El compromiso social del intelectual
por Diego Hernández Vera[1]/Pacarina del Sur.
El presente artículo busca explicar la actividad pastoral de Gerardo Thijssen Loos en Chile, desde su llegada en 1953 hasta la consolidación de Crisitianos por el Socialismo después de la victoria de Unidad Popular, poniendo énfasis en su proceso de inculturación como sacerdote-misionero, lo cual le permitió conocer de cerca las condiciones de su feligresía hasta el punto de comprometerse en sus luchas y reivindicaciones, convirtiéndose en una figura con autoridad moral y compromiso social, desarrollándose además, como un intelectual crítico frente a las instituciones de poder, proceso por el cual fue definiendo su pensamiento hacia la teoría marxista y la Teología de la Liberación.
El Intelectual comprometido
El intelectual se ha caracterizado como una figura pública que trabaja con ideas, que las reproduce y comparte a través de distintos medios sociales, parte de la labor del intelectual es dar un sentido a la realidad social, tal como lo expresó Karl Mannheim, “En toda sociedad existen grupos sociales cuya tarea especial consiste en proveer a esa sociedad de una interpretación del mundo. Se les suele llamar intelectuales” (Mannheim, 1993, p. 9), el mismo autor nos dice que durante mucho tiempo el clero formó parte de esta categoría social, y con el desarrollo de la modernidad apareció una casta de intelectuales libres de las instituciones de poder. De ahí la importancia del caso Dreyfus, que dio lugar al intelectual inconformista con el poder, crítico de la realidad, comprometido con la sociedad y la verdad, un intelectual que no solo trabaja con las ideas, sino que también está involucrado en la justicia social (Nedda, 2003).
De modo que podríamos considerar en términos generales que un intelectual se puede caracterizar por tener un largo trabajo de erudición, ocupar un lugar creciente en el espacio público, tener autonomía y un sentido crítico hacia las instituciones de poder, así como de portar valores universales que defiende y trasmite, y sobre todo un compromiso social constante (Dosse, 2007).
Por otra parte, me parece pertinente rescatar la perspectiva de Antonio Gramsci sobre el intelectual para comprender la importancia del proceso de “inculturación”[2] que muchos misioneros experimentaron a lo largo de la historia y particularmente sacerdotes extranjeros durante la década de 1960 en Chile. Para Gramsci la distinción del “intelectual” reside en su inserción activa en la vida práctica como constructor, organizador, “persuasivo permanente” y relacionado con el grupo social dominante (Gramsci, 1975b, p. 15), el intelectual orgánico es quien fundamenta y da continuidad al sistema de dominación hegemónico vigente (Portelli, 1983, p. 162). Sin embargo, Gramsci también propone que las masas dominadas podrán forjar a sus propios intelectuales, los cuales, solo serán intelectuales originarios de clases subalternas (Portelli, 1977, p. 224).
Para Gramsci, no hay organización social sin intelectuales, sin organizadores y dirigentes que faciliten a las masas el nexo teoría-práctica, en ese sentido, el autor nos habla de la difusión del marxismo entre las masas católicas italianas de su tiempo, pero a la vez nos da una aproximación del papel del intelectual en un ambiente católico, esto para crear auténticos intelectuales con participación social en las comunidades cristianas, para que fundamenten y se comprometan con los intereses de las masas en una relación recíproca, donde por una parte el intelectual:
[…] deberá sentir las pasiones elementales del pueblo, comprendiéndolas y, por lo tanto, explicándolas y justificándolas por la situación histórica determinada; vinculándolas dialécticamente a las leyes de la historia, a una superior concepción del mundo, científica y coherentemente elaborada: el “saber” (Gramsci, 1975a, p. 121).
Entendiendo las concepciones populares el intelectual podrá forjar sus instrumentos de enseñanza y a la vez las masas deberán recibir la nueva ideología como una fe, esperando comprenderla racionalmente, de tal manera que se genere un vínculo entre intelectuales y el pueblo, un nexo sentimental, y con un mismo objetivo (Portelli, 1977, p. 227).
Antecedentes
La incorporación de América Latina al capitalismo mundial significó un proceso de desigualdad social y económica, con implicaciones políticas negativas en toda la región. Se evidenció cada vez más que el intercambio de productos primarios por productos manufacturados tenía grandes diferencias, esto sin mencionar el profundo atraso que ya sufría la región desde la época colonial (Semo, 1986, p. 232). Dentro de este contexto se buscó superar el subdesarrollo desde diversas instituciones,[3] de modo que se implementaron políticas desarrollistas durante la década de 1950 en diversos gobiernos latinoamericanos que promovían la industrialización nacional, la cual dependía directamente de tecnología extranjera.
Entre las décadas de 1960 y 1970 diversos intelectuales dieron forma a la Teoría de la Dependencia (Cardoso, 1999), la cual proponía estudiar la realidad latinoamericana con base en ciertas categorías marxistas, se buscó explicar la dependencia en el plano económico, político, educativo, mediático y cultural que la región sufría de naciones más desarrolladas, dando como resultado un estancamiento general en la región, se criticó al sistema capitalista que “basado en la superexplotación invisibiliza toda posibilidad de desarrollo autónomo y de relaciones laborales justas, planteando necesariamente la lucha de las clases que se le oponen en términos socialistas”(Marini, 1971, p. 132). Se evidenció que desde la década de 1960 que la tasa de crecimiento se desaceleró, la deuda externa crecía y el desempleo iba en aumento. Por otro lado, la rápida industrialización de América Latina en su proceso de modernización se empleó tardíamente provocando diversas problemáticas sociales, como el aumento de la pobreza, subempleo y la marginación (Guillén, 2008).
