El fatal turno de Hugo Morales en La Moneda: la trama de abusos laborales que develó la muerte del gásfiter
De sus últimas 48 horas de vida, Hugo Morales trabajó 29. Su último turno como gásfiter se prolongó por 18 horas, hasta que murió de un ataque cardíaco. Tras su partida, desde el Subdepartamento de Mantención Técnica —en lo más recóndito del subterráneo de La Moneda— brotó un largo historial de abusos laborales, incluyendo denuncias por maltrato que han quedado en nada y hasta un récord de 117 horas extras en un mes. Un golpe al corazón del discurso de la Ley de 40 horas del Ejecutivo. Los jefes denunciados, pese a todo, siguen ahí. En el Palacio, las tensiones internas siguen escalando y muchos traen a colación otro caso similar, del año pasado, cuando un funcionario de la Segegob también falleció en la casa de gobierno. Por primera vez desde el deceso de Hugo, la familia decidió dar su testimonio.
Sábado 28 de septiembre, 02:07 horas.
En un rincón del subterráneo de La Moneda, mientras reparaban el lavamanos de una pequeña oficina al interior de la sala de primeros auxilios, a Hugo Morales Lobos (63) le vino un fuerte dolor en el pecho. Su corazón estaba fallando. Miró a su colega, Manuel (36), y le pidió ayuda antes de caer desvanecido.
Con la casa de gobierno prácticamente vacía a esa hora, atinó a llamar al jefe, quien avisó a la guardia de Palacio. Uno de ellos, con conocimientos de reanimación, inició las maniobras.
En adelante, los reportes difieren en algunos detalles. Según el informe del prevencionista de riesgos de La Moneda, a las 2:13 llamaron al SAMU y la ambulancia de la ex Posta Central arribó a La Moneda 12 minutos después, a las 2:25. El informe del hospital, en tanto, asegura que en realidad llegó a las 2:30.
Como sea, una vez allí siguieron con las maniobras de reanimación en el lugar y luego a bordo de la ambulancia, que llegó al recinto asistencial a las 2:59. Tras 26 minutos de masajes cardíacos y otros esfuerzos, a las 3:26 los profesionales declararon a Hugo médicamente muerto a causa de un paro cardio respiratorio.
Estaban ahí, en plena madrugada, porque supuestamente era una labor urgente. Según declaró el propio Manuel, implicaba cortar el agua potable del Palacio. Y para no interrumpir el suministro en horario de oficina, requería hacerse de noche.
De acuerdo a varios trabajadores, aquella habitación estaba siendo preparada como sala de lactancia. Y las jefaturas habían ordenado que tenía que estar lista para el lunes 30.
Formalmente, el viernes 27 Hugo tenía turno de 8:30 a 17:30. Pero de acuerdo a los registros biométricos de asistencia, empezó su última jornada a las 8:17 y se terminó abruptamente la madrugada del sábado, con el ataque cardíaco. En la práctica, en su último día, estuvo trabajando por casi 18 horas. Una abierta contradicción, dicen cercanos al caso, al discurso de una administración que ha promovido la Ley de 40 horas semanales.
—Le cargaron mucho la mano —dice hoy su hijo Fernando (40) en conversación con BBCL Investiga.
Según un informe de la Dirección del Trabajo, sólo durante septiembre Hugo acumuló 28 horas extras. Y no era ni de cerca su mayor registro. En enero, abril, mayo y agosto superó las 50 horas por sobre su jornada regular. Una práctica que —según acusan extrabajadores y agrupaciones de funcionarios— se volvió común entre los técnicos de La Moneda desde 2021, cuando Noé Marinao Navarrete (56) quedó a cargo del Subdepartamento de Mantención Técnica.
Una costumbre que también ha sido avalada por su superior, Fernando Tobar Marchant (61), jefe del Departamento de Logística. Ambos son dependientes de Antonia Rozas Fiabane (44), directora administrativa de la Presidencia de La República, asesora de confianza y cercana al Presidente Gabriel Boric Font (38).
