El oficialismo es el perdedor, pero…
El autor de esta columna escrita para CIPER sostiene que los números dicen que perdió el oficialismo, pero la derecha tampoco ganó como creyó que iba a ganar. Sostiene que tanto Republicanos como el Frente Amplio se consolidaron en sus coaliciones, generando tensiones, y que “hay que señalar que pese a la realidad de las crisis de representación y de la política, a la que numerosos/analistas se han referido ya de hace tiempo, estas elecciones muestran el vigor de las estructuras existentes, al menos en el momento electoral”.
El oficialismo es el perdedor en estas elecciones. No hay más vuelta que darle. Le tocó más de agraz que de dulce. Sin embargo (y aquí vienen las vueltas), dentro de su descenso—esperado— logró algunos pocos dulces: por ejemplo, pese al enorme ascenso de la derecha en este respecto (aumentó un 59% la población bajo municipios de su sector, Chile Vamos más Republicanos) para tener un 37% de la población, el oficialismo (incluyendo a la DC) logra aun tener mayor población (38%) bajo los gobiernos municipales de su sector, uno de los ejes previamente definidos como criterio para evaluar los resultados.
¿Se sintió el impacto de los episodios escandalosos de las últimas semanas? A primera vista se podría decir que sí. Por ejemplo, en Santiago, la derrota de Irací Hassler, aun si dentro de lo esperable en cuanto a lo que les ocurre a las/los incumbentes que van a la reelección en esta populosa comuna, fue demasiado rotunda como para descartar un impacto del caso Monsalve y, especialmente, de las explosiones en el INBA. Es difícil descartar también el impacto de los 17 millones de sueldo en la derrota de Marcela Cubillos en Las Condes, y especialmente de sus altivas y arrogantes respuestas a los cuestionamientos que recibió. La misma ganadora en esa contienda, Catalina San Martín, de su mismo sector, se encargaría de rechazar las distorsionadas alusiones a la libertad que Cubillos hacía en su defensa. “La ética debe acompañar a la libertad”, señaló San Martín. Quizá el impacto en el caso de Cubillos sea más claro que en el de Irací Hassler, pues es difícil afirmar sin mayor investigación que los resultados no se hubieran dado igual debido al impacto de votantes nuevos, migrantes, y de una evaluación negativa de su gestión en materias de seguridad y otras.
También se señaló que el porcentaje de abstención y de votos blancos y nulos sería un indicador del descontento con la política, los políticos y los partidos, agudizada por los episodios de las últimas semanas. Sin embargo, la participación fue alta, de 84,92%, no discordante con porcentajes anteriores (aunque aquí el impacto de las normas sobre obligatoriedad es claro), y el porcentaje de blancos y nulos varió enormemente según la elección de que se tratara. En alcaldes, la suma de blancos y nulos fue de 10,72%, mientras que en concejales y Cores, la suma superaba el 20% (21,46% en concejales y 25,78 en Cores). La complejidad de las papeletas y el desconocimiento del alto número de candidaturas tiene que haber influido en estas diferencias. Con todo, se puede decir que estos porcentajes fueron en general altos, y habrá que esperar estudios para poder determinar sus causas con mayor certeza. También hay que señalar el número de excusas para votar, que hasta ayer a las 18:00 horas representaba el 2,5% del padrón.