Por otro lado, durante esos años se estaba gestando la renovación católica a través del Concilio Vaticano II de 1962 a 1965, en el cual se discutieron las cuestiones más críticas del mundo como la carrera armamentística, la paz, la dignidad de las personas, el subdesarrollo, etc. (Concilio Ecuménico Vaticano II, 1965). Para 1968 se llevó a cabo la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano (II CELAM) en Medellín, la cual partió del Concilio y abordó temas sobre promoción del hombre y de los pueblos hacia los valores de la justicia, paz, educación y familia. Los documentos finales de la CELAM denunciaron la injusticia social que se vivía en América Latina, desde la falta de educación y la fuga de cerebros hasta la dependencia económica hacia las empresas transnacionales, la Iglesia latinoamericana se comprometió con la realización de la justicia como exigencia de la enseñanza bíblica, asumió los “signos de los tiempos” a partir de la fe y la misión pastoral (Consejo Episcopal Latinoamericano, 1968).
Todo este contexto nos puede ayudar a comprender el surgimiento de corrientes teológicas progresistas dentro de la misma iglesia católica que tenían un importante acercamiento con el marxismo, como lo fue la Teología de la Liberación, que nació en América Latina como una experiencia de la praxis cristiana, que utiliza instrumentos categoriales marxistas y el apoyo de las ciencias sociales críticas influenciadas por la Teoría de la Dependencia para conocer la realidad socio-económica, buscando mostrar a los cristianos que la fe debe ser vivida con base en una praxis liberadora. La Teología de la Liberación al igual que la II CELAM rescató la “opción preferencial por los pobres” poniendo especial énfasis en su liberación, tal como lo explicó Gustavo Gutiérrez, uno de sus fundadores:
Caracterizar la situación de los países pobres como dominados y oprimidos, lleva a hablar de una liberación económica, social, política. Pero está, además, en juego una visión mucho más integral y honda de la existencia humana y de su devenir histórico […]
Liberación de todo aquello que limita o impide al hombre la realización de sí mismo, de todo aquello que traba el acceso a — o el ejercicio de — su libertad. (Gutiérrez, 1975, p. 52)
Para Gutiérrez la teología está basada en la praxis de la liberación a la luz de la fe cristiana, la praxis es su punto de partida, de modo que se apoya en el marxismo para comprender la realidad social, económica y política, la teología de Gutiérrez es un profundo diálogo con el marxismo, por encontrar en la lucha de clases una interpretación y forma de cambiar la realidad, además, porque los principios comunitarios y valores humanistas del socialismo son muy cercanos al cristianismo.
Muchos sacerdotes en América Latina que se habían insertado en la lucha popular durante la década de 1960, radicalizaron sus posturas hasta el punto de participar directamente en las guerrillas, el caso más representativo fue el del sacerdote colombiano Camilo Torres Restrepo, quien también fue sociólogo y guerrillero (Guzmán, 1968), miembro del Ejército de Liberación Nacional, Camilo Torres siempre promovió el diálogo entre cristianos y marxistas hasta su muerte en 1966 durante su primer combate. Por otro lado, hubo sacerdotes que se adhirieron a la Teología de la Liberación, en la cual veían una alternativa para vivir y experimentar su fe. Uno de estos sacerdotes que vivió un contexto político íntimamente influenciado por estas corrientes intelectuales específicamente en Chile, fue Gerardo Thijssen.
Formación sacerdotal y pastoral campesina
Gerardo Thijssen Loos nació en Países Bajos en 1926 (De Schakel, 16 de diciembre de 1998), fue el mayor de seis hermanos, hijo de un matrimonio católico muy religioso y humilde de campesinos, a muy temprana edad vivió el inicio de la Segunda Guerra Mundial, su padre en ese entonces construyó varios refugios de madera en su casa y en las de otros amigos para esconder a holandeses judíos hasta que pudieran huir. En 1946 Gerardo ingresó a la congregación de Los misioneros del Sagrado Corazón de Jesús, un apostolado que se caracterizó por su gran atención a los hombres, principalmente por los más indefensos, por encontrar el amor de Dios en la Cruz, un amor que se entrega sin medida en el sufrimiento, en el crucificado, y así como Cristo, su ideal fue entregarse a ese amor dando la vida por el prójimo.
Para 1952 Gerardo fue ordenado sacerdote y tenía la ilusión de ser enviado a África o Indonesia, pero al final su superior decidió enviarlo a Chile:
Me gustaba el seminario, sus relatos de las misiones, yo estaba dispuesto a aceptar el destino que me esperara en África, incluso no me hubiera importado morir. Luego de doce años de estudio me ordenó el Obispo del Congo Belga. Era un hombre con barba y fuerte personalidad. Habló del significado de cargar la cruz y de dedicar la vida en el ejemplo del Señor. Todavía recuerdo que nos dijo:
—No hay salvación sin sufrimiento. No hay justicia sin dolor.