En sus últimas 48 horas de vida, Hugo trabajó 29. Hizo 10 horas extra sólo en su último turno.
La última semana de Hugo
Entre lunes y miércoles, en su última semana de trabajo, Hugo no tuvo días tan sobrecargados. Cumplió su jornada normal. Llegó relativamente descansado tras pasar las Fiestas Patrias en Pichilemu con su familia.
Viajaron prácticamente todos. Partiendo por su esposa, Maritza Soto Ortega (62), además de sus hijos Mauricio (35), Cristóbal (34) y Diego (32). Sólo faltó Fernando. También fueron las nietas, las nueras y hasta se sumó el cuñado y algunos sobrinos.
Pero a mitad de semana, el panorama laboral fue cambiando. En principio, no tanto para Hugo, pero sí para su colega, Sara (41). El miércoles ella llegó para el turno de noche de 20:00 a 02:00, pero tuvo que quedarse hasta las 08:00 del jueves.
Según cuentan funcionarios del Palacio, ese jueves —pese a que venía saliendo de una jornada de 12 horas y amaneció trabajando— a Sara la citaron a una “reunión” después de almuerzo. Acudió acompañada de su hija, sin saber que una vez allí le iban a pedir que se quedara. Tuvo que ir a dejar a la niña a su casa y volver para otro turno que duró más de 10 horas, hasta poco después de la medianoche.
Y para el viernes ya estaba reventada. De acuerdo a su registro de asistencia, volvió a ingresar apenas unas horas después, a las 05:50.
Manuel, por su parte, tuvo una sobrecarga similar e incluso peor. Lunes y martes tuvo su turno normal de día, pero el miércoles le tocó de noche y completó un turno de 12 horas de 20:00 a 8:00, aunque en teoría debería haber terminado esa jornada a las 02:00 de la madrugada. El jueves también tuvo jornada nocturna, pero pudo irse “sólo” 30 minutos sobre el tiempo establecido, a las 2:30. Para él, la pesadilla empezó el viernes: entró nuevamente a las 8:00, menos de seis horas después de su última salida y permaneció en el Palacio hasta la fatídica madrugada del sábado.
Era el más nuevo. Había empezado recién en septiembre con un contrato a prueba por tres meses.
Sergio (29), otro integrante del equipo, se había incorporado en abril. Aquel viernes 27 estaba en sus horas clave, pues cumplía seis meses y se definía su continuidad. Ese día le informaron que no seguiría.
—A ese trabajador lo despidieron. En el fondo fue un autodespido. Se negó a quedarse —dice la familia.
Ninguno de ellos participó en este reportaje. Según explicaron fuentes internas, tenían miedo a ser objeto de represalias. Algunos ni siquiera respondieron a los mensajes de BBCL Investiga.
Ante dicho escenario, con muchos pendientes y un colega menos, Hugo se echó el equipo al hombro. Le dijo a Sara que se fuera a su casa, para que pudiera estar con su hija. Debería haberse ido a las 13:30, pero logró salir poco antes de las 16:00. Hugo solía protegerla de labores más duras, como limpiar las fosas.
—Ellos se conocían desde hace tiempo, estudiaron juntos en Infocap —cuenta Mauricio, uno de los hijos del trabajador.
Manuel se quedó con él, pese a que su turno terminaba a las 16:30. Según su propio testimonio entregado a la inspectora de la Dirección del Trabajo, estuvieron prácticamente todo el día juntos realizando labores de emergencia a raíz de una filtración de gas en el casino de La Moneda, en el subterráneo. Y en ningún momento le manifestó una molestia física o de salud. De acuerdo a funcionarios del Palacio, esa contingencia lograron terminarla antes de las 22:00 horas. Luego subieron al patio, para trabajar en una pileta que se estaba filtrando.
Sólo les quedaba el encargo final para terminar la jornada: el lavamanos.
“Me daba asco su manera de trabajar»
Jueves 27 de abril de 2023, 19:00 horas. Un año y cinco meses antes de la muerte de Hugo.
