¿Qué podemos aprender del clásico análisis de Marx?
El análisis de Karl Marx en «El dieciocho de brumario de Luis Bonaparte» ofrece una perspectiva profunda para poder entender algunos fenómenos políticos actuales. Al comparar la figura de Luis Bonaparte con la de Donald Trump, el autor de este artículo, nuestro colaborador Manuel Medina, explora cómo las dinámicas sociales del pasado continúan estando sorprendentemente presentes en nuestra historia contemporánea.
Karl Marx, uno de los pensadores más influyentes de la contemporaneidad, tenía una profunda comprensión de los procesos políticos y sociales. En su obra «El dieciocho de brumario de Luis Bonaparte», Marx desentraña los «misterios» detrás de la Revolución Francesa de 1848 y el posterior ascenso al poder como emperador de Luis Bonaparte, sobrino de Napoleón, aplicando a este episodio histórico su método de análisis.
Pero este trabajo de Marx no es solamente un análisis de un evento histórico en particular, sino una lección atemporal sobre cómo las fuerzas de clase y las dinámicas sociales continúan moldeando la historia. Sorprendentemente, los ecos de este análisis resuenan con fuerza en la política contemporánea, como veremos al comparar las figuras de Luis Bonaparte y Donald Trump.
LA HISTORIA COMO TRAGEDIA Y COMO FARSA
Marx comienza su análisis con una reflexión que se ha vuelto extraordinariamente famosa:
«La historia se repite, primero como tragedia, después como farsa».
Con esta frase Marx nos pone de manifiesto cómo los eventos de la Revolución Francesa de 1789 se repiten, pero de una manera distorsionada, rayana en el ridículo, en el golpe de Estado de 1851 de Luis Bonaparte. Mientras que su tío, Napoleón Bonaparte, se erigió en una figura trágica que transformó Europa, su sobrino, en cambio, se convirtió en una caricatura ridícula de aquella grandeza, instaurando un Imperio que solo pudo existir gracias al apoyo de una clase campesina desorganizada y desesperada.
Para Marx, esta repetición no fue un simple juego de similitudes superficiales. Es el resultado de las mismas fuerzas sociales y económicas que, aunque bajo nuevas circunstancias, continuaron presionando en la misma dirección. El campesinado francés, la clase social más extensa en aquel entonces, no tenía una verdadera conciencia de clase ni una representación política propia. En su desesperación, los campesinos buscaron protección en una figura autoritaria que les prometiera estabilidad y grandeza, aunque fuera en una forma ilusoria y propia de una farsa.
LA FIGURA DE LUIS BONAPARTE Y EL ASCENSO DE TRUMP
Luis Bonaparte, según Marx, no era un líder excepcional. Más bien era un oportunista que supo canalizar el descontento de un sector clave de la población francesa: los campesinos que añoraban la estabilidad y grandeza que asociaban con el nombre Bonaparte. Esta nueva figura autoritaria, por tanto, no emergió de la nada, sino que fue la expresión de una clase social que, al no reconocerse como tal, buscó un salvador externo que representara sus intereses.
Este fenómeno no es exclusivo del siglo XIX. En la política contemporánea podemos contemplar múltiples paralelismos inquietantes. Por ejemplo, en la figura de Donald Trump.
Al igual que Luis Bonaparte, Trump se presentó como un outsider, un salvador que restauraría la «grandeza» perdida de los Estados Unidos, represantada por su lema Make America Great Again. Su ascenso al poder fue impulsado por sectores de la sociedad estadounidense que, al igual que los campesinos franceses de 1851, se habían sentido desconectados y amenazados por los cambios sociales y económicos.
Trump, al igual que Bonaparte, supo explotar ese resentimiento de la clase trabajadora empobrecida y la pequeña burguesía, sectores que han sentido que las élites políticas y económicas de su país los han dejado atrás. Estos sectores, fragmentados y sin una conciencia de clase sólida, fueron incapaces de articular sus demandas de manera efectiva y, en cambio, depositaron su esperanza en un líder que prometía soluciones simples a problemas complejos.
EL «LUMPEMPROLETARIADO» Y LA «SOCIEDAD DEL DIEZ DE DICIEMBRE»
Marx describe cómo Luis Bonaparte se apoyó en el lumpemproletariado, un sector de individuos marginados y desarraigados, para poder consolidar su poder. Estos elementos, entre los que estaban incluidos desde criminales hasta desempleados crónicos, llegaron a convertirse en la base de la Sociedad del Diez de Diciembre, (1) una organización utilizada para manipular y controlar la opinión pública y para intimidar a sus oponentes políticos.
En el caso de Trump, podemos observar un fenómeno similar en la forma en que ciertos sectores marginales y descontentos, frecuentemente asociados con ideologías ultranacionalistas y racistas, fueron instrumentalizados para generar un apoyo popular que desafía las trayectorias políticas tradicionales. Estos grupos no necesariamente comparten una ideología coherente, pero su resentimiento hacia el orden establecido los convierte en un recurso útil para líderes autoritarios que buscan legitimar su poder.
