Chile rojinegro: Un diálogo inédito entre Miguel y Regis Debray.

Intervención de Manuel Hidalgo en el Círculo de Periodistas, en Santiago [1]

por Manuel Hidalgo.

Agradezco la confianza de mi querida compañera Lucía Sepúlveda de concederme la palabra para comentar este libro que nos transcribe una conversación/entrevista entre Regis Debray -el intelectual marxista francés- y Miguel Enríquez, a menos de 3 meses de asumido el gobierno por el presidente Salvador Allende.

Su lectura nos permite acercarnos a una sintética evaluación del proceso vivido por la joven organización revolucionaria hasta ese momento, a su valoración de su inserción en los frentes de masas y de su trabajo conspirativo, de inteligencia y reclutamiento en las FFAA y de cómo ello pesó e incidió en las relaciones que logró construir con el presidente Allende, con el Partido Comunista y con el resto de la izquierda en un muy breve lapso de tiempo. Y más allá de ello, el prestigio alcanzado como una fuerza política con estructura y pensamiento propio, que le permitió un acelerado crecimiento entre las masas, con una capacidad demostrada de incidencia en la lucha de clases.

En la entrevista, Miguel Enríquez se refiere también a las tomas de posición claves que habían marcado el derrotero de su organización hasta ese momento. Establece con claridad que “el MIR nace como grupo en que lo central está en el trabajo de masas y después tiene su evolución”. Le aclara a Regis Debray que el MIR no nace como un aparato político militar que actúa distanciado de las masas y de sus aspiraciones. Le cuenta que “es a partir de la frustración en los frentes de masas” por un repertorio limitado a la agitación y a la gestión tradicional de lucha reivindicativa, que se produce una reflexión y una discusión que lleva, en mayo de 1969, a emitir un documento “Sólo una revolución entre nosotros mismos podrá llevarnos a una verdadera revolución en Chile”, que empieza a plantearse una línea de enfrentamiento del problema, de cómo introducir en la experiencia de las masas la conciencia y la preparación para el ejercicio de formas armadas de lucha.

Y es a partir de entonces que comienzan a hacerse las “acciones directas” que van a abrir un camino de organización y de lucha protagónica de las masas tras objetivos que permitan resolver sus reivindicaciones y aspiraciones. Son las tomas de terreno, las corridas de cerco, los cortes de calles y caminos, entre otras, que introducen prácticas de información, planificación, operación en el terreno y desarrollo de capacidades de autodefensa; para enfrentar directamente el ejercicio de un derecho negado o restringido por la ley. A través de estas acciones directas es que el pueblo aprenderá que “la lucha da lo que la ley niega”.

El éxito de este camino entre los sectores populares en los que el MIR se implanta en esos años -campesinos, mapuches, pobladores, obreros de pequeñas industrias, estudiantes- es lo que está detrás de ese acelerado crecimiento que se registra desde mediados de 1969 y que no se detendría sino hasta el golpe militar. Un camino que permitió encauzar y orientar, por otra parte, una dinámica de cambio social que se había ido extendiendo en muy amplios sectores de masas, incluso a partir de las reformas del primer momento del gobierno de Eduardo Frei y su “Revolución en Libertad”.   Existía entonces “una actitud de disponibilidad política para llevar a cabo cambios sociales más profundos en amplios sectores del mundo popular y de las capas medias”, a decir del historiador Sergio Grez. Y que se multiplicó después del triunfo de la Unidad Popular en 1970.

Otra toma de posición decisiva, en abril-mayo de 1970, fijó una postura frente a las elecciones presidenciales de septiembre, combinando una consecuencia de principios con criterios de realismo y flexibilidad, para no contraponer el voto popular por Allende con la actitud militante de quienes -estando clandestinos y abogando por una estrategia diferente- se abstendrían de votar.

De por medio, había demás un claro reconocimiento de Allende como representante de los trabajadores en el terreno electoral y de que su programa incluía “una cantidad de medidas fundamentales que golpean ciertos núcleos vitales del sistema”, que precipitarían una radicalización del proceso, por lo que -más allá de otras consideraciones, el MIR optó por apoyar ese programa.    

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A partir de la victoria electoral de Allende, el MIR entiende claramente que se abre una situación pre-revolucionaria, que conducirá indefectiblemente a un enfrentamiento, a un choque violento,  entre las clases dominantes y el campo popular. Hay una clara conciencia que el imperialismo y la burguesía no descansarán hasta desplazar al gobierno de Salvador Allende y que una contraofensiva reaccionaria está en curso -incluyendo preparativos para un golpe de estado- y que frente a ello, era imprescindible la unidad de la izquierda para hacerle frente y derrotarla.