Jhon (34), en ese entonces uno de los gasfiteros de la Presidencia, se quería matar. Literal. Estaba cerca de terminar su extenso turno de 14 horas, de 6:00 a 20:00, que hace unas semanas le había asignado Noé, su jefe directo.
Esa tarde supo que ya no podía más.
Si bien Jhon llegó en 2019, para ese entonces ya era uno de los más antiguos junto a Sara, la amiga de Hugo. Dos de sus compañeros se habían jubilado en 2022. Llegaron a ser cinco, pero en aquel tiempo eran sólo tres, lo que los hacía estar siempre cortos de manos. En el esquema de esos días, sus colegas Sara y Danilo (49) solían llegar a las 20:00 horas para el relevo en la noche. Ellos dos estaban a cargo de una tarea compleja: renovar las antiguas cañerías del casino, en el subterráneo, que databan de los años 80. Un proceso del que Jhon fue dejado fuera porque le faltaba una certificación.
Pero cuando aparecieron los problemas, Jhon dice que Noé lo reprochó por no estar vigilando la labor de sus compañeros. Así que se ofreció a ayudar durante la noche.
—Yo había trabajado desde las 6:00 AM y me iba a quedar a trabajar hasta las 1:00 de la mañana. Y al otro día tenía que estar a las 6 de nuevo en La Moneda. Imaginate, lo mismo que le tocó a don Hugo —relata Jhon.
El problema escaló cuando Danilo supo que Jhon entraría a las labores. Se descontroló, lo insultó y hasta lanzó objetos para todos lados. No le gustó tener que ser supervisado por alguien sin certificación.
—¿Sabís qué? Hazte cargo tú de esta pega y yo me voy a la cresta, chao —le respondió Jhon.
Fueron minutos de alta tensión. No le salía el habla. Estaba tiritando. Cuenta que salió del Palacio con una crisis de angustia y pánico. En medio de la noche, caminó unas cuadras por la Alameda hasta Los Héroes y se sentó a un costado de la Autopista Central. Colapsó y no quería llegar a su casa en ese estado.
—Me fui a la carretera y estuve afirmado en la reja a punto de tirarme. Pero me llegó un momento de luz en el que se me vino mi hija a la cabeza y dije: “No, basta, chao con todo esto”.
Al día siguiente, como nunca, sencillamente no apareció.
—Estuve deambulando por Santiago hasta como las 4:00 de la mañana en el auto. Yo amaba mi trabajo en La Moneda. Y en ese momento llegué al punto de detestarlo.
Con terapia y licencia médica mediante, logró volver en agosto. Ahí se encontró con Hugo, para él un colega nuevo que había llegado a mediados de mayo durante su ausencia.
—Ahí conocí a don Hugo. Era muy bueno el caballero.
El primer día tuvieron una conversación. Según Jhon, Noé les había dicho a Hugo y Sara que tuvieran cuidado con él, “porque parece que se volvió medio loquito”.
—Yo quiero conocerte, porque aquí son terrible de cahuineros. Quiero saber de tu boca lo que pasó. Yo te voy a prestar apoyo —le dijo Hugo a Jhon—. Este weón está diciendo esto y se nota que te tiene bronca. Ten cuidado, cuídate y si tienes que denunciarlo, denuncia.
—Era como un papá para mí en ese entonces —admite Jhon—. Me quedé trabajando un rato más por él, porque yo iba a renunciar en agosto del año pasado, septiembre a más tardar.
Envalentonado por el apoyo de Hugo, decidió seguir. Mantuvo el tratamiento para recuperar su salud mental, y volvió a tomar licencia. Pero antes de volver a irse decidió denunciar a Noé por abuso laboral.
—En mi ausencia me robaron herramientas, me abrieron cajas privadas. También pedí que hicieran sumario por eso. Pero al hacer la denuncia Noé no me pescó.
Jhon se ausentó por prácticamente siete meses, desde septiembre hasta abril. Volvió por unos días.
