12 de octubre: Clase y raza en América Latina.

Un marxismo de rostro indígena para el futuro que está llegando.

La capacidad de movilización y lucha mostrada por distintos sectores indígenas —y su clara oposición a las consecuencias con que arrastran a los pueblos las políticas burguesas que profundizan la expoliación de Latinoamérica— convierten actualmente a las pueblos originarios en centro de atención política y debate intelectual. En este plano, los divergentes intereses que se manifiestan en las academias y centros de estudio suelen partir del aspecto étnico como parámetro —mas que de análisis, de particularizan (fragmentadora) de sus luchas— frente a la resistencia social generalizada en Nuestra América. Con ello, se consolidan interpretaciones según las cuales los fenómenos de movilización social y lucha política que protagonizan los pueblos indígenas son ajenos al marco interpretativo sistematizado por el marxismo, y a su propuesta de acción política revolucionaria. Esto se explica aduciendo que el marxismo, supuestamente, no da la suficiente importancia a la dimensión cultural como parte de sus análisis (o, lo que es lo mismo, reduciendo el marxismo a un enfoque meramente económico). Pero, alejado de esa lectura falaz, acá propondré algunos elementos que abonen a la reasuncion del marxismo como pilar interpretativo y herramienta para la transformación social, fuerte y esencialmente conectada con esa lucha de protagonismo indígena.

Un punto de partida necesario para reflexionar sobre el vínculo de la perspectiva de transformación socialista de la sociedad y la cuestión indígena es el cuestionamiento a cualquier aproximación de tipo ≪esencialista≫ para dar cuenta de la etnicidad. Por el contrario, lo étnico debe ser entendido como la forma particular que, en relación con los pueblos indígenas, asumió el proceso histórico de control y regulación estatal correspondiente al despliegue del sistema capitalista. Es decir, entender la etnicidad como un constructo sociohistórico, no como una esencia inmutable. En este sentido, concibo que la etnicidad y las relaciones interétnicas no aparecen socialmente implementadas fuera de las estrategias que los portadores del modelo estado-nacional capitalista han puesto en práctica para imponer, expandir o consolidar su particular forma de organización de las relaciones sociales; o sea, no existen desconectadas del proceso de configuración de un sentido hegemónico. Por ello, la etnicidad de los indígenas no puede ser rastreada como algo intrínseco a las comunidades o impermeable a las relaciones sociales mantenidas entre grupos. Es el producto del relacionamiento que, en términos del proceso histórico especifico de expansión del capitalismo, permite identificar la desigualdad o la pretensión de dominio y sujeción como sus ejes estructurantes. Se trata, por tanto, de una lucha de poder, verificable en un análisis de las políticas públicas de los modernos Estados latinoamericanos, donde puede constatarse como se ha sostenido una constante actividad de regulación que podríamos definir como etnificación, pues pretende gestionar la vida de los pueblos originarios. Así, en lugar de etnicidad, es viable hablar de etnificación para referirnos al sometimiento afrontado por esos pueblos en relación con el proceso permanente de definición y reafirmación, en su aspiración hegemónica, del sistema estado-nacional-capitalista. Recurrentemente, se usa el concepto de etnia para acentuar los componentes culturales reconocidos como eje de la organización de las comunidades indígenas En consecuencia, la etnificacion puede ser visualizada desde la perspectiva del proceso general de imposición cultural desarrollado por el Estado-nación. No obstante, es imperativo cuestionar y ampliar la concepción del eje cultural como dimensión única para interpretarlos. No se trata de negar la relevancia de su cultura tradicional, sino de complementar esa dimensión con elementos igualmente imprescindibles de su configuración histórica como pueblos; por ejemplo, sus formas no capitalistas de producción o la organización política de su territorialidad. Así, la etnificacion, entendida como imposición desde el Estado, podría relacionarse con el concepto de proletarización para acentuar el análisis sobre los procesos de captación de la mano de obra  indígena para la producción capitalista y la valorización y mercantilización del suelo. También, podría enlazarse con la categoría de incorporación, que enfatiza el aspecto político del proceso de vinculación legal de los nativos al modelo estatal como ≪ciudadanos≫ —incluido el reconocimiento sobre el carácter ambiguo de este—, basado en la igualación abstracta y el reforzamiento de la desigualdad material.