Poco después se fueron todos mis compañeros a las misiones… menos yo. De la desilusión me enfermé, literalmente, entonces mi superior me dijo que en Chile había mucha pobreza y se estaba gestando la reforma agraria, incluso yo tenía sacerdotes conocidos que estaban trabajando en ello y pensé que sería interesante. (Gutiérrez, 2007, p. 229)
Gerardo llegó a Chile en 1953, al pueblo de Teno, a unos 200 kilómetros al sur de la capital, ahí lo asignaron como el segundo capellán de una parroquia rural muy extensa en donde todavía se daba la misa en latín. El pueblo de Teno tenía unas 20 aldeas en un área aproximada de 60 por 20 kilómetros. Gerardo de inmediato supo que el área era propiedad de terratenientes dueños de haciendas muy ricas que ayudaban a la parroquia pero que mantenían la desigualdad:
Debo reconocer que, aunque los hacendados mantenían tres escuelas parroquiales para los niños pobres, la relación entre los hacendados y los curas era meramente sacramental, era la típica relación entre ricos que mantienen escuelas, por un lado, por el otro, explotan a los padres de los niños y curas, que todo les perdonan. (Gutiérrez, 2007, p. 230)
Gerardo entendió la realidad latinoamericana de aquellos años, principalmente en el campo, en uno de los países con más desigualdad en la tenencia de la tierra en América Latina y con un sistema remuneratorio aún vigente desde la colonia. Desde su llegada tenía la intención de cambiar las condiciones de los campesinos, incluso tuvo problemas con sus mismos compañeros sacerdotes por enfrentar a los hacendados. “Rápidamente comencé a hablar de los derechos humanos ordenados por el evangelio, por su puesto esto fue visto muy mal por los terratenientes y a veces me prohibieron entrar a los edificios de la iglesia” (Thijssen, 8 de marzo de 1984).
Sus primeras actividades fueron leer la Biblia, bautizar y enterrar a los muertos, en su grupo parroquial había otro Gerardo y su superior le pidió que cambiara de nombre, así que decidió llamarse Santiago, como su padre, de modo que durante los 20 años que estuvo en Chile fue conocido como Santiago Thijssen (Thijssen, 27 de febrero de 2002). De inmediato tuvo que aprender español, su primera misa dominical la dio en latín, además, se convirtió en director de dos escuelas rurales donde calificó los exámenes aun sin saber hablar español, poco a poco el padre Santiago fue comprendiendo el idioma, las costumbres y la vida cotidiana de las comunidades rurales chilenas.
El padre Santiago decidió experimentar de cerca las condiciones de su feligresía y se acercó a una panadería para conocer a unos 20 trabajadores que preparaban los ingredientes del pan para las haciendas, los acompañaba desde las nueve de la noche hasta la una de la madrugada, platicaba y trabajaba con ellos para saber cómo vivían y pensaban. El compromiso social del padre Santiago lo llevó a buscar trabajo en el campo para conocer de cerca la vida de los campesinos, ningún hacendado quiso contratarlo, así que su única opción fue asociarse con otra persona como aparcero compartiendo el trabajo en los campos.
No solo se desempeñaba en el trabajo pastoral, sino que también compartió las condiciones materiales, la cotidianidad y la pobreza de su comunidad parroquial. Todo lo anterior le permitió experimentar en carne propia las condiciones de los pobres y buscar la posibilidad de cambiar su realidad a la luz de la fe, “Trabajamos de sol a sol, durante 12 a 16 horas al día. Pero no trabajamos todo el tiempo. Dormimos, jugamos cartas, leíamos la biblia y tomábamos cursos relacionados con el análisis social” (Thijssen, 8 de marzo de 1984). El trabajo en el campo consumía su tiempo que debía poner en la pastoral, pero gracias a su cercanía con la comunidad se pudieron formar grupos bíblicos, se preparaba a la gente para los sacramentos y además los campesinos participaban en la liturgia. “Campesinos que nunca antes habían hecho esto comenzaron a asumir estas tareas de forma muy responsable y muy nueva” (Thijssen, 27 de febrero de 2002). Poco a poco Gerardo fue comprendiendo la realidad de su comunidad, no solo por su interés en conocer de cerca sus condiciones a través del trabajo en el campo, sino por su capacidad de trasformar y compartir la actividad pastoral y litúrgica con su feligresía.
Durante aquellos años en Chile se estaban gestando desde el gobierno diversas iniciativas desarrollistas para solucionar las condiciones de vida del sector agrario, aunque ineficientes, estas iniciativas demostraban la necesidad de ayudar a uno de los sectores más desatendidos de la sociedad chilena. Además, para 1961 por iniciativa del gobierno estadounidense de John F. Kennedy se impulsó El Cuerpo de Paz como complemento de su programa Alianza para el Progreso, con el propósito de promover “la paz y la amistad” a nivel mundial a través del voluntariado en los países tercermundistas para solucionar sus problemas sociales y económicos (Purcell, 2012, p. 167). Esto como parte del contexto de Guerra Fría y el temor de EEUU al avance del comunismo en América Latina después de la Revolución Cubana y la constante preocupación del proceso político chileno a raíz de los resultados electorales de 1958, que estuvieron cerca de darle la victoria a Salvador Allende, candidato de la coalición de partidos de izquierda denominado Frente de Acción Popular (FRAP).
Por su parte, la Iglesia católica chilena que había sido fuertemente influenciada por la Acción Católica, tomó una postura más contundente respecto a la injusta repartición de tierras con una serie de reformas que beneficiaban a los campesinos sin tierra, como la entrega de algunos de sus predios para repartir entre los campesinos menos favorecidos. Esto significó el distanciamiento de un grupo específico de la Iglesia con los intereses de la élite y con el Partido Conservador que la respaldaba, fue un cambio dentro de la cúpula de la Iglesia producto del desarrollo de la Doctrina Social.
Gerardo trabajó principalmente en la diócesis de Talca donde conoció al obispo Manuel Larraín Errázuriz, quien también fue Asesor Nacional de la Acción Católica impulsándola en el medio rural chileno, el obispo también fue fundador del Instituto de Educación Rural,[4] dicho instituto surgió como una respuesta de la Iglesia católica chilena a las distintas problemáticas que sufrían los campesinos, como la baja escolaridad, el analfabetismo, los altos índices de mortalidad, las precarias condiciones de salud e higiene, así como las arduas y extensas jornadas con salarios extremadamente bajos.
