España Franquista: Biografías de los forzados al ocultamiento permanente.

Franco.

HÉROES EN LA OSCURIDAD: LAS DESGARRADORAS BIOGRAFÍAS DE LOS «TOPOS» DEL FRANQUISMO

Durante la dictadura franquista, miles de hombres y mujeres se vieron forzados a vivir en la penumbra, ocultos y siempre en peligro. ¿Cómo sobrevivieron los «topos» durante décadas sin ser descubiertos por la dictadura franquista? ¿Qué tipo de secuelas psicológicas y emocionales sufrieron los «topos» tras años de aislamiento? Conozca las impactantes historias de los «topos», aquellos valientes que desafiaron al régimen a costa de sus propias vidas.

La dictadura franquista en España (1939-1975) no solo fue un duro periodo de represión política y social, sino también una época en la que miles de hombres y mujeres tuvieron que esconderse para intentar salvar sus vidas. Fueron conocidos como los «topos», y vivieron escondidos en la penumbra de la clandestinidad durante largos años, temiendo ser descubiertos en cualquier momento por las autoridades franquistas.

En este artículo tratamos de narrar la historia y vivencias de algunos de estos «topos», explorando los casos específicos de personas que permanecieron escondidas durante casi toda la dictadura.

Unos de esos casos fue el del grancanario Pedro Perdomo Pérez, un comunista que permaneció oculto desde los inicios mismos de la Guerra Civil Española, hasta treinta años después, en 1969 que voluntariamente una mañana decidió entregarse a la policía en la Comisaria central de la Plaza de la Feria.

UNA VIDA ENTRE LAS SOMBRAS

El caso del canario Pedro Perdomo Pérez.

Pedro Perdomo Pérez, natural de Haría, Lanzarote, nació el 31 de enero de 1906. Se refugió en el domicilio de su hermana seis días después de iniciarse el Alzamiento Nacional, debido a su pertenencia al Partido Comunista y el justificado miedo de poder perder la vida.

En octubre de 1936, apenas tres meses después de haberse producido el Golpe Militar, una requisitoria judicial publicada en un periódico local, ofrecía una recompensa de 3.000 pesetas por cualquier tipo de información que condujera a su detención. Esto llevó a sus familiares a mantenerlo oculto en diferentes localizaciones.

Pedro se trasladó entre las casas de sus tres hermanas, moviéndose en diferentes barrios, con el fin de poder para evitar que falangistas y militares pudieran atraparlo. Estuvo primero en La Angostura, Santa Brígida, luego en la calle Pentagacha, en el Puerto de La Luz, donde permaneció diecisiete años, y finalmente en la calle Alcorac.

Durante el tiempo que permaneció escondido, Pedro sufrió una grave enfermedad que lo dejó desorientado y sin memoria. No obstante, pudo recuperarse sin intervención médica de ningún tipo.

En 1969, tras leer sobre la prescripción de responsabilidades anteriores a 1939 y el caso del alcalde de Mijas, decidió entregarse a la policía.

Una anécdota interesante sobre Pedro  Perdomo fue que durante su estancia en la casa de su hermana en La Angostura, se escondía en un pequeño zulo cavado bajo el suelo de la cocina. Solo salía de él durante las horas de la noche para poder estirarse, hacer unos pocos ejercicios y tomar aire fresco en el patio trasero de la casa.

No obstante, no dejaba de mantenerse siempre atento y tenso ante la eventualidad de provocar cualquier tipo de ruido que pudiera delatar su presencia en la casa. Su familia le enseñó un código de golpes en la pared para comunicarle cuando era seguro salir y cuando debía permanecer oculto.

Manuel Cortés Quero: «El topo de Mijas»

A centenares de kilómetros del Archipiélago canario, Manuel Cortés Quero, conocido como el «Topo de Mijas», fue un caso realmente emblemático.

Alcalde de Mijas durante la II República, se escondió en su propia casa, detrás de una pared falsa, durante la friolera de 30 interminables años. Su esposa, Juliana, y su hija le proporcionaban comida y lo mantenían al tanto de los acontecimientos externos.

