Crisis educacional. La educación enfrenta nuevos desafíos.
La educación avanza en algunos aspectos, pero enfrenta deudas significativas: la preservación de habilidades esenciales, el impacto de la tecnología en el aprendizaje, y el acceso universal siguen siendo grandes desafíos
Para los chinos, la caligrafía no es tan solo una asignatura de la escuela. Es una actividad que acompaña. En ella se combina la meditación con el arte y, al hacerlo, se transforma en una habilidad fundamental, la de poder comunicarse con el otro y dejar huellas en el tiempo. Por eso, escriben buscando una comunión silenciosa, que quiere dejar trazas de belleza, de profundidad, de la propia personalidad y en tanto silencio que les arrulla el sonido del pincel o el marcador rodando sobre el papel.
Cada país e, incluso, cada persona, debe sacar perfeccionadas de la escuela las habilidades que trajo al mundo. Poder hacer del encuentro con el saber el camino de una vida, donde tener conocimientos para no morir, para crecer y para convivir. Por eso, la escuela es mucho más que la lectoescritura. Una habilidad que junto a las otras viene disminuyendo.
¿Por qué los niños parece que aprenden menos? ¿Por qué cada vez más países comienzan a prestar atención al aislamiento de sus ciudadanos y parece que es más fácil vivir en la virtualidad que en las calles? ¿Realmente las tabletas, las computadoras y ahora la inteligencia artificial nos ayudan a ser más ágiles?
Los malos resultados de la educación virtual ya se advirtieron globalmente durante la pandemia, cuando la Unicef advertía que los niños se distraían más y aprendían menos. En el presente, distintos países comienzan a tomar medidas progresivas para volver a prohibir las pantallas de las aulas, hablando de la calidad de aprendizaje, de las alteraciones de la conducta y de la necesidad de adquirir tradicionalmente habilidades básicas para calcular, para dibujar, para leer, etc.
La situación es bastante grave porque se van quedando en excepciones las personas de menos de 20 años que logran leer un libro, ubicarse en el espacio, señalar por donde sale el sol o tolerar personas cultural o socialmente distintas.
Al llegar septiembre, una gran cantidad de países se irán convocando a la vuelta a clases y estos debates volverán a tomar terreno, en las noticias, pero también en el corazón de nuestros hogares, donde se dialoga con mucha frecuencia de la importancia de la educación para la convivencia, el desarrollo y el progreso.
El derecho a la educación
Consagrado en la Declaración Universal de Derechos Humanos y desde allí, en distintos tratados y constituciones, suele ubicarse que la educación nació como derecho en el siglo XIX, cuando el Estado moderno se desarrolló y se multiplicaron las reflexiones de la importancia de la escuela para la República. Allí, comenzó a buscarse que la instrucción fuese universal y que fuese perdiendo el carácter religioso, privado o restringido que tuvo en el pasado.
Los estudiosos consideran un hito de talla mundial las discusiones y posteriores normas que dictó la Revolución francesa en materia de educación, en la cual un tema central fue la nacionalización de los bienes eclesiásticos y la búsqueda, como la entendieron los liberales, de la sustitución de la religión por la ciudadanía. Había que transformar esos sentimientos, esa admiración y esa sumisión hacia un nuevo Dios, laico y republicano, inspirado en ideas de igualdad, fraternidad y libertad. Sin embargo, la universalidad —el que a todos les correspondiese este derecho— no se construiría todavía. El mismo Rousseau consideraba menos importante la educación de los pobres, y la lucha por el derecho de las mujeres a la educación sigue siendo una causa del presente.
En su formulación más básica, el derecho a la educación está asociado con la posibilidad de ir a la escuela, al menos, a la primaria y, desde allí, se amplía según el país y el momento histórico. En nuestro mismo continente es muy variado, siendo, por ejemplo, Venezuela, uno de los más generosos en la gratuidad de su educación, que debe garantizarse hasta la universidad.
Con el paso de las décadas, todo un camino de instrumentos jurídicos fue dándole las características a este derecho. Pocos más claros que el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales de la ONU, que lo contiene en el artículo 13, en el que destaca la búsqueda de la universalidad y de la progresividad. Debe procurarse educar a todos, incluso a quienes tienen condiciones especiales, y hacerlo obligatorio y gratuito el mayor tiempo posible. En el mismo sentido se creó, por ejemplo, la “Declaración Mundial de Educación para todos” en los años noventa.