El padre Santiago trabajó 14 años como vicario diocesano en la pastoral rural, fue asesor y decano de la Acción Católica Rural, así como asesor del Instituto de Educación Rural, sus recuerdos de aquellos días aluden a su trabajo con los laicos:
Eran tiempos maravillosos, donde trabajaba con uno 20 laicos liberados para formar campesinos en la fe y en la vida rural […]. Hacíamos cursos, retiros, acompañamos organizaciones campesinas de crédito, de producción de cultura. Capacitamos líderes. Desde entonces y ya antes yo tenía un aprecio muy grande por la sabiduría del pueblo campesino, por sus valores humanos y cristianos, ellos eran mis maestros en la fe. (Thijssen, 27 de febrero de 2002)
La participación de Gerardo fue muy activa en las escuelas rurales, en donde se formaba a los campesinos durante meses en técnicas agrícolas y liderazgo social. Gerardo estaba convencido que el problema principal del campesino chileno era la falta de educación y puso todo su empeño en las escuelas rurales, sin embargo, pronto se dio cuenta que el problema iba mucho más allá de la educación:
Trabajé durante varios años en este instituto con varios otros sacerdotes hasta que me convencí de que era un fracaso. Estábamos capacitando a miles de campesinos que regresarían a casa y cuando volvían no tenían oportunidad de poner en práctica lo aprendido porque la estructura no lo permitía. (Thijssen, 8 de marzo de 1984)
Los campesinos estaban limitados por la estructura socio-económica que imperaba en las haciendas, pues a su regreso los hacendados no les permitían tomar posiciones de liderazgo social, “Empezamos a sentir que el problema básico no era la falta de educación, sino la falta de oportunidades, que la estructura económica, política y cultural no facilitaba la posibilidad de cambio para un futuro mejor” (Thijssen, 8 de marzo de 1984). El padre Santiago comenzó a involucrarse en el aspecto político que limitaba la acción de los campesinos, trabajó en la formación de sindicatos campesinos que buscaban un mejor salario y jornadas más cortas, poco a poco se fue insertando en las luchas sociales.
La decepción desarrollista y el socialismo como alternativa
En 1966 Gerardo fue nombrado maestro de novicios por su congregación, pero poco tiempo después este nombramiento se canceló a causa de su participación social y su enfrentamiento con los hacendados, al mismo tiempo tuvo que mudarse a San Bernardo, muy cerca de la capital, ahí conoció al obispo Raúl Silva Henríquez, quien en ese entonces era el Cardenal, él lo mandó a la comunidad de “La Victoria” diciéndole:
Tengo una parroquia de 40 mil feligreses que nadie quiere, son casi todos socialistas y comunistas, viven en casas de cartón, muchos son obreros en general, otros ex obreros de minas de carbón encarcelados y expulsados por exigir mejores condiciones de vida y de seguridad en sus trabajos, gente curtida; otros más son vagabundos, paracaidistas, casi todos pertenecen al Partido Comunista. Se acercaron a Santiago de Chile en busca de mejor vida y a través de un triunfal movimiento de lucha en el que hubo muertos y heridos, ocuparon un terreno al que llaman la Victoria, ahí fue sacerdote el francés Pierre Rolland. Después de él hubo otro cura que no aguantó más de dos meses, así que debo decirte que tu casa será de cartón, lejos de tu pobre Iglesia. Existe un buen equipo de laicos que dejó Rolland, casi todos son marxistas o comunistas”. (Gutiérrez, 2007, p. 234)
Como parte de su proceso de inculturación, Gerardo comenzó a trabajar como obrero en una fábrica de tubos de concreto para conocer las condiciones de su nueva comunidad obrera, las jornadas laborales eran extensas, pero, aun después de trabajar todo el día, el padre Santiago daba misa en la noche, aunque por el trabajo pesado le doliera la espalda.
Gerardo había tenido una formación antimarxista, sin embargo, pronto comenzó a estimar a la gente del pueblo:
Mi formación había sido muy antimarxista. Y nunca me había encontrado con grupos, pueblos marxistas. Mi primer contacto con una población con fuerte participación de marxistas era la Victoria. Ahí me encontré con dirigentes y otros pobladores(as) de formación marxista, comunistas y socialistas, especialmente, de alto valor moral, generosos consecuentes, entregados a la comunidad sacrificando sus propios intereses al servicio de los pequeños, los humildes. Mi fe cristiana me ayudó para encontrar en ellos la presencia de Dios que es amor. […] Empecé a querer y estimar enormemente a los(as) pobladores(as) de la Victoria, de los cuales muchos, no todos, eran marxistas. (Thijssen, 5 de marzo de 2002)
El padre Santiago conoció en carne propia las condiciones laborales de los obreros de una de las comunidades más pobres de la capital chilena, compartió su pobreza, sus condiciones, necesidades y sus luchas. Sin embargo, Gerardo no fue el único sacerdote que trabajaba como obrero al mismo tiempo que realizaba sus actividades pastorales, muchos de sus compañeros sacerdotes comprometidos con su feligresía también trabajaban en la comunidad, como él mismo lo explica:
Éramos cinco sacerdotes en el equipo. Uno trabajaba en la fábrica de cobre y estaba relacionado con el sindicato. Otro era enfermero y trabajaba con alcohólicos. Otro era carpintero. Otro vendía pescado en la calle y llegaba a casa por la noche oliendo muy mal. También participábamos en marchas populares. […] Conocimos desde dentro la vida de las personas, su sufrimiento, sus aspiraciones y sus legítimas demandas. (Thijssen, 8 de marzo de 1984)
En Chile algunos sacerdotes se insertaron en el sector obrero para solucionar los problemas sociales generados por la desigualdad y las condiciones de miseria que se vivían en las periferias de las ciudades industriales, problemáticas que se profundizaron con la creciente migración campo-ciudad a causa de la crisis minera del norte,[5] la mayoría de estos sacerdotes-obreros eran extranjeros que habían aceptado el llamado del cardenal Silva Henríquez, para hacer una misión evangelizadora y experimentar la opción por los pobres en contexto con la renovación católica, el propósito era crear grupos de reflexión y acción para que los pobres tomaran consciencia y fueran agentes de transformación de su realidad (Masías, 2015, p. 34).