Por ese entonces la tensión seguía escalando al interior del Palacio. Incluso más allá de los trabajadores de mantención. El 11 de abril, en pleno Patio de Los Naranjos, apoyados por la CUT y la ANEF, los sindicatos de Presidencia, Segpres, Subdere y Segegob levantaron un lienzo apuntando a los problemas internos con la actual administración: “La inexperiencia y la soberbia no nos permiten avanzar”, acusaron.
Jhon consultó por los sumarios sobre el robo y el acoso. Nadie había indagado el caso, así que se rindió. Renunció oficialmente a mediados de mayo.
Sin salida, optó por dedicarse 100% a su emprendimiento, donde día a día recorre las calles de Santiago para llegar hasta sus clientes.
Se fue en silencio. Nunca volvió a contactar a Noé ni a Fernando Tobar. Pero la mañana del sábado 28 de septiembre, tras enterarse de la muerte de Hugo en La Moneda, se descargó. En buen chileno, lo puteó.
—Le mandé un mensaje al Tobar por WhatsApp. Le dije que me daba asco su manera de trabajar.
Un balde de agua fría
Sábado 28 de septiembre, 11:48 horas.
Tras enterarse de la muerte de Hugo, Jhon hizo estallar el caso mediante una denuncia en Twitter. A esa hora, el Presidente Boric llegó al Palacio en bicicleta para encabezar el Consejo de Gabinete y abordar junto a sus ministros el Presupuesto 2025.
Pasó raudo frente a la prensa, sonriente, con casco negro, lentes de sol, una camisa de lino manga corta y jeans. A 10 horas de su muerte, sobre Hugo no dijo una palabra.
—Al Presidente le comunicaron del fallecimiento de un funcionario. Y él no hizo nada. Los trabajadores esperaban que por último hiciera, no sé, un minuto de silencio con ellos. O que se pronunciara brevemente —reprocha Maritza, la viuda—. Él no hizo ningún gesto.
Tampoco llamó a la familia en privado.
Antes de que Jhon hiciera pública la denuncia, la familia de Hugo, oriunda de La Florida, no había reparado en que su partida podría ser más que un accidente. Mauricio fue el primero en enterarse.
—Estábamos retirando el cuerpo de mi papá y apareció el tuit. Para nosotros fue un balde de agua fría saber que pudiese existir una posibilidad de hostigamiento laboral.
Hugo nunca fue de reclamar demasiado, pero a Fernando, su hijo mayor, sí le contó algunas cosas.
—Conmigo mi papá hablaba mucho de eso. La misma semana, antes de pasar esta cuestión, se quejaba de Noé.
Lunes 30 de septiembre, 19:00 horas.
Mientras su familia realizaba el velorio, Presidencia recién confirmó públicamente la muerte de Hugo.
Al día siguiente, en compañía de familiares, amigos y colegas, Hugo fue sepultado en el Cementerio El Prado de Puente Alto.
Tras la partida de su padre, a Fernando le quedó dando vueltas un asunto.
—Noé no llamó. Cuando pasó el tema de mi papá, a mí no me escribió. A mí me escribían todos los colegas. No me llamó, no me mandó un WhatsApp. No fue al velorio, no fue al funeral. No apareció en nada. Cuando fue el accidente, estaba de vacaciones.
Jueves 3 de octubre, 10:00 horas.
La Federación Nacional de Asociaciones del Palacio de La Moneda (Fenapal), con el apoyo de la ANEF, pasaron a la ofensiva. En una conferencia de prensa en el Patio de Los Naranjos, salieron a pedir la cabeza de Antonia Rozas, directora administrativa de La Moneda.
La presidenta de la Asociación Nacional de Funcionarios de la Presidencia de la República (Anfupres), Noemí Belmar, abrió los fuegos. Precisamente la agrupación a la que pertenecía Hugo Morales.
—Su responsabilidad en esta crisis es evidente e ineludible. Su permanencia amenaza el bienestar y la integridad física de los trabajadores —recalcó.