El asalto al Congreso de Estados Unidos el 6 de enero de 2021 fue un ejemplo concreto y alarmante de cómo el miedo y el resentimiento pueden ser canalizados por líderes autoritarios para movilizar a las masas en defensa de una supuesta «grandeza perdida». Esta conexión con la descripción citada radica en varios aspectos clave que merece la pena analizar:
1) Explotación del resentimiento y la desconfianza: Donald Trump, durante su presidencia, cultivó un profundo resentimiento entre sus seguidores hacia las élites políticas, los medios de comunicación y el sistema electoral. Al igual que sucediera con Luis Bonaparte, quien se apoyó en el descontento de las clases sociales más vulnerables y desorganizadas, Trump ha apelado a los sectores de la sociedad que se sentían marginados y traicionados por el «establishment». Esta desconfianza culminó en la creencia, alimentada por Trump, de que las elecciones de 2020 fueron fraudulentas, lo que llevó a la acción desesperada de intentar revertir el resultado a través de la fuerza.
2) Promesa de restaurar una «grandeza perdida»: El lema de Trump, «Make America Great Again», resuena profundamente entre sus seguidores, quienes ven en su figura una oportunidad para devolver a Estados Unidos a un estado de supuesta grandeza que ellos sienten que se ha perdido. Esta promesa de restauración recuerda la estrategia usada por Luis Bonaparte, quien se presentó ante aquella sociedad como el «salvador de Francia», supuestamente capaz de devolverle la gloria que había perdido. En ambos casos, la «grandeza» era más una construcción nostálgica que una realidad, utilizada para movilizar a masas hondamente insatisfechas.
3) Movilización de sectores desorganizados y marginalizados: El asalto al Congreso fue llevado a cabo por una mezcla de individuos y grupos que incluían desde ultranacionalistas hasta personas convencidas de teorías conspirativas, es decir, una especie de «lumpemproletariado» moderno. Estos sectores, al igual que los que en su tiempo apoyaron a Luis Bonaparte, carecían de una organización política coherente y estaban motivados más por el resentimiento que por un programa político claro. Fueron movilizados no por una conciencia de clase ni por un objetivo político definido, sino por una narrativa construida en torno al miedo y al deseo de protección bajo una figura autoritaria.
4) El Uso de la Fuerza como último recurso: El asalto al Congreso hay que interpretarlo como un intento de aferrarse a la figura de Trump como protector en un momento en que su poder estaba siendo desafiado y parecía desvanecerse. De manera similar, Luis Bonaparte utilizó la fuerza y la manipulación del lumpemproletariado para consolidar su poder en un momento de crisis. En ambos casos, la violencia se presenta como un recurso para mantener o recuperar un poder que se percibe amenazado.
El asalto al Congreso refleja cómo las promesas de restauración y la explotación del resentimiento pueden llevar a sectores desorganizados de la sociedad a acciones extremas en defensa de líderes autoritarios. Esta movilización de masas descontentas y la utilización de la fuerza son patrones que, como Marx analizó en el contexto histórico de Luis Bonaparte, se repiten cuando las clases sociales no reconocen su verdadero poder y, en su lugar, se aferran a figuras que les prometen un regreso a un pasado idealizado.
DEFENSA DEL CAPITAL INDUSTRIAL FRENTE AL CAPITAL FINANCIERO
Pero Trump no solo ha capitalizado el resentimiento y la sensación de desconexión de sectores populares, sino que también representó durante su mandato, y representa en su actual tentativa de ganar la presidencia, los intereses de una fracción del capital industrial que se siente amenazado por el poder arrollador del capital financiero y globalizado. Esta dimensión añade complejidad a su figura como líder y explica por qué su base de apoyo incluyó no solo a trabajadores descontentos, sino también a sectores determinados del empresariado.
Y es que el ascenso de Trump se produjo también en un contexto de tensiones dentro de las clases dominantes en Estados Unidos, especialmente entre el capital industrial y el capital financiero. Mientras que el capital financiero, representado por Wall Street y las grandes corporaciones tecnológicas, se benefició enormemente de la globalización, la desregulación y las políticas neoliberales, una parte del capital industrial se vio afectado por la desindustrialización, la externalización de la producción y la competencia global, particularmente de países como China.
Trump, con su retórica proteccionista y su promesa de «traer de vuelta los empleos», asumió la defensa de esta fracción del capital. Sus políticas de reducción de impuestos, desregulación y guerra comercial con China reflejan un intento de revertir el declive del sector industrial estadounidense. En este sentido, Trump no solo se presentó como un defensor de los trabajadores industriales, sino también como el portavoz de un sector del capital que se sentía marginado por el dominio del capital financiero y su determinación de maximizar las ganancias a corto plazo, frecuentemente a expensas de la producción nacional.