La vida de Manuel fue retratada en el libro «El hombre que estuvo escondido 30 años» y en el documental «30 años de oscuridad». El «caso de Cortés» resalta la solidaridad y el ingenio de su familia para protegerlo de la represión franquista.

En una ocasión, Manuel pasó varios días escondido en un armario, cuando un vecino que no tenía ninguna simpatía por la gente de izquierdas visitó su casa. Juliana fingió que un ruido que se había producido provenía de un ratón para evitar que el vecino se acercara al armario. Manuel contó más tarde que durante el curso de esos días, su única compañía fue un pequeño libro de poesía que le había regalado su hija.

Vicente Elizondo: «El topo de Etxalar»

Otro caso notable fue el de Vicente Elizondo, conocido como el «Topo de Etxalar». Vicente se escondió en su propio hogar en el País Vasco durante más de una década. Su familia construyó laboriosamente un escondite en el desván de la casa, donde vivió sin ser descubierto hasta 1950, fecha en la que finalmente, decidió salir a la luz. Elizondo, al igual que otros muchos otros topos, vivió en condiciones extremadamente difíciles, pero logró sobrevivir gracias al apoyo incondicional de su familia.

Durante las fiestas locales de su pueblo, Vicente podía escuchar la música y el bullicio desde su escondite. Soñaba con un día en que pudiera estar en aquellas celebraciones populares sin sentir ningún temor. Una vez, su hermana subió al desván con una pequeña botella de sidra y dos vasos, y ambos brindaron en silencio por un futuro mejor y sin dictadura, esperando que nadie más en la casa llegara a escuchar el leve tintineo del choque entre los dos vasos.

Antonio Amaya: «El topo de Barbastro»

Antonio Amaya, era un jornalero de Barbastro, que permaneció oculto en una cueva cerca de su  durante casi 25 años. Perseguido por sus actividades sindicales, Amaya construyó un refugio improvisado donde vivió en total aislamiento. Su esposa y sus hijos le llevaban comida y noticias del exterior. En 1964, finalmente salió de su escondite tras recibir garantías de  que no iba a perder su vida

Antonio relató que una vez, durante una tormenta, la cueva comenzó a inundarse. Su familia trabajó toda la noche para desviar el agua y evitar que el refugio se convirtiera en una trampa mortal. Ese incidente reforzó aún más los lazos entre ellos, aunque también aumentó su ansiedad y paranoia sobreña posibilidad de llegar a ser descubierto.

Pascual Aparicio: «El topo de Cuenca»

Pascual Aparicio fue un campesino de Cuenca que pasó 21 años escondido en el desván de su casa. Tras la guerra, temía ser detenido por haber apoyado a los republicanos. Su familia construyó un acceso secreto para que pudiera recibir comida y agua. En los años 60 una amnistía parcial le permitió salir a la luz, pero la verdad es que Pascual ya nunca llegó a recuperar completamente la normalidad.

Cuenta su familia que en una ocasión, Pascual cayó gravemente enfermo, llegando a tener una fiebre muy alta. Su esposa, incapaz de llevar un médico a la casa sin levantar sospechas, pasó días preparando remedios caseros y cuidándolo sin descanso. 

Juan García y Martín Mora: «Los topos de Belchite»

Juan García y Martín Mora, ambos habitantes de Belchite, Aragón, se escondieron juntos en una bodega durante más de 20 años. Belchite fue un municipio totalmente destruido durante la guerra, pero que ofrecía múltiples escondites entre sus ruinas. Juan y Martín tuvieron que tratar de sobrevivir en condiciones extremas, ayudados por sus familias que se arriesgaban diariamente para llevarles provisiones. Salieron de su refugio en 1961, cuando las condiciones políticas comenzaron a relajarse levemente.

En una ocasión, mientras ambos jugaban al ajedrez con un tablero que ellos mismos habían hecho a mano, escucharon a los soldados franquistas registrando las ruinas cercanas. Permanecieron inmóviles durante horas, temiendo que el más leve ruido pudiera delatarlos. Juan recordaría más tarde cómo sus corazones latían con más fuerza que el cabalgar de un caballo, mientras se las veían y las deseaban para intentar contener hasta la respiración.