En medio del duelo, la familia prefirió no asistir a la convocatoria.
Tras la alocución de los sindicatos, la ministra Camila Vallejo se acercó a hablar con los trabajadores en un rincón del Patio de Los Naranjos. Les aseguró que el Presidente estaba preocupado y preguntando por la situación. Acto seguido, acudió a realizar su vocería, donde fue consultada por la muerte de Hugo.
—Hay una familia detrás que, por cierto, ha sido acompañada —aseguró.
Sin embargo, el entorno de Hugo asegura que para ese entonces no había sido contactado por ninguna autoridad de La Moneda.
El mundo invisible
Jueves 3 de octubre, 10:45 horas. Cinco días después de la muerte de Hugo.
Mientras Vallejo hablaba, las agrupaciones de funcionarios bajaron al subterráneo y llegaron al epicentro invisible del Palacio. Pasaron por fuera del casino, de la sala de primeros auxilios, y cruzaron los cientos de estacionamientos que se extienden por debajo de la Plaza de la Constitución, para llegar hasta el taller del Subdepartamento de Mantención Técnica.
Allí estaban Sara y sus colegas, aún lamentando la partida de Hugo. Un equipo mermado, no sólo por el deceso de su compañero, sino por el despido de Sergio y la ausencia de Manuel, que después de ver morir a su colega se tomó licencia médica. A este último le ordenaron quedarse a terminar el trabajo. La sala de lactancia no podía esperar. Pese al shock, logró reparar el lavamanos a las 4:30 de la madrugada.
Cuando se estaba yendo, le pidieron que esperara a la familia de Hugo, que fue a retirar los que eran sus objetos personales. De acuerdo a su registro de asistencia, Manuel dejó La Moneda recién a las 5:30 de la madrugada.
—Si no hubiesen desvinculado a Sergio, Hugo hubiese tenido una oportunidad de poder haber descansado. Quizás no hubiésemos prevenido el infarto, pero sí le hubiésemos dado la posibilidad de poder haber pasado sus últimos minutos con su familia —admite un funcionario cuya identidad se reserva este medio.
Maritza, viuda de Hugo, cree lo mismo.
—Nosotros fuimos pareja desde los 15 años. Y tengo 62. Fueron 47 años juntos. Toda una vida. A lo mejor podría haber sido distinto, podría haber fallecido por último conmigo en la casa. O si no hubiese estado tan cansado, yo sé que él habría dado la pelea —afirma.
En el subterráneo, los sindicalistas ofrecieron el pésame a los colegas de Hugo.
Lo que vino después fue un desahogo de los funcionarios, en una reunión en la que estuvo presente BBCL Investiga.
—El trabajo del lavamanos era para el lunes. No era urgente.
—Hay una desconexión entre la jefatura y el personal.
—Hugo tenía problemas cardíacos en los exámenes preocupacionales y lo hacían trabajar 18 horas igual. El entorno no se hizo cargo.
—Antes en mantención éramos 40 y algo. Ahora somos pocos y no nos da para pedirnos días libres.
De paso, hicieron otras observaciones: tras el incidente no se cerró la sala de lactancia en la que ocurrió el paro cardiaco de Hugo. Estaban trabajando con soplete y se debería haber aislado el lugar para verificar si la causa pudo haber estado relacionada a algún factor ajeno a su salud. O que Carabineros, hasta el accidente, no sabían que Hugo y Manuel iban a estar ahí.
Más aún, los sindicatos recordaron otro episodio similar, ocurrido el año pasado en la Secretaría General de Gobierno (Segegob). La mañana del 18 de julio, Rubén Armijo Tapia (57), histórico trabajador de esa cartera, también murió de un infarto al interior de La Moneda. La secuencia fue prácticamente igual: sufrió un ataque, llamaron al SAMU y fue llevado hasta la ex Posta Central.