FRACTURA EN EL SENO DE LAS CLASES DOMINANTES ESTADOUNIDENSES
La defensa del capital industrial por parte de Trump se enmarca dentro de una fractura más amplia dentro de las clases dominantes. Mientras el capital financiero se beneficia de un mundo sin fronteras, con capitales moviéndose libremente y aprovechando los mercados globales, el capital industrial permanece más atado a las dinámicas de producción nacional y, por tanto, es más vulnerable a la competencia internacional y a las políticas de libre comercio que favorecen la externalización.
Trump explotó esta tensión, prometiendo políticas que protegerían la industria estadounidense, imponiendo aranceles a las importaciones y renegociando acuerdos comerciales como el NAFTA. Estas medidas fueron diseñadas para proteger a los productores nacionales, pero también reflejan un esfuerzo por redefinir las reglas del capitalismo en beneficio del sector industrial, en detrimento del capital financiero.
COMPARACIÓN CON LUIS BONAPARTE
Esta defensa de un sector del capital industrial puede compararse también con el papel desempeñado por Luis Bonaparte, quien igualmente navegó entre diferentes facciones de la clase dominante, aprovechando sus divisiones para consolidar su poder. Bonaparte, al igual que Trump, representaba a sectores de la sociedad que se sentían amenazados por las transformaciones económicas y sociales de su tiempo, y utilizó esa base para catapultarse hacia el poder.
Sin embargo, a diferencia de Bonaparte, quien operó en un contexto donde el capitalismo estaba en expansión, Trump actúa en una etapa del capitalismo globalizado donde las tensiones entre el capital industrial y financiero son más pronunciadas. Mientras que Bonaparte buscaba restaurar una gloria imperial, Trump se orienta hacia una «grandeza» que implica la recuperación del poder industrial estadounidense frente a las dinámicas globales que favorecen al capital financiero.
LA DEBILIDAD DE LOS MOVIMIENTOS PROGRESISTAS
Marx, en su libro, destina sus críticas más severas a la pequeña burguesía y a los movimientos socialdemócratas y reformistas que, en su opinión, no solo fracasaron en representar a la clase trabajadora, sino que también la debilitaron al arrastrarla hacia compromisos ineficaces con el poder burgués. La pequeña burguesía, con sus aspiraciones de estabilidad y su miedo a los cambios radicales, terminó constituyéndose en un auténtico obstáculo para el verdadero progreso social.
En el contexto actual, aquel contexto se refleja en la incapacidad de los partidos progresistas a la hora de movilizar a la clase trabajadora de manera efectiva. Al igual que en la Francia de mediados del siglo XIX, estos movimientos frecuentemente terminan haciendo concesiones que desarman su capacidad para desafiar verdaderamente al poder establecido. El resultado es una repetición de la historia, donde las aspiraciones de cambio radical son neutralizadas por la búsqueda de soluciones moderadas que no amenazan el orden burgués.
UNA REFLEXIÓN FINAL
El análisis de Marx en «El dieciocho de brumario de Luis Bonaparte» continúa siendo, pues, relevante en la actualidad, más de 150 años después de su publicación. Su explicación sobre cómo las clases sociales y sus dinámicas internas pueden llevar a la repetición de la historia en formas trágicas y farsescas, ofrece una poderosísima lente para comprender no solo el pasado, sino también el presente.
Una lección que podemos extraer de todas estas secuencias es que mientras las clases trabajadoras y populares no desarrollen una conciencia de clase sólida y una representación política independiente seguirán siendo vulnerables a los encantos de figuras autoritarias que, en lugar de ofrecer un verdadero cambio, reiteran una nueva versión farsante de la historia. Marx nos invita a atender las lecciones que nos ofrece la historia para que esta no tenga que repetirse, ni como tragedia ni como farsa.
(*) MANUEL MEDINA es profesor de Historia y divulgador de temas relacionados con esa materia.
NOTAS:
1) La «Sociedad del Diez de Diciembre» fue una organización paramilitar formada en 1849 por Luis Bonaparte, quien más tarde se convertiría en Napoleón III. Esta sociedad estaba compuesta por elementos del lumpemproletariado, como criminales, desempleados y otros individuos marginalizados, que fueron reclutados para apoyar políticamente a Bonaparte.
Su papel principal fue actuar como fuerza de choque para intimidar a los opositores políticos, influir en las elecciones y mantener el orden en las calles a favor de Bonaparte. En esencia, sirvió para manipular la opinión pública y asegurar el poder de Bonaparte, creando una apariencia de apoyo popular mientras socavaba las instituciones democráticas de la Segunda República Francesa. Esta sociedad fue instrumental en el golpe de estado de 1851, que consolidó a Bonaparte como emperador de Francia.
Referencias
- Marx, Karl. «El dieciocho de brumario de Luis Bonaparte».
- Foster, John Bellamy. Trump, The Good Capitalist. Monthly Review, 2019.
- Anderson, Kevin B. Marx at the Margins: On Nationalism, Ethnicity, and Non-Western Societies. University of Chicago Press, 2010.
- Harvey, David. A Companion to Marx’s Capital. Verso, 2010.
Fuente: https://canarias-semanal.org/art/36606/luis-bonaparte-y-trump
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