LA VIDA DE «LOS TOPOS» DESPUÉS DE ABANDONAR  «LOS AGUJEROS»

Para muchos «topos» recobrar la libertad no fue el final de sus dificultades. Volver a la vida pública después de tantos años escondidos, presentaba nuevos desafíos.

Pedro Perdomo Pérez, después de que se entregara a la policía en 1969, fue acogido por la sociedad canaria con asombro y expectación. Sin embargo, su reintegración a la sociedad resultó extraordinariamente complicada.  Le fue muy difícil adaptarse a los cambios tecnológicos y sociales que se habían producido en su ausencia.  Pedro pasó sus últimos años en Lanzarote, viviendo de manera modesta y alejada del activismo político que le había caracterizado su juventud. Para no pocos, su historia se convirtió en un símbolo de resistencia y de lucha por la supervivencia.

Las circunstancias de Manuel Cortés Quero, sin embargo, fueron diferentes.  Al alcalde de Mijas, que abandonó su escondite en 1969, los años de confinamiento hicieron que su salud sufriera un duro quiebro.  Los años de encierro le dejaron secuelas físicas y psicológicas muy graves. Su transición a la vida normal le resultó extraordinariamente difícil. Manuel pasó sus últimos años arrastrando las consecuencias de su largo aislamiento. 

También Vicente Elizondo se encontró con una situación similar tras salir de su escondite en la década de los 50. Aunque recibió todo el apoyo de su familia, Vicente tampoco pudo adaptarse completamente a la vida moderna. Las tecnologías aparecidas  durante su reclusión, como la televisión y el uso generalizado del automóvil, le resultaron absolutamente desconcertantes. A pesar de estos desafíos, Vicente vivió sus últimos años en paz, agradecido por la libertad que finalmente había alcanzado.

LAS SECUELAS

Para «los topos» que lograron sobrevivir y adaptarse a la vida tras dejar de ser perseguidos, la modernidad se les presentó como un auténtico shock, tanto en lo que se refiere a las oportunidades como a los desafíos. La transición de una vida de miedo y aislamiento a una sociedad en constante cambio fue un proceso complejo. Los años de aislamiento les dejaron profundas cicatrices psicológicas. Muchos «topos« sufrieron de estrés postraumático, depresión y ansiedad. Las relaciones familiares y sociales también se vieron seriamente afectadas, ya que el miedo constante y la desconfianza habían arraigado con profundidad.

Los «topos» del franquismo representan, pues, una faceta desgarradora de la historia de España. Sus historias de resistencia y supervivencia en la sombra, son testimonios de la crueldad de la dictadura franquista y, también, de la valentía de aquellos que se opusieron a ella.

Recordar ahora las vicisitudes por las que atravesaron sus vidas, no solo es un acto de justicia histórica, sino también una lección sobre la resistencia y el valor humano en tiempos de opresión. La parte de sus biografías, que corresponden la etapa de sus vidas en libertad, reflejan también la profundidad de sus dramas personales.

Fuentes

  1. «Pedro Nolasco Perdomo Pérez: Un topo en la sombra» – Artículo de Canarias-semanal.
  2. «El hombre que estuvo escondido 30 años» – Libro sobre Manuel Cortés Quero.
  3. «30 años de oscuridad» – Documental sobre Manuel Cortés Quero.
  4. «Vicente Elizondo: El topo de Etxalar» – Artículo del País Vasco.
  5. «Antonio Amaya: El topo de Barbastro» – Investigación sobre topos de la Guerra Civil.
  6. «Pascual Aparicio: El topo de Cuenca» – Testimonios de la posguerra.
  7. «Juan García y Martín Mora: Los topos de Belchite» – Reportaje sobre la resistencia en Belchite.
  8. «José Castro: El topo de Castro del Río» – Artículo sobre la represión franquista.
  9. «Amparo Barayón: La mujer topo de Salamanca» – Biografía de una maestra republicana.
  10. «Enrique Lafuente: El topo de Madrid» – Entrevista sobre la vida de los topos en la capital.

Fuente: https://canarias-semanal.org/art/36515/heroes-en-la-oscuridad-las-desgarradoras-biografias-de-los-topos-del-franquismo


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