Y si bien Presidencia aseguró tras la muerte de Hugo que todos los trabajadores estaban al tanto de los alcances de la Ley Karin, en la práctica no era así. Las asociaciones de funcionarios les sugirieron realizar una denuncia en el marco de esa normativa y los trabajadores no conocían ningún protocolo para hacerlo.
Los empleados enumeraron otros casos de sobrecarga laboral aún más graves. Como el de Juan Pablo (53), operador de calderas y climatización del Palacio de La Moneda, que en diciembre de 2021 denunció precisamente a Noé Marinao y Fernando Tobar por maltrato laboral. Otra acusación, tal como la de Jhon, que quedó en nada.
Hoy sigue trabajando en la casa de gobierno y, de acuerdo a registros de transparencia, sólo en diciembre de 2023 superó las 117 horas extras. Peor aún, debido a que cuenta con un título profesional, las normas administrativas vigentes no permiten que se le paguen más de 20 horas extras al mes.
—Son 100 horas que no se las van a pagar. 100 horas que están trabajadas. 100 horas que tampoco él va a poder compensarlas, tomársela en días de descanso, porque en esa área hay un déficit de funcionarios y se encuentran dos personas trabajando de cinco —cuenta un conocedor de la interna.
Jueves 3 de octubre, 11:24 horas.
Tras la visita a los colegas de Hugo, la Fenapal cerró con la entrega de una carta al Presidente en la oficina de partes.
Un duelo truncado
—A nosotros se nos truncó el duelo el día lunes 30. De ahí para adelante, ni mis hijos ni yo hemos parado de buscar antecedentes, información. El duelo no se ha vivido —admite la viuda de Hugo—. Hay muchas cosas que a nosotros nos hacen ruido y que no nos cuadran.
Partiendo por la calificación del accidente, que fue considerado como común y no laboral por la Mutual de Seguridad. O que tras los exámenes preocupacionales a Hugo se le instruyó, por recomendación médica, no trabajar en espacios cerrados. Un mandato que a la luz de los hechos no se respetó.
También quedaron con dudas respecto al proceso de investigación, liderado por la Seremi de Salud y secundado por la Dirección del Trabajo. La familia tampoco entiende por qué el sitio del suceso no fue aislado ni por qué el fiscal de turno finalmente resolvió no realizar una autopsia.
No tienen seguridad sobre si algún factor externo pudo haber incidido en el paro cardiaco. Sobre todo considerando que estuvo expuesto a una fuga de gas y que el último trabajo que hizo, en la pequeña sala de lactancia, requería el uso de un soplete. Por ejemplo, no hubo medición de monóxido de carbono.
Más aún, cuando la familia visitó el lugar de los hechos, las paredes tenían un fuerte olor a pintura. Fueron acompañados por Jaime Bustos, jefe de Recursos Humanos, y la propia Antonia Rozas.
—Yo entré y me dolió la cabeza —insiste la viuda de Hugo.
Por esa y muchas otras interrogantes, optaron por contratar al abogado Marcelo Castillo Sánchez, de amplia trayectoria en derecho ambiental, pero también en derecho administrativo. Y si bien aún no tienen acceso a todas las investigaciones en curso, ya sacan algunas conclusiones.
—Estamos en presencia de un grupo de trabajadores sujeto a jornadas extenuantes, que planificadamente tenían horas mensuales extra, lo cual evidentemente genera un agobio laboral, estrés, que obviamente repercute sobre la salud y en este caso con resultados fatales —dice el jurista.
También cuestionan que La Moneda tardó en reportar el caso e iniciar las indagatorias.
—Nosotros lo que sabemos como familia es que tanto la Seremi, como la Dirección del Trabajo y posteriormente la Mutual, todos empezaron a correr desde el día hábil siguiente, que era el lunes —acusa Mauricio.
El primer encuentro de ellos con Rozas se gestó tras un responso en memoria de Hugo realizado en la capilla del Palacio, el pasado viernes 11 de octubre. Previo a eso, el martes 8, le enviaron un correo al jefe de asesores del Presidente, Carlos Durán, a quien le manifestaron su descontento por cómo se estaba llevando el tema y el poco apoyo que se les había prestado. Él no respondió, pero el día del responso Antonia los recibió.