Quizá los resultados de la elección de alcaldes y concejales sean los que mejor reflejen el cambio en el balance de fuerzas. El oficialismo perdió 39 alcaldes (bajó de 150 a 111) mientras la oposición ganó 35 nuevos alcaldes/as (subiendo de 87 a 122). Un claro reflejo del desgaste de la coalición en el gobierno, aunque el nuevo balance se queda corto de las expectativas que existían en la derecha: ésta subió menos de lo que lo había hecho el actual oficialismo en la elección anterior. Quizá a esto se refieran las declaraciones de que hubo de dulce y agraz en todos los sectores. Pero, claramente, más de agraz en unos que en otros. El oficialismo logró resistir los embates de la derecha en significativas y populosas comunas como Viña del Mar, Valparaíso y Recoleta, y validó el masivo e incontrarrestable apoyo a la gestión del alcalde de Maipú. También logró imponerse en la populosa comuna de Puente Alto, con un novedoso e innovador candidato (Matías Toledo) que venció a una figura emblemática de la oposición (Karla Rubilar), quien debía continuar el legado de la derecha allí. Pero debió entregar el mando de las comunas de Puerto Montt y Antofagasta, y las emblemáticas comunas de Ñuñoa y Santiago, lo mismo con Independencia y Huechuraba. Además, los socialcristianos arrebataron Concepción a la DC.
En cuanto a concejales, el oficialismo perdió 406 concejales mientras la oposición ganó 305. Destaca aquí el rendimiento de Republicanos, que logró asentarse en este campo de representación, pasando a contar con 8 alcaldes y 235 concejales (de 12 que tenía antes). En efecto, los republicanos fueron el segundo partido más votado, después de Renovación Nacional, lo que frustró las expectativas que existían de que Republicanos se convertirían en el mayor partido en base a esta elección. No fue así.
El análisis del balance de fuerzas en cuanto a gobernadores deberá esperar pues sólo 5 de 16 (4 del oficialismo) obtuvieron el cargo y el resto deberá medirse en competitivas elecciones de segunda vuelta, incluyendo la Región Metropolitana y Valparaíso. Conversaciones más sólidas sobre proyecciones deberán esperar estos resultados, aunque el macizo triunfo en Santiago resulta positivamente ominoso para la oposición.
En términos más generales, más allá de datos y cifras pormenorizadas, hay que señalar que pese a la realidad de las crisis de representación y de la política, a la que numerosos/analistas se han referido ya de hace tiempo, estas elecciones muestran el vigor de las estructuras existentes, al menos en el momento electoral. Hay dos expresiones claramente diferenciadas y agrupadas en las coaliciones del oficialismo y la oposición, que expresan las fisuras tradicionales a las que se agregan las propias de unas elecciones centradas en lo local. Se mantienen claramente los partidos con mayor historia—UDI y Renovación Nacional y, por el otro lado socialistas y comunistas y PPD-. Sobre la base de estos elementos de continuidad, evocativos de los tiempos del binominalismo, contrastan los rasgos nuevos que emergen precisamente, en parte, como resultado del fin del binominal.
Estos rasgos nuevos son el surgimiento y afiatamiento de expresiones nuevas, como las de Republicanos en la extrema derecha que, no obstante, con la ayuda de la UDI, logra acomodarse en la gran coalición de derecha. Su peso, sin embargo, dará lugar a sus instintos y aspiraciones autónomas de hegemonía, que ya dio a conocer en su fracasado intento de nueva constitución, que posiblemente resulten en una candidatura presidencial propia en competencia con la esperable de Evelyn Matthei.
De otra parte, y pese a varias derrotas importantes en estas elecciones, dadas paradojalmente por el desgaste del oficialismo pero también por sus propios errores y escándalos, está la consolidación del Frente Amplio, también acomodado en la gran coalición oficialista. El sistema tiene entonces ya sólidamente anclados estos nuevos polos, que vigorizan las alianzas existentes, aunque agregándoles importantes tensiones.
Junto a esto el otro rasgo que va afirmándose es el del desmoronamiento del centro político, por más que las alianzas quieran llamarse de centro izquierda o centro derecha. Aquí es clave el continuo debilitamiento de la DC, afianzado en estas elecciones, con la pérdida de importantes alcaldías. Y en el otro lado, Evópoli, aun con importantes triunfos comunales, no logra despegar como alternativa a los grandes partidos de la derecha y la extrema derecha. Por último, las aspiraciones de Demócratas y Amarillos se han vuelto francamente irrelevantes, seguramente influenciadas por su dócil adscripción a la derecha.