El fenómeno de los curas obreros en Chile terminó por radicalizar la postura de muchos sacerdotes insertos en el mundo popular, particularmente en los sacerdotes extranjeros que en su mayoría se desempeñaban en los barrios más pobres, quedando impactados por la pobreza y desigualdad que se vivía a causa del sistema económico y político chileno, dichos sacerdotes comenzaron a entender que el problema no era totalmente el de la descristianización, sino la falta de compromiso de la Iglesia con las clases populares, de esta manera muchos sacerdotes entraron en contacto con la organización social, las reivindicaciones populares y el marxismo (Masías, 2015, p. 34).
En ese entonces Gerardo era miembro del Consejo Pastoral de la Zona Sur y de la Arquidiócesis, y miembro del Consejo de la Congregación del Sagrado Corazón, y desde su ministerio manifestaba su compromiso con las convicciones de los pobladores de La Victoria, su trabajo con los laicos fue reconocido por la gente, al igual que su participación en las organizaciones sociales, tal como menciona el documento de la Sra. María, pobladora de la Victoria:
Desde 1967 a 1973 estuvo como párroco el Padre Santiago. Con su ayuda, la Comunidad Cristiana siguió desarrollándose adquirieron mayor identidad como laicos adultos.
Se continuó la Catequesis familiar, con material adaptado, los grupos bíblicos y grupos de reflexión.
Los laicos comenzaron a trabajar más activamente en las organizaciones de la población. Eran años de creatividad, participación y conflictos. […]
El padre Santiago se hizo un poblador más en la Victoria y participó activamente en las organizaciones llegando a ser presidente de la Junta de Vecinos. Era un hombre austero, con una espiritualidad evangélica comprometida y una gran capacidad de acercamiento a la gente y de acogida. (María B., 30 de octubre de 1986)
Involucrado en las problemáticas de su comunidad decidió acercarse al estudio de la teoría marxista como método para comprender la realidad social, y aceptó la concordancia de algunos principios socialistas con el cristianismo:
Mis reflexiones Bíblicas me ayudaron en mis convicciones, no solo por la gran importancia que da Jesús a los pobres como sujetos de evangelización y construcción del Reino, sino también por los programas de las primeras comunidades cristianas para las cuales la comunión de bienes era una característica de la Comunidad de seguidores de Jesús (Hechos 2, 44 y 45), hasta un signo de la Resurrección del Señor (Hechos 4, 33 y 34). Construir una sociedad sin necesitados era un signo claro de la fe de Jesús Resucitado. (Thijssen, 5 de marzo de 2002)
El padre Santiago aprendió teoría marxista bajo la tutela de Franz J. Hinkelammert, uno de los intelectuales más importantes y excepcionales para el pensamiento latinoamericano. Hinkelammert se doctoró en Economía en la Universidad Libre de Berlín y en esos años se desempeñaba como profesor en la Universidad Católica de Chile, el conocimiento que Hinkelammert le aportó a Gerardo no solo coincidía, sino que también reforzaba su fe:
Porque los(as) pastores no sabíamos mucho de marxismo, nos dedicamos al estudio de los textos de Marx y marxistas bajo la dirección de Franz Hinkelammert, un economista alemán que después se desarrolló como buen teólogo y escritor de reflexiones teológicas bastante interesantes. Tengo que confesar que el estudio del marxismo nunca me ha creado problemas de fe, al contrario, me ayudó para comprender mejor la estructura y el funcionamiento de nuestra sociedad y como construir una sociedad diferente, más acorde con el evangelio y valores del Reino. (Thijssen, 5 de marzo de 2002)
La teoría marxista le dio a Gerardo las herramientas epistémicas sobre el conocimiento de la realidad y su transformación, también le ayudó a tomar una postura frente al sistema capitalista desde una crítica cristiana, como él mismo lo explica:
Estudiamos obras clásicas y modernas del marxismo. Descubrimos que el marxismo era interesante, que era otra forma de pensar. […] En nuestros estudios y análisis descubrimos que el capitalismo tiene mucho en común con la religión. Tiene su culto, su oración, sus sacrificios y su dios. Pero es un dios falso, el dinero. Está relacionado con la ganancia y todo lo que posibilita el lucro está permitido. Lo que impide el lucro, es inmoral. Es un culto muy cruel. Sacrifica a miles y miles de seres humanos a los altares del dios dinero. Algunos mueren muy lentamente de hambre. Otros mueren violentamente por las balas. Así que nos convertimos en anticapitalistas muy fuertes. (Thijssen, 8 de marzo de 1984)
Gerardo comprendió que el socialismo era un modelo social y económico más cercano a los valores cristianos, pero a la vez comprendió que se necesitaba un socialismo nuevo, un socialismo latinoamericano diferente al soviético y alejado de las desgastadas guerras de guerrillas, que no recurriera a la violencia y permitiera el libre flujo de ideas, de modo que no siempre estuvo de acuerdo con los planteamientos de ciertos partidos o de ciertos dirigentes, como él mismo lo relata:
Desde luego no todo me gustó en el partido comunista, en la actitud de los del partido. Me molestó su ciega obediencia a las autoridades del partido, me molestaron las tendencias estalinistas en varios comunistas y entre los socialistas. (Thijssen, 5 de marzo de 2002)
El socialismo que el padre Santiago aceptaba y defendía, era un socialismo democrático que se construyera con la voluntad de las mayorías, un socialismo que luchara por la igualdad entre todas las personas, un socialismo que defendiera la libertad de ideas, que reflejara los principios cristianos, que rescatara la solidaridad y el sacrificio por la comunidad, un socialismo cercano a la Teología de la Liberación y que de alguna manera estaba representado por la coalición de izquierda: la Unidad Popular.