A juicio de la familia, ese día lucía nerviosa y la conversación fue estéril.
—Ella nos dijo: “Ustedes pidieron la reunión…”
Tensiones en el palacio
En la interna de La Moneda, el caso ha calado hondo. La Fenapal, en principio estuvo unida para enfrentar a las autoridades. Sin embargo, sobre la marcha, tres asociaciones de funcionarios de la Presidencia fueron tomando caminos distintos, con una postura a favor del ejecutivo. Inicialmente, a las reuniones con Carlos Durán fueron convocadas la mayoría de las agrupaciones, excepto Anfupres, a la que pertenecía Hugo.
En la práctica, se generó una división. Los otros sindicatos agrupan en su mayoría a profesionales, mientras Anfupres aglutina trabajadores técnicos. Al poco andar, los demás sacaron un comunicado bajándole el perfil al asunto. Tras los reclamos, y con el escándalo de Manuel Monsalve entre manos, recibieron a Anfupres el 16 de octubre pasado.
Consultados para este reportaje, ni Carlos Durán ni Antonia Rozas quisieron responder a título personal. Mediante una respuesta oficial, la Presidencia enfatizó que Carlos se reunió dos veces con Anfupres e insisten que sí ha existido una relación con la familia. Asimismo, aseguraron que “las horas extraordinarias se realizan de acuerdo a la planificación” y que los trabajadores sí están al tanto de la Ley Karin.
En tanto, subrayaron que “el Departamento Gestión de las Personas desarrolla diversas acciones para mantener buenos ambientes laborales”. Eso sí, evitaron responder por qué obligaron a Manuel a permanecer en su puesto tras la muerte de Hugo o por qué —si la reparación era tan urgente— la sala de lactancia hasta la fecha no está operativa.
Como sea, según consta en los informes del caso, Hugo trabajó 18 horas antes de morir. Marcelo, el abogado de la familia, cuestiona:
—Cómo no le resulta extraño a la Dirección del Trabajo. Eso está completamente fuera de norma. O sea, un gobierno que está promoviendo 40 horas semanales….
Por eso es que este miércoles, a las 11:00 horas, presentará una solicitud ante la Contraloría General de la República para exigir una investigación.
Mauricio, hijo de Hugo, va más allá. Asegura que las horas extras eran incluso más que las registradas oficialmente, pues muchas de ellas eran compensadas con días libres.
La familia hoy se cuestiona algunas cosas y las mira con otros ojos.
—Creo que nosotros, y ahí hago un mea culpa a lo mejor, no vimos más allá. A lo mejor en algún minuto él estaba descontento con su jornada, andaba cansado —reconoce Maritza.
—Mi papá, quizá los primeros dos meses, llegaba bien a la hora y llegaba a tomar once en la casa. Con el tiempo normalizamos no esperar a mi papá a tomar once —dice Fernando.
A la familia no le queda más que guardar los buenos recuerdos. O extrañarlo para esas cosas pequeñas, o no tan pequeñas, en las que siempre estuvo presente. Como la pizzería en La Florida que alcanzó a levantar para sus hijos menores. O las decenas de arreglos que hizo en las casas de los mayores.
Fernando reconoce que ya se siente ese vacío.
—Hace unos días, cuando llegué, se reventó una llave de paso de la casa, de agua. Y fue como: “Oh ¿Cómo lo arreglamos?”. Mi hermano, el Diego, tuvo que ingeniárselas con un tutorial y preguntando en la ferretería.
Los nombres de Manuel, Sara y Juan Pablo, que hasta la fecha siguen trabajando en el Palacio, fueron cambiados para proteger su identidad.
Fuente: https://www.biobiochile.cl/especial/bbcl-investiga/noticias/reportajes/2024/10/30/un-escandalo-subterraneo-el-historial-de-abusos-laborales-tras-la-muerte-del-gasfiter-de-la-moneda.shtml
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