos para afilar sus habilidades racistas, militaristas y de torturador. Las tácticas y estrategias utilizadas por las fuerzas policiales en casa a menudo se aprendieron en el extranjero» [13].

Como puede observarse, las prácticas criminales del imperialismo sexual se retroalimentan mutuamente por “aprendizajes externos” de los soldados del imperio en sus interminables y permanentes guerras de agresión en todo el mundo ‒en donde sobresalen las “escuelas” del sudeste asiático‒, tanto como por las experiencias internas en el territorio de Estados Unidos contra una parte de sus propios habitantes, como ha sucedido con indígenas y negros desde los tiempos de la dominación inglesa.

Tolerar y proteger los abusos sexuales de sus súbditos locales

La depredación sexual que realizan los militares de Estados Unidos en los lugares que invaden o en las zonas circundantes en las que hay bases militares de su país es un aliciente para las fuerzas represivas locales. En la práctica, Estados Unidos tolera, fomenta, respalda, protege y calla frente a los abusos sexuales que cometen sus súbditos locales en cada país. Al respecto el caso más evidente es lo sucedido en Afganistán con las violaciones de niños llevadas a cabo por miembros del gobierno títere. Durante los veinte años de la ocupación de ese país, elementos de la policía afgana ‒formada por los estadounidenses con sus estándares de democracia y “moralidad”‒ se solazaban violando niños. Estos eran llevados a las estaciones donde procedían a violentarlos, mientras los militares de Estados Unidos que se encontraban allí mismo no hacían nada, o porque no les interesaba o por órdenes superiores que les impedía intervenir. Lo peor del caso es que eso se justificaba, según el asesoramiento de antropólogos de la contrainsurgencia, porque violar niños forma parte de la cultura de los afganos y eso hay que tolerarlo y respetarlo.  Entre los hechos “culturales”, que el posmodernismo de las tropas ocupantes pregona y tolera, se encuentran violar niños y niñas, convertirlos en esclavos sexuales, atarlos a la cama de sus violadores con cadenas y prácticas similares. ¡Qué sublimes expresiones de la diversidad cultural, que Estados Unidos respeta al pie de la letra!  

Cuando se presentaron casos excepcionales de soldados de Estados Unidos que se negaban a aceptar y tolerar los abusos sexuales, sencillamente se les separaba de los cargos y se les obligaba a abandonar el ejército.

La tolerancia de las tropas de ocupación alcanzó tal cinismo que el coronel Steve Johson dijo alguna vez:  «No se puede tratar de imponer los valores y normas estadounidenses sobre la cultura afgana porque ellos son completamente diferentes. Podemos informar, pero no tenemos ningún poder ni capacidad de usar nuestras manos para obligarles a ser como nosotros vemos que es moralmente mejor»[14].

Estados Unidos, que intervino en Afganistán supuestamente para liberar a las mujeres de la opresión de los Talibanes, toleró y auspicio la detestable tradición del bacha bazi (juegos sexuales con niños, en pastún) que practican los muyahidines convertidos en el poder político durante la ocupación de los Estados Unidos, momento en que aumentó el tráfico de niños y de sus órganos. Esos niños eran secuestrados, asesinados y luego desmembrados. Eso es parte de la libertad y la democracia que lleva Estados Unidos por el mundo entero.

EL IMPERIALISMO SEXUAL MÁS ALLÁ DE LA GUERRA

La tortura sexual y las violaciones no son una práctica aislada de los Estados Unidos que solo pone en marcha en las guerras y en los alrededores de sus bases militares. Reducir el imperialismo sexual a las acciones bélicas deja de lado su generalización a otros ámbitos de la vida cotidiana, dado que en la cultura estadounidense se ha normalizado esas detestables acciones de violencia sexual, hasta el extremo de que están produciendo series televisivas, películas pornográficas y novelas que banalizan el asunto, como si fuera una cuestión perfectamente valida, aceptada y aceptable, que entraría a formar parte de esa excepcionalidad sexual que caracterizaría a los Estados Unidos.

Ese es un resultado elemental del uso extendido de los abusos sexuales por parte de autoridades de los Estados Unidos, como sucede con los agentes de Aduana y de la Patrulla fronteriza contra los migrantes, en donde se han presentado hechos de violación y de agresiones sexuales contra mujeres y niños latinoamericanos. Incluso, esos abusos contra los inmigrantes se están convirtiendo en pornografía comercializable. Al respecto: una nueva y vil serie porno llamada «Border Patrol Sex» presenta una versión ficticia de la violación y explotación que muchas mujeres mexicanas y centroamericanas experimentan al cruzar la frontera entre Estados Unidos y México. Hasta el 80 por ciento de las mujeres y niñas migrantes son violadas durante su cruce fronterizo, por los traficantes que las trafican, por otros migrantes o por funcionarios corruptos de la Patrulla Fronteriza de Estados Unidos. Evidentemente, eso suena bastante excitante para el conglomerado porno MindGeek, anteriormente Manwin, que está detrás de la serie. […] Aquí hay una descripción que provoca náuseas en la página de inicio de «Border Patrol Sex»:

«Mire a estos tipos cazando a las inmigrantes ilegales y dándoles una lección sobre por qué se debe obedecer la ley. Mientras viajan en su SUV, los agentes atrapan a estas universitarias en el campo y se las follan muy duro. Ser follada por un agente de la patrulla fronteriza es una cosa, pero estas chicas no saben que eso no significa que después podrán cruzar la frontera»[15].

Esto no sorprende porque en Estados Unidos existe una tradición de larga data de torturar (y banalizar los tormentos) a todos los que son declarados enemigos, como ahora sucede con los inmigrantes pobres. Esa ideología de odio y desprecio hacia los otros legitima y justifica los crímenes, incluyendo a los de índole sexual. Estos tienen, además, el ingrediente adicional de realzar la superioridad de los machos Made in USA, con su culto a la violencia, al asesinato y a la posesión brutal de los cuerpos de aquellos a los que concibe como inferiores, concepción que es más brutal cuando se trata de mujeres. Ahora, en las cárceles para migrantes operan las características del imperialismo sexual que se ha puesto en práctica en el mundo entero desde hace décadas. La novedad estriba en que emerge una pornografía militarista que fetichiza la violencia y las agresiones sexuales.

NOTAS

[1]. Michael Gabriel Hernández, El Pentágono asegura que 135.000 miembros del servicio activo de EEUU fueron agredidos sexualmente, marzo 7 de 2021. Disponible en: https://www.aa.com.tr/es/mundo/el-pent%C3%A1gono-asegura-que-135000-miembros-del-servicio-activo-de-eeuu-fueron-agredidos-sexualmente/2293012

[2] La soldado Vanessa Guillén fue asesinada a golpes en una base del Ejército, dice el abogado de la familia, CNN, julio 3 de 2020. Disponible en: https://cnnespanol.cnn.com › 2020/07/03 › la-soldado…

[3] Lioman Lima, El enorme problema de las agresiones sexuales en el Ejército de Estados Unidos (y por qué es tan difícil solucionarlo), agosto 2 de 2021. Disponible en: https://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-579109

[4]. Mujeres militares de EEUU cuentan violaciones de sus compañeroshttps://www.reuters.com/article/oestp-eeuu-ejercito-mujeres-idESMAE53G0RY20090417

[5].  Choe Sang-Hun, “El brutal comercio sexual creado para los soldados estadounidenses”, The New York Times, mayo 3 de 2023. Disponible en: https://www.nytimes.com/es/2023/05/03/espanol/corea-mujeres-consuelo-estados-unidos.html 

[6]Ibíd.

[7]. Hernán Zin, Crímenes de guerra: soldados de EEUU violan y matan a una niña, mayo 26 de 2008. Disponible en : https://blogs.20minutos.es/enguerra/2008/05/26/craamenes-guerra-soldados-eeuu-violan-y-matan-una-niaaa/

[8]Ibíd.

[9]Nazanín ArmanianCrímenes De Guerra (I): La Chica De La Blusa Negra, abril 20 De 2022. Disponible en: https://blogs.publico.es/puntoyseguido/7730/crimenes-de-guerra-i-la-chica-de-la-blusa-negra/

[10]Ibid. 

[11]Ibid.

[12]. Citado por Anne-Laure Pineau, Sophie Tardy-Joubert, 16 enero de 2017, Estados Unidos y la violencia sexual como método de tortura. Disponible en: https://www.mediapart.fr/es/journal/international/160117/estados-unidos-y-la-violencia-sexual-como-metodo-de-tortura

[13]Vincent Emanuele, Tortura Sexual: política estadounidense y cultura, enero 9 de 2015. Disponible en: https://www.telesurtv.net/opinion/-Tortura-Sexual-politica-estadounidense-y-cultura-20150109-0016.html

[14] Víctor Olozabal, “El silencio de EE.UU. ante los abusos de niños en Afganistán, El Mundo, septiembre 21 de 2015. Disponible en: https://www.elmundo.es/internacional/2015/09/21/55fff489e2704e26038b4593.html

[15]. Anna Merlan, Hideous ‘Border Patrol Sex’ Series Pornifies Rape of Migrant Women. Disponible en:   https://jezebel.com/hideous-border-patrol-sex-series-pornifies-rape-of-migr-1667210903

23 de abril, 2024.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Fuente: https://rebelion.org/el-imperialismo-sexual-revisitado/


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