La articulación de la perspectiva marxista con el análisis del sometimiento aplicado a los pueblos de Nuestra América apunta a dar cuenta de los aspectos económicos, políticos y culturales del proceso de etnificación, incorporación y proletarización indígena Su relación especifica con el desarrollo general del capitalismo estriba en el hecho de pretender una sujeción estable de un sector de la población a una estructura mayor de tipo hegemónica y, con ello, garantizar las condiciones de reproducción de la cultura, el modelo político y las formas de producción económica de esa estructura o, al menos, diferir la posibilidad de que estas sean controvertidas. El proceso histórico dentro del cual los pueblos indígenas fueron paulatinamente insertados en las lógicas propias de la producción y mercantilización capitalistas, además de formas de disciplinamiento laboral, asumió instancias de un despojo territorial que contrajo el territorio ancestral indígena Ello modificó las relaciones sociales de producción y la capacidad de control y decisión sobre esa producción. También generó una dinámica de reducción de la población ancestral que puede calificarse como genocidio. Por todo lo anterior, es inevitable conectar la ≪cuestión indígena≫ con la expansión capitalista. Asimismo, lo es reconocer la constitución de las ≪relaciones de clase≫, una categoría que resalta la desigualdad o asimetría (política, económica y cultural), ademas de concebir la contradicción, como su eje. Estas relaciones de clase se verifican en la interrelación constante entre la mayor concreción del sentido hegemónico estatal (manifestado en variadas expresiones de racismo) y la urgencia de someter cualquier tipo de oposición al mas amplio desarrollo de ese interés. Construir el Estado nacional según los intereses de un sector de la sociedad fue posible solo destruyendo los de otro: el indígena.

En esta concepción, parto de entender las clases sociales no como entidades delimitadas o como grupos definidos en abstracto, sino como una herramienta para comprender la delineación procesual de intereses sociales opuestos que estructuran el modo de producción capitalista. Como he señalado, la identidad indígena resultó de un ejercicio impositivo —efectuado por el Estado colonial y replicado por el modelo republicano posterior— que apuntó a denostar las tradiciones culturales indígenas y, en paralelo, a organizar las formas de trabajo y de dominación política imperantes. El racismo contemporáneo (individual y estatal) que enfrentan las reivindicaciones indígenas por sus identidades es una forma de ocultamiento y naturalización del despojo, la injusticia y la precarización de la vida a la cual los Estados modernos someten a estos pueblos. A lo largo de la historia latinoamericana, las estrategias de dominación del régimen colonial se complementaron con las formas republicanas. Estas generaron, luego, un marco ideológico afín a la integración productiva, que pasaba por la desaparición de los naturales ≪tal cual eran≫: es decir, por su ≪civilización≫, entendida como adopción forzada del esquema de orden estatal. Con la creciente integración de las economías primario-exportadoras de los países periféricos a los desarrollos industriales del centro de la economía-mundo capitalista, nuevos sectores empresariales desataron la represión directa —para adecuar el terreno y posibilitar la fluida extracción de los recursos localizados en zonas ancestrales de los pueblos indígenas— como requerimiento del proceso de expansión y concentración del capital. Luego, operó una complejización y ampliación de los modos de dominación y de los actores en el proceso de sometimiento. Ello condujo a la mas consolidada y extensa implantación del control sobre los pueblos indígenas, dispuesta en, por ejemplo, la constitución de agencias estatales particularmente encargadas de ejercerlo (no pocas veces disfrazado de asistencialismo) o corpus normativos específicos. Con estos elementos, podemos entender como el proceso histórico de expansión capitalista, inaugurado con la invasión europea al continente y continuado desde entonces, paso por el desarrollo de variadas formas de control sobre la tierra y la mano de obra indígenas como factores indispensables de la producción de tipo capitalista y de la acumulación de riqueza en manos de los conquistadores europeos y sus herederos criollos. Las problemáticas que afectan a los indígenas (y constituyen sus reivindicaciones actuales) no pueden reducirse a una supuesta falta de tolerancia cultural o de integración plena a los Estados. Mas bien, son la manifestación concreta del desarrollo del sistema capitalista en nuestra región, con clases sociales antagónicas e intereses opuestos entre los detentadores del poder político, usurpadores de la tierra y organizadores de los procesos de trabajo, por un lado, y los desposeídos, indígenas y no indígenas, por el otro. Los primeros dependen, como clase, de la explotación directa o indirecta de los segundos. Mientras, la etnificación estatal y las consecuentes formas de racismo son correlativas a esta.

A lo largo de todo este proceso, los pueblos indígenas desarrollaron múltiples estrategias de resistencia que evidencian la interposición de intereses contrarios al modelo capitalista y al Estado que lo regula. Si bien la resistencia aparece fundamentalmente como lucha por el territorio, entender este ultimo sin reducirlo a un espacio de productividad económica, sino como producto y productor de las relaciones sociales en su mas amplia expresión, permite reconocer la oposición contradictoria entre dos formas de organización de la vida. Entender el capitalismo no como una forma de producción económica simplemente, sino como un sistema civilizatorio, tal como lo propuso Marx, permite concebir la reivindicación del marxismo de rostro indígena mas allá de la lucha por la tierra (menos por su apropiación de tipo individual); implica respaldar la definición indígena del orden social y delinear un sistema cultural no homogeneizante ni basado en la expoliación de la naturaleza. La perspectiva de la estructuración de las clases sociales se completa al reconocer el desarrollo de la organización de los pueblos indígenas para la lucha, en sus distintas formas. Al resistir y luchar, profundizan la identificación de sus propios intereses ante los antagónicos; también, las formas mas adecuadas en cada etapa histórica para adelantar la lucha, mientras ponderan las posibilidades de alcanzar sus objetivos. En el mismo sentido, la lucha y reconocimiento de intereses propios permite distinguir a los sectores no indígenas que comparten sus necesidades y constituyen la misma clase de explotados.