Finalmente, también un rasgo nuevo, que hizo su aparición inaugural en la Convención Constitucional, es la persistencia de los independientes. Por cierto, no es el mismo sector del periodo constitucional, pero es la permanencia de una apelación a la autonomía e independencia, de no cargar con el peso negativo de los partidos, aun si deban entrar en pactos con ellos con fines electorales.
Estas mismas estructuras y rasgos nuevos marcan los desafíos de los partidos y agrupaciones hacia adelante. El primero y común a todos es la imperiosa necesidad que tienen de mantener ciertos mínimos niveles de unidad. La estructuración de la competencia como derecha e izquierda, o como oficialismo y oposición (cualquiera sea el color que estas últimas categorías entreguen), da una paradojal dinámica de bipolaridad al sistema, que obliga a ingentes esfuerzos de unidad. Sin ella, sus aspiraciones de gobierno se verán cercenadas. Y el segundo imperativo también para todos es cómo crecer más allá del límite de sus coaliciones, si se quieren obtener mayorías amplias y más duraderas. Y esto los lleva al campo ciego de la ciudadanía descontenta con todos y todo, que participa bajo el yugo de la obligatoriedad, y está compuesta de numerosas hebras desconocidas, porque los partidos aun no logran despercudirse del mundo de los electorados confiables y cautivos a que los acostumbró el binominal.
Para la izquierda esto significa intentar comprender mejor los cambios en la sociedad y la política, los profundos cambios en el sentido de la individuación y pérdida de las solidaridades, los nuevos imperativos de la tecnología y de los impactos intersticiales del cambio climático en la vida de las comunidades, etc. Se trata de conocer y descifrar a los nuevos electores, y gran parte de los antiguos en los nuevos contextos societales, de incorporar la realidad de la migración y saber cómo acercarse a ella, no solo como grupo particular, sino también de su tensionada imbricación en la sociedad, de entender mejor las problemáticas y demandas locales, y de saber articularlas en visiones nacionales y grandes propuestas. De integrarse mejor con las aspiraciones ecologistas, ambientales y feministas, de recomponer un tejido con las nuevas organizaciones. La izquierda debe aprender de lo local para una mejor integración nacional, debe aprender de los factores del enorme éxito de Vodanovic en Maipú y desde ahí reflexionar sobre sus articulaciones nacionales. También, desarrollarse mejor para las disputas ideológicas y culturales en las que siempre parece ir más atrás que la derecha. No es poco.
Para la derecha el desafío creo que es el de su modernización, del abandono efectivo de sus lastres culturales, de las tentaciones autoritarias nostálgicas, del familismo, el parroquialismo y el espíritu de hacienda. Esto le daría más posibilidades de ir más allá de sus límites. En suma, una derecha moderna y efectivamente democrática sería una gran contribución a la afirmación democrática del país, aun con todos los desafíos que producen los cambios societales ya mencionados. Y su dificultad radica en su satisfacción con los réditos que le den el populismo y también su acomodación con la derecha de Kast. Quizá por esto es que finalmente no pueda hacer los cambios necesarios.
Por último, al mirar las enormes papeletas y los numerosos pactos y subpactos, vendrán nuevamente las discusiones sobre las necesarias reformas al sistema político, tan centradas en aspectos técnico-numéricos: distritos, umbrales, normas de disciplina y otros. Pero la pregunta clave aquí es: ¿es esto lo que impide que se aprueben reformas tan sentidas como postergadas como la reforma de pensiones? Lo dudo, las causas son otras
(*) Felipe Agüero: Profesor titular de la Facultad de Gobierno de la Universidad de Chile. Licenciado en Sociología de la Universidad Católica de Chile y doctor en Ciencia Política por la Duke University (EE.UU.).
Fuente: https://www.ciperchile.cl/2024/10/28/elecciones-2024-el-oficialismo-es-el-perdedor-pero/
Revisa aquí los resultados oficiales de las elecciones 2024: los votos y porcentajes de cada candidato
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