Desde 1967 comenzaron a desarrollarse reuniones de carácter reflexivo entre los sacerdotes que trabajaban en el sector popular de la zona sur de Santiago, la mayoría insertos en el Movimiento Obrero de Acción Católica, Gerardo Thijssen, quien optó por el estudio del marxismo, también participaba en las reflexiones, y comentaba al respecto lo siguiente:
A fines de los años sesenta empezamos en el decanato de La Caro, en todo Santiago, aún en todo el país a juntar pastores(as) que estaban convencidos(as) de que los valores del Evangelio se realizan más en una sociedad socialista que en una sociedad capitalista. En la casa de la Zona Sur de Santiago nos juntamos unos 80 pastores que compartíamos esta convicción y nos comprometimos a apoyar la construcción de una sociedad socialista como pastores, como forma de vivir nuestro compromiso con los pobres, víctimas de estructuras socioeconómicas capitalistas, opresoras y como consecuencias pecaminosas. (Thijssen, 5 de marzo de 2002)
Muchos sacerdotes decepcionados con el gobierno de Frei, apoyaron el programa de gobierno de Unidad Popular, el cual planteaba la construcción del socialismo como única alternativa a la situación chilena, el cual se realizaría idealmente por la vía pacífica, además el programa tenía una gran influencia de la Teoría de la Dependencia en el sentido de superar al desarrollismo:
En Chile las recetas “reformistas” y “desarrollistas” que impulsó la Alianza para el Progreso e hizo suyas el gobierno de Frei no han logrado alterar nada importante. En lo fundamental ha sido un nuevo gobierno de la burguesía al servicio del capitalismo nacional y extranjero. […]
En Chile se gobierna y se legisla a favor de unos pocos, de los grandes capitalistas y sus secuaces, de las compañías que dominan nuestra economía, de los latifundistas cuyo poder permanece casi intacto. (Unidad Popular, 1970)[6]
Tras la victoria de Unidad Popular, Gerardo y un grupo de sacerdotes escribieron y llevaron una carta a Salvador Allende mostrándole su apoyo:
Coincidió este tiempo de nacimiento y desarrollo de nuestro movimiento con la campaña política de la Unidad Popular que desde luego pudo contar con nuestra simpatía y apoyo crítico. Ganó Allende, aunque apenas y desde el comienzo sentimos el rechazo de cristianos conservadores.
[…] hicimos una carta de apoyo crítico como cristianos y pastores al gobierno de Allende, diciendo que según nuestra opinión su programa sería favorable para el pueblo y como tal lo apoyaríamos. La carta la llevamos a su domicilio, entonces todavía muy sencillo, Allende nos escuchó muy emocionado y nos pidió permiso de leer esta carta en su primera alocución al pueblo chileno. Creo que nuestra declaración ayudó a muchos cristianos frecuentemente víctimas de deformación cristiana, pro-capitalista. (Thijssen, 5 de marzo de 2002)
Posteriormente se llevaron a cabo varios encuentros y una jornada de reflexión llamada “Jornada sobre la participación de los cristianos en la construcción del socialismo en Chile”, entre el 14 y 16 de abril de 1971, en la cual participaron alrededor de ochenta sacerdotes (desde ahí los bautizaron como el Grupo de los 80) en su mayoría extranjeros, encabezados por Gonzalo Arrollo, Alfonso Baeza y Gerardo Thijssen, el punto de partida de la jornada fue la reflexión sobre la realidad social y política de Chile, la cual, se analizó científicamente a través del método marxista, tratando de explicar las causas estructurales de la miseria y explotación; al mismo tiempo que se planteó el sentido profundo de la fe cristiana en el compromiso político de participar en el proceso histórico.
Al final de la jornada se conformó un comité coordinador dentro del cual se encontraba Gerardo Thijssen, Gonzalo Arrollo, Alfonso Baeza, Nelson Soucy, Esteban Gumucio, Ignacio Pujadas y José Arellano (Masías, 2015, p. 116). Se decidió hacer un llamado a la prensa nacional para dar a conocer sus posturas y el 16 de abril de 1971 el grupo convocó a una rueda de prensa donde dieron a conocer su declaración, en la cual, denunciaron explícitamente al sistema capitalista como causa fundamental de las injusticias sociales de Chile, a partir de una perspectiva marxista influenciada por la Teoría de la Dependencia, y al mismo tiempo proponían la construcción al socialismo y la reconfiguración de valores para rescatar la dignidad humana en el proceso económico.
La declaración tuvo un alcance nacional y creó diversas posturas al respecto, la mayoría de los obispos en Chile se pronunciaron en contra, sin embargo, también hubo declaraciones a favor, como las de los profesores de la Pontificia Universidad Católica de Chile y de algunos obispos, como Carlos Gonzáles y Fernando Ariztía. Para ese entonces el grupo se autodefinía como:
Un grupo de 80 sacerdotes que convivimos con la clase trabajadora nos hemos reunido para analizar el proceso actual que vive Chile al iniciar la construcción al socialismo. […] Nos sentimos comprometidos en este proceso en marcha y queremos contribuir a su éxito. La razón profunda de este compromiso es nuestra fe en Jesucristo, que se ahonda, renueva y toma cuerpo según las circunstancias históricas. Ser cristiano es ser solidario. Ser solidario en estos momentos en Chile es participar en el proyecto histórico que su pueblo ha trazado. Como cristianos no vemos incompatibilidad entre cristianos y socialismo. (Richard, 1976)
De manera que el Grupo de los Ochenta ya había superado el dilema entre cristianos y socialismo para sumarse al proyecto de Allende en favor del pueblo explotado, tal como se expone:
En efecto, el socialismo abre una esperanza para que el hombre pueda ser más sincero, más pleno por lo mismo más evangélico. Es decir, más conforme a Jesucristo que vino a liberar de todas las servidumbres.