En conclusión, propongo retomar una larga tradición marxista, parcialmente relegada en lo que a los análisis sobre la problemática indígena se refiere, para abonar a esa conceptualización la importancia de no asumir una sobredimensión cultural que, con la intención de resaltar algunas particularidades, genere la fragmentación de los aspectos políticos y económicos fundamentales para desarrollar la concentración capitalista. Al mismo tiempo, sin que ello implique una negación o subordinación de un sistema cultural de raigambre histórica, no anquilosado en el pasado y con innegables aportes para el futuro. Por tanto, retomar la categorización de los pueblos indígenas desde el concepto de ≪clase social≫ puede favorecer una interpretación mas plena de un proceso de vasta complejidad. La etnia, en ultima instancia, no se constituye históricamente fuera de la definición de clase; pero, en la experiencia concreta de los pueblos indígenas de Nuestra América, la categoría de clase no puede ser reconocida aparte de la de etnia, por cuanto la forma especifica que tomó el desarrollo de las relaciones de clase se basó en la afirmación de la etnia (o diferencia cultural indígena) como eje de la contradicción y puntal del sometimiento, mientras escondía facetas de mayor relevancia —según los intereses de la clase dominante— como el control de la tierra, la utilización de la fuerza de trabajo o la desarticulación de la oposición política La forma mancomunada en que se presentan aspectos económicos, políticos y culturales constitutivos de los procesos sociales no puede ser totalmente captada si se privilegia una sola de estas dimensiones. Aunque la separación analítica contribuye a clarificar, es insuficiente (e inverosímil) si no se conjuga con el ejercicio interpretativo holístico que de cuenta de la interrelación entre esas dimensiones. Pues, si bien las interacciones de los pueblos indígenas con los Estados modernos aparecen definidas mas visiblemente a través de su etnicidad, no debemos soslayar que, al mismo tiempo, esta ≪diferencia cultural≫ se constituyó sobre la base de formas de organización política autónomas y dinámicas de control y manejo de los procesos productivos no capitalistas. No obstante, así como resulta inconducente la perspectiva culturalista de análisis, tampoco ayudaría una concepción marxista que suprima las particularidades culturales de los pueblos indígenas, ya sea que lo haga bajo el discurso de liberación nacional (etnocéntrico) o en atención a la idea de la necesaria modernización de nuestros países —y entienda, a partir de ella, que los indígenas constituyen un atavismo—. La historia nos ha mostrado que ni el nacionalismo ni el modernismo/progresismo, por si solos, superan la postración generada, para la mayoría de la población Nuestraaméricana, por la expansión capitalista. Por el contrario, la tradición marxista debe retomar el empeño noble de construir una propuesta de reflexión y acción que parta de una lectura critica de nuestra historia y plantee un horizonte de transformación en el que tengan presencia protagónica no solo las tradiciones culturales indígenas, sino, en especial, sus formas de organización política autonómicas, no estadocéntricas, y sus prácticas de uso y explotación no capitalista del suelo y los bienes comunes. En otras palabras, que se encamine hacia la eliminación del antagonismo de clases destruyendo los factores que facilitan la explotación, que no se reducen a la intolerancia cultural o el racismo.

Los pueblos indígenas, en tanto portadores de prácticas económicas y modelos políticos propios, fueron y son objeto de una explotación que los constituye no en aliados coyunturales, sino en participes plenos de una clase social que hoy lucha por liberarse oponiendo una resistencia inclaudicable contra el capitalismo imperialista que azota Nuestra América. Esa lucha prefigura (y nos enseña) el nuevo mundo que esta por venir, que solo será nuevo si postula la liberación de todas las clases oprimidas. Una praxis que parta de nuestra historia y capte nuestros rostros (mas o menos indígenas) debe ser un necesario paso para acompañar ese futuro. El marxismo de rostro indígena no es sectario ni se basa en la pretensión idealizada del indígena como mero vehículo de una cultura que reivindicar. Tampoco se trata de un discurso homogeneizante que lo estime como simple agente de la producción agrícola. Por el contrario, es una praxis de liberación plena de las y los desposeídos del continente, aunados en una lucha contra todas las formas de dominación política, opresión cultural y explotación económica, y convocados para la construcción de un mundo nuevo: un socialismo capaz de albergar y, en especial, de potenciar la diversidad que nos caracteriza.
 
Fuente: https://contrahegemoniaweb.com.ar/2024/10/10/un-marxismo-de-rostro-indigena-para-el-futuro-que-esta-llegando/
 

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