Esa apreciación y esa postura -para sorpresa del MIR- encuentra temprana “receptividad” en Alende, incluso antes de las elecciones, en pleno proceso electoral. Y de esa común apreciación, nació un vínculo político, una relación privada, clandestina, que derivó originalmente en un trabajo “puramente en el campo militar”. Luego del triunfo, la relación entre el MIR y Allende se fue transformando en algo más estrecho y amistoso, con mucha franqueza y confianza; más allá del desacuerdo y distanciamiento que provocó la aceptación por parte de la UP del estatuto de garantías constitucionales que la DC exigió para ratificar los resultados de la elección presidencial de septiembre. Lo que quedó absolutamente revertido cuando, en vísperas del secuestro y asesinato del General René Schneider, comandante en jefe del Ejército, el MIR denunció públicamente la conspiración en curso y entregó luego los antecedentes sobre los culpables de ese crimen. Lo que provocó una enorme simpatía de Allende y de las masas allendistas hacia el MIR.

Como sabemos, en el curso de los hechos hasta el golpe militar, Allende sedimentaría una línea de enfrentamiento de la subversión patronal afincada en la defensa y el respeto irrestricto de la institucionalidad democrática, en la legitimidad de su gestión y en la movilización del apoyo popular dentro de los límites que el programa de gobierno permitía y que se iban ampliando al calor de la intensa lucha por su cumplimiento, en medio del asedio y la oposición de las clases dominantes.

LIBRO MIGUEL ENRÍQUEZ HABLA CON REGIS DEBRAY
De izq. a der.: Manuel Hidalgo, Carmen Castillo, Lucia Sepúlveda y Carlos Torres.

El MIR, convencido que esa orientación resultaba insuficiente e incapaz de contener la salida golpista tras la que irían alineando el conjunto de las clases dominantes, sobre todo después de marzo de 1973, profundizaría su orientación y acción política de construcción de un protagonismo popular, de gérmenes de un poder popular, que a nivel de los territorios entraran en la disputa por la ampliación y ejercicio de sus derechos, del combate directo por el control de la producción social y la defensa del proceso contra el golpismo. Al tiempo que abordaría una agitación y construcción de fuerzas dentro de las Fuerzas Armadas, hacia los suboficiales, clases y soldados, más allá de continuar el trabajo anti-conspirativo dentro  de la oficialidad. Una orientación y una experiencia que no alcanzó a madurar y a extenderse como para constituirse en una fuerza social con potencia insurreccional, contra la que se hubiesen estrellado los afanes golpistas de las clases dominantes. Compartimos la opinión de quienes señalan que “nos faltó tiempo”, a pesar del frenético galopar de la izquierda revolucionaria en esos mil días, para revertir la situación “que se transformaba aceleradamente de crisis prerrevolucionaria en contrarrevolución desembozada”, como dice Sergio Grez.

El golpe de estado se precipitó, en este sentido, contra un movimiento popular que no logró recuperar la iniciativa luego del “tanquetazo” de junio de 1973 y que estaba dividido en cuanto a la línea a seguir para enfrentar la cada más profunda y compleja trama de los conspiradores, alentada y dirigida por el imperialismo y las clases patronales. Y que, mayoritariamente, se supeditó a la orientación planteada por Salvador Allende. Que cayó defendiendo consecuentemente sus convicciones de avanzar al socialismo en democracia y cumpliendo su compromiso de lealtad para con el pueblo.

Miguel Enríquez haría lo propio. Su caída en desigual combate se precipitó hace 50 años atrás, cuando empezaba a orientar la construcción de la Resistencia Popular contra la dictadura, que habilitó el uso de todas las formas de lucha y en particular, de la lucha armada.

Otro aspecto a resaltar de esta entrevista es la aproximación que hace Miguel a la especificidad del desarrollo político de Chile y a cómo esto había sido tomado en cuenta y había sido relevante para posicionar a la izquierda revolucionaria.

Sin abandonar en ningún momento su apreciación estratégica de que la revolución y la construcción del socialismo pasarían necesariamente por una lucha política y armada, -una lucha “irregular y prolongada” – , Miguel Enríquez hace en esta entrevista una apreciación del contexto y del proceso que había llevado al triunfo de Salvador Allende que implican un reconocimiento de la asentada tradición electoral chilena entre los obreros y campesinos, así como de la continuidad de la democracia representativa en Chile, que había permitido “la  difusión de prensa de las ideas revolucionarias”, del Ché  y de las experiencias guerrilleras en el continente, favoreciendo una “izquierdización del pensamiento … que es masiva”, -dice Miguel- y que ha otorgado una repercusión notable a las acciones y declaraciones del MIR.  Reconociendo que esto marcaba una especificidad del desarrollo político en Chile, respecto de América Latina

Hoy, a más de 50 años de ese escenario, no solamente cabe repensar una estrategia que de cuenta de los enormes cambios ocurridos en el sistema mundo capitalista, de los procesos de cambio de época, de la crisis civilizatoria -llamada por algunos como “policrisis”, dada su multidimensionalidad- de la transición geopolítica a nivel mundial, del ajuste de los mecanismos de dominación del imperialismo estadounidense a nivel mundial y regional, sino también de la rebelión global de los pueblos, de las búsquedas de refundación y reformulación de la ética, de la política, de la economía, de la sociedad y de la cultura y la disputa por el control y alternativas de uso de nuevos recursos estratégicos y de una nueva revolución tecnológica que tiene la potencialidad de cambiar radicalmente las relaciones entre los seres humanos, los procesos cognitivos, de comunicación, como de producción y reproducción de la vida.