En este sentido es necesario destruir los prejuicios y las desconfianzas que existen entre cristianos y marxistas.
A los marxistas les decimos que la verdadera religión no es el opio del pueblo. Por el contrario, es un estímulo liberador para la renovación constante del mundo. A los cristianos les recordamos que nuestro Dios se ha comprometido con la historia de los hombres y que en estos momentos amar al prójimo significa fundamentalmente luchar para que este mundo se asemeje lo más posible al mundo futuro que esperamos y que desde ya estamos construyendo. […]
Esta colaboración será facilitada, por un lado, en la medida en que el marxismo se presenta cada vez más como un instrumento de análisis y transformación de la sociedad, y por otro, en la medida en que los cristianos vayamos depurando nuestra fe de todo aquello que nos impida asumir un compromiso real y eficaz. (Richard, 1976)
Al mismo tiempo, el grupo se adentró al estudio de la Teología de la Liberación de la mano de Gustavo Gutiérrez, como el mismo Gerardo explica:
[…] comenzamos a tener contacto con la Teología de la Liberación. El maestro fue Gustavo Gutiérrez. Él trabajó con nosotros durante varios meses. Aprendimos sus nuevas formas de hacer teología. […] La materia prima de nuestro estudio teológico fue la dimensión de fe de la vida de las personas, que era una fe muy relacionada con la dimensión política. Entendimos lo que significaba la liturgia, lo que significaba la oración, lo que significaba la biblia. Debo admitir que a veces estudié con más interés esa teología que lo que había estudiado en el seminario. (Thijssen, 8 de marzo de 1984)
El periodo de autonomía sacerdotal de Los Ochenta fue de abril a septiembre de 1971, cuando empezaron a integrarse significativamente los laicos en el grupo y se creó formalmente el grupo de Cristianos por el Socialismo. Para agosto se había aumentado el número de integrantes, sobre todo, después de la formación de “grupos de reflexión” en las comunidades donde los miembros trabajaban, se extendieron por las ciudades de Talca, Valparaíso y Concepción. Se creó un secretariado sacerdotal cuya sede principal estaba en la parroquia Fátima de San Bernardo (Richard, 1976). Aunque el grupo gozaba de autonomía frente a la Unidad Popular, muy pocos sacerdotes que habían radicalizado sus posturas eran militantes de partidos políticos como el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) y el Movimiento de Acción Popular Unitaria (MAPU), sin embargo, a partir de la incorporación de los laicos fue cuando se terminó por atraer definitivamente a los partidos políticos al movimiento (Masías, 2015, p.129).
Durante las siguientes reuniones se definió como su principal objetivo, la concientización de los sectores populares en particular de los trabajadores y su organización como forma de contribuir al programa de la Unidad Popular. El grupo se fue definiendo como uno de reflexión que utilizaba ciertas categorías del marxismo, sobre todo del marxismo humanista y no dogmático para analizar la realidad a luz del evangelio, asumían el marxismo de Gustavo Gutiérrez, para ellos las divisiones filosóficas entre marxistas y cristianos pasaron a segundo término frente a la urgencia de una acción eficaz y revolucionaria para la liberación del hombre (Richard, 1976), sus acciones eran una lucha legitima para alcanzar la igualdad, una lucha cristiana para transformar la realidad en Chile y Latinoamérica, y en donde la Teología de la Liberación fue fundamental para la conformación del pensamiento de Cristianos por el Socialismo. Además, el movimiento contó con la asistencia de teólogos, sociólogos y economistas para tener un campo intelectual más amplio y reforzar sus planteamientos, los cuales, se basaban en la propuesta metodológica de concientización popular y la reflexión pastoral en el compromiso político.
Por su parte, el padre Santiago, además de tener una actividad importante en la configuración del movimiento, también continuó su trabajo pastoral en la Victoria, en los grupos de reflexión y en las comunidades de base, así como de tener una participación activa en la Junta de Vecinos de su comunidad y la responsabilidad de la construcción de casas de madera para los sin techo.
Posteriormente el movimiento continuó apoyando al gobierno de Unidad Popular mediante el trabajo de base en las CEBs, en la organización política en sindicatos, cordones industriales, juntas de vecinos etc., y mediante la lucha ideológica a través de programas de televisión, publicaciones, además de organizar encuentros a favor del socialismo en América Latina, teniendo un alcance regional e internacional. Sin embargo, después del golpe de estado que sufrió el gobierno electo de Salvador Allende en 1973, fueron condenados por partidos de derecha y por la misma jerarquía católica chilena, con lo cual el movimiento se disolvió y paso a la clandestinidad apoyando la resistencia de las organizaciones de base, muchos fueron torturados y asesinados, otros como Gerardo fueron exiliados.[7]
Conclusiones
Gerardo Thijssen buscó conocer y vivir las condiciones materiales de su comunidad pastoral, experimentando de cerca sus aspiraciones y problemáticas, motivándolo a tomar una postura a favor de las clases pobres, llegando incluso a criticar ciertos aspectos de la jerarquía eclesial y fundar un movimiento de escala continental comprometido con la construcción del socialismo como alternativa para vivir más humanamente y a la luz de la fe cristiana.