Siempre en disputa
Pese a las normas, la realidad nos marca que no todos reciben educación. Según la Unesco, existen en el mundo 250 millones de niños que no van a la escuela y, según la Unicef, uno de cada tres niños no va a la escuela en territorios afectados por guerras o desastres naturales. Una cifra que debe ir en aumento si miramos el mapa de los conflictos. Sólo tomemos en cuenta el caso de Gaza, donde la Oficina de Prensa ha denunciado en junio de este año que el derecho ha sido perturbado a 800.000 estudiantes, entre ellos los 40.000 convocados a rendir los exámenes de secundaria que no pudieron presentarlos.
Al mirar más cerca, en América Latina hay, según se estima, 35 millones de adultos que no saben leer ni escribir. Una tarea que han asumido como urgente todos los procesos revolucionarios del siglo XXI, pues, más que una simple habilidad, la lectoescritura es un requisito para el desarrollo y la pertenencia plena a nuestras comunidades. Además de esto, podemos ver cómo existen regímenes con muy pocas prestaciones gratuitas, como el chileno, lo que provocó importantes manifestaciones en 2018, basadas en la denuncia de la segregación estudiantil que ofrece muy pocas oportunidades a las personas de clase trabajadora y que les condena a endeudarse para poder proseguir en su formación.
La escuela, mucho más que un edificio
Podríamos pensar que el tema educativo se resuelve garantizando que haya suficientes escuelas y, en ellas, maestros que puedan asumir las distintas materias. Sin embargo, la escuela es en sí misma el primer encuentro con una sociedad. Por ello, es mucho más. Es en ese recinto que descubrimos al otro y a nosotros mismos. También donde muchos niños y niñas son incluidos en políticas fundamentales para su vida, como la alimentación, el deporte, las artes y los controles básicos de salud.
En ese contexto, todo importa y debe discutirse. La manera en la que se ponen las mesas, la forma en la que los maestros y maestras hablan, los temas que se aprenden y cómo se integran los estudiantes a sus entornos. Hay formas de educar para la liberación y contra la opresión, como enseñaba el maestro Freire. Hay una visión de que el Estado todo ha de ser un maestro, como la del venezolano Prieto Figueroa, pero también una profunda inercia del pensamiento pedagógico que lo deja a expensas de visiones minimalistas que, en vez de educar para el desarrollo y la plenitud, buscan hacer de la educación tan sólo una herramienta para el poder.
Por esta línea parecen alinearse todos los que creen que tan sólo debe educarse para las habilidades prácticas más inmediatas y evidentes: que la gente sepa inglés, algo de ciencias y matemáticas, si es posible nada de humanidades, parecen desear que la tecnología supla en todo a los maestros y a los libros.
¿Venimos al mundo tan sólo a servir a un sistema más grande que nosotros? ¿Para dónde progresan sociedades donde el pensamiento crítico no es lo principal que debe tener una persona? ¿Cómo entendemos el mundo, sus desigualdades, sus conflictos y sus aspiraciones históricas si no conocemos de geografía o de historia? ¿Qué es de la humanidad sin la música y sin la belleza?
Este tema —que es muy grande— se complejiza aún más con el exponencial crecimiento de la inteligencia artificial porque podríamos pensar que “si las computadoras saben calcular o memorizar” para qué necesitamos estudiar. Pues parece que para que el cerebro funcione correctamente es necesario, pero también para que nuestra humanidad sea plena, porque el humano es un ser de manada, de comunidad, la que se construye desde la apreciación, la contemplación y los valores compartidos. Ya sea en el saber tejer con los colores de un sol guajiro colombo-venezolano o poner el pincel para hacer un sinograma.
Así que, más allá de las técnicas, la escuela es una ventana para el mundo de adentro y una fiesta para el alma adentro. A poder haberla disfrutado le debemos tantas cosas como la simple posibilidad de compartir este artículo. Por eso, nunca debemos olvidar el deber de defenderla de sus viejos y nuevos enemigos, como la pobreza, como la idea de que los obreros no vienen al mundo, sino a ser explotados, de no pensar cómo reproduciremos lo que en ella pasó toda nuestra vida o de creer que no puede mejorar porque creemos que siempre fue y será la misma.
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