En América Latina, desde inicios del siglo XXI, la resistencia y movilización de los pueblos indígenas y de movimientos sociales emergidos de los sectores más marginalizados del sistema, que podríamos llamar “los pobres del campo y la ciudad” de los tiempos actuales, pusieron en marcha la reconstitución de nuevos movimientos populares en muchos países. Y propiciaron un cambio en el escenario político formal, con la emergencia de actores y fuerzas políticas -bolivarianas y nacional populares- que llegaron a los gobiernos latinoamericanos a fines del siglo XX e inicios de los años 2000. Se prefiguró entonces una transición histórica en la región, de la que Chile no alcanzó a hacerse parte, pues la crisis de su sistema de dominación recién se insinuó y acentúo a partir de 2011.

En los últimos diez años, la contraofensiva del imperialismo estadounidense en América Latina ha logrado revertir parcialmente la transición histórica, aprovechando las fragilidades y vulnerabilidades de los movimientos populares, así como de las bases materiales de su crecimiento económico, dependiente de mercados gobernados por empresas transnacionales -en particular estadounidenses- y del capital financiero internacional. Los pueblos de América Latina y el Caribe han sufrido en los pasados 4 años feroces golpes en sus condiciones materiales de existencia y que han afectado su subjetividad. Y se enfrentan en la actualidad a una sostenida y coordinada ofensiva de las clases dominantes encabezadas por el imperialismo estadounidense. Se registra, a consecuencia de ello, un debilitamiento de los movimientos sociales, un retroceso en los procesos de constitución de los movimientos populares y un acoso represivo y militar sobre las comunidades y pueblos que se mantienen en lucha.  

La generalidad de las llamadas fuerzas “progresistas” que pudieron acceder al gobierno a inicios del milenio en América del Sur lo hicieron gracias a una división temporal de las clases dominantes y a la inclusión en sus alianzas de gobierno de sectores de centroderecha y liberales, que aceptaron discursivamente programas “antineoliberales”. Luego de 2021, las clases dominantes en prácticamente toda América Latina tienden a cerrar filas tras alternativas de populismo autoritario, que avanzan además apoyándose en el fracaso de las fuerzas “progresistas” en gobiernos que, no estando resueltos a cambios estructurales, en vano pretenden administrar la compleja y multidimensional crisis que enfrentan.

En este panorama, la maduración política, la unidad y el protagonismo de los movimientos sociales y populares resulta determinante para hacer avanzar los procesos de cambio, derrotar la maniobra de las clases dominantes criollas y del imperialismo estadounidense y encarar reformas estructurales para hacer frente a la crisis, abriendo paso a otros esquemas de desarrollo en la perspectiva del Buen Vivir y de la integración latinoamericana y caribeña. La unidad de los pueblos de América Latina y el Caribe es un imperativo de soberanía. Sin construir esa unidad, ni toda Nuestra América, ni ninguno de sus pueblos podrá superar una condición dependiente y neocolonial.

En Chile, los últimos 15 años han estado marcados por la resistencia de las comunidades mapuche, y la constitución de nuevos movimientos sociales, como el feminista y el de las comunidades en defensa de madre tierra, que extienden una conciencia antipatriarcal y ecologista y de la necesidad de una nueva concepción del desarrollo, al tiempo que avanzan hacia una autonomía integral de sus territorios.

La rebelión popular de octubre de 2019 y de los 6 meses que la continuaron dieron cuenta más ampliamente de la emergencia de una nueva generación de jóvenes que se sienten desafiados y capaces de promover la superación del neoliberalismo. Y de una extendida energía y voluntad de cambio en la mayoría de la sociedad que, sin embargo, no encontró hasta ahora cauces orgánicos, políticos y programáticos, para convertir a esas masas en un movimiento popular capaz de ser un sujeto histórico, que esté a la altura de disputar la hegemonía política e ideológica a las clases dominantes y de retomar de manera sostenible la iniciativa en todos los terrenos, tras un nuevo destino para los pueblos que habitan Chile.

Múltiples son pues los desafíos que impone rescatar el legado histórico del movimiento popular chileno del siglo XX y de sus fuerzas y actores protagonistas en la esfera política, como lo fueron no sólo Salvador Allende, sino que el MIR de Miguel Enríquez.

Cabe a estas nuevas generaciones de luchadoras y luchadores dar respuesta al Informe PNUD para Chile 2024, que se pregunta “¿Por qué nos cuesta cambiar’”. Con la audacia, el coraje, el empuje, la decisión, la inteligencia y el sacrificio de Miguel Enríquez y de sus compañeras y compañeros, con el mismo entusiasmo y consecuencia, estamos ciertos que en las próximas décadas, estas nuevas generaciones podrán abrir nuevos horizontes tanto en Chile como en Nuestra América Latina.

Sea este libro, un incentivo a esa enorme tarea.

10 de octubre de 2024        

[1] Versión editada de la presentación realizada el 10 de octubre, en la Biblioteca del Círculo de Periodistas, en Santiago de Chile.

Fuente: Recibido por CT 13-10-2024.



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