Su trayectoria intelectual estuvo marcada por su trabajo pastoral y por su postura política como miembro de Cristianos por el Socialismo, como intelectual se encargó de la concientización de los sectores populares por medio de los grupos de reflexión, los cuales se encargaban de criticar la realidad para poder transformarla con una visión del mundo ligada a la fe cristiana y a la teoría marxista, una visión inspirada esencialmente por la Teología de la Liberación.
El padre Santiago fue un intelectual no solo por su formación religiosa, sino por todo su proceso de inculturación, el cual le permitió construir un nexo sentimental con su feligresía, llegando a comprometerse en sus luchas y reivindicaciones, fue un intelectual crítico de la realidad chilena, de la jerarquía católica, del gobierno desarrollista de Frei y del sistema económico, portando valores universales como la justicia e igualdad social, y siempre a través de la fe cristiana, lo cual le otorgó un cierta autoridad moral para emprender un proyecto sociopolítico comprometido con los pobres.
Referencias
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Notas:
1 Historiador por la Universidad Nacional Autónoma de México, sus líneas de investigación se encuentran enfocadas en la historia intelectual, los movimientos sociales en América Latina y la Teología de la Liberación. Correo electrónico: ojodecanica@outlook.com
2 Es un concepto relacionado con la actividad misionera, fue retomado y definido por la encíclica Redemptoris missio como un “camino lento que acompaña toda la vida misionera y requiere la aportación de los diversos colaboradores de la misión ad gentes, la de las comunidades cristianas a medida que se desarrollan, la de los Pastores que tienen la responsabilidad de discernir y fomentar su actuación”, así como “un proceso profundo y global que abarca tanto el mensaje cristiano, como la reflexión y la praxis de la Iglesia. Pero es también un proceso difícil, porque no debe comprometer en ningún modo las características y la integridad de la fe cristiana”, de igual manera propone que “los misioneros, provenientes de otras Iglesias y países, deben insertarse en el mundo sociocultural de aquellos a quienes son enviados, superando los condicionamientos del propio ambiente de origen. Así, deben aprender la lengua de la región donde trabajan, conocer las expresiones más significativas de aquella cultura, descubriendo sus valores por experiencia directa. Solamente con este conocimiento los misioneros podrán llevar a los pueblos de manera creíble y fructífera el conocimiento del misterio escondido (cf. Rom 16, 25-27; Ef 3”, Juan Pablo II, Redemptoris misio, 1990).
3 Después de la Segunda Guerra Mundial las Naciones Unidas crearon comisiones económicas para impulsar el desarrollo de los países subdesarrollados, como lo fue la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) organismo que asesoró a muchos gobiernos de la región siguiendo los planteamientos de la teoría clásica del desarrollo (Gurrieri, 1982).
4 El Instituto de Educación Rural (IER) obtuvo su personalidad jurídica en 1955, fue el resultado de una serie de iniciativas de la Iglesia Católica chilena de difundir las enseñanzas sociales de las encíclicas y exhortaciones pontificias, de la participación de los laicos, y para solucionar las problemáticas del campesinado, el IER estuvo inspirado en la Acción Católica Rural.
5 El fenómeno de los curas obreros tuvo su origen en Europa ante el proceso de industrialización y la progresiva descristianización a favor del socialismo, dicho fenómeno estuvo inspirado en la encíclica Rerum Novarum y el desarrollo de la Acción Católica.
6 El Programa de la Unidad Popular fue aprobado por los partidos Comunista, Socialista, Radical, Social Demócrata, el Movimiento de Acción Popular Unitaria y la Acción Popular independiente, el 17 de diciembre de 1969 en Santiago de Chile.
7 Después de su exilio, Gerardo llegó a México en 1975 por invitación del Obispo de Cuernavaca, Sergio Méndez Arceo, quien le asignó una parroquia en su diócesis. Así fue como Gerardo comenzó a trabajar en las Comunidades Eclesiales de Base (CEBs) de Cuernavaca, posteriormente dejó los votos y se casó. También fue fundador de diversas asociaciones de formación para laicos como el Grupo de Estudio y Reflexión (GER), el Center for Intercultural Dialogue on Development (CCIDD), así como el Centro de Encuentros y Diálogos (CED); algunos grupos de estudio que nacieron de estas asociaciones se fueron extendiendo más allá de Cuernavaca e incluso del estado de Morelos. Estos grupos además se fueron insertando y apoyando a diversas organizaciones políticas no partidistas a favor de los derechos humanos, por lo que a partir de la muerte del obispo en 1992, Gerardo fue uno de los fundadores de la Fundación Sergio Méndez Arceo (actualmente la Fundación resguarda el Archivo Personal de Gerardo Thijssen). Esta fundación también se encarga hasta nuestros días de reconocer el trabajo de luchadores sociales e impulsar un premio nacional de derechos humanos. Gerardo Thijssen continuó su trabajo social a favor de las clases populares durante el tiempo que vivió en México y hasta su muerte en 2006. Para más información sobre la experiencia pastoral de Gerardo Thijssen y su trayectoria intelectual consultar mi tesis de licenciatura “Una vida para los pobres. Historia intelectual de Gerardo Thijssen Loos (1953-1973)” (Hernández, 2019). Fuente: Pacarina del Sur – https://pacarinadelsur.com/nuestra-america/figuras-e-ideas/2089-el-compromiso-social-del-intelectual-gerardo-thijssen-loos-y-su-participacion-en-la-fundacion-de-cristianos-por-el-socialismo – Prohibida su reproducción sin citar el origen.
Fuente: https://pacarinadelsur.com/nuestra-america/figuras-e-ideas/2089-el-compromiso-social-del-intelectual-gerardo-thijssen-loos-y-su-participacion-en-la-fundacion-de-cristianos-por-el-socialismo
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